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Gonzalo Márquez Cristo

Poesia. Foto por Jr Korpa en Unsplash

Foto por Jr Korpa en Unsplash

Poemas:

Las palabras perdidas

Alguien descifra la escritura de la lluvia y sin embargo no puede escapar.
Un alud de imágenes nos extravía la palabra; acudimos al grito y al llanto, a veces a la indiferencia, pero sabemos que necesitamos de la guerra para ser inocentes.
Todo lo ha ofrendado la ceniza.
Desde que desterramos a la noche desaparecieron las más profundas alianzas y nuestros perseguidores pueden encontrarnos.
Una herida siempre recuerda la vida, todo nacimiento procede de su túnel. Un árbol arde en nuestros ojos de agua.
La verdad —es decir lo prohibido—, impone su reino de terror… y hemos decidido habitarlo con las manos entrelazadas.
Creímos que la poesía nos enseñaría a morir…
Persistimos… Con frecuencia hacemos la extraña sonrisa del miedo. Si huimos, la soledad convertirá a alguien en víctima. Por eso la palabra se pasa de mano en mano para construir una morada invisible.
A veces para sobrevivir renunciamos al conocimiento.
Y cuando todos duermen escribimos… Pero un poema es el fósil de un sueño, el cadáver de un dios…
¿Aún podremos salvarnos?

En nombre del grito

Crees tanto en la sed: en la vida… En lo invisible. Duermes de cara al oriente. Te purificas en el peligro. En los libros delatas al tiempo como a un pájaro disecado.
En el bosque una encina te sigue. La luz te nombra. Cuando eliges el rumbo del dolor alguien te da un sorbo de agua.
Deseas: esperas siempre equivocarte. Asumes la tiranía del ojo llamada viaje y a veces con un rostro logras curar tu frío.
Sabes de un paraíso que nunca será memoria.
Asistes a la mascarada de la sobrevivencia aunque un ecuador lejano y voraz atraiga tu vuelo. Así logras persistir.
Tus palabras caen como puñados de tierra sobre un cuerpo desnudo.
Aquí comienza el instante. ¿Quién clama? ¿Quién responde entre la sangre? ¿Quién descubre su sombra incandescente?
¡Que el grito siempre pueda detener la herida..!
¡Que el lenguaje alcance para no morir!

Restituciones

Pretendo que todo lo perdido se convierta en poema.
Las heridas como los huracanes tienen nombre. Y aunque ignoro
por qué a mi alrededor nacen los abismos, desde el origen fui
mancillado por la felicidad, por su cima inclemente.
Las invasoras restas del recuerdo. La pugna de la raíz. La
antigüedad del silencio…
No pongo flores en el cementerio del sueño, pero continúo a
pesar de todas las arenas movedizas del espíritu.
La culpa que no te deja partir es el amor.
Pero ahora la niebla, la lluvia, la ausencia…
El desequilibrio llamado belleza, la terrible orfandad de lo
sagrado, la rosa ígnea que me guía en la desesperación…
Sé que el camino terminará por encontrarme.
Como todo lo que se hace visible para morir.

Oficio de olvido

Una mujer se besa en el espejo, se oculta con su alma, el agua es su soledad.
Un niño escondido en un armario intenta morir.
Las lágrimas de un hombre caen en su taza de café.
Una adolescente con el índice detiene la manecilla del reloj y se estremece.
En el viento hay un mensaje que no comprenderemos.
Tu sombra se rebela.
Nos preparamos para huir de todo lo que amamos.
Quien no parta será olvidado.
El viento dialoga con el fuego.
Espero mi voz.
Viajar también es lo contrario a la muerte.
Mientras la semilla engañe al pájaro no estaremos perdidos.
Nos amaremos en otros rostros.
Nadie se oculta en la memoria.
¿Vendrá alguien a enterrar nuestros nombres?

Nacimientos

El equilibrio sólo puede hallarse prescindiendo de la respiración, en la inmovilidad del salto, en la noche poseída.
Las búsquedas sin señuelo me habían conducido a mi rostro. Desde la infancia padecí de la vida contrariada por la espectral voracidad del poema. Me ejercité en hallar los caminos más escabrosos, más inútiles… Nunca eludí un encuentro que antecediera a la desesperación.
Delaté a los dioses del miedo y al deseo —que inventaba demonios.
Vi al placer cerrando los ojos y al terror sin párpados…
Conocí la verdadera palabra: la que migra, la que abandona su escenario de papel, y fui su víctima.
Vislumbré la montaña a la deriva, el río inmóvil, el ardor sumergido…
Procuré no realizar mis sueños para no perder la fuerza del extravío.
Abracé al miedo para descubrir, dancé en círculo para cuidar al sol y tracé un signo furtivo, irrevelable…
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.

Cita de la tierra

Lo tenía todo hasta que llegó la palabra.
Durante la vigilia conocí el grito azul. Probé todas las máscaras incluidas las del tú. Esperé que mi pobreza me hiciera libre y delaté a aquellos que decidieron heredar los desiertos.
Los señalé con mano de sal y deserté de la luz.
La sublevación del deseo nos dejó a la intemperie.
Imitamos la palidez de la luna y curamos la herida del insomnio con la ventana trémula de un cuerpo desnudo.
Las lágrimas, el miedo, las visiones, y todo lo que será recuerdo, me forzó a la fuga de mi rostro.
La tierra citó a sus testigos y los árboles fueron leídos por el viento. El fuego nuevamente interrogó nuestros sueños.
La sangre del amanecer cayó en mi pecho y padecí el cruel reinado de las horas.
No sé cuánto más debo perder para que me sea develado el poema. No sé cuál es la sed que debo atizar para continuaren la respiración. Eludí las rutas propuestas por el sol. Bauticé todo lo perdido. Habité la Edad del grito. Emprendí el camino hacia mi voz.
Y ahora, cuando cierro los ojos, alguien regresa a la vida.

Genesis

Para sobrevivir nos arriesgamos a la memoria, nos entregamos
al vacío.
Ya conocimos el ave de rapiña del viento y la serpiente del
agua. El silencio jamás volverá a separarnos.
Regresamos al sílex, escuchamos la oración del fuego.
Emprendemos el numinoso sobresalto. Vivimos la voracidad de
los hallazgos y el juego espectral del deseo.
El único fruto del árbol al que no podemos renunciar es a su
sombra. Sufrimos la persecución de la primavera –y fue allí
donde la palabra se hizo verde.
Lo que más dura es el instante, lo que más oculta es la luz.
Cuando se interrumpe el tiempo alguien decide nacer.

Descenso a la luz

La noche es mi regreso. Transito el museo de la ausencia.
Todo sufrimiento es inútil para quien no persigue la poesía, para quien no alimenta con sus ojos a las águilas.
Ejercito la sed. Amo tan sólo a quienes no pude salvar.
Ya no existe una oscuridad que guíe nuestros sueños ni los fantasmas del deseo inconcluso; sólo el abyecto intercambio que ha remplazado al rito.
Ya no busco, pierdo…
Y ni siquiera encuentro lugar en el asombro.
No puedo olvidar más. Ni pretendo saber las tres respuestas ocultas por la muerte.
Aquí nadie carece del odio necesario para recobrar el paraíso, ni confiesa su ruda caída en el día.
Debo ser sombra o grito. Retorno o nacimiento.
Cada origen decretará la abolición del yo.
Es entonces cuando la respiración será verde.
Y aunque todo se lo deba al dolor… Avanzo: caigo. Elijo los caminos que no tienen final. Las voces que incendian las tinieblas. El poema.
Tú lo sabes, cuerpo estremecido:
No es en el tiempo donde he puesto mis palabras.

El libro del agua

Nunca dejaré de perseguirte, sagrado delirio. Ni cuando advenga la paz de los injustos. Ni cuando despierte en la oscuridad entre escombros del deseo.
No es en el fuego, ni siquiera en la tierra, donde ha escrito el tiempo: conozco su libro fugitivo.
Todo lo que pretendo cantar no pertenece a la vida.
La marea sigue preguntando y yo suscito oscuridades, hasta que alguien me entregue sus límites.
Todavía busco lo que buscaba.
No sé si el poema sirve contra el miedo. No sé si algún día existirá quien pueda amar a los que reinan. No sé si el hombre seguirá oficiando en altares devastados.
Pero comenzaremos por cobrar todo lo que nos adeuda el silencio. Compartiremos nuestra sed.
El verdadero despojamiento es el que conduce al origen. La luz es tan reciente…
Mis palabras caen como semillas. Mis ojos ya han sido sembrados.
Aquí a mi lado, en este desierto populoso, alguien desconoce la mano que se necesita para morir.

Biografía:

Gonzalo Márquez Cristo (1963-2016), figura cimera de la literatura colombiana, cultivó una rica y polifacética carrera como poeta, ensayista, narrador y periodista. Nacido en Bogotá el 1 de febrero de 1963, su impacto en la escena literaria se evidencia a través de una obra variada y profunda.

Su contribución poética se destaca en cuatro poemarios que exploran las complejidades del amor, la existencia y el tiempo. “Apocalipsis de la rosa” (1988), “La palabra liberada” (2001), “Oscuro Nacimiento” (2005) y “La morada fugitiva” (2013) revelan su habilidad para indagar filosóficamente y reflexionar sobre el destino humano.

La incursión de Márquez Cristo en la prosa novelesca se materializa en “Ritual de títeres” (1992), una obra que le valió reconocimiento y fue reeditada en 2011 para conmemorar dos décadas desde su creación. Además, su labor como periodista cultural se recopila en “Grandes entrevistas de Común Presencia” (2010), un compendio que abarca diálogos con figuras notables como Octavio Paz y José Saramago.

La huella internacional de Márquez Cristo se extiende más allá de sus fronteras natales. Fundador de la revista “Común Presencia” en 1989, su impacto en la escena literaria se amplió con la creación de la Colección Internacional de Literatura “Los Conjurados“. En 2007, junto a la poeta Amparo Osorio, lanzó el periódico virtual “Con-Fabulación“, reconocido con el Apoyo a Mejor Medio Virtual del Ministerio de Cultura en 2011 y 2012.

Su reconocimiento no se limita solo al ámbito literario, ya que en 2015 obtuvo el prestigioso Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot por su obra “Las muertes inconclusas“. Asimismo, fue galardonado con el Premio Literaturas del Bicentenario en 2010 por su contribución en “Grandes entrevistas de Común Presencia“.

Gonzalo Márquez Cristo, a lo largo de su prolífica carrera, exploró las complejidades de la existencia humana y dejó un legado literario que sigue resonando a través de sus poemas, novelas y entrevistas. Su profunda indagación filosófica y su refinada prosa continúan siendo objeto de estudio y admiración en la rica tradición literaria de Colombia y más allá.

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