Poemas:
Prisiones
Esta es la noche que condena el labio
cual si fuera una puerta por sombras custodiada
al fin de reiterados corredores.
Detrás, cae el abismo.
Cada vez que resuena la campana
sólo escuchada por menudos dientes
— el taladro en las duras ondas de la madera,
la carcoma en las grises riberas del espejo
y la herrumbre que habita las huecas vestiduras —
la Nada, con patines de ceniza,
se aproxima a sus sellos.
¡Ah! Detrás de sus goznes,
del enlutado llamador de niebla,
una implacable lámpara vigila
vano golpear de manos mutiladas.
Y en humo cae la sangre.
En la otra medianoche
— ¡perdida, amor, perdida! —
el verano levanta
escolta de jardines para el tránsito
Y todo es un olor a madreselvas.
Pausa
…Nada para decirte porque lo sabes todo.
Sabes que me conduce tu mano a la deriva
a través de la noche donde mi voz se ahoga.
Sabes que las estrellas viran como las naves
y que los faros dicen que el mar es también cielo
como un árbol de sombra en campo anochecido.
Sabes cómo las rosas hacia la muerte caen
con perfume de niebla, en sangre y terciopelo.
Sabes cómo florecen hacia el alba las nubes
en grises heliotropos, en glicinas, hortensias,
y cómo sordas hierbas se iluminan y cambian
cuando una luz que pasa abanica su sueño.
Sabes que cuando parto eres tú quien se aleja;
que donde me detengo tu sangre es mi latido.
En mis ojos tu boca, en mi oído tus manos;
en mis labios tu forma, en mis dedos tu vida,
y tu voz encendiendo el olor de la sombra
en el cuello inclinado, sobre el cabello ardido.
Sabes palomas frías que tus palmas reviven;
sabes islas rosadas que tu gesto suscita;
sabes la flor sombría que tus dedos deshojan.
¿Qué palabras dirían la soledad, el sueño,
ésta mi sangre lenta, éste mi quieto llanto
cuando tu ausencia tala los juncos de mi espera?
No hay quietud en la noche si no callas conmigo.
El alba es de ceniza si no tocas mis sienes.
Si no cierras mis ojos no tiene luz el día.
Lloran, si no me miras, los tiernos animales.
No parte ningún barco si tus pasos se alejan.
Si no tomas mis manos, la tarde es una herida.
Tú; sólo tú. Tú solo en la noche y el día,
bajo el sol y la luna. Como en un viejo piano
un canto roto y lento, lejos y cerca oído,
repitiendo las cosas que los labios callaron.
Amor, amor, no tengo nada para decirte
y el silencio en mi frente como un luto ha caído.
Biografía:
Giselda Zani fue una mujer de mundos múltiples, una poeta de mirada aguda y un espíritu inquieto que transitó las letras, el cine, la diplomacia y el periodismo con la misma intensidad con la que vivió. Nació en Génova en 1909, pero su destino la llevó a transitar los caminos del Río de la Plata, donde su voz encontró un eco singular dentro de la Generación del 45. Dueña de una cultura vastísima, su curiosidad insaciable la convirtió en una de esas figuras inclasificables, siempre en el margen entre la literatura y la vida, entre el análisis y la creación.
Desde joven, Zani absorbió el conocimiento con una avidez casi obsesiva. Su educación, refinada y cosmopolita, le permitió moverse con soltura en los círculos intelectuales más exigentes. Sus contemporáneos la describían como una erudita, una mujer que todo lo había leído y lo sabía todo, pero más allá de la acumulación de saber, lo que realmente definió su obra fue su sensibilidad. En sus poemas y ensayos, se percibe una búsqueda constante, un intento por atrapar la esencia de las cosas, ya fuera en la pincelada de Giotto o en las luces y sombras del cine.
Pionera en la crítica cinematográfica, escribió en revistas y periódicos como Cine Radio Actualidad, el Semanario Marcha y Film, donde compartió páginas con figuras como Homero Alsina Thevenet. Su pluma aguda diseccionaba las películas con una mezcla de lucidez y lirismo, convirtiéndola en una de las primeras mujeres en analizar el cine con la seriedad que merecía. No contenta con abrir camino en la crítica cinematográfica, también lo hizo en el periodismo deportivo: en 1933 entrevistó al legendario José Nasazzi, marcando un hito en la incursión de las mujeres en este ámbito.
La literatura y el arte fueron sus refugios y su campo de batalla. En 1938 publicó La cárcel del aire, un ensayo sobre Giotto, y en 1944 dedicó un estudio a Pedro Figari, reafirmando su interés por la estética y la pintura. Su universo literario se expandió en el contacto con escritores como Jules Supervielle y Enrique Amorim, y en el cruce de cartas con cineastas de la talla de Vittorio de Sica. Su figura, siempre envuelta en cierto halo de misterio, aparece incluso en una fotografía junto a Pablo Picasso, como un testimonio más de su tránsito por las esferas del arte y la cultura.
En la diplomacia, su camino fue tan errático como su vida. Tras un breve matrimonio, ingresó al cuerpo diplomático uruguayo y fue destinada a la Embajada en Asunción del Paraguay en plena dictadura de Stroessner. Un incidente, nunca del todo esclarecido, la obligó a abandonar el cargo y, con él, su visibilidad pública. Lo que siguió fue un silencio absoluto, una desaparición voluntaria de los escenarios que alguna vez había transitado con brillo.
La noticia de su muerte en 1975, en un convento de Mendoza, llegó como un rumor distante, casi irreal. Giselda Zani, la mujer de las múltiples voces, la que se movió entre la poesía, el cine y la diplomacia, terminó sus días lejos de los reflectores que alguna vez la iluminaron. Su legado, sin embargo, sigue latiendo en los márgenes de la literatura uruguaya, en los ecos de una época en la que la cultura era territorio de exploradores intrépidos como ella.