Poesía de Colombia
Poemas de Gil Colunje
Gil Colunje, nacido el 1 de septiembre de 1831 en Panamá, fue un polifacético escritor y político colombiano que dejó una huella perdurable en la literatura y la historia de su país. A lo largo de su vida, Colunje desempeñó roles variados, desde poeta romántico hasta abogado, periodista, presidente de estado y magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Colombia.
Sus primeros años estuvieron marcados por una educación sólida, con estudios primarios en Panamá y secundarios en el prestigioso Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en Bogotá, donde obtuvo su título de abogado. Sin embargo, su verdadera pasión se encontraba en la escritura y la política.
Colunje incursionó en la actividad literaria y periodística desde una edad temprana, contribuyendo con poemas de estilo romántico a periódicos de renombre como “El Panameño”, “La Estrella de Panamá” y “El Neogranadino”. Fundó varios periódicos, incluyendo “El Centinela” y “La Tribuna Federal”, demostrando su compromiso con la difusión de ideas y la expresión artística.
Su legado literario incluye la publicación de la novela “La Virtud Triunfante” en 1849, considerada la primera novela panameña, así como su obra “28 de Noviembre”, un tributo a la independencia de Panamá de España en 1821.
En el ámbito político, Colunje se destacó como un defensor del desarrollo del capitalismo en Nueva Granada. Participó activamente en la “Revolución de Medio Siglo” de 1854, combatiendo en el escuadrón “Guías del General López” y representando al Istmo en el Congreso Constitucional de Ibagué.
A lo largo de su vida, desempeñó diversos cargos, desde diputado hasta procurador general, contribuyendo al desarrollo político de Panamá y Colombia. Fue presidente del Estado Federal de Panamá en 1860, aunque su mandato fue breve debido a la revolución mosquerista que restauró la unión de Panamá con Colombia.
La vida de Gil Colunje estuvo marcada por su dedicación a la política y la literatura, dejando un legado que refleja su pasión por ambas disciplinas. Su participación en eventos clave de la historia colombiana y su contribución a la literatura romántica lo convierten en una figura destacada en la cultura y la política de su época. Falleció el 6 de enero de 1899 en Tabio, Cundinamarca, dejando un legado duradero que sigue siendo objeto de estudio y admiración.
El canto del Llanero
Nuestros hijos sabrán nuestras acciones.
Espronceda.
Coro
¡Llaneros, a caballo! ¡Lanza en ristre,
venid al punto a combatir!… ¡Volad!
¡El pecho ardiente en fuego de venganza,
vamos a redimir la Libertad!
¿No véis allí, de polvo entre esa nube,
hirviente muchedumbre que se agita?
Piérdese, de ella en la espantosa grita,
de una mujer la dolorida voz…
Es de una virgen, cual ninguna, hermosa,
acosada de canes en traílla,
que saltan y que hieren su mejilla,
¡hartos de rabia, con crueldad feroz!
¡Llaneros, a caballo!…
Rasgada está la túnica que viste:
desordenado su cabello ondea:
su pie desnudo, de dolor flaquea;
requema el llanto su abatida faz…
Ora logra escapar a las rechiflas,
y sus lánguidos ojos torna al cielo:
no halla paz en la tierra, ni consuelo;
¡a nadie apiada su dolor tenaz!
¡Llaneros, a caballo!…
Miradla, confundida, despreciada,
su intensa pena devorando sola,
cual se ve en el desierto la amapola
que el viento ha quebrantado en su furor…
¡Que! ¿nos os conmueven su afligido rostro,
su dulce voz, sus ayes lastimeros?…
Oídla demandando a los Llaneros
¡que la presten su ayuda y su favor!
¡Llaneros, a caballo!…
¡Vedla! Ya seco el manantial del llanto,
y en su dolor más bella todavía,
que no ha logrado la infernal jauría
¡apagar en su frente el arrebol!…
¡Esa es la Libertad! La que bajara
al suelo de los Andes entre nubes,
al celeste cantar de los querubes,
¡en los rayos de luz del almo sol!
¡Llaneros, a caballo!…
¡Oh! ¡Se encienden en ira vuestros ojos!
Viéronlos, y se aprestan, los Leones;
relinchan impacientes los bridones,
¡que oyeron del clarín bélico son!…
¡Montad, volad, llaneros esforzados!
Después del triunfo, la ración ligera:
el adalid de Libertad no espera,
para lidiar por ella, su ración.
¡Llaneros, a caballo!…
¿Qué mucho, si nos mira allí la diosa
y nos tiende sus manos suplicantes?…
Llaneros, conoció Vuestros semblantes;
isus hijos vio, su amparo, su sostén!….
Hincad los acicates! Desbocados,
vuestros corceles arremetan fieros;
que si sacais triunfantes los aceros,
¡la misma diosa os orlará la sien!
¡Llaneros, a caballo!…
¡Id! que así arrancaréis nuestros derechos,
a rudos botes, del tirano impío;
y rota su corona a nuestro brío,
¡entre el cieno y su sangre rodará!
Altivos la hallarán nuestros caballos,
con abierta nariz, boca espumante:
La Libertad de América, triunfante,
¡en nuestros fuertes hombros se alzará!
¡Llaneros, a caballo!…
Ella será la herencia a nuestros hijos,
que no tendrán ni sátrapas ni reyes:
sólo serán esclavos de las leyes,
inspiradas por Dios y la Razón.
Y en galardón a nuestro esfuerzo raro,
y eterno en ellos nuestro heroico ejemplo,
tendrá la Libertad de amor un templo
¡en cada americano corazón!
¡Llaneros, a caballo! Lanza en ristre,
¡venid al punto a combatir!… ¡Volad!
¡El pecho ardiendo en fuego de venganza,
vamos a redimir la Libertad!
Al Tequendama
Héme ante ti, soberbio Tequendama,
contemplándote altivo frente a frente!
Aquí me trajo el eco de tu fama,
que dilatada de Occidente a Oriente
el orbe recorriendo, te proclama,
con la voz de su trompeta prepotente,
repercutida en los inmensos Andes,
grande – de Dios entre las obras grandes!
Y, -es cierto, Tequendama-eres sublime!
Tú a mi espantada vista eres un mundo;
su majestad mi pensamiento oprime;
y al escuchar terrífico, iracundo,
tu rudo acento, que en la breña gime,
y al contemplar tu seno furibundo,
lleno de admiración, con santo miedo,
inerte, mudo en tu presencia quedo.
Tú eres el ara inmensa, solitaria,
do, lejos del mundano torbellino,
a Dios su corazón y su plegaria
se acerca a levantar el peregrino;
que si una noche de impiedad, nefaria,
ha sembrado de dudas su camino,
tienes raudal de luz, fulgente y pura
que habrá de iluminar su mente oscura!
Sí Tequendama augusto y solitario!
a gozarme en tu rústica belleza
vine hasta aquí con paso temerario,
y ora inclino mi frente a tu grandeza;
pues miro en tí magnífico el santuario
que en el bosque erigió Naturaleza
para que vengan a adorar las gentes
al poderoso Dios de los torrentes!
¿Quién, al verte tan grande, no se humilla?
¿Quién, al oír tu voz, no teme y ora,
y dobla respetuoso la rodilla?
Que el mismo Dios en tu recinto mora:
el dintel de su alcázar es tu orilla,
que el verde bosque en derredor decora;
El en la tempestad su trono asienta,
y esa es su voz, la voz de la tormenta!
¿Hálito del que anima a la Natura
no es, Tequendama regio, tu neblina?
Tú ocultas el aljófar de la altura:
la lumbre de los astros diamantina;
tú robas a la luna su hermosura;
tú oscureces del sol la faz divina
tú estremeces las bases de los montes;
tú llenas con tu voz los horizontes!
¡Salve, gigante, rey de los torrentes!
Tu vida es un perpetuo cataclismo
tus bullidoras aguas, imponentes,
arrebatadas siempre hacia el abismo
y surgiendo en vapor, verán las gentes:
serás eterno como el orbe mismo;
que el tiempo, con sus alas voladoras,
no deja en tí la huella de sus horas!
Mas ¿dó me lleva mi delirio insano?
¿Eres más, orgulloso Tequendama,
que un átomo mortal? -La misma mano
del que en tu seno con amor derrama
la vida con su aliento soberano,
apagará de tu vivir la llama
y entre tus ruinas ahogará tu grito;
que El solo es el eterno, el infinito!
¿Oh, hermoso Tequendama!, si un momento
parecióme escuchar de Dios airada
la voz de trueno en tu terrible acento;
si el dosel al mirar de tu cascada,
en ella vi de Dios el regio asiento,
fue ilusión de mi mente entusiasmada…
Dios colma con su aliento la Natura;
pero no habita aquí mora en la altura.
Tú no eres de Dios, belleza indiana,
el refulgente alcázar de diamante:
tu pompa tropical, americana,
el rugir de tu voz, fiera y tronante,
y tu niebla sutil, que en la mañana
se eleva al cielo en espiral gigante,
son la ovación magnífica, esplendente,
que ofrenda al Creador un continente!
Al levantar osado a las alturas
Fantástico el vapor de que las pueblas,
tú del sol las espléndidas llanuras
oscurecer pretendes con tus nieblas;
pero él, al desceñir sus vestiduras;
deshace con su brillo tus tinieblas;
que si audaz tu vapor se eleva inmenso,
es delante del sol un leve incienso.
Mas ah! nó, portentosa maravilla!
Tú eres gigante como el orbe mismo!
Yo otra vez detuviérame a tu orilla,
si oprimiera mi frente el esceptismo,
a contemplar tus nieblas sin mancilla.
a penetrar en tu horroroso abismo,
para mí manantial en luz fecundo,
porque me llevo en tu recuerdo un mundo!
28 de Noviembre
Yo no tengo del vate afortunado
ni el estro, ni la voz, ni la armonía,
para cantar tus glorias, ¡patria mía!
y tu nombre y tus héroes bendecir.
Mas si no sé pulsar el arpa de oro,
ni arde en mi sien el numen soberano,
yo tengo un corazón americano,
que sólo por tu amor sabe latir.
Por esto, al recordar que destrozaste
el yugo a que un tirano unció tu frente,
tu mengua olvido en mí entusiasmo ardiente,
para romper, de gozo, mi laud,
pero, ¡ay! a mi pesar viene a mis labios
un recuerdo que traigo en la memoria,
de esa sangrienta, criminal historia
de tu pasada, negra esclavitud.
Aún me parece que te miro esclava,
aherrojada entre grillos y cadenas,
y que un eco no encuentras a tus penas
sino del hierro en el ingrato son;
que sueñas Libertad! en tus ensueños;
que gritas ¡Libertad! en tu agonía,
y que, al nacer, la luz del claro día
disipa tu esperanza y tu ilusión!…
Oh!, se eclipsaba el horizonte hermoso
que el mundo de Colón miró en su cuna,
y ya sólo, al fulgor de opaca luna,
contemplaba horroroso el porvenir,
cuando de pronto se tomó el gigante,
irguió la frente y proclamó la guerra,
tronó la tempestad, ardió la tierra
y dio principio el fiero combatir…
Larga, tenaz, sangrienta fue la lucha
que sostuvieron con ardor los bravos
que en héroes convirtiéronse, de esclavos,
para legarnos libertad y Honor;
pero un día ayudó su obra de gloria
del mismo Dios la poderosa mano,
y en la frente sañuda del tirano
rompieron sus cadenas con furor!
¡Fué una lucha de dioses! Lucha santa,
do vindicaba un mundo sus derechos,
que ultrajados miró, rotos, deshechos
¡en el nombre de Dios y de la Cruz!…
Mas huyan de mi mente esos recuerdos
al recuerdo glorioso que hoy me inflama,
hora que un sol de libertad derrama
sobre este suelo su brillante luz.
Y tú, Bolívar. ¡Dios de la Victoria!
Tú cuyo aliento devolvió la vida
a esta Patria otro tiempo envilecida;
tú, que de un mundo fuiste Redentor,
¿por qué no vienes a animar tu sombra
y en sus pupilas a encender el fuego,
hoy que este pueblo, de entusiasmo ciego,
alza a la Patria cánticos de amor?…
iAh!, te comprendo, ¡espíritu divino!
Duerme en tí pesaroso un pensamiento;
cuando un ángel te alzaba al firmamento,
viste al borde a Colombia del no ser…
Colombia, la Colombia de tus sueños,
la que llenara al mundo con sus glorias,
ya sólo deja plácidas memorias…
¡mas nunca llegarán a perecer!…
¡No! Que si un tiempo la Discordia impía
A pueblos dividió que eran hermanos,
siempre esos pueblos fueron colombianos
y a través de los siglos lo serán.
¡Y si los vieras hoy! … ¡Si tú los vieras!…
¡Otra vez por Colombia ya se unieron,
y en su nombre querido se ofrecieron
que juntos han de ser o morirán!
Sí, ¡Padre de Colombia! Ven y mira
las naciones que hiciste con tu espada,
naciones que sacaste de la nada
como sacara Dios su Creación…
¡Ven y míralas hora!… ¡Sonreirías
de orgullo, al contemplar cuál se engrandecen!
Ven y miralas cuán gigantes crecen,
y dales otra vez tu bendición.
Que si no van en busca de laureles,
hora al campo inmortal de la victoria,
otros laureles ciegan, otra gloria,
a la sombra feliz de la alma Paz.
Ya no hay aquí señores ni tiranos
contra quienes erguir la fuerte lanza…
A la horrísona voz de la venganza
siguió un grito de unión y de solaz.
Hoy abren estos pueblos a los pueblos
el que Dios les donó, suelo fecundo,
y el Mundo de Colón y el Viejo Mundo
en breve un sólo pueblo formarán.
Tú acabarás de redención la obra,
lazo del Orbe, templo del Océano!
En tí los hombres, Istmo Americano,
juntos, a Dios adoración darán.
- Serafina Núñez
- Jean Tardieu
- Ludwig Zeller
- Antonio Fernández Lera
- Jesús Orta Ruiz
- Héctor Gagliardi
- Roxana Popelka
- Manuel María Pérez y Ramírez
- Paloma Palao
- Chantal Maillard
- Luis Rafael Hernández Quiñones
- Julia Ward Howe
- René Char
- Rafael Maya
- Ramón Cote
- Gregorio Castañeda Aragón
- Teresa Gómez
- Rosario Sansores
- Camilo José Cela
- Domingo F. Faílde