Poemas:
Azul en el ombligo
Pocas cosas
más elocuentes que los silencios de las gárgolas,
cuando las noticias meteorológicas
confirman una tendencia imparable
de fatuos relámpagos,
si flamean las rodillas y la lengua demanda peces,
pues no es extraño que sean
otros labios cercanos
quienes cultiven la semilla robada a la noche,
su madurez preinstalada
como voz que rebota por dentro
-aún lectora tardía-,
y sale al paso del trueno
o crece en elasticidad.
El ojo de la aguja.
La mirada de la aguja.
Los belfos del viento por las arcadas.
Con las cejas pobladas
Lo mires por donde lo mires
el fenómeno es siempre el mismo:
muros ante la soledad
que corren riesgo de hundimiento
en los días plañideros.
Ruina, araña y polvo.
Noches trazadas con líneas borrachas,
en las maderas que sopesan
lo ofrecido con lo tomado
y velan.
A veces, sin embargo, aparecen
minúsculas invenciones,
-llueve sobre mojado-
la sustancia de ese adentramiento que es
la hora más difícil.
(Tú sabes apreciar estas cosas;
nobleza obliga.)
A menudo, están al alcance de la mano,
entre la espada y la pared,
primeros geranios del balcón
que despiertan un legítimo delirio,
legendario.
El tópico se hace realidad cuando
el examen consiste en crear espacios ilusorios,
postales, billetes, grifos y muñecas.
Tiovivos salidos de tu boca
en el patinaje silencioso de los sueños
y las vidas,
rutilantes, como rosas
sobre terciopelo negro.
De la seria hostilidad de los ritmos
para perder los papeles y las formas
ya tienes factura.
Erupción nasal
Un buen día, las cosas
se fueron por otros derroteros,
y el vientre se te quedó
tapizado de polvo y de desidia.
Las circunstancias que envolvieron
tu embelesamiento
te colocan en el umbral de un prodigioso
y complejo retablo, donde las palabras
curan la pasión
como cualquier otra deformación profesional.
Acaso la extraña actitud,
tu gallardía de entonces,
se debiera principalmente a los efectos benéficos
de la brisa serena y celosa
sobre su busto.
Ya está.
Aclaradas las cosas,
no hace falta ir más adelante.
Erupción cutánea
Es en la pureza,
en la vecindad botánica de las palmeras enanas donde
invocas difusos conflictos con la métrica y las formas
académicamente perfectas.
En la cuerda floja del equilibrista,
donde se juegan el sueño los ángeles
disipados en humo y cenizas exteriores.
Pero sobre todo,
en la renuncia
a un lenguaje que remite al deseo de alimentarte
exclusivamente de lirismo.
Cielos
al rojo vivo,
por un territorio exento
de reproches en que los grandes astros
se han ido incorporando lenta,
muy lentamente…
El ojo del huracán
Gracias a la generosidad de la lluvia
has mesurado esta tarde
los extremos recónditos del jardín:
un fotograma en blanco y negro. Lentitud
que ennoblece la llanura del plano
y te convoca a la calidez
de otra historia, reduciéndolo todo
a su última pasión nefanda.
Como un amor adolescente
o un atentado terrorista,
en cuya gravitación se mueve, inexorable,
la palabra que conspira
-desalmada-,
puesta al servicio de unos dogmas
que buscan equivalencia
entre el espíritu y la forma,
entre el amanecer y el mar.
Quizás,
después de todo,
la verdadera poesía está
fuera del tiesto.
Falo de ayer
Profanas candelas te conducen
permanentemente a callejones sin salida,
huecos donde pierden el perfil las caricias
y la sombra aborrece la salada fluidez
de la almendra.
Básicamente
es el viento quien esta tarde
pone el dedo en la llaga,
consciente
de su poder evocador de bramidos y naufragios,
cuando empieza a narcotizarte
la rutina, y los sonetos
no aportan un grano de arena al espejo
que se encorva al final del pasillo.
!Qué lujo hubiera sido
poder atisbar ese mar azul,
jardín de flores mestizas
con los estambres cargados de polen
y el diálogo siempre en clave!
Hilos, cabellos, tejido
Ya no vale la excusa del perfil abierto
para sepultar la carne arracimada,
ni someterse al ritual
salvaje de las evidencias.
Sobre todo cuando es ocioso
cumplimentar los expedientes de crisis
en la mañana intacta,
y el escorzo infantil con que olvidar
la nieve se te ha quedado solo
en el bolsillo.
El puro rigor literario
se te muestra más bien desnudo,
hoy,
mientras planea la luz invernal
sobre la mesa revuelta de trabajo.
Intenso cultivo de ojeras
Solemne desgranas
la contenida fascinación por las sombras, racimos,
que jamás serán capaces de apresar
el infortunio del otoño,
el himno tan guardado.
Banderas recónditas, pero implacables,
que abren las ventanas de par en par
y establecen un contrapunto de delicadeza
y malicia.
Luego
has ido fermentando
argumentos de esplendor feliz,
sutilísimas veredas interiores,
limítrofes con el sueño.
Arroyos
que destilan esperanza
en un diálogo interminable
con los vidrios del ajuar, cerrado.
(Alguna vez
los símbolos -erre que erre-
fueron un modo singular de resistencia).
Biografía:
Genaro Ortega Gutiérrez. (Córdoba, 1960). Escritor y poeta español.