Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Gabriela Escobar

Gabriela Escobar Dobrzalovski, nacida en Montevideo en 1990, es una de esas voces que resuenan con fuerza en la poesía y la narrativa contemporánea de Uruguay. Escritora y música, Escobar ha sabido entrelazar su identidad artística con la pasión por la palabra, creando una obra que es a la vez íntima y universal. Desde muy joven, fue moldeada por las calles de Montevideo, una ciudad que late en cada uno de sus versos, y que también es testigo del recorrido literario de esta autora que ha sabido hacerse un lugar destacado en la literatura del Río de la Plata.

La poesía de Escobar se caracteriza por una fuerte presencia de lo sensible y lo cotidiano, donde las experiencias personales cobran un tono de trascendencia. Su participación en la antología *Devotas*, que recoge textos lésbicos de autoras de Uruguay, Argentina y Brasil, es un reflejo de su compromiso con la diversidad y la exploración de la identidad. A través de sus palabras, la poetisa uruguaya explora temas de género, deseo y pertenencia, siempre con una mirada honesta y penetrante.

En 2021, Gabriela Escobar publicó su primera novela, *Si las cosas fuesen como son*, con la cual no solo confirmó su talento narrativo, sino que también se hizo acreedora del prestigioso Premio Juan Carlos Onetti de Narrativa. Esta obra, cargada de reflexiones sobre la naturaleza humana, la verdad y las relaciones, le permitió llegar a un público más amplio y traspasar fronteras. Dos años después de su lanzamiento, la novela fue publicada en Chile y España, consolidando a Escobar como una escritora de renombre internacional.

Gabriela Escobar no solo es una creadora de historias; es una tejedora de emociones. Sus letras atraviesan el alma del lector, invitándolo a habitar los espacios íntimos que crea con una sensibilidad única. En su prosa, como en su poesía, hay un deseo palpable de explorar los límites del lenguaje y las emociones humanas, lo que la convierte en una figura esencial de la literatura uruguaya contemporánea.

Epílogo

Todo tiene un fin,
las ilusiones, las lujurias punzantes,
los idilios, sustento de la hombría,
y la bella edad.

Todo tiene un fin.
La vida vivida,
el garbo, el donaire,
la satisfacción de secreciones esparcidas
en mil vientres.

Se extingue el otrora mancebo;
tiene desdentada la sonrisa,
la virilidad se ha despedido
para no volver.

Envejeció al ritmo del tiempo,
su luz se opaca
entre sombras y ocaso.

Calla la noche,
el pulso decrece,
la conciencia se aletarga
y balbuceos renacen
en la comisura de los labios.
Vuelve al inicio,
antes de que llegue el fin.

Quebranto

Mi corazón clama,
en el oro de la torre,
entre el mármol de la abadía
y no le encuentro.

Entre alas de paloma
lo extraño,
extraño el ardiente abrazo de las lenguas,
la canción que caía de los árboles a su paso,
los desatinos, los dislates
y su pelo negro.
Extraño la resonancia
del césped mojado.

Se acaba el día y él no vuelve,
mis párpados estampa agridulce,
sonrío, lamento, lloro.

La noche es de los grillos,
muere la esperanza,
en este mundo áspero
de emociones imprecisas
sufro yo
y sufre el tiempo.

Esperanza inmutable

Si alguna vez enloquezco
y languidece la memoria
o me perturban las ideas,
si deambulo taciturna
e inconsciente
y mi boca pare blasfemias.
Si enloquezco
y mil voces
hablan a un tiempo,
si divago entre risas y cantos
o guardo en silencio
un recuerdo de ti.
Jamás olvides
que me amaste lúcida.
Te suplico
¡ámame insania!
¡ámame ida!
¡ámame loca!

Concluye la vigilia

Enmudece la oración
y el mensaje queda trunco,
¡estoy aquí!
los vientos del sur me guiaron.
Tras de mí avanza una silueta blanca
y el polvo aguarda impaciente, lo sé.

Cuatro paredes alinean los músculos.

El estanque irrigará las venas,
raíces serán brazos
y los ojos, flores de mirto.

Un ángel custodia el sueño
de mis días preservados.

Cambia la coexistencia,
el rostro es albo,
apacible la sonrisa,
los huesos

fecundarán la tierra que amo.

¡Mírame, soy yo!

Sosegado me voy.
Moraré en idílicos recuerdos
y en reconciliación

la tibia oscuridad.