Poetas

Poesía de México

Poemas de Francisco Hernández Pérez

Francisco Manuel Hernández Pérez (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 20 de junio de 1946) es un poeta mexicano. Nació en San Andrés Tuxtla, Veracruz, el 20 de junio de 1946. Estudió publicidad, profesión en la que se desempeñó durante casi 30 años, al tiempo que escribía poemas. Ha recibido varios de los premios de poesía más prestigiosos de México.

Machismo

En la escuela me excluyeron de un grupo
por no ser diestro, después me sentaron aparte
al preguntar el porqué de algunas cosas,
me tacharon de blasfemo por mis dudas
me ataron a diez nombres diferentes
por practicar la honestidad y la locura.
Se atrevieron a decirme maricón
por no respetar las reglas de la manada
y por amar tan solo una mujer
y no patearla, por escribir poemas
en vez de perseguir balones o encestar,
por cuidar de la flora y de la fauna
y todo lo que tiene vida,
y estuve a punto de escribir en otro estilo
para no ser catalogado de romántico.

Con todos, tuve que comprender el lenguaje vulgar,
los malos hábitos y fumar lo malo de la vida.
Aprendí a golpear y a protegerme.
En mi mocedad visité prostíbulos
y cantinas de mala muerte,
demostraba mi cariño con ofensas
y fui, y sigo siendo macho
como todos mis amigos, y soy el mejor
en tocarle el culo a la imaginación.
pero nadie, absolutamente nadie hasta la fecha
me ha enseñado a comportarme como “Ser Humano”.

Las gastadas palabras de siempre

Déjame recordarte las gastadas palabras de siempre,
los armarios que encierran la humedad de los puertos
y el sabor a betel que dejas en mis labios
cuando desapareces en el aire.
Déjame tender tu cabello a la sombra
para que la penumbra madure como el día.
Déjame ser una ciudad inmensa, un bote de cerveza
o el fruto desollado ante la espiga.
Déjame recordarte dónde me ahogué de niño
y por qué hace brillar mi sangre la tristeza.
O déjame tirado en la banqueta, cubierto de periódicos,
mientras la nave de los locos zarpa
hacia las islas griegas.

Muero por deslizar, verticalmente mi lengua

Muero por deslizar, verticalmente,
mi lengua entre tus labios.
Por humedecer, horizontalmente,
el imposible rencor de tus encías.

Se me antojan tus ojos cuando,
repletos de placer, miran empavesados
espejismos.

Desnúdate. Blanquea la oscuridad.
Ya crecieron mis uñas.
Ya encaminadas van hacia tus labios.