Poesía de México
Poemas de Francisco González Guerrero
Francisco González Guerrero. Fue un periodista, diplomático y académico mexicano.
En el campo de la crítica y de las monografías literarias, Francisco González Guerrero (1888-1963), el poeta de Ad altare Dei (1930), y autor de antologías de Sonetos mexicanos (1945) y de Gutiérrez Nájera (1946), de ediciones de las Prosas de Nervo (Madrid, 1956) y las Poesías completas de Gutiérrez Nájera (2 vols., 1953), reunió algunos de sus estudios en Los libros de los otros (1947), colección a la que deberán agregarse los que escribió posteriormente.
FLOR DE VIDA
Abro a la vida el alma temblorosa, cual rosa
de nómades fragancias en un jardín de luz.
La abro para que beba la misericordiosa
linfa, perennemente constelada y azul.
La dejo abierta a sol y abeja y mariposa,
y al beso de los cuatro vientos de la inquietud:
al Poniente, al Oriente —oro y pluma preciosa—
y a los dardos del Norte y a los fuegos del Sur.
Y —oh supremo milagro de la ilusión !— en una
casta noche sin velos y ubérrima de luna,
me embriagaré de ensueño junto al dormido mar.
Y la Siempre Olvidada—que es dulce, y reverencio—
deshojará mi vida sobre el vasto silencio
cual ramo de azahares en la noche nupcial.
SUEÑO
Estoy temblando de un sueño
que no acaba en la vigilia;
olas obscuras de un sueño
sin orillas.
Se oyen golpear dos remos
alejándose en mi vida.
Del harén huye el Barquero
con mi ilusión favorita.
CATECISMO
La juventud su breve catecismo,
letra por letra, me enseñó una vez:
—Corta las rosas, córtalas hoy mismo;
de su recuerdo vivirás después.
VÍRGENES
La sed, el hambre, no sé
qué nos roe
—dentro—
cuando las muchachas frescas
pasan junto,
¡tan riendo!
Cuando
—fruta, linfa clara—
en vano hacia ellas tendemos
nuestra cóncava esperanza.
¡Oh las vírgenes de pechos
duros,
que nadie ha tocado
sino las manos del viento!
MUJER
La ojiverde doncella Melibea
—plata en la risa, en las palabras oro—
con su silencio, luz de meteoro,
hace el milagro d e la lira orfea.
Entre las musas décimo decoro,
tetas buidas que el cendal rodea,
pies co o lilios de claror febea,
danza al ritmo profundo de mi lloro.
Flagra mi voz en llama temblorosa.
Ella sigue el de flores largo imperio,
ambulante prodigio en alta rosa.
No derrumban esporas de sahumerio
vigilante virtud de esquiva diosa.
¡Oh mujer, reina y madre del misterio!
MIENTRAS TU PRIMAVERA…
Mientras tu primavera
ágilmente caminas
y vas, risueña y pródiga,
sin apreciar los días,
como si deshojaras
dóciles margaritas,
sé llena de ignorancia
mas sabia de alegría,
desbordante en amables
canciones, y florida
igual que tu olorosa
calleja de provincia.
Ardiente y solitaria,
eres la lamparilla
de un altar en penumbras
al apagarse el día.
Tus oraciones tienen
alas como sonrisas;
dulces preces a un tiempo
obscuras y sencillas,
hechas con un encanto
de gracia gongorina.
¡Oh palabras, palabras,
palabras que destilan
amor, como en embrujo
de esencias exquisitas!
Que suenen cual la música
de abejas, tan sabida,
cuando en tus generosos
rosales melifican;
pero que entre los labios
te dejen el enigma,
y a veces, repitiéndolas,
te quedes pensativa.
Por la floresta muda
de un sueño, tu alegría
se alejará cantando
quizá una tarde estiva;
volverás con el alma
coronada de espinas,
con el cuerpo cansado,
y una desconocida
ansia que siendo nueva
parece muy antigua.
Y te hablará la noche
con la sabiduría
de una anciana que ha andado
las sendas de la vida.
Que se tiendan entonces,
dulcemente solícitas,
dos manos cariñosas
—¡oh, si fueran las mías !—
para llevar tus leves
pasos a la escondida
soledad, vaso obscuro
de sombra y de caricia.
Que te espere un silencio
ancho, de piel felina;
como flor de reposo,
blanca alcoba tranquila
donde cierre los ojos
una lámpara extinta;
y que descanses entre
dos brazos defendida,
antes de que a la puerta
venga a llamarte el día …
CANTADORA
-Bachiller en caricias, arcipreste
catador del instante que perdura,
sorbí en las rosas el vino celeste,
cabalgué en una noche la aventura.
Beso de la muchacha de voluntad mostrenca
que en la plaza de gallos está de cantadora.
ojos lentos, sublimes pechos de pecadora,
¡carne ambarina y dulce como la miel en penca!
SERRANILLA
Entre las vaqueras
ella no tenía
sino su sonrisa.
No tenía nada
sino su tez de manzana.
No tenía nada
sino dos frutas sazonando
almíbar en la rama.
Nada
sino un racimo de uvas
y violetas ocultas.
Nada
sino lo que diera
con el gesto del que no da nada.
Yo tenía hambre.
- Félix María Samaniego
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