Poemas:
FLORES DEL CORAZÓN
¡Siempre mis ojos húmedos del llanto
Que arranca al corazón el desconsuelo!
¡Un eco siempre de mortal quebranto,
Siempre un gemido de dolor y duelo!
Grito es que lanza el corazón herido
Por la mano cruel de los dolores;
Llanto que sin cesar ha humedecido
De mi esperanza las marchitas flores.
¡Flores del corazón! ¡flores queridas!
Aquí en mi pecho con amor guardadas,
Con el amor de una mujer nacidas,
Y con su amor también alimentadas!
¿En dónde estáis que no os encuentro? ¿en dónde?
No fueron ¡ay! mis ilusiones ciertas,
Y acá en mi pecho á mi clamor responde
Una voz que me dice que estáis muertas.
¿No os volverá de nuevo á la existencia
El abundante lloro que derramo?
¿No creceréis de nuevo á la influencia
De la mujer que en mis delirios amo?
Como flores del valle que galanas
Se abren bebiendo gotas de rocío,
¡Flores del corazón! así lozanas,
Creced vosotras con el llanto mío:
Que me embriague de nuevo vuestro aroma,
Que contemple otra vez vuestros colores,
Y cual canta en el valle la paloma,
Os cantaré también, ¡benditas flores!
Que mi lira con lágrimas regada
Recobre por vosotras su armonía;
Y el alma á sus delirios entregada,
Torne á gozar, como gozar solía
Como único consuelo á mi tormento
Yo he cantado mis íntimos pesares;
Y alivio á mi dolor con triste acento,
Pedí llorando al pie de los altares.
Mis cantos son la postrimera ofrenda
Que he consagrado á la mujer que adoro;
Ellas han sido de mi amor la prenda,
Prenda regada con mi amargo lloro.
Yo he vagado á merced de mi destino
Abandonado y triste por el mundo,
Y no he encontrado en mi infeliz camino
Quien comprendiera mi dolor profundo.
Y era á mi pecho bálsamo suave
Gemir, cantar mis íntimos dolores,
Como en el bosque solitaria el ave
Llora al perder sus cándidos amores.
Si en mis eternas horas de martirio
He cantado, mi Elisa, nuestra historia,
Es que siempre acompaña á mi delirio
De nuestro amor perdido la memoria.
He querido, mi bien, que mis acentos,
Que en el espacio azul se habrán perdido,
Fueran llevados por los raudos vientos
A resonar como antes en tu oído.
Imaginaba la ardorosa mente
Que al escuchar mi cántiga sencilla,
Una lágrima acaso tristemente
Rodara por la cándida mejilla.
Ella hubiera aliviado mis dolores,
Y al realizarse mi ilusión querida,
Del corazón las agostadas flores
Hubieran vuelto á recibir la vida.
A ti sola dijera mis pesares
Si te tuviera a ti, dulce amor mío;
Y tú sola escucharas los cantares
Que sin cesar en mi dolor te envío.
Te dijera en secreto mis amores
Sin más testigo de mi amor que el cielo,
Y al confiarte mis íntimos dolores,
Te pidiera en secreto mi consuelo.
Y unidas nuestras almas por los lazos
Que no pudiera desatar la suerte,
Me sorprendiera alegre entre tus brazos
Amor soñando la temida muerte.
Atrevida la mente ora se lanza
En pos de una ilusión; la ve risueña
Cual un tiempo brillar en lontananza…
¡Cual un tiempo también la mente sueña!
Tras densa nube mi ilusión se esconde,
Do quier la busca mi mirada incierta,
Y una voz si la llamo me responde:
“Esta la flor de tu esperanza muerta.”
Entonces el corazón lanza un gemido,
Vuelvo a pulsar mi desacorde lira,
Y al compás de su acento dolorido
De nuevo el alma de dolor suspira:
Y sin tener á quien confiar mis penas,
Elisa, á ti mis cántigas envío;
A ti, mi bien, que en horas más serenas
Sensible fuistes al acento mío.
Si llegaren á ti, si se estremece
Al escucharlas con recuerdos tu alma,
Piensa que al pecho que por ti padece
Solo tu amor le volverá la calma.
Mas de mi lira romperé las cuerdas
Si su vibrar tristísimo te enoja,
Cual destrozaste, Elisa, ¿lo recuerdas?
La flor del corazón, hoja por hoja.
Pronto cual ella acabará mi vida;
No quiero, no, que ante mi tumba llores;
Pero al verme espirar, compadecida
Vuélveme al pobre corazón sus flores.
Himno nacional Mexicano
Volemos al combate, a la venganza,
y el que niegue su pecho a la esperanza,
hunda en el polvo su cobarde frente.
Coro
Mexicanos, al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.
I
Ciña ¡Oh Patria! tus sienes de oliva
de la paz el arcángel divino,
que en el cielo tu eterno destino
por el dedo de Dios se escribió.
Mas si osare un extraño enemigo
profanar con su planta tu suelo,
piensa ¡Oh Patria querida! que el cielo
un soldado en cada hijo te dio.
II
En sangrientos combates los viste
por tu amor palpitando sus senos,
arrostrar la metralla serenos,
y la muerte o la gloria buscar.
Si el recuerdo de antiguas hazañas,
de tus hijos inflama la mente,
los laureles del triunfo, tu frente,
volverán inmortales a ornar.
III
Como al golpe del rayo la encina
se derrumba hasta el hondo torrente
la discordia vencida, impotente,
a los pies del arcángel cayó.
Ya no más de tus hijos la sangre
se derrame en contienda de hermanos;
solo encuentre el acero en tus manos
quien tu nombre sagrado insultó.
IV
Del guerrero inmortal de Zempoala
Te defiende la espada terrible,
Y sostiene su brazo invencible
tu sagrado pendón tricolor.
Él será del feliz mexicano
en la paz y en la guerra el caudillo,
porque el supo sus armas de brillo
circundar en los campos de honor.
V
¡Guerra, guerra sin tregua al que intente
de la patria manchar los blasones!
¡guerra, guerra! los patrios pendones
en las olas de sangre empapad.
¡Guerra, guerra! en el monte, en el valle,
los cañones horrísonos truenen
y los ecos sonoros resuenen
con las voces de ¡Unión! ¡Libertad!
VI
Antes, Patria, que inermes tus hijos
bajo el yugo su cuello dobleguen,
tus campiñas con sangre se rieguen,
sobre sangre se estampe su pie.
Y tus templos, palacios y torres
se derrumben con hórrido estruendo,
y sus ruinas existan diciendo:
de mil héroes la patria aquí fue.
VII
Si a la lid contra hueste enemiga
nos convoca la tropa guerrera,
de Iturbide la sacra bandera
¡Mexicanos! valientes seguid.
Y a los fieros bridones les sirvan
las vencidas enseñas de alfombra:
los laureles del triunfo den sombra
a la frente del bravo adalid.
VIII
Vuelva altivo a los patrios hogares
el guerrero a contar su victoria,
ostentando las palmas de gloria
que supiera en la lid conquistar.
Tornáranse sus lauros sangrientos
en guirnaldas de mirtos y rosas,
que el amor de las hijas y esposas
también sabe a los bravos premiar.
IX
Y el que al golpe de ardiente metralla
de la Patria en las aras sucumba
obtendrá en recompensa una tumba
donde brille de gloria la luz.
Y de Iguala la enseña querida
a su espada sangrienta enlazada,
de laurel inmortal coronada,
formará de su fosa la cruz.
X
¡Patria! ¡Patria! tus hijos te juran
exhalar en tus aras su aliento,
si el clarín con su bélico acento
los convoca a lidiar con valor.
¡Para ti las guirnaldas de oliva;
¡un recuerdo para ellos de gloria!
¡un laurel para ti de victoria;
¡un sepulcro para ellos de honor!
CANTO A LA NOCHE
Declina el sol y su postrero rayo
dora no más las cimas de los montes,
y colora los anchos horizontes
purísimo arrebol.
Cesan los trinos de canoras aves
que levantaron a su nido el vuelo,
lánguida inclina su cabeza al suelo
doliente girasol.
El suave ruido de la clara fuente
se une al acento de la brisa inquieta
que al blanquísimo nardo y la violeta
acaricia al pasar.
La ninfa del arroyo cristalino
el leve soplo de las auras riza,
y por la verde alfombra se desliza
con blando murmurar.
Y se mecen las copas de los árboles
con uniforme tenue movimiento,
y entre sus hojas fugitivo viento
exhala su gemir.
De las montañas las confusas sombras
se extienden por el valle lentamente,
y se queja la tórtola inocente
mirando el sol morir.
Parece que a su muerte la natura
entristecida con dolor se inclina;
al brillo de la estrella vespertina
la flor se marchitó.
Y reina luego en el inmenso valle
un silencio dulcísimo, profundo;
que ya la noche sobre el ancho mundo
sus alas extendió.
Al desplegarse su estrellado manto
en la extensión de la celeste esfera,
del cometa la luenga cabellera
se mira aparecer.
Como pequeñas llamas que se lanzan
desde el inmenso cielo, exhalaciones
fugaces de los aires regionales
se miran correr.
Y la luz argentada que suave
derraman de su seno las estrellas,
desde ese cielo do se ostentan bellas,
mi frente iluminó.
La luna por oriente apareciendo,
la cima de los árboles copados,
los montes, las colinas y los pardos,
con su esplendor bañó.
Y las brisas repiten el acento
que débil lanza mi armoniosa lira,
tierno cual el del cisne que suspira
a orillas de la mar.
Tu calma, ¡Oh noche!, tu apacible luna,
tus millares de estrellas centelleantes
que derraman sus rayos de diamantes,
todo convida a amar.
El alma en tu silencio vive y goza
soñando con tus mágicos encantos,
por eso, alguna vez, férvidos cantos
mi voz te consagró.
Por eso siempre en la memoria mía
fijos están, ¡oh noche, tus placeres,
y nunca, nunca, para el alma mueres
que tu silencio amó!
¡Cuán grata es para mí la dulce calma!
Veloz mi canto por los aires vela,
y el rayo de la luna que riela
se posa sobre mí.
¡Ah! Suspende, suspende tu carrera
en las inmensas bóvedas del cielo,
y mi canción remontará su vuelo
hasta llegar a ti.
Pura noche,
a tus fulgores
mis amores
cantaré;
pura noche,
los destellos
de tus astros,
siempre bellos
con amor recibiré.
Sólo un canto
de alegría,
tu silencio turbará,
y ese canto
la voz mía
por ti, ¡oh noche!,
elevará.
Porque yo amo
tu silencio
y tu sombra,
y tu quietud;
porque tú
mi encanto fuiste,
noche triste,
en mi ardiente juventud;
porque tienes,
noche pura,
mil recuerdos
de ventura
y de placer;
porque tienes
en tu calma,
para mi alma,
el recuerdo
del amor
de una mujer.
¡Oh, tú, mujer! mi amor y mi tesoro,
que mi vida formas el encanto;
a ti consagro el amoroso canto
que elevo al son de mi laúd sonoro.
Elisa bella, con pasión te adoro
y un altar en mi pecho te levanto,
porque tierna aliviaste mi quebranto,
porque enjuagaste con tu amor mi lloro.
Ven a cantar conmigo mi ventura,
a la luz de estos astros brilladores,
el rayo de la luna que fulgura
alumbre nuestros cándidos amores.
Y, pues eres el ángel que me inspira,
tuyos serán los ecos de mi lira.
Biografía:
Francisco De Paula González Bocanegra (San Luis Potosí, Mexico, 8 de enero de 1824 — Ciudad de México, 11 de abril de 1861), fue un poeta lírico, dramaturgo, crítico teatral, orador y articulista, autor de los versos del Himno Nacional Mexicano.
Fue hijo del soldado español José María González Yánez y de Francisca Bocanegra Villalpando, nativa de Pinos, Zacatecas, hermana de José María Bocanegra, ministro de relaciones exteriores en el gabinete de Vicente Guerrero. Nació en San Luis Potosí, debido a que su padre era de origen español, fue desterrado a España con su familia en 1827. Se asentaron en la ciudad de Cádiz hasta que, el 28 de diciembre de 1836, la familia regresó a San Luis Potosí, en México, donde el joven Francisco se dedicó al comercio, tres años después de que España reconociera la Independencia de México. El 8 de junio se casa con su prima, Guadalupe González del Pino y Villalpando, teniendo con ella cuatro hijas.
En México, frecuentaba los centros de reunión literaria, como la Academia de Letrán, en donde conoció a destacados poetas, literatos y periodistas. Dejó el comercio ingresando a la administración pública donde desempeñó diferentes cargos. Fue administrador general de caminos, censor de teatro y editor del Diario Oficial del Supremo Gobierno.
Separado de su familia, Francisco González Bocanegra enfermó de tifus, muriendo en la Ciudad de México, el 11 de abril de 1861, sus restos fueron sepultados en el panteón de San Fernando y después trasladados al panteón civil de Dolores, a la “Rotonde de las Personas Ilustres”, en 1901.