Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Francisco Acuña de Figueroa

Francisco Esteban Acuña de Figueroa, nacido en Montevideo el 3 de septiembre de 1791, es una figura fundamental en la historia literaria de Uruguay, considerado con justicia como el primer poeta nacional. Hijo del Tesorero de la Real Hacienda, Jacinto Acuña de Figueroa, y de Jacinta Vianqui, comenzó su educación en el Convento de San Bernardino, continuándola en Buenos Aires, donde completó su formación en el prestigioso Real Colegio de San Carlos. Desde joven, su talento literario lo distinguió, pero sería su pluma la que dejaría una marca indeleble en la identidad de dos naciones.

Acuña de Figueroa es célebre por ser el autor de las letras de los himnos nacionales de Uruguay y Paraguay, obras que resuenan como símbolos patrios hasta hoy. Sin embargo, su lealtad no estuvo con la causa independentista, sino con los gobiernos coloniales de Francisco Javier de Elío y Vigodet. Esta postura lo llevó a exiliarse en Río de Janeiro en 1814, tras la caída de Montevideo, donde desempeñó funciones diplomáticas para España en la Corte Portuguesa. Su regreso a Montevideo en 1818, después de la derrota de José Artigas y bajo el dominio portugués, marcó el inicio de una etapa de estabilidad y servicio público.

Acuña de Figueroa no solo se destacó en la poesía, sino que también ocupó importantes cargos públicos. Fue Tesorero del Estado, siguiendo los pasos de su padre, miembro de la Comisión de Censura de las Obras Teatrales en 1846, y Director de la Biblioteca y Museo Público entre 1840 y 1847. Su influencia en la cultura uruguaya va más allá de sus versos, extendiéndose a la construcción de una identidad nacional que aún hoy se celebra.

Murió en su ciudad natal el 6 de octubre de 1862, dejando un legado que trasciende el tiempo. La obra de Acuña de Figueroa es un reflejo de su época y de su profunda conexión con la tierra que lo vio nacer. Su poesía, marcada por el ingenio y la profundidad, continúa siendo un referente ineludible para quienes buscan comprender el alma de Uruguay. En su voz, vibran las notas de una nación en formación, y su legado perdura como un testimonio de la fuerza de las palabras en la construcción de una identidad colectiva.

AUTORRETRATO

Era algo trigueño,
de rostro festivo,
de talle mediano,
ni grande ni chico.
De nariz y boca
un poco provisto
y el lacio cabello
algo enrarecido.

Eran apacibles
sus ojos y vivos,
a veces locuaces,
y a veces dormidos.
Su rostro era feo,
mas no desabrido,
sino que inspiraba
confianza y cariño.

Tuvo algunas veces
defectos y vicios,
mas su alma era noble,
su pecho sencillo.
Un lunar tenía
con vello crecido,
fijado en el medio
del diestro carrillo.

Su acento era suave
y asaz expresivo,
mas una dolencia
lo puso ronquillo.
Usaba antiparras,
tomaba polvillo
y era con las damas
atento y rendido.

No era su carácter
adusto ni esquivo,
y así era de todos
amado y bienquisto.
Contaba mil cuentos
con sus ribetillos,
dejando lo exacto
por lo divertido.

Formaba renglones
largos y chiquitos
que se le antojaban
versos peregrinos.
No invocaba a Apolo
por ser Masculino
y sólo a las Musas
pedía su auxilio.

El reloj de arena

He aquí nuestra vida: ¡de arena un reloj!
En polvo sus horas se ven deslizar,
Leves ondas que el río conmueve
Y una á una desala en el mar;
Que entre dos eternidades,
Del pasado al porvenir,
P u n t o imperceptible
M a r c a su existir:
T a l del j o v e n
Que brilló
La vida
V o l ó ;
S í .
Cayó
¡oh pena!
Como arena
Cual río pasó.
Hijos y consorte
Dejas, caro amigo, si,
En una patria adoptiva
Que ora gime en pos de ti.
Mil honores debidos viviendo
En este recuerdo amor te dejó,
Ora que no vives te deja un gemido;
He aquí nuestra vida: ¡de arena un r e l o j!

El hombre de importancia

Letrilla satírica

No historia, ni poesía,
ni ciencia estudies, Fabio;
quien más charla ese es más sabio,
lo demás es bobería:
en Pomposa algarabía
hable con gran petulancia;
y ya es hombre de importancia.

Órgano de la opinión
llame a cualquier periodista
con mucho de socialista,
luces, progreso y fusión;
carta, y no constitución,
dirá al estilo de Francia;
y ya es hombre de importancia.

No se deje en el tintero
a la clase proletaria,
con lo de acción trinitaria,
receta y mes financiero;
apanaje y filibustero,
den a su asunto sustancia;
y ya es hombre de importancia.

Retrógrado ha de decir,
statu quo, y feudalismo;
que el siglo marcha al cinismo,
y que es nuestro el porvenir;
sueño de oro ha de embutir,
y talismán y elegancia;
y ya es hombre de importancia.

Fracasar, cotización,
casación y aprendizaje,
masacre, ojivo y carruaje,
adornen su locución;
y en larga lucubración
dé a luz una extravagancia;
y ya es hombre de importancia.

Con aire de quien desprecia,
al drama más bello embista:
hable del protagonista,
prótasis y peripecia,
extasiando a Roma y Grecia
con sarcasmo y con jactancia;
y ya es hombre de importancia.

Elimine con baldón
a Cervantes y Mariana,
descargando su macana
desde Lope hasta Bretón;
¡Anatema! ¡maldición!,
lance en esa turba rancia;
y ya es hombre de importancia.

No hay que una vida, dirá
con galicismo expresivo,
y el mundo definitivo
su diorama aplaudirá;
y de un parque elogiará
la escultural elegancia;
y ya es hombre de importancia.

Mutua solidaridad,
e impulso emancipatriz
son voces que harán feliz
a una notabilidad;
y en misteriosa ansiedad
haga votos por la infancia;
y ya es hombre de importancia.

Con satánica sonrisa
jure a su virgen amor
con un volcánico ardor
que cruce cual blanda brisa,
y de hinojos ante Elisa
acredite su constancia;
y ya es hombre de importancia.

La toaleta y el buró,
lo de prosaica figura,
y el llamar pastor a un cura,
son de un hombre común:
dará quitanzas, mas no
recibos, que es cosa rancia;
y ya es hombre de importancia.

Instaure un comicio y dé
garantías a las masas,
con facultades escasas
al que en la poltrona esté;
y haga profesión de fe
con moderna altisonancia;
y ya es hombre de importancia.

Hable en tono campanudo
al emitir su moción,
como hombre de corazón,
y no estacionario rudo;
y, en fin, sabio y concienzudo
charle con gran arrogancia;
y ya es hombre de importancia.