Poemas:
Del poema perfecto
a Octavio Paz
La página me aguarda blancamente encendida
y su páramo incierto crecerá con mi sombra.
Acaso un texto ubicuo de artificios escombra
mi doble laberinto de incorpórea salida.
Libro con la memoria una letal partida
que comenzó en la noche inmemorial que asombra.
La inteligencia alerta transparente me nombra
y elude que una rosa de otra rosa se olvida.
Mi espacio que no existe sino sólo en potencia
descifra en los espejos la ecuación del vacío
y vuelve memorable un teorema de ausencia.
Si acaso algún instante seré lo que perdura
mas ya el minotauro u otro igual de sombrío
devorará mi antigua imposible lectura.
Los visitantes
De la infinita soledad de la noche
dos ángeles nocturnos llegaron a tomar un café.
Bajaron iguales de la mano
del aire fresco traspasado de estrellas.
De la ciudad vinieron silenciosos
como dos sombras distintas. Uno tenía un nombre
que parecía el sonido duro de una región cercana.
El otro. Un nombre de esos que salen de una puerta.
O de un puerto. De una lengua extraña
que no han dicho los labios.
Débiles del viaje. Largo.
No preguntaron nada. Tampoco contestaron.
Pero yo sentí el naufragio de mi interrogación
a solas en aquellas palabras que se dicen a diario.
Todo lo contemplaron con su mirada vaga.
Y se durmió en el aire
el golpe acelerado de un invisible asesinato.
El sobresalto acompasó mi pulso.
Como un callado coágulo mortal
recibió el corazón un mensaje sombrío.
Alteró la corriente alterna del silencio y el tiempo.
El dolor se instaló para siempre en la sala
de estar espiritual.
Los recuerdo iguales. Diferentes.
Intercambiando máscaras van encerrados en el puño.
Caín y Abel.
Cuando se fueron
era la noche un río inmóvil
que no tenía estrellas navegantes.
Homenaje a una bailarina
Etérea rosa en el espacio anclada
y en la rama orquestal desvanecida.
Etérea rosa que nació encendida
para ser en el aire dibujada.
En tu cielo febril siempre elevada
y en ondas de la danza sumergida.
Detente para mí, rosa fingida
en la altura del vuelo alucinada.
Quiero volcar tu sombra presurosa
en la palabra, goce y agonía.
Extraña danza que se vuelve rosa.
Para encerrar la gracia de tu orgía
transparente, desnuda, luminosa,
en la inmóvil serena poesía.
Junto al aire de junio
Me desnudó tu ausencia de palabras.
De voces para llenar el día. O la noche.
El papel igual que el corazón.
Ángel. Sombra violenta. Por tu vuelo
espiga de silencio
creció en mi huerto viril y de caricias
para dejarme inmóvil la garganta.
Me detuvo la noche y me detuve como un nocturno vigilante.
La herida que tú ignoras
fue la más amplia estrella derruida
que oscureció mi voz e iluminó la orilla
en que voy navegando acompasado.
Como al entrar en la blancura que anestesia
blanca de una sala en que la cirugía toca todo
con aéreos guantes
así se iba perdiendo tu presencia. Dolorosa.
¿En dónde está tu nombre abandonado a otro nombre?
¿En qué espumas de amor bañas tu cuerpo?
¿Quién vive el clima de tu sexo?
M i amargura es igual. Me inquieta todo.
Pero tú
que eras a un tiempo júbilo y fatiga
viaje y regreso
turbulenta esperanza de pie sobre la noche
borraste en mi la dicha de asombrarme.
Debo decirlo. Soy una oscuridad que avanza.
Un silencio que cobra espacio. Tiempo.
Un pulso lento en todas mis arterias.
Viví la agonía de una estatua
inmóvil y sin voz
mirando al tiempo inevitable y claro
coronarme.
Débil estoy aún. Y apenas corno un niño
voy al encuentro de mis pasos de nuevo
con el paso sereno.
Sin letras en los labios
que extasiaban tu nombre
y tú.
Avanzo apenas digo.
Y mi ser comienza a renacer de la ternura viva
con una voz más pura junto al aire de junio.
Se dice del amor
Si sólo fuera amor una palabra
una nocturna frase dicha de momento
nada más.
Y que en aéreo misterioso viaje
nos dijera aquí estoy.
Y así sencillamente desapareciera
dejando intacto al corazón. El pulso acompasado.
Si le fuera bastante una voz
o una mirada
un tacto
una memoria lenta que se apaga con facilidad
de que tú y yo
actuamos como amantes en vigilia
a mitad de la noche.
Sólo perpetua residencia en la fiesta
de los cuerpos oscuros.
Si sólo con preguntar un poco
y una sola respuesta se quedara encerrada
al grito de los sexos.
Si no subiera amor a tientas
por la sangre
buscando esta alcoba sin fin del corazón
como anhelante anuncio
de mareas oceánicas quemantes.
Si sólo amor tu blanda cirugía
no abriera heridas por donde se desangra
el sueño sano y apacible
que la alcoba vigila.
Y vigilan las cosas quietas en sí mismas.
Si no tu nombre
que se pronuncia fácil
despertara lentas invisibles angustias
fugaces ruidos como sobresaltos
abiertas estancias donde nadie habla
apretadas gargantas sin oxígeno
oscuridad de luces apagadas.
Si sólo amor te asesinara una palabra.
Memoria de Borges
para Ángela
La página. El espejo. Nombres de una partida
o metáforas puras al evocar la sombra.
Mortales laberintos que el visionario escombra
para escribir la línea sin pupilas leída.
Mitología de lenguas en su memoria urdida
vagando entre los siglos para sólo un instante.
Undívago fantasma de resplandor distante
bajo su inmensa noche de belleza suicida.
El vacío silencio se le vuelve poema
en su avidez nocturna que le aclara el teorema
para saber si existe. Si es otro. Si es él mismo.
Evanescente el verbo en su evasiva ausencia
conjuga el infinito y cambia la apariencia
de un texto interminable descifrando lo mismo.
Biografía:
Fernando Sánchez Mayáns fue un diplomático, profesor, poeta, ensayista y dramaturgo mexicano nacido en San Francisco de Campeche en 1923, y fallecido en la ciudad de México en 2007. Ocupó diversos cargos públicos como diplomático y en el Instituto Nacional de Bellas Artes. Entre sus obras de teatro destacan “La violenta visita” y “Las alas del pez”, 1960, mientras que entre sus libros de poesía se cuenta “La palabra callada”, “18 pronunciaciones”, “Soledades de la memoria”, “La muerte de la rosa”, entre muchos otros. Otras de sus obras teatrales puestas en escena son: Cuarteto deshonesto, 1962; El pequeño juicio, 1968; Un joven drama, 1966; Un extraño laberinto, 1971 (Roma, 1976); La bronca, 1982; Sentencia conyugal, 2002. Sánchez Mayáns estuvo becado por el gobierno de Estados Unidos para estudiar en las universidades de Harvard, Yale y Nueva York.
Entre sus numerosas distinciones destacan: Premio Nacional de Teatro 1951 por Decir lo de la primavera; Premio Fiestas de Primavera del Departamento del Distrito Federal, 1951; Premio de El Nacional 1959: Premio Juan Ruiz de Alarcón a la mejor obra del año 1960, por Las alas del pez: Premio Nacional de Teatro 1962. En el 2004 le fue otorgada la Medalla de Bellas Artes por su trayectoria como dramaturgo, poeta y promotor de la cultura mexicana en el extranjero. En 2005, recibió la medalla “Justo Sierra Méndez”, la más alta presea que otorga el gobierno de Campeche (México).