Poesía de Colombia
Poemas de Fernando Charry Lara
Fernando Charry Lara fue un destacado poeta y crítico colombiano que nació en Bogotá el 14 de septiembre de 1920 y murió en Washington D.C. el 22 de julio de 2004. Su vida estuvo marcada por la pasión por la lectura, la escritura y la difusión de la poesía, tanto nacional como hispanoamericana.
Desde niño, Charry Lara se interesó por la poesía y descubrió a autores como Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Charles Baudelaire y T.S. Eliot, que influirían en su estilo y en su visión del mundo. Estudió derecho en la Universidad Nacional de Colombia, donde se graduó en 1943, pero nunca ejerció su profesión. En cambio, se dedicó a la docencia, la radio y la gestión cultural.
Fue director de la Radiodifusora Nacional de Colombia y de Extensión Cultural de la Universidad Nacional. También fue miembro del consejo de redacción de las revistas literarias Mito, Eco y Golpe de Dados, esta última fundada por él junto con Mario Rivero y Aurelio Arturo en 1972. Colaboró con numerosas publicaciones de España, México, Argentina, Chile y Venezuela, donde desarrolló una labor crítica rigurosa y precisa.
Su obra poética se caracteriza por la brevedad, la lucidez, la intensidad expresiva y el tono nocturno y melancólico. Sus poemas reflejan sus experiencias vitales, sus recuerdos, sus sueños y sus fantasmas. Algunos de sus temas recurrentes son el amor, la muerte, el tiempo, el mar y la ciudad.
Publicó los siguientes libros de poesía: Temas (1944), Nocturno y otros sueños (1949), Los adioses (1963), Pensamientos del amante (1981) y Llama de amor viva (1986), que recoge su obra completa. También publicó los siguientes libros de ensayo: Lector de poesía (1975), Los poetas de Los Nuevos (1984), Poesía y poetas colombianos (1986), José Asunción Silva, vida y creación (1986) y José Asunción Silva (1989). Además, compiló y prologó la Antología de la poesía colombiana (1996).
Su obra ha sido reconocida con diversos premios y distinciones, entre ellos el Premio Nacional de Poesía por Reconocimiento de la Universidad de Antioquia en 2003. Su poesía ha sido traducida al francés, al inglés y al portugués. Su legado es una muestra de autenticidad, sensibilidad y elegancia en el arte de escribir versos.
Jardín nocturno
La mancha del cielo azul, sombras de árboles, sombras de nubes,
y alrededor muros, ruinas, piedras que en el silencio
son frío, si la mano, si el pensamiento las roza.
De noche, retraído y apasionado,
contemplar desde allí lo lejano.
Olvidado de sí, hambriento del mundo,
vagar entre luces, ciudades, veranos. Mas luego como
cuando uno, sin saberlo,
extiende por mares su corazón
y regresa al solo sitio en que sueña:
ha pasado
el tiempo, y sin embargo
está el fulgor lunar sobre la vida. Así ilumina,
así entristece viril
al hombre la soledad de su delirio.
A la poesía
Al soñar tu imagen,
bajo la luna sombría, el adolescente
de entonces hallaba
el desierto y la sed de su pecho.
Remoto fuego de resplandor helado,
llama donde palidece la agonía,
entre glaciales nubes enemigas
te imaginaba y era
como se sueña a la muerte mientras se vive.
Todo siendo, sin embargo, tan íntimo.
Apenas una habitación,
apenas el roce de un ala o un amor que atravesase noches,
con pausado vuelo lánguido,
con solamente el ruido, el resbalar
de la lluvia sobre dormidos hombros adorados.
Sí, dime de dónde llegabas, sueño o fantasma,
hasta mi propia sombra, dulce, tenaz, al lado.
Así asomas ahora,
silenciosa,
tal entre los recuerdos
el cuerpo amado avanza
y al despertar, a la orilla del lecho,
entre olvido y años,
al entreabrir los ojos a su deslumbramiento,
hoy es sólo
la gracia melancólica que huye,
invisible hermosura de otro tiempo.
No existe sino un día, un solo día,
existe un único día inextinguible,
lento taladro sin fin royendo sombras:
¡No soy aquel ni el otro,
y ayer ni ahora soy como soñaba!
Qué turbadora memoria recobrarte,
adorar de nuevo tu voracidad,
repasar la mano por tu cabellera en desorden,
brazo que ciñe una cintura en la oscuridad silenciosa.
Ser otra vez tú misma,
salobre respuesta casi sin palabras,
surgida de la noche
con tristes sonidos, rocas, lamentos arrancados del mar.
Tú sola, lunar y solar astro fugitivo,
contemplas perder al hombre su batalla
mas tú sola, secreta amante,
puedes compensarle su derrota con tu delirio.
Míralo por la tierra vagar a través de su tiniebla:
crúzalo con la espada de tu relámpago,
condúcelo a tu estación nocturna,
enajénalo con tu amor y tu desdén.
Y luego, en tu desnudez eterna,
abandóname tu cuerpo
y haz que sienta tibio tu labio cerca de mi beso,
para que otra vez, despierto entre los hombres,
te recuerde.
Viajero
La extrañeza del lugar aunque
lo imaginaba. Lo interminable del instante
y lo áspero. Un comedor vasto como el hastío,
Mas aquí, en reposo,
el mudo mantel, el atardecer
junto a la sombra
de los recuerdos en el rostro.
Obstinada la hora
le encierra, solitario, y al hermano
que llora bajo sus pensamientos.
Un sitio siempre ajeno como el amor, un lento salón
que a los fantasmas del viaje, en bandadas,
aparece de súbito con lámparas y memorias.
Conversaciones, alas, palabras apenas,
rumor en tomo. Una cucharada
a los labios con un remordimiento
y sobre la mesa, inmóvil, desconocida;
la silenciosa blancura de sus manos.
Quisiera despertar de entre los muertos
mientras la hora sórdidamente huye.
Lo piensa mientras a su alrededor
la mosca del sueño, el periódico,
el volumen ardiente de una falda,
no importa,
qué cuerpos o miradas, la tenaz
ola de melancolía también
les llega,
y en procesiones nocturnas
los huéspedes no duermen sino avanzan
con equipajes, entre espejos y blancos uniformes,
sonrientes, solos, sonámbulos,
por carrileras, a pie, enlunados,
al subterráneo final de los trenes sin nadie.
Blanca taciturna
Qué día de silencio enamorado
vive en mi gesto vago y en mi frente.
Qué día de nostalgia suavemente
solloza amor al corazón cansado.
Alta, dulce, distante, se ha callado
tu nombre en mi voz fiel, pero presente
su turbia luz mi soledad lo siente
en todo lo que existe y ha soñado.
En la tarde vagando, voluptuoso
de horizontes sin fin, la lejanía
me envuelve en tu recuerdo silencioso.
Claros cabellos, cuerpo, ojos lejanos,
pálidos hombros. Oh, si en este día
tuviera yo tu mano entre mis manos.
Ciudad
Por el aire se escucha el alarido, el eco, la distancia.
Alguien con el viento cruza por las esquinas y es un
instante
su mirada como puñal que arañara la sombra.
Desde el desvelo se oyen sus pisadas alejarse en secreto
por la calle desierta tras un grito.
Una mujer o nave o nube por la noche desliza como río.
Junto al agua taciturna de los pasos
nadie le observa el rostro, su perfil helado
frente al silencio blanco del muro.
(Por el mar bajo la luna su navegación no sería
tan lenta y pálida,
como por los andenes, ondulante,
su clara forma en olas
avanza y retrocede.
Esos pasos, rozando el aire, se niegan a la tierra:
no es el repetido cuerpo que en hoteles de media hora
entre repentinos amantes y porteros
su desnudo deslumbra bajo manos y manos
y despierta soñoliento en un
apagado movimiento
mientras a la memoria
acuden en desorden lamentos.
En la oscuridad son relámpagos
la humedad en llamas de esos ojos
de oculta fiera sorprendida,
y algo instantáneo brilla,
la rebeldía del ángel súbito
y su desaparición en la tiniebla).
La noche, la plaza, la desolación
de la columna esbelta contra el tiempo.
Entonces, un ruido agudo y subterráneo
desgarra el silencio
de rieles por donde coches pesados de sueño
viajan hacia las estaciones del Infierno.
Duermevela el reloj, su campanada el aire rasga claro.
En el desierto de las oficinas, en patios,
en pabellones de enronquecida luz sombría,
el silencio con la luna crece
y, no por jardines, se estaciona en bocinas,
en talleres, en bares,
en cansados salones de mujeres solas,
hasta cuando, como con fatiga,
la sombra se desvanece en sombra más espesa.
Desde la fiebre en círculos de cielos rasos,
oh triste vagabundo entre nubes de piedra,
el sonámbulo arrastra su delirio por las aceras.
El viento corre tras devastaciones y vacíos,
resbala oculto tal navaja que unos dedos acarician,
retrocede ante el sueño erguido de las torres,
inunda desordenadamente calles como un mar en derrota.
Siguen por avenidas sus alas, su vuelo lúgubre por
suburbios:
se ahonda la eternidad de un solo instante
y por el aire resuena el alarido, el eco, la distancia.
Muerte y vida avanzan
por entre aquella oscura invasión de fantasmas.
Los cuerpos son uniformemente silenciosos y caídos.
Un cuerpo muere, más otro dulce y tibio cuerpo apenas
duerme
y la respiración ardiente de su piel
estremece en el lecho al solitario,
llegándole en aromas desde lejos, desde un bosque
de jóvenes y nocturnas vegetaciones.
Como la ola
Con llegada de espuma hasta la playa triste,
oscura ola de esplendor lunar extendido,
tú cruzas, tú cruzas
con remoto ardor despertando mi beso
en el mar delirante de la noche.
En fuga siempre, llena de reflejos,
reconstruyendo a solas lo amargo y lo distante,
o recostada un poco a la luz de los crepúsculos,
así mejor dibujo la melancolía de su retrato:
junto al piano, a la ventana
de irrespirables sueños, a la música de súbito callada,
esperando una voz que llega como el eco a las zonas
desiertas.
Nocturna entonces,
como la piel,
como lo profundo de los besos,
como la noche de los árboles,
como el amor sería junto a su cabellera.
Luego, sin sonido,
espuma silenciosa tras la sombra,
entre el rumor apagado de los pasos,
desnuda huyes, pálida ola,
no se te reconoce.
El exilio
El hombre entristecido mira
caer vehemente la luz a su ventana:
distraído contempla la distancia
de espumas como olas, lejanías.
Leves despiertan a su nostalgia
los reflejos de otros días,
y es ocio y congoja de una tarde
por gracia de este cielo,
que a su imagen
es mar azul, playas doradas, islas,
regresar desde la claridad de unas nubes
en el desmayo ávido del instante
hacia la antigua soledad remota.
Mas no puede la frente melancólica
soñar con esperanza sus recuerdos.
Volver a la tierra perdida
sería también deslumbramiento amargo:
un sol ajeno se levanta
como espada en mano enemiga.
Y su deseo es apenas
la pasión lánguida de la adolescencia en olvido,
un indolente jardín o una calle,
su deseo es apenas un aire,
si nocturno, de borrosas estrellas,
si de fulgor o nieve,
si de sol sangriento en el ocaso.
Sin testigo,
la obscuridad del rostro en los cristales,
bajo la luz que anochece punzante a la ventana
sus miradas entonces se obstinan,
frías, tenaces de silencio,
más allá,
entre vagas nubes o mares.
Puñal siempre en el pecho es la memoria.
Callar consuelo ha sido.
Mejor será
morir secretamente a solas.
Versos del anochecer
Cuando la nube del anochecer definitivamente se borra
oyes girar
leves árboles verdes por la espesura
de hojas que son lentas respiraciones amorosas.
El aire como vaga sucesión de montañas
que de noche confunden con su peso
tibias lámparas encendidas por no se sabe
qué mano dulce resbalada en la sombra.
Cuando a solas el anochecer te cerca
amor a la ventana de amante solitario
navega soñolienta la nube por la frente,
visos de luz, brisa, presencia insistente
que existe, ya sin cuerpo, desnuda en la memoria.
Cuando hacia el anochecer hubieras querido
en triste cansancio, ser otro,
ser una nueva imagen distinta de ti mismo,
volvería del tiempo pasado, su cielo,
la mariposa sonámbula que viva aletea
dentro del pecho, tuya, sin fin,
aunque en vano, callando, la destierres.
El verso llega de noche
En la ciudad de bruma la fiesta
de las noches es un bosque
de cabelleras oscuras y de estrellas.
Turbándome con sus pálidos dedos de rocío
como entre los amantes sorpresivas palabras,
su silencio enloquece las plazas solitarias,
las calles, los ámbitos callados
por donde pasa el aire misterioso de siempre.
Es el rumor, las alas
como ala anochecer la sombra
de una cabellera en las manos.
Es el rumor vagando entre vientos,
entre lúgubres vientos
en que sollozan luces
y espejos de la ciudad nocturna.
Es el rumor, las sílabas
que nacen y llevan una canción
al corazón que sueña,
una canción, las sílabas
creciendo en medio de la niebla
o tal flor desnuda bajo la lluvia,
(nunca hemos amado tanto, nadie
sabrá decir que hemos amado tanto
en una noche.
En nuestro corazón resuenan los horizontes
y resuena también la vecindad de la tierra.)
El verso silencioso fue en la noche,
el verso claro fue el instinto
bajo ruda corteza o piel amarga.
El verso, palabras ceñían los cuerpos
delgados de las mujeres,
sus claros cuerpos bajo la luna
suspendidos en la música,
sílabas ceñían sus cuerpos
como voces ardientes, como llamas.
En un árbol de lluvia que gime al viento
sus canciones,
sube la sangre en río sollozando ligera
y soporto encendida la tristeza de un grito
largamente tendido en medio de la noche.
De la noche sedienta, de la innúmera noche,
de la noche que guarda
los deseos como sombras,
de las dolorosas, mudas sombras amadas,
sombras de los deseos
sombras de un antiguo amargo silencio.
Amargo, sí, errante silencio en que no queda
sino el poema en la noche,
como recuerdo herido por el filo de un beso.
Fantasma
Esbelta sombra dulce, sombra con ademán de entrega,
cuerpo en forma de cielo y sueño, reposas en el aire,
rompes el silencio con el corazón a borbotones,
pero me dejas en suspenso, extraña.
sólo palpitación, sólo deseo,
hallazgo imprevisto de mi destino ignorado.
Como distancia enlunada y desierta,
así de soledad y palidez te imagino, así
te construye mi pensamiento, me llegas, te amo.
Lo impenetrable de mi ser creas a tu imagen misma,
mas sólo existes
en el temblor y fascinación ante tu llamarada oscura,
en esta nube en desvelo o cárcel solitaria de mi frente,
y en el recuerdo también
de aquel salón con alas en que duerme el hermano muerto
y un vuelo repentino esas alas, esa ráfaga fría.
Yo no sé descender sino a ti misma, viva,
sin hallar jamás la huella bajo tus pies de otra música
sino solamente el trote,
la desesperación de desencadenados caballos nocturnos.
¿Es sólo un lamento que huye
ese cuerpo tuyo por el que sueño y muero?
¿La luz que te ciñe y persigue
en esa sombra por la que vaga desierta mi caricia?
Sin embargo tu desnuda sombra es dulce,
fantasma, como yo, ¡de polvo y nostalgia!
y si aparte de esta avidez en llamas
fueras leve criatura al lado,
junto a ti el aire a tu paso como ángeles serían blancas, blandas espadas,
un diluvio, a lo lejos, un caer de invisibles, inmóviles relámpagos.
Yo no sé, yo no sé por qué mi mano anhelante,
por qué la obstinación de mi mano como un mar de noche y sin reposo,
no te encuentra finalmente, o mi beso, al rozar esta sombra,
al contemplarte a solas, oh tú creada de pensamiento mío,
si no en el atardecer de un desdeñoso juego de espejos,
rodeada por la música del día y soles y avenidas,
pero de pronto la evidencia
de no ser ni haber sido,
de no ser silencio,
solamente vacío.
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