Poesía de Uruguay
Poemas de Fernando Aínsa
Fernando Aínsa, nacido en Palma de Mallorca el 24 de julio de 1937 y fallecido en Zaragoza el 6 de junio de 2019, fue un escritor y crítico literario que encarnó la fusión de dos mundos: la tradición hispánica y la vitalidad uruguaya. A lo largo de su prolífica carrera, Aínsa tejió una obra que transita entre la erudición y la creación artística, explorando los rincones más profundos de la literatura y el pensamiento latinoamericanos. Su vida fue un puente entre Europa y América Latina, y su obra se erigió como un testimonio de la riqueza cultural que surge de esa encrucijada.
Con una carrera que abarcó décadas, Aínsa trabajó en la UNESCO en París entre 1974 y 1999, donde desempeñó el papel de director literario de Ediciones UNESCO. Este cargo no solo le permitió estar en contacto con lo mejor de la literatura mundial, sino que también le brindó una plataforma para difundir las voces literarias de América Latina. Tras su retiro, dividió su tiempo entre Zaragoza y Oliete, en la provincia de Teruel, donde continuó escribiendo con la misma pasión que lo caracterizó desde sus inicios.
Fernando Aínsa fue un hombre de letras en el sentido más amplio. Su obra abarca desde el ensayo, donde analiza la identidad cultural iberoamericana, hasta la poesía, donde su voz se torna íntima y reflexiva. Además, su narrativa se destaca por su precisión y su capacidad para capturar la complejidad del ser humano. Aínsa exploró las fronteras de la narrativa uruguaya y latinoamericana, y su interés por la utopía lo llevó a publicar ensayos fundamentales como “Los buscadores de utopía” y “La reconstrucción de la utopía”. Fue un ferviente defensor de la literatura como espacio de resistencia y creación, un lugar donde las utopías pueden ser imaginadas y reescritas.
Su poesía, por otro lado, revela a un Aínsa más personal, más cercano a sus raíces y a sus preocupaciones íntimas. Obras como “Aprendizajes tardíos” y “Poder del buitre sobre sus lentas alas” muestran una madurez lírica y una profunda conexión con la naturaleza y la condición humana. Es en su poesía donde Aínsa se permite un diálogo más directo con el lector, compartiendo sus reflexiones sobre el tiempo, la memoria y el destino.
A lo largo de su vida, Aínsa recibió numerosos reconocimientos en México, Argentina, España, Francia y Uruguay, reflejo de su influencia y su relevancia en el ámbito literario internacional. Fue miembro correspondiente de la Academia Nacional de Letras del Uruguay y de Venezuela, así como del Patronato Real de la Biblioteca Nacional de España, consolidando su posición como una figura central en el panorama literario hispanoamericano.
Fernando Aínsa fue, en definitiva, un explorador de las letras, un cartógrafo de la imaginación y un guardián de la memoria. Su legado perdura en su vasta obra, que sigue siendo una referencia indispensable para quienes buscan entender las múltiples facetas de la literatura y la identidad en América Latina.
Poesía
Me presento:
tardío aprendiz de hortelano,
falso modesto cocinero,
y otras cosas
que ahora poco importan.
Así recorro feliz mi nueva propiedad
tierras de memoria familiar recuperada
olvidada heredad replantada con esmero.
(No esquivo el dulce sabor de las claudias
ni del higo que pende sobre el bancal vecino)
Esgrimo lápiz y libreta
(de momento el ordenador apagado)
y de una vasta biblioteca recibo apoyo,
pues nadie ignora
que no hay inspiración que valga
sin un verso leído no sé dónde.
Haré del recuento de parte de mi vida
(y sus altibajos variados)
materia del devaneo en que me solazo
tras adivinar el fin posible
en un diagnóstico apelado,
instancia en la que todavía me debato.
Y en eso estamos.
***
En el desorden de la caja con fotos
se comprueba un cierto caos de la memoria,
ingobernable azar de los recuerdos.
Descubres
en una de ellas
cómo te asomas
a la cuna de tu hermana recién nacida
en la clínica de Santa Catalina.
Estás en Palma, la de Mallorca,
y tienes bucles dorados.
En otra, tu padre desnudo
sobre un cojín de seda
con el culito respingón,
sonríe,
tal vez al fotógrafo del “Estudio Australia”.
En Zaragoza, año de 1906.
De una cantina italiana en Montevideo
los comensales
—poetas cuyos nombres en buena parte no recuerdas—
se alinean en lo que ignoran será la última cena
de un tiempo definitivamente clausurado.
Y más allá
—ya en colores—
en el jardín de un castillo de Francia sin identificar
te paseas, joven enamorado,
con la que es ahora vieja compañera.
Puedes hurgar por horas en la caja de zapatos,
pero no lograrás
—te lo aseguro—
por muchos retazos que encuentres de la perdida memoria
recomponer el rompecabezas de tu vida.
ME ASOMÉ A SU BORDE SIN QUERERLO,
Me asomé a su borde sin quererlo,
empujado por la inesperada receta que siguió al diagnóstico,
y la vi como un relámpago en la sombra
con sus brazos tendidos en lo hondo,
breve conciencia que se fue instalando
en el diálogo que mantengo desde entonces con ella.
Sabemos ahora más uno del otro,
nos vamos conociendo,
tuteo familiar que posterga
—pero no evitará—
el abrazo final que esquivo con empeño.
Trato de no darle importancia,
la exorcizo con elogios a su delgada silueta,
respondo a su provocadora sonrisa,
la invito a largas partidas de ajedrez
(émulo del caballero del “séptimo sello”)
postergando el jaque mate con que gana siempre,
pues no ignoro que por esta u otra causa,
se cerrará
(¿segará?)
un día no tan lejano
mi vida en este valle
donde las lágrimas tan poco cuentan.
2011
Estas bodas de oro no se festejarán
¡faltan tantos años!
Mas debieran prepararse con minucia.
Una fiesta, los detalles que la hagan inevitable
(como si el futuro fuera mañana).
Una lista de invitados,
con los que no se han muerto hasta hoy en día
y los nietos que no han nacido todavía.
Nuestra ausencia,
muy probable.
Forcemos, pues, el calendario
con la imaginación que ya escasea,
tan lejos está el 28 de mayo del 2027.
¿No será demasiado tarde para repetir el olvidado “sí, quiero”?
“No es el hito, es el sueño lo que cuenta”
—me respondes convencida—
Según la publicidad
“cincuenta años:
el tiempo compartido lo dice todo,
milagro de amor y paciencia mutua”.
Preparar la fiesta como si fuera mañana
aunque falten tantos años
con los restos de la ilusión compartida.
De eso se trata,
de improvisar el futuro
con cenizas mal aventadas del pasado.
Escarbar recuerdos enterrados
tras el vértigo del agujero donde se hundieron
avasallados por la vida en común que nos separa.
Brindar por la alegría que nos unía,
tantas otras cosas parecen hoy rutina.
Redoblen entretanto las campanas.
A LO MEJOR UN DÍA
A lo mejor un día intentaré vivir tu vida
cuando tú ya no puedas hacerlo.
Abriré los libros que dejaste en lectura interrumpida
me disfrazaré con tu ropa y pintaré mis labios ante el espejo
con el carmín con que me sedujiste,
cubriré de falso rubor las mejillas y su aire demacrado
con tus potingues ya rancios,
disimulando ojeras
(si puedo)
para seguir sin ti en el corso de la vida.
Hurgaré en los cajones de tu cómoda
(intruso como nunca antes lo fuera)
escarbando en tu pasado
y te soñaré
para intentar
—¡por fin!—
comprender el secreto
¿por qué una noche tiré todo por la borda
para seguir por treinta y tantos años tus pasos?
¿RAÍCES?
Las tienen ellas,
cuya silenciosa vocación botánica
José cuida con esmero.
Arraigados vegetales
árboles plantados en sus trece
orientados hacia el sur,
callados,
creciendo a su ritmo,
palmo a palmo,
como indican sus secretas leyes.
Aunque fuera del viento pasajero encaramado
por tantos años
ahora me digo
—algo más sosegado—
al modo de la autora de “el silencio de las plantas”
(esa poeta de nombre impronunciable)
que la relación unilateral entre ellas
—las enraizadas—
y yo
no va mal del todo,
aunque la conversación entre nosotros
sea tan necesaria como imposible.
NUECES, 3
La nuez es una cabeza reducida,
duro de romper su cráneo
(si te quedan dudas del símil mira la forma de su fruto:
como un cerebro
dividido en dos hemisferios de fijas nervaduras
aquí la razón, allí las emociones,
lógica y sentimiento, sin comprenderse).
Dicen que el condensado sabor de la nuez
—ese seso vegetal—
protege la memoria del desgaste que te abruma
cuando el nombre del amigo se desvanece
o el título del libro se confunde.
Cada noche te comes un puñado,
las cascas sobre una vieja losa de granito,
las degustas
—a todo lo más con un vaso de leche fría—
y te dices,
entre orgulloso y resignado,
“frugalidad, cuánta hambre se pasa en tu nombre”.
APRENDIZAJE TARDÍO
Cuando florece el cerezo
y se cubre del presentimiento blanco de fruta,
empieza realmente la primavera.
Porque el almendro pudo confundir su flor
con las nieves de febrero
y el melocotón darnos falsa esperanza
de bonanza en el ventoso marzo,
tantos trajes tiene el vestuario de la naturaleza.
Son estos aprendizajes tardíos
—en realidad de hortelano improvisado—
los que ahora me ocupan:
descubrir el ritmo secreto de lo que me rodea,
la tenaz indiferencia con que llevan adelante su empeño
los árboles frutales de la huerta.
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