Poemas:
Se llama Pariamarca
En un pueblo pequeño con caminos del alba
llenaron mi pecho de canciones y sueños;
con azadas y palas, con palabras y surcos,
me hicieron labriego de sonrisas y espigas.
Tenía una sola calle de casitas menudas
y la alegría volaba con torcazas y lluvias.
Yo crecí con la hierba y el sonido del agua
y el sol que saltaba en aquella montaña.
Aprendí la danza del que siembra y cosecha
en las horas sencillas de mi hogar campesino
al son del silencio de las cuerdas de una arpa.
Ese pequeño pueblo se llama Pariamarca
lleno de flores, luces, arco iris y verdores;
allí mi corazón creció pleno de canciones.
Canto a Canta
Con luz y alegría sonrieron mis ojos
en azul verdor de aroma provinciano;
niñez, música viento, corazón transparente
secreto del agua, fulgor en la mañana.
Y la lluvia caía, caía, con dedos de frío
en la hierba, en labios la sonrisa de niño.
Otra vez el maizal las espigas al viento
y el dulzor de caña en mi silbo primero.
Ah la tierra canteña, hermosa y buena,
con aroma de campo mojando el camino.
Yo nací para el canto, voz de la montaña,
cabalgando tormentas veranos e inviernos
grito de tierra, de sol, de quena y de lluvia.
Padre mío, mancera y arado roturando
la gleba, no lejos del agua, en la palabra,
para sembrar tono y amor de este canto
que sabe a surcos, valles, y peñascos
pero ¿en qué silencio, altura y alegría
habré puesto manos para las espinas?
Sembrando, cultivando, cosechando
Ilusiones me tienen aquí, trovador errante
trazando caminos que vienen surcando
por la media falda en la lluvia buena
hasta el corazón de mi pueblo querido.
Mi madre insistiendo que deje el gusto
de entonar melodías que no entiende nadie.
Mi voz, secreto del viento, no vengo de lejos,
no soy peregrino, soy el mismo que un día,
empolvado, contento, andino y lejano,
tocó aquella puerta envejecida y nueva
donde el corazón vivía como fuente clara,
como luz, como planta nueva en el surco
donde sembró el labriego esperanza y vida.
El que canta siempre lejos entonando cerca,
yo mismo el que rompe oídos al silencio,
por eso, madre tierra, llego a mi lar nativo,
Canta, Pariamarca, inmensa y tan pequeña,
trayendo mi palabra, para que crezca y crezca
Canta es canto, guitarra floreciendo mi cariño
en aquella casa paterna de sueño y poesía.
Canta,
DONDE SE NACE Y SE CRECE
LIBRE COMO EL VIENTO
Desde el río hasta el Ande, ágil he subido
por un camino avieso que lleva a la colina,
en busca de la tierra que dio luz a mi vida.
He subido hasta Canta arañando a la peña,
entre abrojos y piedras, y la hierba buena,
he ascendido alegre a mirar mi campiña
donde el sol es labriego de sudor y trabajo
que destella esperanzas entre días y surcos,
terrones y cantos y simientes de luz
que florecen aromas de arco iris y amor.
A mi pueblo he llegado, hasta Canta
donde se nace y crece libre como el viento,
mirando lontananzas y cómo el agua clara
brota en manantiales para saciar la sed
de obreros y gañanes, y de estos labios míos,
que solo saben penas a veces alegrías
cuando una niña dulce refleja el cielo claro
de mi tierra canteña, tan fragante y tan bella.
He recorrido calles buscando a la infancia,
las manos de mi madre, de mi papá Yaíto
su corazón tan grande, y mi abuelo Hilario
con el poncho vicuña estarciendo luceros:
he encontrado mi nombre en aquella esquina
llevaba una sonrisa, un libro, un silencio,
la mañana comprando el pan calentito,
los bollos, el maíz tostado para el desayuno
del abril pequeño, del verano ajeno,
de las ilusiones que como hojas frescas
me aroman el alma con guitarras, huainos,
con destellos de estrellas y recuerdos.
Es la noche entonces, jarana, arpa, violín
que desgarra presentes en calles de luna,
suspiros, cariños musitando gotitas de agua.
Esta es la tierra donde crece el alma tan alta
cordillera de nevada blanca, rocío azulino,
Canta, dulzura de los picaflores que vuelan
temblando entre las espinas de la rosa roja,
qué bonita flor, crece y florece en mi corazón.
Canta heroica, tierra de alegría, es hermosa flor
que crece con las brisas del río Chillón.
Río Chilloncito, déjame pasar, déjame pasar
estoy llegando a Canta, puro corazón,
a mi tierra hermosa, a mi lindo amor.
Todo el color del agua
1
Esos juguetes de barro
tienen forma de sueño,
de risa, de ilusión
de escritura primera
y mi niñez de campo
mojándose en la lluvia
con la palabra buena,
dulce y cristalina.
2
Todo el color del agua
gotea en este día
de luz y hierba tierna,
ahora que camino
la cuesta del sendero
que va entre espinas
a florecer los aires
de la tierra canteña.
3
Ladra en la quebrada
distancia de cerros,
colinas y encañadas
y un sonido dulce
de trinos y jilgueros
se filtra entre ramas
tiempo envejecido
latido de aguacero.
4
Quiero envolverme
de años y recuerdos,
el ojo de los niños
juega en la plaza
a recoger los rayos
del verano pequeño
murmurando la ronda
de abejorros y grillos.
5
Canto de caminos
donde teje el viento
semillas en los surcos,
mi padre enterraba
con trabajo y esfuerzo.
Tenía en sus manos
callos enriquecidos
de silencio y suspiros.
6
Que me abrace la música
del cariño materno
aroma de arboledas
a mi corazón pequeño.
Y yo tenía un sueño
de volver a mi tierra
a recoger la vida
sencilla y tan buena.
Cuando brotó la semilla
Cuando brotó la semilla
vi tu sonrisa en el verdor del surco
y fueron mis ojos tu fuerza,
tu corazón, papá,
¡ese mi querido Adrián!
Tus manos en mi cabeza
mirábamos el azul de las montañas
y aquí tu chacra creciendo como yo.
El agua corría transparente
y yo silbaba mulisas de surco y terrón:
la hierba buena que crezca
que no hinque la ortiga mi canción.
Luego ¿qué pasó, papá?
No llovía, se secaba el sembrío
¿y tu hijo también?
Eran tus manos grandes, tu fuerte brazo:
de hombre se llora y se vuelve a ser hombre.
Y ahí contigo.
Se abrían los labios de las matitas pequeñas
cuando gota a gota les llegaba tu cariño,
y reverdecieron mis suspiros;
aprendí tu constancia:
el cascajo de Yaname no pudo con la esperanza,
¡Caramba, qué hombre este Adrián!
Papá ahora llueve y no estás;
pero brotará la semilla
y tu sonrisa otra vez en el verdor del surco,
en el fogón donde mamá
no apaga la brasa de su leña
y está la merienda calientita en olla de barro;
serás tú, seré yo;
en Pariamarca, nuestro pueblo, nuestro amor.
Canta en setiembre
Los caminos llegan a ti, Canta querida:
de alegría, de recuerdos, del sol
que amarilla entre espigas del viento
y oteros azulencos; de los amigos
que son o fueron y, en la plaza, un abrazo
destella vida canteña entre la música
y danza del corazón provinciano.
Es la fiesta en setiembre con calles
llenas de risas y el tiempo detenido
donde la vida crece en cada esquina.
A través de nuestros ojos palpitan
reflejos de amor a la tierra nativa
y, a lo lejos, alumbra la constancia
del sol, del cielo y la campiña.
En ti hemos nacido, Canta querida,
entre manantiales cristalinos
azul interminable de neblina blanca;
en los surcos de chacras y maizales
y la papa canteña es aroma morada
flor de trinos, gorriones y jilgueros.
Eres nuestra tierra en setiembre
rito de fe y nuestro cariño ilusión
de lunas y luceros, arpas y violines,
¡ah guitarra sollozante de la noche,
quejido, cariño, trabajo campesino,
eco del viento, corazón sencillo
que palpita en tu pecho, pueblo querido¡
Fogón de leña
Las paredes tienen color del barro
y el sauco dulce morado arrinconado al cerco de piedra
donde crecen albos los pétalos del cactus
para que no pase la oveja dañera.
Es el huerto de la casa con toronjil y manzanilla
y los claveles de todos los colores
en las manos de mi madre.
El patio luego donde florece el sol abrilando
cantutas, retamas y sonrisas
de la gente sencilla.
Para este lado la candela del cariño ardiendo
en el corazón de la mañana,
fogón de leña,
humo azulenco de la calleja, zureo de tórtola
en el secreto del tejado.
Es un juego el mirar los días corriendo
en el manantial del viento
para que sean rumor en los labios labradores
de surcos y secretos de terrones maduros.
Era una piedra y detrás la casa
donde la infancia crecía con olor silvestre
de trébol y hierba buena.
Yo leía la canción de la lluvia
y el secreto del rocío
entre las horas, las hojas del silencio
en la fronda tenían mis palabras pequeñas
como gotitas de agua cayendo en el sembrío.
Escuchaba tus pensamientos
espantando miedos y espinas del camino.
Ese padre mío y pircaste los adobes
hasta el techo de cielos y sueños en mi canto.
Es la tierra canteña
Desgranando ojos está cayendo el cielo
como mazorca madura ¡aquí en enero!
Neblina en la ladera y en la pampa,
la colina mojada, hierbas del invierno
para que nazca tu corazón florido;
pero ahora, canteño de gleba y arado,
arremolina el viento entre tus puños
y sal a tus caminos silbando rayos,
aguacerando truenos, en la bruma
sacudiendo el rocío de tu poncho,
desafiante, sombrero a la pedrada,
arado en la mañana, sal, canteño,
orientando la mancera de febrero
para curar heridas, surcos de tu chacra.
Ponte la chalina blanca, nube pasajera
que asciende con brisas desde el río
y ¡sube la cuesta! Horada la piedra
que obstaculiza pasos en la pampa.
Cuando crezcan ortigas con la lluvia,
no será marzo nido de tristeza, barro,
será gorjeo de jilguero en la mirada
y palomas saltando de rama en rama
los ojos de la muchacha provinciana,
porque abril renace manantiales azules
y el arco iris se trenza en la quebrada,
allá en la casa donde vive el labriego
con terrones y sueños esperando luceros.
¡Es la tierra canteña! Árboles y pastos
que columpian peñas, faldas, hoyadas,
verdes pajarillos y hombres que pañan
en los montes la leña de las tardes.
(¡No te hieras, labriego con espinas,
es de polvo y de muerte, coge la flor
de mayo blanquita azul en su falda
mirada cristalina y su carita colorada!)
¡La tierra canteña! Espigas en las cercas
junio madurando maizales en el río;
caudales transparentes de los cerros
relumbran paisajes de zorzales y peñas.
Pariamarca, Obrajillo, Huaros, Lachaqui
y otros pueblos en cerros desafiantes
con balidos y campos y alfalfares traviesos
donde los niños gritan que vuelva la lluvia
y los perros ladrando, entre las sombras
mordiendo noches, gimen llorando a la luna.
Y es cuando mi corazón en nube blanca
asciende desde la quebrada a la montaña
serenando la lluvia del rocío, sintiendo
que está naciendo sangre de la tierra
en cada arado que grita surcos y destinos
cuando muere la hierba en pezuñas menudas,
en mugidos de yunta. Cuando el barbecho
es florecer de tierra, es esperanza y día,
y se ha roturado sueños en la melga
para sembrar colores y nostalgias en la vida.
Sombrero al viento y voz en la mañana,
en las tierras de Canta, el gañán viste
a la luz, con su arado de palo y yugo
y un canto que florece entre sus labios,
para luego regar la voz que se está secando
en la faldita del frente, ¡se está secando,
se seca la flor de la papa nueva!
Pero que no se seque, hermano, que no
los ojos de la niña que aprendió su nombre
en el puquial cuando soñaba madrugadas
de leña y fue flor de humo la mañana.
Levantando polvareda la esperanza
baja desde la montaña hasta la pampa,
por caminos traviesos, la cabra, la oveja,
la ternera pallarada que mirando
el arco iris tuvo un becerro jovero.
Baja el muchacho canteño espantando
fantasmas en la hondonada de zorzales,
desplumando silbidos, gorriones y jilgueros.
¡Ah, cómo tiembla la rama, alisos y sauces
cómo se esconde el viento, cómo te abraza
la sombra sin hacer daño a tu espalda
tus pasos avanzan y rompen el silencio
de las calles aviesas de mi pequeño pueblo!
En la casa vecina ¿quién toca el arpa?
El violín de la penumbra entona el canto
del agua. Las notas bailan en la plaza
con el lucero que brilla apenas en el cielo,
gimen los árboles en sendas y quebradas.
Ahora nuevamente la noche, y el olvido
pasa aullando entre las casas, el olvido
que viste de labriego, que es gañán
y siente hambre en el destino, el olvido
que nos hizo canteños y que ahora olvidando
no sentimos frío, porque el frío es hueso
chacarero que germina en el surco
amaneceres del pobre, luces en sus manos,
germina manantiales de igualdad y justicia
en el pecho canteño que crece con su arado.
Pueblo azul de mis sueños
Pueblo azul de mis sueños,
Pariamarca,
nuevamente en tus campos
hay un día con brillo
donde el sol es el canto
de color y de aroma
y yo un pequeño jilguero
que trinando en la rama,
recogiendo sus pasos,
vuelve a vivir de la infancia
(qué lejana y qué cerca
de inmensa alegría.
Vuelve a sembrar en los surcos
El amor de otros tiempos,
con huaynos, palabra y guitarra,
colorada cantuta
de la peña más alta,
Pariamarca, mi tierra,
tan hermosa y tan buena,
matizada de encanto,
del sonido del agua
cuando es cuerda de arpa
en las noches de luna
y yo un lucero perdido
en tu cielo, en tu nube,
en tu nombre querido:
Pariamarca,
mi pueblo tan sencillo,
tan pequeño y tan grande.
Es mi pueblo con palomas
que vuelan de Misane
a mi sangre florecida
de sueños y yo vuelvo
empolvado de años
a mirar mi pasado,
a mi madre peinando
los cabellos del tiempo,
calentando la vida
en fogones de leña;
en Pampalegre
el corazón ardiendo
a la hora del crepúsculo
con la candela del canto.
Ahora estoy solo y hay silencio,
un zorzal herido trina
en el sauco de la casa
y la tarde es la espiga
que me mira desde el surco.
Aquirhuaca,
barrio de Pariamarca,
donde bailan las estrellas
en noches de serenata,
Jurnupampa,
ahí la plaza el templo
donde se venera
a la Virgen de la Cueva Santa,
abriendo sus brazos
para que aniden las penas
y las torcazas que vuelven
surcando los aires,
buscando cariños
con risas o lágrimas
a la tierra linda
donde nacieron:
¡Pariamarca, tierra mía,
tan pequeña y tan grande!
Mi música llega suspirando un poema
Sé muy bien que nadie me esperará
en la casa
donde crecieron los ojos de la infancia
y fueron mis pasos la luz de la mañana.
Ya se fueron, ya no están
los que estuvieron zurciendo mi alegría
al corazón de sus caminos,
ellos tejieron esperanzas,
ilusiones en el hijo,
ojalá no se le antoje ser guitarrero o poeta.
Y qué curioso, hoy día,
lleno de nostalgia, mi música llega
suspirando un poema,
trae recuerdos y penas en su mochila vieja,
llega levantando polvareda
de tierras lejanas
al pueblo,
a mi pueblo tan pequeñito y tan grande
por la calle principal que da a la plaza.
Tanto trechos recorridos,
tantas cuestas
que las espinas florecieron en mi manos
y fueron mis canciones
heridas y alegrías,
de caídas, avances, silencios y bullicios,
almacenados en amores y dolores,
pero sobre todo,
hice de mi vida poesía,
amada poesía con la sangre de la horas.
Ahora nuevamente estoy aquí
en mi tierra,
en mis hierbas, en mis campos,
en mis cerros,
nuevas voces me saludan,
no me reconocen,
miran mis zapatos, el aire extraño aventurero,
el rostro cansado,
mis cabellos canos,
quién será este errante que busca su nombre
entre las paredes de una casa antigua.
Soy el que hace cantos
cogiendo suspiros
y con las ortigas hago hierba buena
cuando mis palabras
se vuelven poema
tocando una puerta,
preguntando siempre y el silencio:
¡ya no están, hace tiempo se han ido!
Yo mismo quién soy,
una sombra callada
que asoma a su pueblo con el vuelo errante,
gavilán de estos lares
de poema y guitarra.
Biografía:
Félix Huamán Cabrera, multifacético escritor, poeta y educador peruano, nació en Pariamarca, Cajamarca. Su vida y obra son un testamento a la riqueza cultural y la lucha por la justicia social en los Andes. Desde sus primeros años, Huamán mostró un profundo amor por la literatura, explorando la narrativa, la poesía y la investigación histórica. Graduado de la Universidad Católica de Lima, la Universidad de San Marcos y la Universidad Nacional de Educación “La Cantuta“, su pasión por la enseñanza lo llevó a ser docente en varias instituciones educativas, donde influenció a innumerables estudiantes con su dedicación y conocimiento.
La pluma de Huamán es un puente entre el pasado y el presente andino, con obras como “Ladraviento“, “El toro que se perdió en la lluvia“, y “Candela quema luceros“. A través de sus novelas, cuentos y poemas, captura la esencia de la vida rural, las tradiciones, y las luchas de los campesinos peruanos. Su obra no solo entretiene, sino que también educa y sensibiliza, explorando temas como la migración, la identidad cultural y la resistencia frente a la opresión.
Además de su prolífica carrera como escritor, Huamán ha sido un pilar en la educación peruana, colaborando con su esposa Carmela Abad en la creación de textos escolares, históricos y didácticos. Su compromiso con la promoción de la cultura y la educación ha dejado una huella indeleble en las futuras generaciones peruanas.
Huamán es un narrador magistral que ha sido reconocido por su habilidad para tejer historias que reflejan la complejidad y la belleza del mundo andino. Su obra no solo es un reflejo de su propia experiencia, sino también un homenaje a la rica tradición oral y literaria de Perú. A través de sus libros, ha logrado capturar la imaginación de lectores de todas las edades y trasladarlos a un mundo donde la poesía y la realidad se entrelazan de manera inolvidable.