Poesía de Perú
Poemas de Federico Barreto
Federico Barreto Bustíos (1868-1929), ilustre poeta peruano, ha perdurado en la memoria literaria bajo el epíteto de “El cantor del cautiverio” o “El poeta del cautiverio”. Dotado de una pluma inflamada por la pasión y la patria, su vida y obra tejieron un legado duradero en la poesía y la cultura popular de su país.
Nacido el 8 de febrero de 1868 en Tacna, Barreto experimentó una realidad marcada por la Guerra del Pacífico y la ocupación chilena. Su padre, el coronel de infantería Federico María Barreto, influyó en su identidad patriótica. Tacna se convirtió en su musa y refugio durante esos tiempos difíciles, y su poesía se alzó como un canto en defensa de la peruanidad de las tierras ocupadas por Chile.
En medio de este contexto, Barreto emergió como una mente intelectual y periodística ferviente. Co-fundó el semanario “El Progresista” (1886) y el Círculo Vigil (1888). Junto a su hermano José María, fue un pilar en el grupo literario “La Bohemia Tacneña”, donde interactuó con figuras como Rubén Darío y José Santos Chocano.
Su carrera se caracterizó por desafiar la adversidad. En 1912, su poemario “Algo mío” se convirtió en un éxito aclamado, llevando su voz a las masas que agotaron su edición y llevándolo a la fama. La temática de sus versos abarcó dos vertientes notables: la devoción a su Tacna cautiva y la exaltación del amor apasionado.
La influencia del modernismo se manifestó en su poesía amorosa, impregnada de una sensualidad intensa y audaz. Sus versos no eran la idealización de lo amado, sino la exploración de lo humano, tangible y ardiente. El vals peruano “Último ruego”, basado en su poema, resonó en los corazones de artistas hispanoamericanos.
La labor de Barreto no solo marcó la literatura, sino también la cultura popular. Sus poesías fueron musicalizadas y se entrelazaron con la identidad peruana. “Mi patria y mi bandera” se convirtió en una icónica marcha militar.
Federico Barreto partió de este mundo en Marsella, Francia, el 30 de octubre de 1929, el mismo año en que Tacna regresó a suelo peruano. Su legado, sin embargo, persiste en la vitalidad de sus versos, en el fervor patriótico que evocan y en la huella que dejó en la identidad literaria del Perú. Su poesía, impregnada de fervor y pasión, sigue siendo un recordatorio eterno de la potencia del arte para trascender fronteras y épocas.
Último ruego
Ódiame por piedad, yo te lo pido…
¡Ódiame sin medida ni clemencia!
Más vale el odio que la indiferencia.
El rencor hiere menos que el olvido.
Yo quedaré, si me odias, convencido,
de que otra vez fue mía tu existencia.
Más vale el odio a la indiferencia.
¡Nadie aborrece sin haber querido!
Antes que tú
Sonríes al pasar, con ironía,
Porque me juzgas un rival vencido…
¡Imbécil! La mujer que has elegido,
antes que fuera tuya ha sido mía.
En sus labios de rosa bebí un día,
la esencia del licor apetecido.
Y tú, ¿de qué te ríes? ¿Qué has bebido?
¡Las sobras de la copa de ambrosía!
Mas allá de la muerte
Es invierno, y una noche negra, fría y tempestuosa.
En la lúgubre capilla de un asilo monacal,
yace el cuerpo inanimado de una joven religiosa
que, agobiada por la pena se murió como una rosa
arrancada de su tallo por el fiero vendaval.
Blanco traje que realza su magnífica belleza,
simboliza su inocencia, su bondad y su candor;
rosas blancas en capullo le circundaban la cabeza,
y parece aquella virgen que murióse de tristeza,
una novia desmayada en su tálamo de amor…
El silencio que allí reina es tan sólo interrumpido
por el viento que sacude las vidrieras al pasar,
por el viento, y otras veces por el tétrico graznido
de los búhos que allí moran, que han formado allí su nido
y que atisban lo que pasa, por las grietas de un altar.
Cuatro cirios iluminan con fulgores inseguros
el cadáver de aquel ángel de belleza y de virtud,
y las sombras que proyectan esos cirios en los muros
van y vienen en silencio por los ámbitos obscuros
como un coro de fantasmas circundando el ataúd.
Mil rumores misteriosos, mil incógnitos sonidos,
llegan vagos y confusos a la casa del Señor…
Es un lúgubre concierto de sollozos y gemidos,
de susurros y plegarias…de mil ecos doloridos
que acongojan y estremecen, que dan pena y dan horror…
Dan las doce lentamente sobre el viejo campanario,
Y al vibrar en la capilla la hora tétrica y fatal,
sale un monje de albo traje por la puerta del sagrario,
atraviesa a pasos lentos el recinto solitario
y se postra de rodillas ante el lecho funeral.
Se diría que le agobia todo un mundo de tristeza,
que le mata el desconsuelo, que se muere de aflicción…
¿Por qué crispa sus dos manos?…¿Por qué inclina la cabeza?…
¿por qué tiembla? ¿por qué gime? ¿por qué llora? ¿por qué reza?…
¡Hay misterios que estremecen hasta el fondo el corazón!…
De repente se alza el monje del helado y duro suelo,
a la muerta se aproxima y la llama a media voz:
y al ver que ella sigue muda, sigue fría como el hielo,
la acaricia con ternura, la mirada eleva al cielo
y murmura entre los dientes: ¡Que injusto eres, Santo Dios!
Luego clava sus pupilas en la pálida doncella,
la contempla largo tiempo con recóndita piedad
y cogiendo entre sus manos una mano de las de ella,
la aproxima hasta sus labios, con un ósculo la sella,
y habla y gime y llora a gritos como un niño en la orfandad.
‘¡Dora, clama, Dora mía!’ Te estoy viendo muda y yerta,
y no creo que la muerte haya osado herirte a ti…
¡Muerta tú…! ¿Será posible? ¡No, mil veces…! No estás muerta.
Duermes…Sueñas…Estás viva…¡Por piedad, mi amor, despierta.
No te mueras…No me dejes…¡Vive, y vive para mí!
‘Yo era huérfano, yo estaba triste y solo en este suelo:
más Dios quiso que te hallara y no tuve penas ya.
¿Lo oyes Dora? ¡Dios lo quiso! Piedad tuvo de mi duelo
y para ángel de mi guarda te envió un día desde el cielo,
tú no puedes, pues, morirte…¡Dios no quita lo que da!
‘Así, envuelta en blancos tules, coronada así de flores
te ofrecí llevarte al templo y jurarte esclavitud…
¡Sueño efímero! Tus padres, por matar nuestros amores,
te encerraron en este antro de recónditos dolores,
y hoy que vengo aquí a buscarte, te hallo aquí en un ataúd.
¡Pobre novia de mis sueños! ¡Pobre tórtola sin nido!
¡Virgen mártir que viviste con el alma rota en dos!
¿Por qué callas si te llamo?¿Por qué no oyes mi gemido?
¿Te cansaste de esperarme y a los cielos has partido?
¡Vuelve, vuelve…te lo ruego…yo te quiero más que Dios!’
Calla el monje, más de pronto, como un loco que se excita,
coge en brazos a aquel ángel que en la vida tanto amó,
y besándole en la boca: ‘Vuelve en ti, por Dios, le grita,
toma mi alma en este beso. ¡Resucita! ¡Resucita!
Toma mi alma, toma mi alma…¿Vive tú aunque muera yo!’
Un prodigio se ve entonces: ella agita sus despojos
como herida de repente por el dardo del dolor:
en sus pálidas mejillas aparecen tintes rojos:
quiere hablar; mueve los labios; ya despierta; abre los ojos;
todo alienta… hasta la muerte…a los besos del amor…!
Un aurora clara y bella a la noche ha sucedido:
en el templo que el sol baña y comienza a iluminar,
yace el monje de albo traje, junto al féretro tendido,
y los búhos que allí moran, que han formada allí su nido,
le contemplan con asombro por las grietas del un altar.
Está muerto y se diría que perdura su hondo duelo,
que repite entre los dientes: ‘¡Qué injusto eres Santo Dios!’
Está muerto. Le mataron el dolor y el desconsuelo.
No halló aquí a su prometida y a buscarla se fue al cielo.
¡Ya están juntos! Una tumba es la tumba de los dos.
El nido vacío
En un tiempo mejor, aquí vivía
el ángel tutelar de mis amores.
A la oración, en estos corredores,
ella, mis versos, repetir solía.
Este era su jardín. Aquí venía,
al despuntar el alba, a coger flores.
¡Bajo este limonero, hoy sin verdores,
nos despedimos para siempre, un día!
Han pasado los años. A su huerto,
ya nadie viene al despuntar la aurora…
¡Desde que ella se fue quedó desierto!;
Un cementerio es su jardín ahora,
y aquí, en las sombras, cuando el día ha muerto,
el alma mía por su ausencia llora…
El beso
Con candoroso embeleso
y rebozando alegría,
me pides morena mía
que te diga… ¿Qué es un beso?
Un beso es el eco suave de un canto,
que más que canto es un himno sacrosanto
que imitar no puede el ave.
Un beso es el dulce idioma
con que hablan dos corazones,
que mezclan sus impresiones
como las flores su aroma.
Un beso es…no seas loca…
¿Por qué me preguntas eso?
¡Junta tu boca a mi boca
y sabrás lo que es un beso!
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