Poemas:
Salitre
La sed no tiene voz.
La sedienta mudez implora
un aullido de ángeles al cielo,
una monodia oscura al infierno,
un arrullo de paloma a la cornisa,
una oración temerosa al canalla,
una diatriba memorable al ministro,
una cáscara de sustantivo,
el hollejo de un verbo,
el hueso de un adjetivo,
la médula de un poema.
Algo que diga algo del deseo
y del silencio.
No es preciso que suene sublime,
ni tan siquiera bien dicho,
sólo algo conque tapar la boca,
la gruta cuaternaria de la boca.
HUNDIR
lágrima de oro
en
carne de hermosura
La tristeza cae
igual a sí misma
Agua
de agua
PESADO ABISMO entre las flores
(bubble gum y estiércol,
olor dulzón, acre,
eh ! no veo nada,
la cabeza me va creciendo en el interior
de una placenta de polietileno,
dejen de agiytar esa bandera,
estreno el ombligo, bijoux de oro y plata),
amante es una palabra de género neutro,
SOLO
tus manos
trazaban el aura;
ese cisne y ese colibrí
que miran por el rabillo del ojo
están absortos en el sexo;
de las siete diademas
una
era el amor que has tocado,
paranoico,voilá
LA VOZ HERRUMBROSA
Sobre la tierra del patio,
mañanas como países condensados en racimos:
pequeñas naciones verdes y floridas,
minúsculas pampas de tréboles
y –en la habitación trasera-
el jardín zoológico de mis gatos,
jilgueros nerviosos y perros adoptivos.
Todo el mundo de la infancia converge
hasta que la sed nos doblega la espalda
y el sueño (boxeador experto) nos cubre la boca
con una toalla deshilachada,
que apaga un tanto la sed de estar solos.
Tantas veces has creído
que no volverías a ver la luz del día,
que no remontarías la punta de tu dedo
fuera del borde de la ventana
y, ahora, como si nadie te mirase,
encuentras –demorados en el patio-
la brevedad de la tarde, el cansancio
y la huella de salitre que ha calado las paredes.
Sin embargo, no es coherente,
¡si estás muy lejos del mar,
de los salitrales, de toda salina!
¿De qué manera el salobral
podría carcomer los revoques de tu casa,
las punteras de tus zapatos?
Mas, aunque dudes, ahí estás,
comprobando la improbable huella,
el salivazo despiadado
de una sal que no escogiste.
AIRE
ROSA MISTICA, Torre de David,
jugando con piedrecitas sobre baldosas
recalentadas por la siesta,
el gran frescor del jazminero es hondonada
secreta,
el barco mueve las aguas del horizonte,
pero sigue aquí, cabeza baja,
el juego transita por la cólera a causa
del barco- que no cesa de mover el
horizonte-;
no has venido a mí (más malvado que
Dios, el que siempre está mirando)
ESTRELLA DE LA MAÑANA
Altas van las voces de los pastores,
las criollas vencen el maíz en ondas
tardes cerriles;
el pueblo desciende el límite entre la
luz solar y los ramajes (imagino
caminar por sus calles tomada de tu
mano),
tu pelo va -fatigado- del wisky a la
ceniza,
un pañuelo ventrílocuo del remolino se
enreda en mi zapato,
humo de leña ragante;
los pechos se intensifican a medida que
voy soñando
TORRE DE MARFIL
Casa de Oro,
Príncipe sin tenedor ni mouchoir,
Medievo,
la rosa roja -prohibida por el eco de
los pasos de mi padre- bebe polvo de
plata lunar,
afrodisíaco,
la entierro bajo mis faldas,
exequias lunares, florales,
me lastimo las piernas hasta creer que he
dejado de ser virgen
EL DESCUBRIDOR
Cuando él regresaba de Oriente
yo me desnudaba para escuchar
el relato (implícito, silencioso)
de sus labios, cuya pulpa había ganado
en madurez a la sombra de palmeras
y de plantas con cuerpo de mujer,
con pestañas y ombligo. Desnuda
(y él, lejano), podía oír el tintineo
de alhajas –una granada de rubíes,
diamantes en hielo granizado- cayendo
sobre sus bombachos de seda.
“¿Te gustan? Los vendían en Bagdad”.
El regreso de Oriente lo pone silencioso.
Conozco la secuencia. El posillo de café
le habrá dictaminado riesgosa ventura
(aunque, si mal no recuerdo, esa densidad
al manipular ficheros la tenía desde antes:
los ejemplares intonsos en distinto anaquel
que los incunables, los cuales no deben mezclarse
con ediciones agotadas… él detesta las mixturas vulgares);
al sentirse sentenciado, habrá ido en busca de licor
tras los cortinados hechos de cuentas enhebradas
en cuerdas de fibra vegetal, en cierta posada.
Allí, habrá encontrado asiento y bebido copas
hasta que unas mariposas de terciopelo negro
le provocaron la erección redentora y, a punto de eyacular,
habrá corrido a hundirse en alcoholes menos evanescentes.
Espronceda en estado puro, fondo en rojo y negro,
en blanco y dorado, azules y rosas temblando en la extraña fantasía
de la pubertad recién sajada por la menarca.
Jardines opulentos de Espronceda
en libros color ocre de hojas gruesas.
Desde Oriente traerá un silencio capturado vivo.
Un raspar de arena, leve carraspeo,
arrastrará un espejismo debajo de sus zapatos;
ya lo he escuchado antes, pero siempre me inquieta,
puede parangonárselo al devenir de mortíferas sierpes.
Las serpientes orientales gozan prestigio de sabiduría.
Otro cliché. Como: África es un león, Sudamérica el cóndor,
Europa un armiño y Estados Unidos… el Winchester.
Pero un amor respira más allá del fracaso y del éxito.
¿Cuánto saber habrá acumulado en su último viaje?
Marco Polo de amor. Un surco de naufragio en la sien
y yo, desnuda, alhaja corriente, no rara,
expectante, habré de atraerlo hacia mi cala practicada en humus,
para sorber los jugos del malestar y la dulzura.
Biografía:
Eugenia Cabral (Córdoba, Argentina, noviembre de 1954) es una poeta, autora teatral, dramaturga, crítica literaria y gestora cultural argentina, comprometida en la causa de los derechos civiles, políticos y gremiales en general y específicamente de los escritores.