Poesía de España
Poemas de Esperanza Ortega
Esperanza Ortega Martínez es una escritora, poeta, editora y crítica española nacida en Palencia el 15 de octubre de 1953. Está casada con el también escritor Gustavo Martín Garzo.
Licenciada en Filología Románica por la Universidad de Valladolid, ha publicado cinco libros de poemas: Algún día, Mudanza, Hilo solo, Lo que va a ser de ti y Como si fuera una palabra. Su obra poética ha sido reconocida con el Premio Jaime Gil de Biedma por Hilo solo en 1995 y ha sido incluida en varias antologías, como Ellas tienen la palabra y Las ínsulas extrañas.
Además de poeta, Esperanza Ortega es una destacada ensayista, cuentista y biógrafa. Ha recibido el Premio Giner de los Ríos de ensayo por El baúl volador en 1982 y el Premio de Cuentos Jauja por El dueño de la casa en 1994. Ha escrito una biografía novelada de Garcilaso de la Vega y un libro de memorias titulado Las cosas como eran. También ha colaborado con artículos y entrevistas en diversos medios de comunicación, como El País, ABC, El Norte de Castilla y El Mundo.
Esperanza Ortega ha sido profesora de secundaria en varios institutos de Valladolid. También ha ejercido la labor editorial como codirectora de la revista El signo del gorrión y como directora de la colección Vuelapluma. Su poesía se caracteriza por una voz íntima y reflexiva que explora los temas del amor, la memoria, el tiempo y la muerte.
Perfume
Perfume
demasiado profundo
el esplendor
todas las luces encendidas
apenas roza
la penumbra en los labios
y desciendes
vas contando las huellas
que resplandecen a tu espalda
te empujan
a la casa vacía
una voz
ilumina la casa sin ventanas
todo espera
menos aquel perfume de las rosas
rendidas a la sombra de tu mano
ahora yace en la cumbre
como un león vencido
Voces
Voces
que no dicen su nombre
el mar
absorto
casi moja tus pies
nadie recoge la queja de los pájaros
que mueren en la arena
-ahora no eres tú-
voces
de niños que no encuentran
una mano perdida
les oyes crepitar
¡no abras los ojos!
Un segundo de luz y paraíso
En la hora desnuda
sólo eso
un segundo de luz y paraíso
de aquellos que la amaron
sabe los rostros mudos y su temblor de ala
todos
juntos
abran el cofre y vea ella
esos diamantes escondidos
libres
al fin del cepo las palabras
que mansamente caigan esos copos
de nieve
sin red
en un segundo blanco
sobre el regazo de su mirada cobijados
de par en par
las dos puertas abiertas
sólo
un paso
decir adiós así
que el saco no se cierre
sin librarle a la voz de sus cadenas
tacto
y aire
encuentre allí esa voz
sus zapatos perdidos
al fin cerrado el círculo del mundo
en la hora desnuda
sólo
eso
un segundo de luz
y paraíso
En un árbol escrito
Nunca nada de ellos te había conmovido,
ni siquiera sus nombres.
Recogías del suelo
a veces una hoja desprendida a tu paso,
la mirabas ausente
con tosca indiferencia,
segura de su verdor, que iba a responder
con el silencio suyo a tus preguntas, ¿cuándo?
Debajo de sus copas pasó el amor contigo
y aspiraste el perfume
de su hospitalidad ensombrecida,
mas no leíste nunca
su caduca escritura,
los trazos del reflejo inestable del sol
en la sombra que era de tus sueños cobijo.
Ahora no responde, ahora te interroga:
¿desde dónde ha caído esta hoja amarilla
sobre el papel en el que escribes?
Y mientras se deshace
en tus manos su escuálido esqueleto,
le contestas que has visto esta mañana
al mirar a tu hijo
-que de repente es alto, tan alto como ellos-
la esbeltez de sus troncos,
que en su vello incipiente hay restos de resina
e intuyes en sus labios un sabor de raíces.
¿Lo recuerdas ahora? Ése era el mensaje
perenne, de aquella escritura:
en ti había un árbol,
de su copa ha caído esta hoja amarilla.
El árbol que ha brotado de la alfombra invisible
de las horas de espera,
aquél en el que añoras llegar a cobijarte,
bajo la sombra tuya,
junto al tronco soñado
en cuyo cerne estaba escrito este poema.
En la hora desnuda
En la hora desnuda
sólo eso
un segundo de luz y paraíso
de aquellos que la amaron
sabe los rostros mudos y su temblor de ala
todos
juntos
abran el cofre y vea ella
esos diamantes escondidos
libres
al fin del cepo las palabras
que mansamente caigan esos copos
de nieve
sin red
en un segundo blanco
sobre el regazo de su mirada cobijados
de par en par
las dos puertas abiertas
sólo
un paso
decir adiós así
que el saco no se cierre
sin librarle a la voz de sus cadenas
tacto
y aire
encuentre allí esa voz
sus zapatos perdidos
al fin cerrado el círculo del mundo
en la hora desnuda
sólo
eso
un segundo de luz
y paraíso
A un lado está la selva de los tigres
A un lado está la selva de los tigres
al otro
las langostas
debajo te estremece
el foso más cruel
el de los cocodrilos
un montículo triste de palabras
nacidas a deshora
por encima te espera
y en el centro estás tú
-asómate
ésa eres-
detenida en la cámara implacable
la inmóvil
la que busca
-quién sabe si no en vano–
un manantial que brote entre sus muros
Bailar
Bailar
sobre el resquicio
te sostiene entre hilos y armonía
cantas
lo dice la otra voz
hasta que alguno
-el más indelicado-
corta tu cuerda y te derramas
sobre la sima
sin raíz
como una marioneta
no alcanzabas al odio
porque estás
más abajo
Con los ojos cerrados…
Con los ojos cerrados,
he abierto una ventana
la leche que ya humea en la cazuela
el vacío caliente que dejas en las sábanas
una mujer que cruza a tientas
y sin reconocerte te acaricia
ignoran
que marchan a tu lado
no saben
que existe una ventana
ni que vuelves
del camino a tu sueño
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