Poesía de Chile
Poemas de Enrique Gómez Correa
Enrique Gómez Correa (Talca, 15 de agosto de 1915 – Santiago, 27 de julio de 19952) fue un poeta, abogado y diplomático chileno.
La sonrisa
Con el tiempo no quedará de los gestos sino las estatuas del recuerdo
El hombre y la mujer vivirán en estado invisible procreando hijos invisibles
Será la más absoluta de las alianzas
Sin temores sin la pesadez del alma
Sin la angustia que deprime el rostro.
En la hora blanca del mediodía
En la hora en que el sol apunte sobre la frente
Los hombres empezarán a recorrer toda la escala de colores
Y en sus corazones el arco iris será sólo un punto nostálgico.
Por eso nos arriesgamos nos entregamos de lleno al peligro
Al peligro de los astros al peligro de la tierra del agua del mismo fuego.
El sonido se despega del alma
Leva sus anclas
Y nos abandonamos al sueño sin saber por qué.
En dónde estaremos entonces amor mío
Cuando ya hoy tengo mi mano invisible
Sobre tu mano invisible amor invisible.
La bella durmiente
Esta sola voz partida en un muro
Esta que ha descendido con las buenas aguas
Con ciertas manos con ciertos cielos
La misma memoria desfondada por los sueños
No escuchéis nuestro árbol de Bengala
No tienen nuestros ojos
La violencia de un surtidor en la medianoche
No han pasado los cisnes que custodian los sueños
Estos sueños que transforman los recuerdos
Que separan la luz en la zona de un ángel rezagado
Que perdiera la memoria de todo antepasado
Este silencio este olvidado silencio
Este que produce tantos cataclismos
Este silencio que produce tanto silencio
La ventana junto al abismo
La espada que se balancea sobre el mar
La misma que busca un pez sin nombre
O el amor.
Quisiera yo esparcir vuestros líquenes
Por un cielo sin remedio
Quisiera yo tocar un ala
Que se quemara al contacto de un imán
Para ver su mano entre tanta fosforescencia.
El agua no toca los ojos
El espejo es la redoma del cielo.
Versión del ojo (1)
Mentira los labios calcinados
La leche sobre el labio
Los cocodrilos divididos en dos
La restauración del imperio
Suprimir la marina la socorrida luciérnaga
Su pecho desunido
Las colinas se dejaban crecer paso a paso
Se pervertían en la sombra las vértebras
Los ciclones echaban raíz
Sus sedimentos
La mirada dejaba huellas en la pared
Preferible
La humillación del ajo al vuelo.
XI Mandrágora, arte poético
1
Al toque del relámpago
Sacad de paseo vuestro espíritu
Hacia los acantilados del mundo exterior
Tomad la primera palabra que salte sobre el labio
Y lanzaos con ella al infinito.
El mundo es una invención de poetas
El poeta es una invención de la palabra
Y la palabra es el perfil del sueño.
Que el hombre se busque en su obscuridad
Que viva en sus mitos
Que dé rienda suelta a su locura.
Es siempre ese juego de peligros
Ese ir y venir de lo inteligible a lo ininteligible
La necesaria presencia actual de la inefable
Que se nos va que se nos va
Y que por un golpe de azar reconocemos y capturamos
En la angustia de la mañana en la angustia de la tarde en la angustia de la noche
En fin comprendes
En plena soledad.
2
Razón para reír razón para llorar
Que el ser viva sumido en el sentimiento y aún en la idea
Que le destruya el alma.
Que se aparte de su razón que se aparte de su instinto
Sea como el ruiseñor de la soledad
Sea alto invisible nostálgico
Pise sobre la yerba del placer.
El amor a lo desconocido
Le trae una sed le trae una garganta
Le habla con ternura con furor
Con el deseo de la sobrecogedora aparición de la bella desconocida.
Y es ella que se afirma en lo negro que soy yo
En mi amor en su amor
Que supone que es mi amor
En acto de presencia.
3
No será el sonido de la palabra
Sino el sonido del mundo el sonido de la realidad pavorosa
Quien me lance a la isla atormentada del conocimiento.
Será el fuego interior
Que lo transforma a uno de repente en hoguera
Y lo hace girar sobre sus talones
Como el pasado imaginario gira alrededor del presente imaginario
Que es el futuro.
Es la consecuencia de la pureza de tu corazón
Le dice una voz al oído
Es tu propio ser que se vuelve en contra de ti mismo
Eres tú en acto de videncia.
Y así la puerta se abrirá
La puerta errante en los cielos del atardecer
La puerta junto al cielo
La puerta que es el ojo del infinito.
Despegándose de mí mismo
El ser poético me induce a la transfiguración.
4
Y se cantará con una voz extraña
Con un pulso a duras penas sostenible
Hablará con los fantasmas
Con la sombra de los fantasmas.
Un bosque azotado por los relámpagos
Un relámpago azotado por el mar
Un mar azotado por el delirio
Un delirio azotado por uno mismo.
En el amor seremos el Uno y el Todo
El Tú y el Yo en el Mí
Comparables al destello de la violencia
A ciencia cierta el espíritu de la Mandrágora.
5
En vano habrá de llorarse
Los objetos permanecerán inmutables en las envolturas esenciales
Se gritará en la noche se gritará en el día
Y por último terminaremos gritándonos al oído
Que la noche y el día son el eco del uno y el otro.
Entonces la libertad estará en vuestro corazón
Mientras el espíritu esté preparado para renunciarlo a todo
Aún al amor al perfil del amor.
Abandonaréis vuestros temores vuestra casa
Vuestro pan cotidiano
Abandonaréis la vida abandonaréis la muerte
Abandonaréis la idea del adiós.
Será la revancha de vuestro corazón
Negando la noche negando el día
Destruido el ser
Disuelta el alma misma en la eternidad.
Y entonces
Entonces estaréis en la poesía en lo negro
En el calor sombrío de la mandrágora
En el espíritu entonces entonces
En el espíritu dispuesto
Como para saltar de un segundo piso.
El cuerpo que irradia luz y calor pierde peso
Sea como la obsidiana lanzada a la muchedumbre
Esa angustia que pesa semejante al conocimiento
Sea como yo
O como la noche esencial
A la que me someto.
O el amor
En cuyo desorden me reconozco
Soy la cabeza pronta al disparo
Yo no sé qué sombra obscurece el alma
Me habla con la insistencia del fuego
Del ala izquierda del fuego.
Mejor hacia la luz
Mejor hacia la sombra
Amo mis errores
Como los disparos a quemarropa.
Seré errante en mis deseos
Hacia la dureza de una pared de cristal
Negro en ese porvenir de la memoria
Sujeto a la luz
A la que me someto
Con exceso.
Las perezosas
I
Son tibias turbias y viciosas
Buscadas a nubes a labio a insomnio
Un jadeo una voz cruel
Y hasta una historia para el ramaje impenetrable
Semejante a ese mar insensible de las alucinaciones.
Son tibias en las tardes
El aliento rodea el seno
Que es como una nueva historia
Que es el párpado que endurece
Y que yo mar el cielo expuesto a las perversiones
A la soledad, bruma, saliente muslo
En fin como un cisne que mira su propia caída
Y que yo adoro.
II
Ahora ellas escupen sus manos
El árbol gigante alrededor de los senos
Hormigueante la voz
Recogidos los muslos
Y aguas espesas les sacuden
Las carótidas.
Sus deseos bajan suben a la frente
Una araña sacudida en el aire
Que es su instinto
Renacen puras, olvidadas y bruscas
El rostro persistente
Movibles los ojos, ahuecado el esfínter,
Negros sus designios
Por el amor ellas se buscan.
Tienen sed, el diente salta,
A partir fantasma
El ojo dormido, adherible al vientre
Luego a sus pestañas
Apretadas bien al árbol, mal sus ropas destrozadas
Se hacen ellas buscables en el sueño.
A mí el amor
Contraía lenguas oscuras de la memoria
Optaba luz, delta, abría la existencia
Comer reír ahorcarse
Partir retrocediendo frente a un espejo
Amarse sin tregua
La libertad.
Yo tenía aun pasables luces abridme los labios
Estaba muro
Puente deseable
Pasaban sin embargo a la luz sueltos los miembros
Reían hostiles hastiadas
Amándose directamente
El ojo al alga
El alga por brazo
Mucho más deseables que el estupor.
III
A mí el amor
Contraía lenguas oscuras de la memoria
Optaba luz, delta, abría la existencia
Comer reír ahorcarse
Partir retrocediendo frente a un espejo
Amarse sin tregua
La libertad.
Yo tenía aún pasables luces abridme los labios
Estaba muro
Puente deseable
Pasaban sin embargo a la luz sueltos los miembros
Reían hostiles hastiadas
Amándose directamente
El ojo al alga
El alga por brazo
Mucho más deseables que el estupor.
IV
Las tibias las turbias las viciosas
Las envenenadoras las adorables
Las adúlteras las coléricas las raptadas
Estáis ahí todas en vuestros residuos en vuestras almas
Os amo
Marcáis vuestras huellas digitales en la carne
Levantáis los pómulos las arrugas el vientre
Seguid caed moved la lengua
Yo os amo yo caigo yo miro caedme
Yo puente yo muro yo soledad
Yo en este castillo adorable
Salvadme.
XXIII Mandrágora, arte poético
De dónde salta para no dislocarse los huesos del alma
De dónde venía el extraño furor que crecía con la palabra
Tal vez de una lengua que permaneció dormida hasta hoy desde la formación del mundo
O quizás de los torbellinos que sostienen toda visión del amor.
Él le ha hablado en la ciudad
A una mujer con las aptitudes de la bella desconocida
Él ha lanzado con cierta generosidad sus recuerdos al mar
Ha ido borrando aún sus propias huellas.
Acaso sea el viento el que propague el amor
Acaso sea yo el que me consuma en el viento
Al igual que la angustia en un vaso infinitamente pequeño
Así debo desatarle las ligaduras abandonarla a sus deseos.
Es la misma mañana azotada por el mismo sol
Por el ave que me ha secundado en la noche que he dejado para siempre
Oiré ese “siempre” ese pavoroso “siempre”
Iluminado por la luz de siempre.
El ojo del sabio
Es por esta luz y sólo por esta luz
Que ella inclina la cabeza
A menos que el fuego haya devorado todo su cuerpo
Su lengua y sus ojos
Simplifican el aire.
Por otros lados el muro la serpiente
El ojo marítimo golpeando la flor
Es ojo la llama por la cual se devora el cuerpo
Idéntico el peligro de la memoria.
Al mismo tiempo aves grises
Ruedan por el pecho
Lo que toca su mano se transforma en ojo
Y son miradas puras que lamen los pies.
Se escucha y desaparece
Y es su imaginación desnuda
La que desmenuza cada uno de mis dedos
Ella es veloz
Pero si en el fondo de la llama se encuentra al hombre
Perderemos necesariamente a la mujer.
El azar mío
Cuando hablo en la sombra o en la obscuridad
Me figuro tener el agua en el cuello
Por lo tanto seré:
Entre los incendios, el fuego
Entre el amor, el adulterio
Entre el sueño, la fosforescencia
Entre las mezclas sexuales, el semen
Entre los delincuentes, el hacha
Entre los ruidos molestos, el silencio
Entre las mujeres, el hijo mayor de la lujuria
Entre la Revolución, la hoguera
Entre los instrumentos de tortura, el bisturí
Entre las religiones, la negación
Entre la muerte, la espina dorsal
Entre los locos, el delirio
Entre un mundo miserable, el hambre
Entre las familias, el incesto
Entre la angustia y la desesperación, yo mismo
Entre los edificios, la puerta
Entre lo mares, el Negro
Entre los afrodisíacos, la cólera
Entre los ojos, mi ojo
Entre las manos, la bofetada
Entre los fusiles, el disparo
Entra los artistas de circo, el hombre—serpiente
Entre un mundo poblado de perros, el lobo
Entre los peligros, el todo por el todo,
La violencia, el fastidio, el terror,
La pereza, el sueño, la crueldad, el odio,
El cinismo, la soledad, el vértigo, la venganza,
El olvido, lo negro, el sacrilegio, el deseo,
El acusado, la tormenta, el suicidio a fuego lento,
El rayo, la pureza, el veneno, la acción,
El desenfreno, la lascivia, la audacia, la voluntad,
El estupro, la libertad, el libertinaje, la imaginación,
La teoría, el vampiro, el asco, la aversión,
El estado, el agua, la esperanza, lo clandestino,
La muerte, la dureza, la pulmonía,
La guerra, el amor, la práctica, el insulto,
la elegancia, el vómito, la vergüenza, la perversión,
El desorden, el mal, la enfermedad, el crimen,
La fuga, la risa, el azar, la poesía, la inseguridad,
La coacción, la vanidad, el placer, la poligamia, la calumnia,
La traición, la bruma, el orden, la locura,
El águila, el cerebro, el dinero, la sabiduría,
Las buenas o malas costumbres, la maldición,
Etc.
Me adorarán las prostitutas.
Por la pluma se conoce el ave
Luces de la ciudad sobre la ciudad perdida
Un astro puro las manos inexpertas
En esas mismas rodillas para el uso del silencio
Tú veías indistintamente las sombras
Las represalias del beso
Tú colocabas despedazadas las manos
A la izquierda el faisán
A la derecha un nido de águilas.
Las historias
Las cabezas momentáneas
La improbable garganta
El vagabundo
El beso a raíz de su labio
En fin los deseos cotidianos
Igual que las miradas
Estériles.
Soñar así hasta el cansancio
Unos guantes de terciopelo
Una mesa con imperfecciones con temblores con esperanzas
Una mesa viciosa.
En otros lugares el miedo la soledad
El árbol espanta—furias
Sus labios destrozados por el silencio
El olvido las emanaciones de la memoria
Por su amor en el oído en la boca en las risas
Para siempre los pájaros aplastados por el sol.
- Théodore de Banville
- Mario Martínez Sobrino
- Mauricio Redolés
- Noah Cicero
- Blanca de los Ríos
- Aristóteles España
- Elmo Valencia
- María Mombrú
- Teresa Agustín
- Enrique de Rivas
- Aldo Pellegrini
- Eloísa Sánchez Barroso
- José Ramón Mercado
- Albeiro Arias
- Guillermo Saraví
- César Toro Montalvo
- Juan de Dios Peza
- Francisco Antonio Gamboa
- Jorge Teillier
- Francisco González Guerrero