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Enrique Casaravilla Lemos

Poemas:

Ruego

Señor, ¡apártame de los débiles tesoros!
—Dame los fuertes, ¡tuyos!, ¡tus tesoros!,
no estos, ¡tan pobres!
que como sombras en nuestras manos tiemblan,
y ofrecen una forma tan efímera
como el lloro y el gozo de los días…
No los miro, vanos, me concedas;
no los que envuelven en deleite vano;
sino los que no miro todavía,
que resplandecen com belleza eterna
en tu amor solitario y soberano
de inextinguible Esfera;
¡los de tu Dulce Océano lejano!

Signo

Mi vida está en los hombros
como de un ángel la vida está en las alas
Yo llevo los hombros desnudos,
desnudez en la que alguna estrella,
con punta de fuego
puede herir libremente,
y el aire divino
sin obstáculo correr
como, sobre duro campo ciervo,
y como el agua
sobre la inclemencia potente
de desnudo mármol!…

Dicha de lo pequeño

Dulcemente colmada, una planta, las tiene:
flores azules, flores doradas, sonrojadas,
… igual que cual la risa sobre una boca ríe!
Una niña danzando con la aurora… a ella viene
Ante la simple planta, yo he pensado – ¡acortadas
mis ansias!- ; cómo en ella la flor vive, y sonríe!…
y cómo, en pobre polvo, me dan sus seres finos
las flores!, tan acá… tan allá.., columpiadas,
que el destino no toca sus pétalos divinos.
Y olvidada sobre ellas, detengo mi alma, al ver
tanta sonrisa y tanta simpleza resignadas.
¡Copia tan nimia dicha, -ya han dicho mis destinos!…
Más ¡ay!, mi loca vida soñaba florecer
la tierra y le fue poco lo pequeño del mundo
que sencillas le daban. las cosas, al nacer!
Creíase gran árbol, loco en crear fecundo,
teniendo a los desiertos para reverdecer
vuelto gigante selva.., en su espacio profundo
y sin voz. Y ha ignorado a esas flores sin ansias
grandes, que en una taza exigua, al parecer,
ríen como si el mundo llenaran sus fragancias!…

Tiempo de separación

Te amo en amor que antes no he sentido…!
Estoy a tu servicio dulcemente.
A donde vayas me tendrás contigo.
Me dan tus asperezas honda pena.
Observa las tormentas de mi duelo;
M¡entras pasan las horas, largas, lentas!…
Un hombre es un camino solitario;
Con su elegida, dos caminos juntos;
Haciendo ambos más corto el viaje largo.
O los tristes cansancios menos duros.

Versos terrenos

Me llaman
a su gracia pálida
las bodas del cielo.
-Pero yo amo la Tierra.

Me llaman las altas estrellas.
-Pero las mujeres cubren con una roja llama, toda la tierra…!

Me llaman las altas tinieblas!…
-Pero yo amo las cabelleras
de las plantas,
que las más sensuales, y felices, me recuerdan
de las mujeres de la tierra!

Me llaman desde las alturas de las estrellas
llantos
de vagos labios
perdidos….
-¡Pero yo amo la tierra!

El patio extraño

Yo tengo el patio solitario
de densa piedra no mirada…

Que en él desciendan los demonios…

Ni una flor – vaga vejez; sin nada…

(arde un planeta contra un pilar!)

Liso y abierto -sin sombrero-
que habituar sepa a los demonios
que surgen bajo el firmamento.

En lo oscuro de la senda

¿El más allá?… ¿La otra vida?…

Una hoja helada voló
golpeando, al bajar, mi carne,
y desde su nada habló:
vanidad, pena de todo,
perdición, frío …!
¿Qué dios,
cuál dios, cruel, deshojado,
con el peso de una espada
y el sigilo de una hoz
me la envió, mientras temblaba
mi cuerpo en viejo pavor,
en lo oscuro de la senda,
sin una gruta de amor?

Miseria de las quintas

Aquel pasado, enhébrase en los huesos;
lo que era llama y rayos
ahora el ánima hiela.
¡Cuando éramos pequeños y corríamos
juntos con alboroto sin fin delicia loca,
entre las horas tiernas …!
-cuando brillaban fuentes limpias llenas
y de rosales altos, hoy anémicos,
cálido olor en pétalos caía.
¡Donde estarán ay! tantos camaradas
primeros, de estas Quintas
que sólo ahora reflejan recuerdos!:
¡los más altos de ellos no están, oh árboles!
¡Algo que habla hay aún y algo suspira
hablando de sus juegos, de sus padres!…
-Rumores, tristezas; rota
estatua mira en las quintas,
calma fría que apena…-
¡Han desaparecido
como aquellas
sonoras
horas!

Separación

Moríase mi Padre; ¡se iba!
Y yo exploraba
sus ya lejanos ojos…
Más hondo: ¡no se ve,
no se siente! Sonaba la verdad. Se juntaba
a la sombra, y mi alma se nublaba, sin fe.
Sus días eran tantos, que lo cubrieron de años.
Su vida? era la vida -con sus ingratitudes
y con sus buenos ángeles!
…Acaso algunos daños
le hicimos con el ruido de nuestras inquietudes
Poco sabremos, nada…
Terminaba, caía
a lo hondo: Yo deseaba ver algo! más.., no vi.
¿Descendía al silencio? ¿A lo alto subía?…
En este suelo el roble se acaba. Y todo calla;
y las fuerzas se van perdida la batalla.
¿Cómo quedar, si en este lugar es todo así..?

Biografía:

Enrique Casaravilla Lemos, nacido en Montevideo el 9 de octubre de 1889, es una de esas figuras discretas pero profundamente influyentes dentro de la poesía uruguaya del siglo XX. Casaravilla se movió entre las palabras con una habilidad singular, tejiendo en cada verso una atmósfera donde lo filosófico y lo religioso coexisten en un delicado equilibrio. A través de su obra, marcada por una rigurosa concisión, se atisba una mente que no solo dialoga con el tiempo y la naturaleza, sino también con lo eterno y lo espiritual.

En 1911, Casaravilla irrumpió en la escena literaria con Los puntos de apoyo, una obra en colaboración con Justo Deza, que anunciaba ya el estilo contenido y reflexivo que sería su sello distintivo. Dos años después, publicó Celebración de la primavera, un breve pero vibrante folleto de 30 páginas que marcaba el ritmo de su crecimiento poético. Sin embargo, fue en la década de 1920 cuando su voz maduró plenamente. Con Las fuerzas eternas (1920) y Las formas desnudas (1930), Enrique Casaravilla cimentó su lugar dentro de la llamada “generación del veinte”, un grupo de poetas uruguayos que, con su sensibilidad y profundidad, transformaron la escena literaria de la época.

Enrique Casaravilla no solo fue un poeta de gran destreza técnica, sino también un creador comprometido con las grandes preguntas del ser humano. Su lenguaje, aparentemente sencillo, esconde capas de complejidad y reflexión que invitan al lector a explorar más allá de lo inmediato. En sus colaboraciones con revistas literarias como Teseo, La Pluma o La Cruz del Sur, y en el reconocimiento de figuras intelectuales como Esther de Cáceres, Luisa Luisi, Ida Vitale y Juan Ramón Jiménez, se vislumbra la admiración que generó en su tiempo.

Póstumamente, en 1967, se publicó Partituras secretas, con prólogo de la también poeta Esther de Cáceres, un libro que reafirma su lugar en la historia de la poesía uruguaya. En esta obra final, el lector puede descubrir una vez más esa precisión estilística que lo define, unida a una profunda meditación sobre el misterio de la vida y la creación artística.

El legado de Casaravilla Lemos es un ejemplo de cómo la poesía puede ser a la vez sencilla y profunda, contenida y expansiva, en un diálogo constante entre lo humano y lo divino.

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