Poesía de España
Poemas de Enrique Azcoaga
Enrique Azcoaga (Madrid, 1912 – 1985) fue un escritor, poeta y crítico de arte español, adscrito al movimiento conocido como Generación del 36.
Alegre novia mía, cuando llegas…
Alegre novia mía, cuando llegas
se llena el corazón de mariposas,
de puras narraciones jubilosas,
del fondo de los ojos que me entregas.
Mirándote en la fama de mis ciegas
canciones preferidas las rebosas,
llenando mi lamento con las rosas
recientes del amor que me revelas.
¡Qué tuya queda el alma cuando siente
crecer tu corazón! ¡Qué mía la pura
cosecha de tu encanto recatado!
¡Qué luz cuando dispones tiernamente
las tierras sin labrar de la amargura!
¡Qué gozo estar completo y conquistado!
El mar y tú…
El mar y tú. Tu dicha con su duro
lento verter de espumas rescatadas.
El mar y tú: mis playas frecuentadas
por este afán de mar en que perduro.
El mar me trae el ayer. Tú mi maduro
presente enamorado. Tú enlazadas
la dicha y la congoja. El mar trenzadas
la gloria y la agonía de ser puro.
Tengo en ti, amor, la prueba de este canto
que pena como el mar; que su alegría
logra para vivir en tu pureza.
Tu espuma y él. Tu risa y su quebranto.
Que amor sin mar y mar sin agonía
no son cimas logradas de grandeza.
Llegada
Llegado marzo, esposa,
no sosiega la tierra.
El corazón avanza
nutrido por el gozo.
La dicha que marcea
como una gota fértil,
quiera colmar de anhelo
la clara sed del valle.
Llegado marzo, esposa,
los pulsos como fuentes
saltan, y salta el río,
y salta en la verdura
un latido sembrado
por la lluvia en los muertos,
que confían en marzo
como en la prima vera.
Llegado marzo, esposa,
se desmuere la tierra.
Cigüeñas a la vida
convocan, sin llamada.
Nada tiende hacia dentro.
¡Entreabren las ventanas!…
El almendro esperanza
y anuncia la ventura.
Llegado marzo, esposa,
la vida se hace novia,
don la existencia y dulce
promesa lo que tiembla.
¡Siento el hijo posible
como la encina siente
su rama fresca, y frutos
la parra reavivada!
Llegado marzo, esposa,
te quiero prometida;
te ensueño fértil, fresca
como ¡a hierba nueva;
dispuesta, madre, marzo,
colmo de mis afanes,
con prisa esposa, esposa
de campo hecho presagio.
Mujer
Mujer, mujer, espacio de mi vuelo!
¡Criatura eternamente merecida!…
¡Búscame más, adéntrate en mi vida
como en la tierra el mar, como el desvelo!
Trata de perseguirme, brinda el cielo
concreto de tus manos a mi herida;
no incumplas por frecuencia la rendida
costumbre de avivar mi desconsuelo.
En todo instante piensa que la pura
verdad de mi destino siempre quiere
lograrse en la bahía de tus ojos.
¡Que no tengo otro mar que la ternura!
¡Que el alma como gloria te prefiere!
¡Qué por tu luz son brasas mis despojos!
Tengo un amor tan hecho, tan sentido…
Tengo un amor tan hecho, tan sentido,
que pesa como un cuerpo recordado;
es sombra, apenas sombra; es un delgado
consuelo día a día comprendido.
A veces cuando llego a estar vencido
yergue lo que hay en mí desamparado;
a veces, cuando vivo desolado
siembra su ley -¡revuelo!- en mi tejido.
Y es fresco, y es naciente, y me acompaña
-tal una edad distinta- procurando
ser ángel de mi sed, cielo, ventura.
Quiere que mariposa sea mi entraña;
y cuando voy gimiendo él va cantando
para debilitarme la amargura.
Una palabra busca mi desvelo…
Una palabra busca mi desvelo,
tan pura como el llanto amanecido,
tan joven como un ciervo perseguido,
tan honda, flor de flores, como el cielo.
Una graciosa salve cuyo vuelo
celebre, mayo ileso, tu rendido
sosiego; una palabra sin olvido
que nombre de rodillas tu consuelo.
Un pájaro encendido, una balada,
una canción fragante, una armonía
naciente cual tu brisa salvadora.
¡Tan pura como es limpia tu mirada!
¡Tan joven como nace tu alegría!
¡Tan honda como el alma creadora!
El verde almendro en flor de tu mirada…
El verde almendro en flor de tu mirada
en flor de gozo y luz cambia la muerta
balada de la dicha recubierta
por nuestra mejor sangre fracasada.
Ganándose en su paz desentrañada,
contenta paz suprema, orilla cierta,
descubre el corazón su descubierta
fragancia por la pena marchitada.
Me das amor, las cifras encendidas
que cuentan con las rosas del camino
naciente de una ley toda ella aurora.
Me das mi corazón, y en tus crecidas
llamadas cotidianas, el destino
secreto de la fuente creadora.
Y tú que eres el que temes…
¡Y tú que eres el que temes. Tú el que juras
un día de fracaso, que no avanzas!…
Tú el que te desesperas, cuando alcanzas
el límite fatal en que maduras.
Tú quien desdeña a veces las más puras
virtudes de su ser: tus alabanzas
Tú que cantando alumbras esperanzas
en pechos de difíciles ternuras…
Cálmate amigo, amansa la tristeza,
y vuelve a repasarte cual el día
sencillo, con sus noches y mañanas.
Porque tu verso acerca a la belleza;
tu canto al ser, y el alma en tu armonía
comprende la razón de las campanas.
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