Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Enrique Amorim

Enrique Amorim, nacido en Salto el 25 de julio de 1900, fue un destacado narrador, poeta y dramaturgo uruguayo, cuya obra ha dejado una huella indeleble en la literatura latinoamericana. Proveniente de una familia ganadera adinerada, con raíces portuguesas y vascas, su infancia estuvo marcada por los paisajes rurales que más tarde inspirarían gran parte de su producción literaria. Desde muy joven, Amorim mostró una inclinación natural hacia la escritura, influenciado por figuras literarias como Baldomero Fernández Moreno y Horacio Quiroga, con quien estableció una profunda amistad.

Amorim se trasladó a Buenos Aires a los 15 años, donde continuó su formación académica y literaria, integrándose al ambiente intelectual de la ciudad. En la capital argentina, se vinculó con el Grupo de Boedo, una corriente literaria de marcada orientación social, lo que afianzó su compromiso con las ideas de izquierda, llevándolo a afiliarse al Partido Comunista de Uruguay en 1947. Su obra literaria, que abarca desde cuentos y novelas hasta guiones cinematográficos, refleja tanto su amor por la vida rural como su preocupación por las desigualdades sociales.

Su novela más célebre, La carreta (1932), es considerada un clásico de la narrativa uruguaya, y destaca por su representación vívida y realista del campo y sus habitantes. Esta obra, junto a otras como El paisano Aguilar y Feria de farsantes, muestra la aguda observación de Amorim sobre la realidad rural y urbana, así como su capacidad para captar la complejidad de las relaciones humanas.

Amorim también se destacó en el ámbito cinematográfico, colaborando en varias películas argentinas y realizando filmes experimentales. Su residencia en Salto, conocida como Chalet Las Nubes, se convirtió en un refugio creativo y un punto de encuentro para intelectuales de la época. Enrique Amorim falleció en su ciudad natal el 28 de julio de 1960, dejando un legado literario que sigue siendo relevante y admirado. Su vida y obra son un testimonio de la rica tradición cultural uruguaya y de la búsqueda constante por explorar y narrar las realidades de su tiempo.

Primero de Mayo

A Nicolás Guillén

El abuelo gringo
que vino en un barco
de velas de fuego
y mástiles blancos
-brújula embrujada
mendrugos y endriagos-
El abuelo gringo
dijo por lo bajo:

Primero de Mayo.

Recorrió la América

numerando andamios
Coloreó arrabales
y fue, palmo a palmo,
corazones, tierra
ganando. Ganando
mujer, casa y huerto
para su descanso.

Primero de Mayo.

Y encendió la pipa

en medio del patio.
Hojas otoñales
siguieron sus pasos.
Por la calle sola
se alejó cantando,
con un libro viejo
cerrado en sus manos.

Primero de Mayo.

Los hombres temieron

al fuego del canto?
Daban miedo entonces
las voces en alto?
Hubo atardeceres
de sangre y espanto.
Muros de ignominia
y enlutado asfalto.

Primero de Mayo

La plaza cercada

de sables y cascos.
El rencor roncaba
su sordo fracaso.
El grito del puño
y el puño en lo alto
Un clarín de muerte
deshojó el espacio.

Primero de Mayo.

Rosas renovadas

en ocasión bravos.
Noches de la imprenta
sudores lunados.
Rojos fueron siempre
la aurora y el parto.
La nieta ya lee
el viejo libraco.

Primero de Mayo

Se abrieron las calles

a punta de canto.
Las heroicas madres
los hijos en brazos.
Vendaval de gritos,
el grito sagrado.
Gargantas de acero:
¡Libertad hermanos!

Primero de Mayo.

Banderas al viento

tu fecha flamearon
por calles y plazas
y sierras y campos
y montes y surcos
¡Espigas y estrellas
colmaron los labios!

Primero de Mayo.

Ya nadie podría

la fiesta quitaros
¿quien puede a los yunques?
¿quien puede al arado?
¡Que claro es el día,
que día mas claro!
Está amaneciendo
¡Primero de Mayo!

El último soneto

Ya me voy a morir y no me muero.
¿Sin suspiro será, sin un latido
final que yo conozco en mi sentido
de jugar con la muerte que ya espero?

Ya me voy a morir. Seré el primero
en ignorar mi muerte. Luego olvido
volcarán sobre mí tan definido
como mi paso roto en el sendero.

Ya me voy a morir, tarde o temprano
deshojaré los dedos de mi mano
en la carilla del soneto escrito.
Ya me voy a morir, me estoy muriendo
sin ignorarlo, sin saber, sabiendo
que la muerte es tocar el infinito.