Poesía de Chile
Poemas de Ennio Moltedo
Ennio Moltedo (Viña del Mar, 1931 – ibídem, 14 de agosto de 2012) fue un poeta, articulista de prensa y editor chileno que trabajó en su ciudad natal y en Valparaíso.
Nos formaron
Nos formaron, numeraron, nos cortaron la cabeza, las piernas, las manos.
Nos están envasando y exportando con un éxito sorprendente.
Crepúsculo
Ríete del crepúsculo.
Gran hoy
Se están volviendo locos.
Están pintando el cielo. Lo que ayer estaba arriba hoy yace a ras de tierra, para asombro de los humildes. Ahí van con sus tarros, silbando. Se venden canciones nuevas. Y el alimento luce y brilla en vitrinas armadas a prueba de niños y perros.
-¡Está cambiando todo! -grita la gente a nuestro paso, y prosigue su carrera.
No hay explicación para el fenómeno. Es indudable que el entendido -nunca entendió- no sabe operar la máquina. Por supuesto que unos pocos -irresponsables- se mantienen en su lugar. Pero también se dice que hay más gente abajo que arriba, más de salida que de entrada, más atrás que al frente. Más variedad de imbéciles que nunca.
Límite
He aquí un simple tubo rojo o la baranda junto al mar. A tus espaldas el camino suave, limpio por la brisa de los vehículos; más atrás el sendero, la cortina de los árboles oscuros, la última guardia de flores, quizás la vida.
He aquí el límite. A tu frente el desorden, la libertad del viento, la línea azul -que aún no es línea-, el agua que trepa y salpica cada vez en forma diferente. Se puede pasar tardes contemplando el escurrir siempre distinto de la espuma por las rocas.
Frente a ti, el mar.
Silencio
Sin llamarte, sin grito claro viniste a mí. Haciendo coincidir los ojos me dejaste ver el paisaje que buscaba: indudable asombro y plenitud en esa hora, junto al lago y al boscaje: cambiante iris, pelo rojo.
Sin llamarte fue este encuentro e igual fue tu huida, sin un grito, una palabra; era mañana o noche cuando empezó el regreso y alzando un dedo borraste los dibujos y las decisiones violentas de tu pelo.
Novedades
Absolutamente tranquilo. Tan tranquilo como en la cara oculta de la luna. Han vuelto a renacer viejas costumbres: maleza barrida por el viento. Han llegado con remozados vendajes, con mantos luminosos, con flores de la abuela. Han girado -quién lo creería- como trompos, contorneándose, mostrando sus fósiles, bulas, ordenanzas.
Algunas vacas, ciertos reptiles y pájaros de mal agüero han levantado cabeza. Es un desfile de muertos. Una exposición de esqueletos temblando sobre andamios.
Aparte de la novedad, el resto normal y tranquilo. Tan tranquilo y en paz como en el antiguo cementerio.
El silencio
El silencio, el carrete gigante, las páginas se encuentran aquí, en un rincón de la cabeza y es de noche. ¿Ratones o juguetes?
A través del recuerdo vuelven vidas, miedos, esperanzas, y el mismo viento viejo que sopla otra vez guía la mano que va tatuando flores o alimañas.
Decir la verdad. Pero el pozo es blanco, húmedo, siempre en contraste, y estás solo, y no se puede pedir ayuda cuando el trabajo consiste en recuperar los huesos.
Hija
Todo cambió cuando te cortaron las trenzas. Desaparecieron las cintas y mis manos quedaron solas y ni el aire pudo ya detenerte. Otra música sonaba en tus oídos y otras luces cubrían el espejo. El tiempo ya no transcurría igual como sucede en los sueños.
Porque las flores viven camino de la luz, abrí brazos y puertas y te llevé por pasillos y jardines donde crecían colores nuevos en las hojas de los libros.
Te ofrecí el mismo sillón de mi tiempo -noche y cielo entre papeles- y recordé un poema viejo: cuando brillaba para mí un sol parecido al que ahora te llena los ojos.
Tal vez
Tal vez una mañana recién desembarcada
se atreva con todas las ventanas a un tiempo
y penetre por rejas, cortinas y plantas y
acaricie el lomo del gato y avance por
barandas, escaleras, cama dorada y siga las
ondas y tejidos alrededor de islas y platos
y fuentes cubiertos por pájaro niño y trepe
la guarda y camine sobre los cuerpos y hasta
los párpados llegue la luz de la mañana
o el doblez de este nuevo sol de sal y
esperanza.
Valparaíso yace y se acoda en su ventana
y mira su propio ojo iluminado.
La noche
Noche, del latín nocte; éste del griego nyntos; y éste, a su vez, del sánscrito nakta. En alemán se dice nacht; en inglés, night; en italiano, notte; en portugués, noite; en francés, nuit; en catalán, nit; en walón, nute.
En Chile la noche es eterna.
El muelle
El muelle de Caleta Abarca, viejo,
herrumbroso, en verano se volvía
invisible. Bajo el sol completo, hollado
por visitantes, por rondas musicales,
se volvía invisible. Cubierto de colores,
de pañuelos, de ropa amplia, decorados
sus pies de plomo por gotas brillantes,
altas plumas, olas diferentes, el muelle
perdía su peso, cambiaba su color pardo
y se volvía invisible.
Comunicaciones
No recibo órdenes de nadie. A pesar de ello,
gente no enterada insiste con instrucciones
tanto verbales como escritas. Cuando así
sucede, acostumbro dirigir la vista hacia el
mar, hacia bosques y desiertos que se
extienden en paz sobre mi pequeño mapa.
Mudos
Y sabiéndolo todo, y estando de acuerdo en tantos
signos y colores, aún dudamos; nunca sabremos descifrar
estas mudas palabras:
Allá, en tu esfera, entre nubes, esperando, y yo
tendido, enredados mis dedos sobre esta máquina
brillante, y en medio del aire, el viento grueso que en
cualquier momento pasa invisible llevándose las hojas
y los pájaros.
Tedio
Me atrajo el alero tan junto a la calle. Atrás. Jardines sin
bancos, sin paseos, sin piedras. Todo había ya dormido
bajo la tarde. Sólo las guías y las hojas nuevas manténganse
alertas a los sonidos internos: cucharillas de blanco metal
sonaban contra los vidrios. Prisioneras, se rompían entre
los dedos las tazas de porcelana. Una niña movía una bandera de ayuda sobre la terraza. Desesperado, tiré del cordón y rompí la campana.
Cuidadores
Desde el balcón colgaremos los pies para contemplar mejor
el brillo de los paraguas negros. Pequeños sombreros
de papel cubrirán pobremente nuestras cabezas. Sentados
sobre la baranda, con las manos cobijadas bajo los faldones,
vaciaremos a coro un hueco para que no se apague el buen
cirio. Seremos los primeros cuidadores del frío y del granizo de Invierno.
resguardaremos los caminos hasta que se agote la enorme pena.
A los necesitados les entregaremos ladrillos y
paracaídas. Los niños mojados podrán seguir navegando.
Al amanecer cambiaremos los sombreros por otros de plumás largas.
Así, de vuelta a la ciudad, al mejor rincón de la
casa. Al comienzo nos preguntarán tantas cosas como al
volver por primera vez del trabajo. Ahora los pisos estarán
gastados y no gemirá la música en los molinos de antaño.
en torno al fuego iremos dejando las fábulas de nuestros
recientes quehaceres. Juntaremos los sombreros y
cantaremos acordes inéditos hasta la próxima caída del rayo.
Velero.
¿Para qué, para quiénes?
No obstante, una vez más,
para olvidarlo;
última ocasión para ver sobre el mar un
pétalo o un insecto sin carga ni destino
-sin razón- que emula a la gaviota y
arranca exclamaciones cuando va sostenido
por el aire, como todo lo exiguo e inútil que
impresiona por el campo en que se mueve
cuando ya es tiempo de tocarlo con el dedo
y que se hunda.
- León Zafir
- Sergio Infante
- Manuel Tiberio Bermúdez
- Raúl Núñez
- Trinidad Mercader
- Víctor Toledo
- Elsie Alvarado de Ricord
- Luis Oyarzún
- Conrad Aiken
- Regino Pedroso
- Jean Reboul
- Mark Van Doren
- José María Memet
- Julia Uceda
- Reynaldo Naranjo
- Germán Espinosa
- Antonio Gómez Restrepo
- Federico Barreto
- Alfredo Espino
- Roberto Peregrino Salcedo