Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Emma de Cartosio

Emma de Cartosio (Concepción del Uruguay, 1928- 25 de octubre de 2013) fue una escritora, poetisa, cuentista, ensayista y docente argentina. Cultivó indistintamente géneros diversos. En Argentina es reconocida sobre todo por su poesía. Integró diversas instituciones culturales. Becaria por el Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1963, allí estudió la poesía española contemporánea y publicó artículos sobre el tema, en varios de los principales diarios de Argentina y España.

Residió en París en 1965 y 1969. Dio conferencias sobre literatura en general y poesía en particular, en países latinoamericanos y en el interior de Argentina. Viajera incansable visitó Europa, África, Medio Oriente y numerosos países de Latinoamérica, sobre dichos viajes escribió crónicas para el diario La Nación y otros periódicos. Escritora de lengua española, escribió también en francés un libro de cuentos por lo que podemos también considerarla como una escritora francófona.

Falleció el 25 de octubre de 2013 a la edad de 91 años. Sus restos fueron cremados el mismo día de su deceso.

DESTINO DE POETA

Alguien tiene que mantener la soledad ardiente
que nos quema por dentro, que nos arroja al vacío;
alguien tiene que aventurarse a la angustia y dicha
de ser el que soporta y celebra el destino exigente
de las galaxias en formación, de una célula creciendo.
Alguien debe afrontar pasado presente y futuro
con la fortaleza de un párpado abierto y devorante
que nunca interrumpe su candoroso y sabio desvelo.
Alguien debe ser el ojo que escudriña y va inventando
imágenes a medida de alegría o grito, risa o llanto
que los demás ignoran o menosprecian por gratuitos.
Alguien debe sonreír a la tristeza y darle la mano
para hacer la ronda igual a aquella del patio de escuela
cuando sonaba la campana y nadie se negaba al juego.
Alguien tiene que habitar la casa de provincia que demolieron
o el conventillo en que crecimos y el progreso hizo barriada;
alguien debe mantener en alto y gozosamente lo desaparecido.
Y brindemos por este destino de criatura que renace
en cada pequeña o gran muerte, en cada claudicación ajena
y sin embargo prójima y amada por ser la que renuncia.
Y seamos los destinados al olvido aunque sea la memoria
de todos la que nos da una misión distinta en esta tierra
que se balancea continuamente entre el infierno y el paraíso.

ENAMORADOS

Ella tenía marcas de antiguo acné
él tenía veinticinco años
ella diez años más que él
él los ojos en ella
ella se iba de él
triste
él la regresaba sonriendo
ella le cedía la mano
la voz
él aprendía a acariciar
a ser escuchado
ella tenía un viejo acné tenaz
él una belleza insolente
se amaban
se amaban en París
creo eran los únicos
creo los he inventado
creo que existían
creo que se amaban.

SOY

Aire de hoja, de mica y de gacela.
Carne de pétalo, de granito y de pájaro.
Trozo de Universo; aerolito celebrante.
Soledad extendiendo ribazos.
Joven, rotunda, gaseosa y beodante.
Una desconocida que debe decir algo.

DESENCUENTROS

Si aireo, me circundan aguas y branquias.
Si inundo, me orillan atmósfera y pulmones.
Si apedreo, el vacío acida mis golpes.
Si aldabo, nada vela ni nadie está insomne.
Dolor de tiempo entre horas.
Dolor de paso entre zócalos.
Dolor de verdear entre ciegos.
Dolor de guante entre baldados.
Dolor de ventana frente a un puerto.
Dolor de noche de Reyes en un asilo de ancianos.
Dolor de seda entre manos leprosas.
Dolor de mascar raíces tiernas junto
a mandíbulas fieles al pan y a la sopa.
Dolor de reír en el blanco de un velatorio.
Dolor de arrodillarse en medio de una ronda pagana.
Dolor de recuerdo acurrucado en un presente de olvidados.
Dolor de araucaria faroleante, brazarera,
lejos del viento y de la nieve.
dolor de cuaderno infantil entre
textos de ciencias abstractas.
Dolor de adulto sonriendo a un gallociego de chiquillos.
Dolor de sábana de hilo en el lecho
de una pieza desalquilada.
Dolor inadvertido.
Dolor abortado como un grito de espanto,
por el puño de Dios.
Dolor, mi Dolor, Dolor huérfano y sin madrasta.
Dolor, mi Dolor, yo te amamanto.

A LA INFANCIA

Tú, Infancia, a quien tuteo con el
arrodillado tú con que se habla
a Dios y al alto destinatario
de una carta. Vuelve a mí
con tu sentido íntegro de página
sin tachas, pero humana.
Tráeme ese mirar de ventanas
sin cristales. Esa clara pupila
de criatura deslumbrada. Esa
sensación intransferible
de dichosa nostalgia. He de creer
en la varita, en el duende y en el hada.
He de gozar la tristeza, la alegría y la ignorancia.
Pero retorna.
Te espera la bienvenida alborozada.
Ni un reproche, ni una pregunta.
Un irme por tu calle arbolada como
desde una abrupta siesta
rueda el cansancio hasta la inmóvil,
polvorienta sala.
Sobrevivo sólo para reencontrarte.
El desolado pájaro busca
la primaveral rama; aquella
misma que lo inició en sus alas.
Hoy deshilacho melancolía
de sauce, y lloro
vuelta hacia tus aguas.
Las de la magia de semilla
que se rompe en lenta planta.
Desde la entrefronda del sueño
atisbo tus guiñadas. Pero
si despierto, me abandonas.
Vuelve, y tómame de la mano…
Yo he de abrazarte con pasión
de tierra a los pies que nuevamente
a ella bajan.
Será simple el reencuentro;
sin sorpresa, ni gracias.
Un aire de jardín invadiendo la pieza
largamente cerrada.
El hallazgo de la voz
con la palabra.
Vuelve a mí. Te espero
desde tu partida.
Soy un íntimo exiliado desde
que se cerró tu cancel a mis espaldas.
No abandono el zaguán porque
quiero vivir en tu casa.
En esos anchos corredores umbríos.
En ese mundo de ilógicos sentidos.
Una aljaba con respuestas en las sienes
por si ajenas preguntas las sitiaban.
Sin más futuro que el imprevisto
camino que la pelota traza.
Y el pasado muriendo en el cuaderno
como una golondrina extraviada;
mientras en presentes estíos
alborotan sus hermanas.
Dormirse cada noche
en cinco de enero y despertar
al seis cada mañana.
Las piernas enredándose en las moras,
y los dedos en las siestas de payanca.
En la orgía persistente del estío
multiplicar los voraces
gorriones del capricho.
La lleta del miedo resolviéndose
en troncal osadía.
Y esa dicha propia, esa
dicha blanca. Esa dicha
convexa y hechizante como
una cúpula enlunada.
La calle no seduce
a la angustia, desnuda
bajo el sayal de certidumbres.
Supuro añoranza como un muro
al mediodía, reverbera fantasmas.
¿Debo morir para recuperarte, Infancia?
¡Tal vez muera en Lázaro y
Jesús repita su Levántate!
Pero sólo se retorna
a lo que más se ama.
Lázaro: a la vida.
Yo: a la Infancia.

LA VOZ

Después de fugaz extranjería, hoy me apropio.
En comulgante contemplo, nuevamente, la vida.
Es necesario enumerar, enumerarlo todo.
Los tejados, el musgo de las tapias, el caer
gris del tiempo ciudadano y el primaveral del campo.
Necesito nombrar a las muchachas de las calles suburbanas.
A los trenes rumbo a lo desconocido,
A los esqueletos de puentes y a las cercas, al ligustro
de las quintas brumosas.
La tarde desde el tren. Y esa lluvia áurea que asciende
de los follajes y asperja ómnibus y tranvías.
Es necesario enumerarlo todo.
Como en un catálogo las cosas se explican solas.
Y su verídica esencia luminosamente se revela.
Acojo, uno a uno, los símbolos. En comulgante.
Piadosa y honda como una mirada vidente
recibo las ciegas que me buscan.
Pinos y plátanos. Barreras y cielo crepuscular.
Baja la luz y vuelan las sombras hasta el más allá
de las preguntas. Mientras, el incienso
de la serenidad las atemoriza.
Dialogo con los ángeles y a Dios hospedo.
Tengo una intimidad de confesionario, secreta y perdonante.
Y las sienes dóciles a la maravilla.
Necesito nombrar a todo lo fugaz, a lo diminuto,
a los infinitos trémolos humanos, a los infinitos
pulsos de las cosas. Con mi voz de custodiante de lo divino,
pronuncio nombres y los seres y las cosas
emigran a Dios como al amado estío.
Digo: casa, techo, rieles, auto, puente, yuyo, tronco,
acera, noche, piedras, ventanas, subterráneo, negocio, río…
Y sé que digo: Dios.
Me regocijo dulcemente como en la infancia
cabalgando una escoba. Galopo
un sueño por el gran sueño del Universo.
Me arrodillo ante un carro, un vagón, un aviso luminoso,
una mirada triste, una criatura, un rascacielos de ruidos.
Cruzo las calles con la divina confianza
con que el pequeño comulgante regresa al reclinatorio.
Llevo la hostia. Llevo a Dios en mi cuerpo.
Y Dios contempla a través de mí.
Ve a sus amados y les sonríe.
Me encuentran en aquel zaguán, en ese perro,
en aquella verja, en ese sauce, en la torre del barrio,
en el patio provinciano, en el tazón, en la frase simple,
en las sábanas, en los nidos, en un estibador,
en un muelle hollinado, en la zona pintada
de una grúa, en las recovas, en un conejo de felpa,
en la aurorera leche, entre el chirriar de vehículos.
En una cuneta, en el gallo de los vientos, en los
cables telefónicos, en el trigo, en las amapolas,
en una pobre pieza de hotel, entre las mujeres
agobiadas por la miseria y tantos hijos.
En un malvón balconero, en la otra mano
del pobre ciego de la campanilla.
En la meticulosidad del padre humilde,
en la alegría de una adolescente,
en la angustia de los que sufren, en la benevolencia
de los que ya no marchan pero sienten,
en una calesita esquinera, en la botella púrpura,
en las meriendas apresuradas, en las puertas abiertas,
en las tristezas irredentas, en la condenación,
en la locura, en el para qué, en las certidumbres,
en la avidez, en el vicio.
Porque ahora escucho, siempre, la voz…
La voz dulce que me narra lo que es la vida.
La busqué por calles, por gente, por anestésicos,
por páramos, por fantasmas, por volúmenes, por padres,
por esquinas, por ancianos, por lugares…
Y era en mi alma donde, la voz, dormía.
Ya no busco porque ahora sé que no nací para escuchar.
Que mi voz es un prónubo del secreto de la vida.
Repetidas heladas la crecieron
hasta la natural redondez exacta.
Mi madura soledad es un expósito inaugurándole
a la vida, un apellido.

DEBER HUMILDE

La copa busca al aire, la raíz al suelo,
el perro y la gente se echan a las calles,
las mujeres a las tiendas y a los escaparates,
el rodado al arroyo, la vaca al campo;
con la misma natural gravedad yo caigo
a los seres humanos.
Paso entre ellos como el viento entre follajes,
despierto cascabeles y arterio múltiples sangres.
Hay que dar lo mejor de uno mismo,
y por eso me doy en acicate.
Mi verdad es un reactivo,
se azula en álcalis y
enrojece al ácido
para cumplir el deber gozoso
que Dios me destinara.
Juego con una criatura,
hablo con las señoras,
compro flores al viejo de la esquina,
doy una sonrisa, una palabra,
un mirar, un gesto amigo
a las transeúntes almas
con la misma ternura,
con la misma plenitud,
con que la madre da el pecho
a su primer hijo.
Siento que vine al mundo
a cumplir una órbita prefijada.

Un derrotero sin meta final,
pero cada etapa se cierra
con broche de oro como
esos arcones de noble madera
y fino olor a siglos y nostalgias.
Paso y fecundo un ensueño, una hendrija,
una creencia, un deseo,
una verdad lázara,
otras dudas, algún escándalo.
Para serena cas ángel,
de puntillas y sin manos,
y suenan a bronce los demás,
lumbreros, rotundos, iluminados.
Me siguen sin pasos, en recuerdo,
en amor, en odio,
en espera, en mirada.
Cuando he cumplido parto sin despedirme
como un matiz del crepúsculo.
Me dejo a mí misma con la celebrante
alegría con que el sol se demora
entre cristales.
Suenan a fiesta las almas
y se arcoirisan sin mordazas.
Dios me destinó el mismo deber
humilde de la primavera:
verdecer lo pardo y
purificar la sangre.