Poesía de Uruguay
Poemas de Emilio Frugoni
Emilio Frugoni fue mucho más que un poeta, fue una voz encendida en el viento de su tiempo, un hombre que hizo de la palabra un arma y del pensamiento una trinchera. Nacido en Montevideo el 30 de marzo de 1880, su vida fue un diálogo constante entre la justicia y la belleza, entre la lucha política y la creación literaria. Abogado, parlamentario y fundador del socialismo uruguayo, llevó sus ideales con la misma pasión con la que construyó sus versos, claros y combativos, cargados de humanidad.
Desde su juventud mostró un espíritu rebelde e inquieto. Con apenas 16 años dirigía El Bombo, una publicación estudiantil que anunciaba su vocación por la crítica sin concesiones. Su pluma, afilada e irónica, no temía señalar lo que debía ser cambiado. Más tarde, en la guerra civil de 1904, tomó partido por el gobierno de Batlle y luchó bajo las órdenes del general Muniz. Sin embargo, la experiencia del conflicto lo llevó a renunciar a las viejas disputas de blancos y colorados, decidiendo forjar una nueva ruta política para Uruguay, más allá de la sangre y los bandos.
Fue el primer diputado socialista del país y el fundador del Partido Socialista del Uruguay, siendo su primer secretario. Su vocación política nunca estuvo separada de su vocación literaria. En sus escritos se percibe una sensibilidad profunda, un lirismo que convive con la denuncia y la reflexión. Su poesía, a menudo olvidada entre el peso de su legado político, es un canto a la dignidad, a la justicia y al alma de los pueblos.
Casado con María Rosa Barreto hasta su fallecimiento en 1942, Frugoni vivió hasta 1969, dejando tras de sí un legado intelectual que aún resuena en la historia del pensamiento uruguayo. Fue un soñador y un combatiente, un poeta que creyó en la revolución de las ideas y en la necesidad de transformar el mundo con la palabra. Su vida, como su obra, fue un puente entre la realidad y el anhelo, entre el presente y el porvenir.
Las Playas
Al fondeo la sede del MERCOSUR, ex Hotel Casino Parque Hotel
I
Montevideo tiene un aire de pereza.
Tendida cabe el río, sobre colinas gayas,
aburrida bosteza
hacia el espacio, por sus cinco playas.
¡Oh, las graciosas playas de Montevideo!
Abren sus blancos brazos, como con el deseo
de estrechar todo el río en sus arenas,
y el río les regala el cabrilleo
de sus aguas serenas.
Ramírez y Pocitos, y Carrasco y Malvín
y Capurro, hospitales que curan el esplín.
En ellas tiende el Río de la Plata
sus sábanas de espuma para la conjunción
de sus aguas azules con la arena de plata
en que lento se acuesta el río, como un león.
Con esas cinco playas, que son bocas divinas,
sonríe en el estío a las auras marinas
que la perfuman al pasar,
dejando en esas bocas un ósculo del mar.
Montevideo tiene un aíre de pereza. . .
Al descender los días estivales
sobre sus costumbres casi coloniales,
es como una criolla joven, pero algo obesa,
que al sol se despereza
con movimientos lentos y sensuales.
Sus pupilas se encienden de un fulgor repentino,
sus labios reflorecen con dulzor de pitanga,
y su garganta arroja al aire cristalino,
como una piedra, el grito de su risa guaranga.
Hacia las cinco playas vuela el aburrimiento
de la ciudad, en automóviles y tranvías,
y allí lo contemplamos, en aquel somnoliento
desfile por las ramblas, igual todos los días.
II
¡Playas armoniosas! En su blanco seno
Yo sorbo de bruces, junto al mar sereno,
con labios voraces,
la savia esencial de la vida,
que hierve en las ondas y flota en el viento.
En ellas mis ojos audaces
gustaron visiones de carnal belleza
que me depararon un deslumbramiento,
y también un poco de vaga tristeza
como deshojarla como flor al viento…
Yo adoro esas playas,, y en ellas adoro
a las mil ondinas de cabellos de oro
o de bronceados o negros cabellos,
que muestran sus cuerpos flexibles y bellos
ante el mar sonoro.
Yo adoro
los muslos pulidos, los brazos, los cuellos
de mujer desnudos, en la arena llena
de chispazos de oro.
¡Playas! las sirenas
cantan a los ojos sobre las arenas
que el día rescalda,
ofreciendo al aíre los senos, la espalda,
las carnes morenas
que el sol les madura con su beso gualda.
Playas deliciosas que adoro y envidio;
sobre vuestro seno aventan su fastidio
voluptuosamente divinas ondinas;
¡oh, playas divinas!
Yo envidio las ondas que abrazan y tumban
los cuerpos de diosa, tal como en un lecho;
con mil dientes blancos les muerden el pecho,
y, al fin, jadeando, a sus pies se derrumban. .
¡Playas, playas, playas! bocas sonrientes.
¡Playas, playas, playas! brazos en que veo
mecerse confiadas mil formas vivientes
que admiro o deseo.
¡Playas, playas, playas de Montevideo…
Las caballadas
Multitud borrascosa de baguales,
marejada de grupas sobre las cuales
revoleando relinchos
surgen cabezas
que impacientes pescuezos enarbolan
al ritmo de las patas que abaten pastizales,
y alzan la polvareda en los caminos.
Ahí van el que ha de ser,
marcado a fuego,
lujoso pingo de un señor de estancia
o un caudillo rural
o un alto jefe de la policía
o comandante de algún regimiento,
que afirma su prestigio en la apostura
del orgulloso parejero “entero”,
que ha eludido el ultraje
del sacrificio bárbaro del sexo.
También el destinado
a ser trabajador, sin más ni menos,
proletario, sin prole, de los campos
en las faenas de la estancia
o prendido a los carros y al arado
de las chacras.
Ahí van los héroes de las justas criollas
de las domas y las jineteadas
en que habrán de medirse con el hombre
en luchas donde el bruto enardecido
por la brutal injuria del talero
y el diente de la espuela sanguinaria
se revuelve furioso bajo el rudo
castigo que frenético acompaña
con su bramar un público que sigue
las fases del encuentro sin cordura,
azuzando al intrépido jinete
con frenesí de fieras en el bosque,
y éstas se ven de fiesta en una plaza.
Las caballadas de la guerra
civil también son esas
que despliegan la enseña del trabajo
en las penurias y en las glorias mínimas
o máximas del agro.
Oscuros y esforzados campesinos
ellos también fundieron en la historia
su heroísmo con el de los guerreros
más mentados.
Si el caballo figura en nuestro escudo
es porque se metió en nuestro destino
desde abajo.
El canto de los barrios pobres
La ciudad crece como un árbol.
La ciudad crece como un bosque.
En el centro, los troncos robustos
y las ramas tuertes y altas;
en los bordes que el viento castiga,
las pequeñas y débiles plantas. ..
Oh tristeza de los barrios pobres,
de los suburbios que la soledad aplasta,
y donde la melancolía de los campos
queda vagando como un perro hambriento
y perdido que aúlla en la noche, callada….
La ciudad muerde en sus alrededores
con mordiscos de piedra, de cal y de barro
La verde extensión de la campaña.
Y ésta retrocede paso a paso
replegándose en la distancia,
con un sediento quejido de ruedas
que por caminos de lodo y de polvo
se pierden en la lontananza…
Las callecitas do los arrabales
salen a mirarla
con un aire ingenuo y campesino
y una dulce tranquilidad aldeana.
Y so detienen temerosas
ante la carretera que viaja
trasponiendo remotos confines,
por entre las chacras
y por donde se van bordejeando
las grandes carretas paisanas
o se precipitan los .autos
corno una ráfaga.
Callecita del suburbio que hueles a campo
y juegas con barro al pie de la casa
y a la payanita con monedas de agua…
Sendero tranquilo por donde se pasa
sin prisa, silbando
y hasta donde baja
el cielo a posarse liviano
en la loma cercana…
Corazón pueblerino que laten
como un pajarito en la caricia lánguida
del claro de luna…
Callecita pobre que estás en la infancia
crecerás y un día serás una calle
ruidosamente frecuentada,
con letreros luminosos
escandalizando en las fachadas
y edificios resonantes
de la espesa colmena humana…
Adiós correrías de chicuelos,
y football en la, calzada,
y asomarse de las comadres
a las puertecitas entornadas
y atisbaduras cautelosas
de ojos brujos tras las persianas.
Adiós conversaciones a gritos
de vereda a vereda; adiós idilios
en los umbrales y en las ventanas¡
Adiós vendedores ambulantes
que meten su pregón en las casas
como un puño por los zaguanes.
Adiós, paseos de pebetas
gárrulas y emperifolladas
por las aceras, al crepúsculo,
o en la, noche plácida.
Adiós biógrafo de barrio
que alegra, toda la cuadra
con sus luces y su timbre
que llama, llama, llama…
Adiós lamento de los acordeones
y sonambulismo de las guitarras,
y dactilógrafa tartamudez del piano
en que se adiestran las .muchachas.
Adiós tertulias on la acera
en las noches cálidas
a la luz de la luna,
o de una triste
lamparilla guacha…
Adiós almacén de la esquina
con su vidriera abigarrada
y su rueda de parroquianos
que disputan y beben caña.
La ciudad hasta ti llega
disuelta en placidez; y cansancio,
En un repecho te empinas
para, ver allá, en el bajo,
el hacinamiento de casas
donde bullen la vida y su tráfago..
Cada vez que a ti me acerco
me dejo ganar por tu encanto,
callecita donde la vida
conserva un perfume temprano…
El caballo negro
Era un caballo de ébano luciente
lustrado por el sol y por la lluvia.
Andaba suelto por el campo y solo,
tallando en noche viva su escultura.
Su airoso andar adoctrinaba el viento
imprimiéndole el ritmo de una música
para los ojos, y sus pasos eran
sobre el verde tapiz negra escritura.
Absorta la pradera lo miraba
cruzar trotando por la tarde muda
y ya su sombra habíase fundido
de su lustroso pelo en la negrura.
Era el místico instante en que se apagan
todas las voces bajo la ancha curva
de un cielo desde el cual baja el crepúsculo
a la faz de la tierra taciturna.
En ese instante el animal tenía
algo de misteriosa criatura
que concentraba en su inquietud nerviosa
toda la soledad, toda la angustia
de la extensión sin árboles, sin gentes,
donde el tiempo rodaba sin premura.
Se detuvo un instante sorprendido
acaso por el soplo de alma rústica
que le llegaba desde el campo todo
y desde el cielo en vesperal conjura.
Un rayo oblicuo de la tarde vino
de sus pupilas a sondear la hondura
y en centellas sus ojos transformados
de súbito incendiaron la penumbra.
Oteó la solitaria lejanía
y escuchando una voz remota y suya
partió de pronto en fúlgido galope
y se perdió de vista en la llanura,
dejando tras de sí, como un reguero,
la llama negra de su estampa oscura.
El caballo de Artigas
Ese que está en el bronce vino de Europa un día
a instalarse en la cumbre
de la Cuchilla Grande que cortando los campos
de la patria atraviesa la historia desde el Norte
hasta el Sur como un lazo
de tierra y pasto verde y en la ciudad se cubre
de hormigón y de torres para arrimarse al cielo
sosteniendo en su más erguida loma
el caballo que monta José Artigas
para surcar los siglos en el piélago
de su inmortalidad y de su gloria.
El Héroe lo condujo al frente de su pueblo
cuando buscaba asiento para el impulso en armas
(“más en almas que en armas”)
en trance de labrarse un destino de estrella
en la constelación del Continente.
Con él ganó batallas y soportó derrotas
y guió retiradas y llevó a cabo avances
para al fin exilarse silencioso
en las selvas profundas del Paraguay, que abrieron
sus brazos para darle todo el caudal de sombra
que la brasa de su alma dolorida anhelaba.
Y allí, junto al devoto, nobilísimo Ansina,
tuvo para sus días de trabajo sin tregua
el caballo que quiso en la hora de la muerte
hallar junto a su lecho otra vez ensillado,
viéndose el Héroe al frente de su pueblo aguerrido
acampado en sus tiendas, en la Banda Oriental.
Su caballo lo vio morir, inmóvil. Y agachó la cabeza
mientras Artigas descansó la suya
en la ola de sombra de la muerte.
Ojos arcanos
I
¡Tus ojos I.. Yo no sé lo que me inspiran,
cuántas cosas de amor me hacen soñar!..
Son dos astros; dos astros que me miran
desde el fondo del mar…
Verdes ó azules, porque no he podido
el color de su magia precisar…
Sólo sé que al mirarlos he creído
ver el cielo y el mar.
He soñado en misterios siderales,
en planetas de un raudo escintilar,
en solemnes auroras boreales
que se elevan del mar…
He pensado en soberbias Estambules
haciendo al sol sus cúpulas brillar,
y en pájaros de rémiges azules
atravesando el mar…
En los soles que ruedan incansables
por encima de todo imaginar
y arrastran sus cabellos impalpables
por el fondo del mar…
en las constelaciones abstraídas
en un triste y remoto fulgurar,
¡y en todas las estrellas sumergidas
para siempre en el mar!..
II
He visto en lo profundo del arcano
que esos ojos descubren al mirar,
como huyendo de mí, todo lo humano
que se parece al mar:
Pasiones siempre prontas al empuje,
tristezas imposibles de sondear,
todo lo que en las almas canta ó ruge:
¡mares dentro de un mar!
Y vi también serenas majestades,
altísimas quietudes sin hollar,
religiosas, augustas soledades:
la montaña y el mar…
III
Astrólogo de amor, quiere mi anhelo
los signos de ese arcano descifrar,
¡cuándo ignora si el mar está en el cielo
o el cielo está en el mar!
Me he acercado á los bordes del abismo,
queriendo ver, ¡mas tuve que soñar!..
y desde entonces para mí es lo mismo
el espacio que el mar…
Lo mismo; que en mis ansias intranquilas
cuando voy lo infinito a interrogar,
veo al mar, como un cielo, en tus pupilas,
y al cielo como un mar.
Fue así como una vez las regias naves
de la Ilusión tus ojos vi surcar,
como si atravesaran muchas aves
pausadamente el mar…
Y después, con la proa hacia el profundo
confín, desde el Ensueño vi zarpar
mi carabela huroneando un mundo
escondido en el mar…
¡Oh, yo he visto también, en una loca
ensoñación que nunca he de olvidar,
el cielo descender hasta una roca,
mientras subía el mar!
Y vi, por fin, con una estremecida
angustia que me hiciera sollozar,
un novelesco y trágico suicida
hundiéndose en el mar…
¡Oh sombra de Gilliat, callada y triste:
no pudiendo en sus ojos descansar,
serenamente heroica le pediste
asilo eterno al mar!
Canto a José Artigas
-I-
Con un dolor de patria, con un amor de pueblo,
con un fervor de jóvenes multitudes eternas
mi voz viene a cantarte desgarrada en las púas
de las zarzas ardientes en que mi ser se quema.
Artigas: solamente con pronunciar tu nombre
el bronce de un escudo en las almas resuena
y el verbo echa raíces en la tierra uruguaya
para erguirse en un bosque lleno de tu presencia.
-II-
En el viento que enredaba la melena de los montes
junto al relámpago de agua vibradora de los ríos
y que se iba atropellando furioso los horizontes
mientras azotaba el lomo de los caudales bravíos
comenzó a llegar de pronto de la multitud huraña
tu nombre en una sonora ondulación de bandera
donde un corazón lejano latía: el de la campaña.
Llegó hasta Montevideo cuando con ira española
el Virreinato enfrentaba la revolución de Mayo
que venía incontenible hasta aquí como una ola
del Plata para extenderse en el terruño uruguayo.
Pero tu nombre fue al punto la respuesta verdadera,
y tras de él y de tu recia estampa de varón fuerte
se puso en pie el alma gaucha surgiendo en la montonera
para cumplir su destino: “La libertad o la muerte”.
-III-
Eras el pueblo que salió a labrarse
como un río de puños en las piedras
del terruño un camino hacia la historia
bajo el cielo magnífico de América
Conductor de ese cuerpo de tu alma
tú lo pusiste a andar sobre la tierra
con la aventura bíblica del Éxodo
sin que lo detuviesen las tormentas,
a caballo, a través del campo virgen
bajo la expectación de las estrellas
o aguantando aguerrido de las nubes
el liquido flagelo de sus flechas
y el castigo de andar burlando acechos
del enemigo, en incesante alerta.
Acampado en la costa de los ríos
deparaste a la patria asiento y fuerza.
Con tu mapa de sueños en las manos
te pusiste a forjarle un alma entera
y le diste una voz inmarcesible
capaz de hacerse luz en las tinieblas
Personificación insobornable
de ese oleaje de coraje y penas
eras tú todo un pueblo que se alzaba
a poner en la historia su presencia.
Siempre cerca de ti quedó el caballo
que te llevaba a levantar la tea
de tus incendios de pasión indómita
sobre la sombra humana de la gleba
donde la nube de un poder espúreo
del nativo angustiaba la conciencia.
-IV-
¡A caballo!, gritaste al alma toda
de tu patria nacida entre la niebla
de una mañana que sobre los campos
comenzaba a agitar sus alas recias
bajo las cuales todo un pueblo esclavo
levantaba orgulloso la cabeza.
Así acunaste a la nación naciente
en la trepidación de las carretas
que seguían tus pasos atraídas
por una devoción de almas en pena
fugadas del infierno de una suerte
que librada quedara a la proterva
invasión del cuatrero lusitano
que desafiaba al indio en su fiereza
Fuiste un pastor de almas que veían
en tu cayado el fiel de su existencia
y el timón de su nave en el bravío
mar que agitaba un viento sin clemencia.
Padre del gaucho y del esclavo indio,
negro o mulato que sentó a su diestra
tu noble corazón de americano
que amó todas las razas de la tierra.
Y así fuiste el Moisés de nuestra gente
con tu alma por Jehová y a la gineta
-V-
Del poblador de los silvestres pagos
de la “banda oriental” fuiste en la brega
encarnación simbólica esculpida
en una estampa de varón soberbia,
y en todos los azares de su vida
el Protector e intérprete de veras.
El que tradujo a su lenguaje de héroe
su voluntad auténtica
de ser dueño y señor de su destino
y el que puso en la gran gesta de Mayo
de ese pueblo la voz inconfundible
entre el rudo clamor de las de América
-VI-
Te miramos andar alta la frente
como un peñón donde la mar se estrella
de la furia adversaria y las traiciones
que se tendieron a tu paso arteras.
Y nos conmueve el drama de tu vida
que es una melancólica epopeya
donde al final contra tu acción triunfa
una conspiración de oscuras fuerzas
y derrotado pero no en tus sueños
generosos ni en tu inmortal pureza
vas a buscar refugio en el misterio
y las profundas sombras de la selva
y mueres aferrado a tu trabajo
de labrador que ignora !a pelea
en que despedazándose sus hijos
el lábaro desgarran que les diera
para que con sus pliegues como amparo
a la conquista del futuro fueran.
-VII-
A ti volvemos la atención del alma
que oye con emoción la voz eterna
dictar desde la cumbre de los tiempos
tus “instrucciones” para la obra nueva
de nuestras manos en la arquitectura
viva del mundo que la historia crea
con el aliento de las muchedumbres
encendido en la antorcha de una idea
-VIII-
Pueblo en cuerpo y en alma perdurable
que el campo de los siglos atraviesa
y que eras para todos los que vimos
en la patria oriental la luz primera
un padre por sus hijos venerado
que les dejó una llama por herencia
y no los quiso hermanos fratricidas
que ciegos de rencor en la pelea
volvían torpemente las espaldas
a la gran enseñanza de tu ausencia,
y hoy todavía ciñense la frente
con sus divisas que nos avergüenzan.
Hoy más que nunca el ánimo se tiende
a dialogar contigo en una inquieta
auscultación del río del presente
que se hincha en la preñez de una tormenta.
Dignos de ti y de tu lección queremos
ser, entre los azares que nos cercan,
y anhelamos nos llegues de tu altura
a abrirnos con tus ojos una senda
que nos lleve a ser dueños del destino
frente a las garras que en la sombra asechan.
Que el Uruguay nació para ser libre
Quién no lo entienda así ¡maldito sea!
- Leonard Nimoy
- José María Álvarez
- José Herrera Petere
- Inés Montes
- Jean Arp
- Julio Garrido Malaver
- Juan Boscán
- Vicente Gerbasi
- Jane Durán
- Francisco Villaespesa
- Augusto Winter
- Dolors Alberola
- Sarandy Cabrera
- Elmo Valencia
- Martha L. Canfield
- Rosario Castellanos
- Gonzalo Rojas
- José María Fonollosa
- Oswaldo Reynoso
- Miguel Espejo