Poesía de Perú
Poemas de Emilio Adolfo Westphalen
Emilio Adolfo Westphalen fue un destacado poeta, ensayista y promotor cultural peruano, considerado como uno de los representantes del surrealismo en la literatura hispanoamericana. Nació en Lima el 15 de julio de 1911 y falleció en la misma ciudad el 17 de agosto de 2001.
Su vida estuvo marcada por el amor a la poesía, el arte y la cultura, así como por el viaje y la diplomacia. Fue hijo de Pedro Pablo Emilio von Westphalen Wimmer y de Hermenegilda Teresa Milano Barbagelata. Estudió en el Colegio Alemán de Lima, donde conoció a Martín Adán y Estuardo Núñez, futuros poeta y crítico literario respectivamente. Luego ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), donde se graduó en 1932.
Su obra poética se inició con Las ínsulas extrañas (1933) y Abolición de la muerte (1935), dos libros que lo situaron como una voz innovadora y original dentro del panorama literario peruano. Su poesía se caracterizó por el uso de imágenes sorprendentes, el humor, la ironía y la libertad expresiva. Junto con César Moro y Xavier Abril, formó parte del grupo surrealista que organizó la Primera exposición surrealista en Lima en 1935.
Además de poeta, Westphalen fue un activo gestor cultural que dirigió diversas revistas como El uso de la palabra (1939), Las Moradas (1947-1949), Revista Nacional de Cultura (1964-1966) y Amaru (1967-1971). También fue traductor de las Naciones Unidas en Nueva York y Roma, profesor de Historia del Arte Prehispánico en la UNMSM y agregado cultural del Perú en Italia, México y Portugal.
Después de un largo silencio poético de casi cuatro décadas, Westphalen volvió a publicar nuevos poemas en los años ochenta y noventa, como Belleza de una espada clavada en la lengua (1980), Cuál es la risa (1989), Falsos rituales y otras patrañas (1992) y Ha vuelto la diosa Ambarina (1988), este último dedicado a José María Eguren. Su poesía madura mostró una mayor depuración formal y una reflexión sobre el sentido de la vida, el amor, la muerte y el lenguaje.
Westphalen recibió varios reconocimientos por su trayectoria literaria, como el Premio Nacional de Literatura (1996), la Orden El Sol del Perú y la Orden de las Palmas Magisteriales. Estuvo casado con la pintora Judith Westphalen (1922-1976) con quien tuvo dos hijas: Inés y Silvia. Falleció a los 90 años en Lima, dejando un legado poético que lo sitúa como uno de los grandes maestros de las letras peruanas.
Un hombre se inclina sobre el cuerpo desnudo de una mujer…
Un hombre se inclina sobre el cuerpo desnudo de una mujer
Y lentamente extiende con la lengua sobre él
Un líquido rosado
El cuerpo queda todo húmedo brillante y encendido
Luego con los dientes hace aquí y allá
El signo el amor
Pequeños puntos blancos que adornan la piel oscura
La mujer cierra los ojos dilata las narices
A veces a pesar suyo un suspiro entreabre sus labios.
Amor eterno
Da miedo, a veces, encontrarse con que el camino cae a pico y que hay que bajar agarrándose con las uñas de las rocas.
En esta circunstancia, no se puede sino aconsejar que a cien metros del suelo se suelten las manos.
La caída es deliciosa: el cuerpo se ha hecho permeable; lo atraviesan flores, hojas aromáticas; riachuelos, algas,
espuma del mar, hilos de lluvia, cabellos de mujer, copos de nieve. Estos, al fin, se solidifican a su alrededor, para luego
estallar tal una granada arrojada con violencia al rostro de la mujer amada, que aparece sonriente tras las trayectorias
vertiginosas de los granos rojos.
Cuál es la risa leve cubierta de espuma…
Cuál es la risa leve cubierta de espuma
Que anuncia el amor
Cuál la túnica desvanecida que oculta
Los lentos puñales ciegos del amor
Cual el momento en el cual aparece indudable
Benévolo golpe de sangre sobre la arboleda
Y los trozos de un cuerpo en estado de putrefacción
Aún se hacen visibles sobre la muralla de mármol.
Andando el tiempo…
Andando el tiempo
Los pies crecen y maduran
Andando el tiempo
Los hombres se miran en los espejos
Y no se ven
Andando el tiempo
Zapatos de cabritilla
Corriendo el tiempo
Zapatos de atleta
Cojeando el tiempo
Con errar de cada instante y no regresar
Alzando el dedo
Señalando
Apresurado
Es el tiempo y no tiene tiempo
No tengo tiempo
Mostrar la libreta
Todo en orden
Por aquí a la aventura silencio cerrado
Por allá a la descompuesta inmóvil móvil
Ya llega y tarda
Y se olvida
Por acá con boca falsa y palabras de otra hora
El pañuelo nuevo y pronto
Para el adiós
Adiós y no ha llegado
Ésta es la señal
El tiempo
Casi no es niño
Pero flor no es
Casi
Cuando está sobre un árbol
Se divisa el paisaje la estrella
Los zapatos
Osamentas de pescado
Y el ojo llena el horizonte
El tiempo
Aunque cojee y se hiera y se lamente
Prohibido
No te hagas tan silencio
La nube sabe de otro lugar
Son las escaleras que bajan
Porque nadie sube
Porque nadie muerde la nuca
Sino las flores
O los pies llagados
Andando y sangre de tiempo
Gotas de lluvia el torrente
La mano llega
Éste es su destino
Llegar el tiempo
Se devuelve y usted sabe más
Estaba junto al silencio
Estaba con ojos pequeños
La mano a lo desierto
El pie a lo ignorado
Indudable
Los huesos prestados podían ser míos
Si un leve signo no dijera
Y no decía
Alzada levantada
Me doy a tu más leve giro
Al amor de las pestañas
A lo no dicho
Vértigo
Te temía sin noche y sin día
Aunque no regreses
Por la marcha de mis huesos a otra noche
Por el silencio que se cae
O tu sexo
El mar en la ciudad
¿Es éste el mar que se arrastra por los campos,
Que rodea los muros y las torres,
Que levanta manos como olas
Para avistar de lejos su presa o su diosa?
¿Es éste el mar que tímida, amorosamente
Se pierde por callejas y plazuchas,
Que invade jardines y lame pies
Y labios de estatuas rotas, caídas?
No se oye otro rumor que el borboteo
Del agua deslizándose por sótanos
Y alcantarillas, llevando levemente
En peso hojas, pétalos, insectos.
¿Qué busca el mar en la ciudad desierta,
Abandonada aun por gatos y perros,
Acalladas todas sus fuentes,
Mudos los tenues campanarios?
La ronda inagotable prosigue,
El mar enarca el lomo y repite
Su canción, emisario de la vida
Devorando todo lo muerto y putrefacto.
El mar, el tierno mar, el mar de los orígenes,
Recomienza el trabajo viejo:
Limpiar los estragos del mundo,
Cubrirlo todo con una rosa dura y viva.
El sueño
Los gérmenes poéticos del sueño resultaron ser, no como los pobres profesores, los mezquinos críticos realistas trataron de hacernos creer, un nuevo paraíso inalcanzable, un espejismo, sino los gérmenes nocivos y actuante, los útiles reactivos para corroer la infame realidad. El sueño no es un refugio sino un arma.
Los malos instintos de libertad danzan su ronda diabólica. ¡Fuera la conformidad, la resignación, la medianía!. En su esputo negro ahóguense
los bellacos, los explotadores, los que aprovechan la miseria de los más, y la maldita clerigalla, y el abominable espíritu religioso, y los fantasmas cristianos, y los mitos del capital, y la familia burguesa , y la patria infamante.
La libertad del hombre, es decir, el sueño acuñado en la realidad, la poesía hablando por la boca de todos y realizándose, concreta y palpable, en los actos de todos.
La mañana alza el río
La mañana alza el río la cabellera
después la niebla la noche
el cielo los ojos
me miran los ojos del cielo
despertar sin vértebras sin estructura
la piel está en su eternidad
se suaviza hasta perderse en la memoria
existía no existía
por el camino de los ojos por el camino del cielo
qué tierno el estío llora en su boca
llueve gozo beatitud
el mar acerca su amor
teme la rosa el pie la piel
el mar aleja su amor
el mar
cuántas barcas
las olas dicen amor
la niebla otra vez otra barca
los remos el amor no se mueve
sabe cerrar los ojos dormir el aire no los ojos
la ola alcanza los ojos
duermen junto al río la cabellera
sin peligro de naufragio en los ojos
calma tardanza el cielo
o los ojos
fuego fuego fuego fuego
en el cielo cielo fuego cielo
cómo rueda el silencio
por sobre el cielo el fuego el amor el silencio
qué suplicio baña la frente el silencio
detrás de la ausencia mirabas sin fuego
es ausencia noche
pero los ojos el fuego
caricia estás los ojos la boca
el fuego nace en los ojos
el amor nace en los ojos el cielo el fuego
el fuego el amor el silencio
Mundo mágico
Tengo que darles una noticia negra y definitiva
Todos ustedes se están muriendo
Los muertos la muerte de ojos blancos las muchachas de ojos rojos
Volviéndose jóvenes las muchachas las madres todos mis amorcitos
Yo escribía
Dije amorcitos
Digo que escribía una carta
Una carta una carta infame
Pero dije amorcitos
Estoy escribiendo una carta
Otra será escrita mañana
Mañana estarán ustedes muertos
La carta intacta la carta infame también está muerta
Escribo siempre y no olvidaré tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Tus ojos inmóviles tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Cuando fui a verte tenía un lápiz y escribí sobre tu puerta
Esta es la casa de las mujeres que se están muriendo
Las mujeres de ojos inmóviles las muchachas de ojos rojos
Mi lápiz era enano y escribía lo que yo quería
Mi lápiz enano mi querido lápiz de ojos blancos
Pero una vez lo llamé el peor lápiz que nunca tuve
No oyó lo que dije no se enteró
Sólo tenía ojos blancos
Luego besé sus ojos blancos y él se convirtió en ella
Y la desposé por sus ojos blancos y tuvimos muchos hijos
Mis hijos o sus hijos
Cada uno tiene un periódico para leer
Los periódicos de la muerte que están muertos
Sólo que ellos no saben leer
No tienen ojos ni rojos ni inmóviles ni blancos
Siempre estoy escribiendo y digo que todos ustedes se están muriendo
Pero ella es el desasosiego y no tiene ojos rojos
Ojos rojos ojos inmóviles
Bah no la quiero
Ritual de arena
¿Cómo suenan los címbalos
los crótalos de huesos
el cuero humano del tamboril?
el concierto bulle y remueve
capas densas de corteza terrestre
desgaja estrellas fugitivas
mientras cielos arremolinados
se desgarran entre sí
al compás de soles descuartizados
en la danza renovadora de caos
Caos absorbente luz y tiniebla.
Salido de madre
¿Es cierto que ya no sabes
Adónde vas ni qué quieres?
Te zampas moscas racimos
Culebras de piel de rosa
Rimeros de miel silvestre.
Hierve el agua en tu garganta
Cascas lo que encuentras
Y nada te repleta.
Requintas apedreas desgarras
Has perdido compostura y camino.
Río -me dueles en los ojos y en el vientre.
¿Qué te haría la madre
Que así deliras y destruyes
Mi pueblo mi casa
Te llevas el borrico pardo
La palmera sin sombra
El cementerio completo?
¿Eres río sin madre
O mar recién parido
Estirándote lo más que dé
Tu hambre y tu codicia?
Río vuelve a ser río
No te quiero tan grande.
- Alberto Ángel Montoya
- Eugenio Padorno
- Ulyses Petit de Murat
- Francisco Morales Santos
- Elman Trevizo
- Bernard Noël
- Mario Trejo
- Juan L. Ortiz
- Juan Parra del Riego
- Héctor Pedro Blomberg
- Juan Ramírez Ruiz
- Osvaldo Rodríguez Musso
- Antonio Martínez Sarrión
- Nuria Parés
- Romelia Alarcón Folgar
- César Toro Montalvo
- Salvador Díaz Mirón
- Ana María Rodríguez
- Alberto Serret
- Miguel Ángel Menéndez