Poesía de Colombia
Poemas de Elvira Alejandra Quintero
Elvira Alejandra Quintero, nacida en Cali en 1960, emerge como una destacada escritora y poeta colombiana cuya obra poética deslumbra en el ocaso del siglo XX. Su lenguaje rupturista desafía las formas tradicionales del verso, orientándose hacia la expresión profunda de la vivencia existencial en el encuentro con la realidad cotidiana.
Graduada como Arquitecta y con un Magíster en Literatura Colombiana y Latinoamericana de la Universidad del Valle, Quintero alcanza el título de Doctora en Letras en la Universidad Nacional del Sur en Argentina. Su contribución a la academia se refleja en su labor como profesora de Literatura en la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad del Cauca.
Su poesía, imbuida de un carácter urbano y existencial, se erige como un referente clave en la interpretación literaria de la ciudad contemporánea, obteniendo múltiples premios y reconocimientos. Su tesis de Maestría y Doctorado en semiótica literaria, centradas en obras de Juan Carlos Onetti y Andrés Caicedo respectivamente, revelan su aguda perspectiva analítica.
El legado literario de Quintero se manifiesta en una prolífica producción que abarca ensayos como “El viaje, motivo y narración en ¡Que viva la música!” y “El pozo de la escritura – Enunciación y Narración en Juan Carlos Onetti“. Su poesía, recopilada en obras como “Devenir de la ausencia“, “Haz que no me pierdan sus palabras“, y “Ritos de pasaje“, cautiva con su profundidad y sensibilidad.
Con una trayectoria que abarca desde “Hemos crecido sin derecho” en 1982 hasta la más reciente “Devenir de la ausencia – Obra reunida” en 2022, Elvira Alejandra Quintero se erige como una figura imprescindible en la rica tradición literaria colombiana, fusionando la poesía con la crítica literaria de manera magistral.
Del olvido
Brilla un misterio
en los ojos de mi madre
al navegar el aire coloreado de la mañana
interrogando algo que existe más allá
anterior a nosotras
En el patio de palomas al viento
mamá relata la leyenda de su infancia
y sus manos de vuelo
dibujan para mí entre sus fantasmas
los abuelos que no conocí
Madre agua de los ríos donde se lava el tiempo
Madre lluvia
Madre fuego de olvido
Madre furia
Madre grito escondido en su ternura dispersa
Madre sombra
Madre soledad de amor detenido en los espejos
Su magia hace brotar de los baúles
los trajes que la abuela Alejandrina
vistió para el abuelo
en tardes felices
cuando su amor era un secreto y una daga
baúl cajita de Pandora
magia al revés
herida oculta en el alma lacerada
historia desviada
La voz de mi madre
nombra y canta las palabras de la abuela:
adiós
tarde gris
verano dulce
y su sonrisa cura espejos rotos
y hospitales desahuciados
pule versos
canciones
poemas antiguos
y remienda lentejuelas
de fiestas gozadas hace siglos
Las palabras de mi madre
señalan la falta y el remedio que no llega
el tren que no halló la estación
el vidrio roto
Un hombre de sombrero
Paraguas
bastón y gestos elegantes ronda su leyenda
una mujer dormida
una niña que llora junto a la valija de la abuela
Y yo busco la infancia de mi madre
y la visto con mi delantal blanco
le ofrezco mis cuadernos
y ayudo a sus manos de niña en sus tareas
y quisiera ser yo su madre
para borrar su pena y protegerla
Mi madre
Entonces busco en ella
el rostro desconocido de mi abuela
y presiento en ambas
el amor que atormentará mis historias
cuando crezca
Pies descalzos
Nada de vértigos astrales y desconocidas piedras preciosas. Nada de forzosos extrañamientos poéticos, de falsos ritos.
Hablaré de la tierra consagrada por el abuelo en el centro de mi infancia. De su olor a lluvia o a vida cuando el amanecer me llama a la ventana, y el brillo del mundo me devuelve su frase:
Písala con los pies descalzos. La energía que asciende por tu cuerpo te hermana con el resto del universo.
Y aún, cuando recorro los andenes solos y oscuros y el viento acecha en mis oídos refrescando el acalorado monólogo, un lejano olor a peces me recuerda el mar.
Y busco un pedazo de camino y quiero olerlo.
Y quiero pisarlo.
Y aunque no es de tierra, la piel de mis pies toca el mundo.
Y mi sangre vuelve a ser parte de la sangre del universo.
A nosotros
En este Cali abierto, entregado a los vientos
Repetido en los pasos calientes de la rumba
Repetido en el río que atraviesa los días
En este Cali hemos nacido.
Nosotros
Con el amor detenido en el cambio de un semáforo
Los tantos fantasmas de este Cali disperso
De este Cali revuelto a las seis de la tarde
Hemos vivido aquí.
Donde agosto fue el tiempo paseado de cometas
Y después la ternura tomados de la mano
Donde octubre miraba nuestros gritos en coro
El fútbol de la calle
Los besos de prisa.
Nosotros
Veranos repetidos en cada cigarrillo
Hemos querido a veces fugarnos por las calles
Y atravesar la tarde en los juegos de los niños
En este Cali impávido, caliente
Contado en los globos de colores del parque
Repetido en los pasos calientes de la rumba.
Del libro Hemos crecido sin derecho
Amanecer
Acércate a la ventana y sosiega tus voces con la bruma que emerge de los andenes.
Recuerda otros amaneceres cifrados por el descubrimiento de una verdad, en medio del licor y el entusiasmo compartido con las almas amigas.
Y deja que sea solamente un recuerdo.
Sin llorarlo mira hacia afuera, hacia el otro lugar que tu ahora se esfuerza por volver real y posible.
Allí el sueño de anoche, sus voces, sus oleadas de persecución y sus breves fragmentos de calma.
Su humedad, su martirizante dicha.
La insana, loca pregunta.
El Cid Campeador
Mi padre. El Abandonador, el fuerte, el Valiente padre tan mío y tan ajeno.
Tan otro, tan no padre, tan él mi gran padre.
Cómo te quiere, escuché decir a alguien
que arqueaba los ojos y reía, haciéndome llegar con sus palabras
un soplo de su amor.
Que empiece a hablar el fuego
Dejemos que la luz se meta y acose hasta develar los secretos guardados. Es lo que hace falta.
Están allí estorbando desde la vez que los aceptamos como aliados.
Sólo después volveremos a pisar la tierra con los pies descalzos y descifraremos el mensaje.
Que empiece a hablar el fuego y escoja lo que crea conveniente. Que no dude en borrar.
Tal vez después bebamos a plenitud las aguas claras y bañemos en ellas nuestros cuerpos sin miedo al torrente.
Y que el viento se lo lleve todo y no nos diga el nombre de la otra ciudad.
Así no nos asaltará la tentación de repetirnos.
5 PM: El goce
Ella habita el mundo que le dejó su padre.
Su padre recio y tierno,
cuando se levantaba en la niñez a jugar frente al espejo,
Haciendo muecas para que ella riera.
Parece que se hubiera detenido la vida.
Los días de la pasión en el bosque, con su amado, están tan lejos.
Tan lejana la gloria y la dicha, el deseo de correr en las calles desocupadas.
¿Hace cuánto sus labios no besan?
¿Hace cuánto no recorre la electricidad su cuerpo?
Y los pasos,
¿Hace cuánto la llevan nada más que a los sitios permitidos,
bajo toda la luz del día, en qué obediencia?
5 y 30 AM: Todos los días
Me levanto y no rezo.
Me repito que no volveré a lo mismo de ayer.
Reinicio el desordenado ritual de preparar cuerpo y ánimo para mostrar al mundo:
La prenda apropiada busco en el armario, la frase que taladra silenciosa mis oídos pronuncio en el silencio de mi boca.
No sale, se guarda, se recoge. Se unta maravillosamente
de otros gritos que también quieren salir.
Todos los días me digo que no puede ser más esto.
Que no lo volveré, que no lo haré, que lo diré.
Y después de haber gozado en el sufrimiento de intentar aclarar
mi pensamiento en la escritura,
repito el desorden, la ambición,
la locura, la codicia, y me digo que mañana será por fortuna otro día,
en que habrá tiempo para los buenos propósitos.
Jueves, 6:30 PM: La cerradura y la llave
Ahora caerá la tarde repitiendo sus antiguas señales:
Palabras antiguas como el deseo, haciendo nudos del ovillo sin fin.
Delgadas sombras que deposita la tarde en los tejados antes de entrar a rondar por la casa, antes de entrar con el ovillo en el laberinto.
Y
¿Cómo desprender de la madeja el verso?
¿Cómo del pozo sin fondo, de la hoguera que han atizado las horas y el pasar en ellas, de la espera?
La bulla de la ciudad rodea de silencio mis labios cerrados.
Los ruidos de una calle desembocan en los ruidos de otra calle.
El pensamiento avanza bajo letreros y estandartes, extranjero en la calle siempre recorrida
Gitano
Descifrando el destino en la palma del asfalto.
El aire se llena más con los recuerdos pero aún no puede aprisionarse, y la rugosidad de los fantasmas pesa más que los aromas de la calle.
En la calle recorrida las pisadas se resisten a ser huella.
Tantas pisadas
¡Tantos pensamientos y asuntos han caminado esta calle resistiéndose a ser huella!
La cerradura espera mi mano y su llave
La puerta espera inmóvil sobre el límite.
La sombra
Me vuelvo a mirar las cosas que dejé a mi paso.
Una sombra late, respira, se acobarda.
Se dibuja una tensa mueca propia frente a un espejo fraccionado.
Me digo No es nada así los meses se sumen inasibles con cierta ironía bajo los libros.
No es nada así no hayamos aprendido la noticia
Y sea nuestra propia sombra la que se subleva por la espalda.
Me calmo, me calmo.
Pues, ¿qué será de mí frente a la pared blanca cuando las palomas hayan dibujado su propia respuesta?
Me vuelvo a recoger la mirada de oriente.
El sol es poco, es poco.
Oh, ¡si pudiera destruir el pequeño halo de los relojes!
Abro una puerta
Me vuelvo y reconozco la voz que dejé atrás
Cierto paso de baile que aún no está a tono
La sonrisa pintada que repite No es así
No es así como te imaginé aquella ocasión en que tenías Doce años.
Me vuelvo.
¿Eres otra?
¿Es un espejo la puerta que abro?
Me vuelvo, me vuelvo.
La loma de las cometas
En la loma de las cometas
Mi abuelo y yo descifrábamos el cielo atravesado entonces por pájaros enormes.
Los gritos de los carros eran eco gastado
Torbellino anónimo en la curva de herradura.
Mi abuelo y yo tomados de la mano
Éramos el primero
El último
Y el único amor
Sobre la loma sostenida por cometas.
La pregunta
La niña que fui se empina para mirarme.
Me da un codazo. Me pregunta si he olvidado la pregunta.
Le digo que no he cesado de repetirla.
Su mirada se vuelve más redonda.
Le digo que no tengo la respuesta, es más, la pregunta ha crecido.
Otra niña se nos acerca intrigada. Soy yo unos años después.
Nos muestra un viejo cuaderno y contonea su cuerpo con vanidad.
Dice que escribe. ¿Recuerdas?
Nos habla de un príncipe que toca el violín y ha desterrado
de sus sueños el silencio.
Le digo que se ha ido.
Me grita que no me meta en su vida, que le deje su paz.
Le digo que la perderá lo mismo que al príncipe.
La niña que primero fui interviene. Pregunta si un príncipe es algo
tan valioso como para formar la guerra entre nosotras.
Me preocupo.
Temo que las muchachas que después fui aparezcan ahora
preguntando cada una por sus tesoros.
Parque de la Alameda
Cali al amanecer cierra las puertas y ahoga la música donde los amantes fueron puro desborde, insaciable corazón de amanecer cerrado.
Cali al amanecer con tu ventana abierta
Con tu cuadrada habitación abierta donde ahogarás tus gritos y tus orgasmos olorosos a la nicotina de tu respiración.
Con tu boca de humo
Con tu palabra alienada por los cantos donde la rumba evoluciona hasta ser torbellino
Con tu alma envenenada como la mía con el recuerdo de la última tarde en que metimos los pies descalzos en la fuente del parque.
Llovía. Porque siempre llueve cuando preguntas por mí a la amiga de mi alma.
Y los dulces aguaceros estremecían las paredes del aire turbio, resbaladizo, dejando chorrear las imágenes de la infancia pobladas de besos vírgenes y agobiantes deseos de tener un pasado.
Y las antiguas fogatas ardían en lo más profundo de nuestro orgullo.
Lluvias.
Lluvias, lluvias.
Cali al amanecer sin luna en el parque de la Alameda.
[Del libro La ventana – Cuaderno de Ana Ríos]
La Escritura
Una peregrinación gobierna mi escritura.
Mi camino lo cifra un viento helado, un sol sin sombra
un río ciego inclemente y milenario.
Tal vez perdí a mis dioses en una de esas calles polvorientas.
Tal vez están en pugna
y sin dolor confunden mis acontecimientos y mis días.
Tal vez nunca los tuve
y nací huérfana en el ágora del altar de una vestal derrocada.
Si vuelo soy Ícaro
y un inmenso desierto mide mis pasos y mis horas
mis latidos oscuros, mis nombres secretos.
¿Qué palabra persigo en el horizonte de la noche?
Si aúllo
soy la ansiedad armada con pedazos de aliento y hojas secas
borrones de luz
sílabas rotas
¿Qué recuerdo bajo el abrigo oscurece mi tarde?
Si amo
es Antígona quien mi desvelo acosa
hablándome de la que fui
y aún no sepulto.
Las voces del día
Viajo por el día descontando uno y otro pensamiento
Casi sin mirar lo que atrás dejo —descontando casualidades—
Tan sólo descontando horas al itinerario
Si por momentos levanto como banderas el desorden de las calles
El asombro de las madrugadas
Es tal vez cuando el mundo lanza junto a mis pies su careta
Y la sonrisa que desmiente no sé qué cosas
Y la mirada que pregunta todo aquello que no sabremos responder
Paso de la primera mañana a la segunda
A la tercera
Y así a las diez de la mañana me pregunto qué será de mí si no puedo olvidar esos ojos
Esos harapos que mostraban sin pudor en una esquina arruinando todos los cielos que se alzaban al final de la calle
Mis pasos me llevan despacio hacia la noche
—Yo misma no entiendo mis razones—
Ruinas que veo brillar de hora en hora inconmovibles ajenas a los millones de pasos que miden todas las rutas cruzadas
A los billones de dedos que enumeran los minutos
Los segundos que faltan para ser las doce
A los trillones de soledades que rondan sin protestar a las estatuas
Si entonces levanto como banderas la insolencia
El grito
Los caminos que no recorrí
Es tal vez el hastío
Es tal vez que el día se me quedó sin nombre
Es tal vez que se destiñe la pintura y los pasos no se atreven a reiniciar la ruta.
- Augusto Rubio Acosta
- José Luis García Martín
- Diego Hurtado de Mendoza
- James Agee
- John Giorno
- Jorge Etcheverry Arcaya
- Caridad Atencio
- Julia Galemire
- Briceida Cuevas
- Andrés Eloy Blanco
- Juan Rodríguez del Padrón
- Esperanza Zambrano
- Jaime Reyes Rodríguez
- Agustín Labrada Aguilera
- Gonzalo Arango
- Alberto Baeza Flores
- Raúl González Tuñón
- Robert Pinsky
- Pedro Enríquez Martínez
- Víctor Cunha