Poemas:
Un arte
El arte de perder se domina fácilmente;
tantas cosas parecen decididas a extraviarse
que su pérdida no es ningún desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la angustia
de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano.
El arte de perder se domina fácilmente.
Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido:
lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar.
Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.
Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue
la última o la penúltima de mis tres casas amadas.
El arte de perder se domina fácilmente.
Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aun más:
algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.
Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto
que amo) no habré mentido. Es indudable
que el arte de perder se domina fácilmente,
así parezca (¡escríbelo!) un desastre.
INSOMNIO
La luna en el espejo del buró,
a un millón de kilómetros, se mira
(con orgullo, tal vez, pero nunca
nunca, esboza una sonrisa)
está mucho más allá del sueño, o
tal vez ella duerma de día.
Si el universo la abandonara,
lo mandaría al demonio
y encontraría un curso de agua,
o un espejo, donde morar;
así que envolví el asunto en una telaraña
y arrójalo a un pozo
a ese mundo a la inversa
donde la izquierda está siempre a la derecha,
donde la sombra en realidad es el cuerpo,
donde toda la noche están despiertos,
donde playa es el cielo, como acá
hondo es el mar, y vos me amás.
ANÁFORA
Cada día empieza con tanta
ceremonia, con pájaros, campanas,
el silbato de una fábrica;
a cielos de un oro tan blanco se abren
nuestros ojos, a paredes tan brillantes,
que por momentos nos preguntamos
“¿De dónde viene la música, la energía?
Y el día ¿para qué criatura inefable se creó,
que seguro perdimos?” Ah, sin demora
aparece él y al instante asume su forma
terrena, al instante cae
víctima de la vieja conspiración
adquiere la memoria y una fatiga
mortal mortal.
Más lento, entra en el campo visual
y se derrama sobre las caras moteadas,
oscureciéndose, condensando toda su luz;
a pesar de todo el sueño
malgastado en él con esa mirada,
padece nuestros usos y abusos,
se hunde en la marea de los cuerpos,
se hunde en la marea de las clases
rumbo a la noche, al mendigo de la plaza
que, agotado, sin lámpara ni libro
prepara estudios fantásticos:
el fenómeno ardiente
de cada día de inacabable
inacabable aceptación.
CASABIANCA
Amor es el chico parado en la cubierta en llamas
tratando de recitar “El chico parado en
la cubierta en llamas”. Amor es la declamación
tartamuda del hijo que mira de pie
mientras el pobre barco incendiado se hunde.
Amor es el chico obstinado, el barco,
hasta los marineros que nadan y bien
quisieran tener unas gradas en la escuela
o una excusa para haberse quedado
en el muelle. Y amor es el chico en llamas.
PELEA
Los días, que no pueden acercarte
o no quieren
y la distancia, que trata de parecer
más obstinada,
pelean, pelean, pelean conmigo
continuamente
sin probarte menos querido ni menos deseado.
Distancia: ¿Te acordás, toda esa tierra
abajo del avión;
esa costa
de playas borrosas enterradas en la arena
estrechándose indistinguibles
todo el camino,
todo el camino hasta donde mis argumentos se terminan?
Días: Y pensá
en ese caos de instrumentos,
todos para causar un efecto:
anular la experiencia del otro,
eran como un
calendario abominable
“Saludos de Por siempre & Jamás S.A.”
El sonido intimidante
de estas voces
que tenemos que encontrar por separado
puede y va a ser vencido:
Los Días y la Distancia se desbocaron otra vez
y se alejaron
ambos para bien de un campo de batalla manso.
CHEMIN DE FER
Sola por las vías del tren
caminaba con el corazón batiente.
Tal vez estaban demasiado juntos
o muy separados los durmientes.
El escenario, empobrecido:
una mata de pinos y el roble; más allá
de su fronda, mezcla de gris y verde,
vi el pequeño estanque
como una lágrima antigua
donde vive, sucio, el ermitaño,
lúcidamente aferrado
a sus heridas año tras año.
El ermitaño disparó su escopeta
y el árbol junto a la cabaña se agitó.
sobre el estanque se esparcieron ondas
y la gallina voló haciendo clo-cló.
“¡Hay que poner en marcha al amor!”
gritó el viejo ermitaño.
Un eco, desde el fondo del estanque,
trató y trató de darle la razón.
ALGUNOS SUEÑOS QUE OLVIDARON
Los pájaros muertos cayeron sin que nadie los hubiese visto llegar
ni supiera de dónde. Eran negros, tenían los ojos cerrados
y nadie sabía qué clase de pájaros eran. Sin embargo, todos los agarraban
y miraban para arriba al cielo nuevo, acanalado y distante.
También cayeron gotas negras. Recogidas a la noche en los aleros
o congregadas en los techos sobre las camas, pendieron como formas
de gotas misteriosas encima de sus cabezas toda la noche,
y ahora rodaban de sus dedos negligentes, veloces, como el rocío de las hojas.
¿Dónde habían visto brillar bayas así de perfectas,
tan temprano a la mañana? Señuelos de corazón negro
sobre las ramas o bajo las hojas. ¿Pensaron “es veneno” y
las dejaron —acordate— o se las comieron de los árboles atestados?
¿Qué flor se encoge así hasta ser semilla como esta, como la aquilegia?
Pero para las ocho o las nueve sus sueños son todos inescrutables.
Biografía:
Elizabeth Bishop (Worcester, Massachusetts, 8 de febrero de 1911 – Boston, 6 de octubre de 1979) fue una poeta estadounidense, distinguida como poetisa laureada de los Estados Unidos (1949-1950) y Premio Pulitzer de poesía en 1956.