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Eleodoro Vargas Vicuña

Poemas:

Zora, imagen de poesía

Así como la tierra,
los árboles o nubes
tú serás el signo por quien vea
el gesto interno de las cosas,
y pronuncie su nombre verdadero.
Tal, ahora,
en la alegría con que te consagro,
descubro tu rostro,
y sé:
Han empezado tus canciones.

***

Un pétalo,
contiene toda la luz
de los tiempos.
Una semilla,
el corazón
de los hombres.
El creyente, el espíritu
de su Dios.
En tu presencia
se inclina lo profundo en mi
reverente y tembloroso.
Por ti ¿Qué diré?

***

El tiempo es una piedra inmóvil.
La entraña de esa piedra
la eternidad.
En su fondo
amorosos colores se concilian
y se renuevan.
Así la nostalgia
en el inasible rostro del amor
que buscamos.

***

Un poeta escribe
y comienzan los amanes
a morir
en alguna parte.
-La Historia
es el cuento de los muertos,
su palabra
olvidada como un anillo,
como una puerta
lejana, entreabierta-
¡La vida, amada,
esta vida!
¡Tus ojos, esos ojos
tuyos!

***

Hablan de ti como de quien se va.
No se explica que el hombre hable.
No se crea sus palabras que profanan
el ritmo ingenuo de los pétalos.
¿Cómo se puede expresar tu sonrisa?
Tu sonrisa es como el día, para ver.

***

Te reclamo porque no vienes.
¿Cómo puede amanecer sin que te vea?
Sin que te vea ¿Cómo puede atardecer?
Es como si nunca hubiera amado.
O en verdad ¡Jamás te he conocido!

***

Una lágrima, el tiempo, una lágrima.
Y tu voz, amada, tu voz.
¿Eres tú la tierra que me habla?

***

Al nombrarlas
cómo brillan las nubes,
¡Cómo son
de tan presentes!
Como tu lejana en quien
descubro
la verdadera pupila
de la luz,
cercana, indubitable.
Sí, como tú
en quien me he visto y
habré
de hallarme un día.

***

De orilla a orilla,
en este río del tiempo
que nace en tus pupilas:
Toma mis pasos
mis imágenes
mi rostro.
Pueda darme cuenta…
Eres tú quien me vive.
y así
comprender que soy.

***

La noche
una ventana para mirar
la muerte.
Tus ojos, amor,
aguas de luz,
en donde empieza
a cada instante
mi corazón,
el mundo y la alegría.

***

O eres
un sentimiento que
me llega
como a esos árboles
de los cielos
la oculta
ternura de la tierra.
Sus ramas
en la tarde se inclinan.
Y son oraciones
o llantos
o cantares al viento,
cuando
se les ve,
ya sombra:
viajando
entre las Sombras.

***

Al verlos
he descubierto
el secreto de
los árboles eternos.
Mis ojos
se han detenido
en la contemplación:
Yo también
soy la eternidad.

***

Otra vez
la tierra, amada,
y soy
el más poderoso
de los hombres.
Ah,
y el agua, el agua:
comparable
solamente al júbilo
a tu cuerpo.

***

No digo es la muerte:
y la muerte
soy yo
de mundo en mundo
reconociendo
situándome entre rocas,
mirándome,
tratando de ver.
Pueda sentir
la vida en un instante.
Por ejemplo, ahora,
cuando pienso en ti.

***

Porque te llamo saben que existes.
Pero tú estás más allá de estos objetos.
Más lejos de ti, de mis amores.
Eres, de suaves penas, una máscara.
¿Quién aún viéndote podría conocerte?
No se puede hablar de tus ojos, porque
ni la mirada amorosa con que miras,
ni el calor de tus pupilas son tus ojos.
Tú eres como el sueño y su sollozo,
que no sabe dónde reposa su rostro,
dónde se nutren sus raíces y vuelve,
ciego, desde la noche ciega,
a lo hondo de su música, a su silencio.

***

Eres como una puerta indiferente.
No sé si se abre. No sé si se cierra.
Es como si entrara y desapareciera,
o como si saliera y me hallara, amor,
conmigo mismo, solo, escuchándome.

***

No hay otra realidad
más fuerte
que tu amor.
Tu amor es mi fuerza.
Lo sé.
Aún si muriera
seguiría
mirando por tus ojos.
A pesar de ello,
con la tarde,
entre la sombra,
solitario,
alguien en mí,
oscuro,
oscuro se desangra.

***

Soy un espectro en tu ausencia.
Si vienes, puedo decir que las sombras viven;
adquieren el sabor de tu nombre.
Las abejas,
con alas de entremuerte, estallan.
Los árboles permanecen;
lo permanente crece.
Y soy
la total presencia de los frutos.

***

Soy
el poseedor de lo inefable,
lo desconocido y eterno.
He visto
el mar, la montaña y el cielo.
Tengo tu rostro
sobre la luz
del verano.
Tus manos
laboran con alas y ternuras
un fruto
semejante a mis pupilas.
Veo.

***

Imagen, amorosa imagen,
dolordel cielo y de la tierra.
No se cierren tus ojos
sin que yo los vea.
Tus ojos,
agonías, penas, trasmundos,
ojos de mis ojos.

***

Pregunto a la tierra, los árboles,
las nubes,
cómo se habla, se escribe tu nombre:
y ellos enmudecen,
callan,
se ausentan.
Así calla,
se va la luz de tu testimonio.
Yo,
me repito aunque jamás te vea:
¡Creo en ti, creo en ti, creo en ti!

Biografía:

Eleodoro Vargas Vicuña (Cerro de Pasco, 1924 – Lima, 1997) fue un poeta y cuentista peruano, figura clave del neoindigenismo del siglo XX. Su obra, breve pero intensa, retrata con voz propia la realidad del campesino andino, sus tradiciones y su cosmovisión.

Nacido en las alturas de Cerro de Pasco, Vargas Vicuña se nutrió desde niño de la riqueza cultural quechua.Trasladado a Lima, cursó estudios en la Universidad de San Marcos, donde se sumergió en la literatura y maduró su vocación poética.

Su obra, impregnada de profundo lirismo, explora temas como la soledad, la memoria y la conexión con la tierra. Sus cuentos, reunidos en obras como “Ñahuín” y “Taita Cristo”, narran con sencillez y maestría las vicisitudes del hombre andino, su lucha por la supervivencia y su arraigo a la Pachamama.

En su poesía, recogida en “Zora, imagen de poesía” y “Florida llama: pensamiento de la noche”, Vargas Vicuña celebra la belleza natural de los Andes, la sabiduría ancestral y la fuerza del espíritu indígena.

“¡Viva la vida!”, su célebre brindis, resume la filosofía vital que impregna su obra: una actitud vitalista frente a las adversidades, un canto a la alegría de vivir enraizado en la profunda conexión con la naturaleza y la cultura.

Eleodoro Vargas Vicuña, el trovador de los Andes, nos deja un legado invaluable: una obra que nos invita a redescubrir la riqueza cultural y espiritual del mundo andino, a escuchar la voz del hombre del campo y a valorar la profunda conexión entre el ser humano y la tierra.

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