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Poesía de Uruguay

Poemas de El Negro Ansina

Joaquín Lenzina, más conocido como El Negro Ansina, es una de esas figuras que, envueltas en la bruma del tiempo, emergen con la fuerza de un símbolo. Su historia es la de un hombre nacido en el yugo de la esclavitud y forjado en la libertad, un poeta y guerrero cuya voz resuena entre los versos del pueblo. Su vida estuvo marcada por el destino de su amigo y protector, José Gervasio Artigas, a quien siguió con lealtad inquebrantable hasta el exilio en Paraguay.

Se dice que nació en Montevideo en 1760, hijo de esclavos africanos, y que su infancia estuvo ligada a las calles polvorientas de la ciudad, llevando agua para sobrevivir. Pero la historia de Ansina no es la de un hombre encadenado a su origen, sino la de alguien que abrazó la palabra y la música para encontrar su propia voz. En la vasta llanura de la Banda Oriental, se convirtió en payador, trovador de historias y testigo de su tiempo.

Su vida tomó un giro inesperado cuando, buscando fortuna, terminó prisionero en Brasil, víctima de la trata de esclavos. Fue en ese azar del destino donde apareció Artigas, quien lo compró no para someterlo, sino para liberarlo. Desde ese momento, el vínculo entre ambos se convirtió en una hermandad indisoluble. Ansina no solo empuñó las armas junto al caudillo en las luchas por la independencia, sino que también fue su sombra, su confidente y su cronista poético.

El exilio en Paraguay fue el último capítulo de su lealtad. Acompañó a Artigas hasta su muerte en 1850 y, ya anciano, quedó sumido en la soledad. Fue otro afrodescendiente, Manuel Antonio Ledesma, quien lo acogió en sus últimos años. Murió en 1860, y con él se perdió el rastro de sus restos, esparcidos en la tierra como los versos que alguna vez entonó.

Ansina no fue solo un soldado, sino un poeta cuya obra se mantuvo oculta durante décadas. Sus versos, recuperados con esfuerzo, son testimonio vivo de una época y de una lucha. Su figura, sin embargo, ha sido objeto de controversia, confundida a lo largo del tiempo con la de Ledesma, cuya imagen se ha usado erróneamente para representarlo.

Hoy, el nombre de El Negro Ansina sigue vivo en la memoria colectiva, entre la historia y la leyenda. Su legado no se mide en estatuas ni documentos, sino en la fuerza de su palabra, en la cadencia de un payador que, más allá de la muerte, sigue cantando la gesta de los olvidados.

Cielito del destierro…

¡Canta ahora, Ansina, un cielito!
¿Cómo he de cantar aquí,
Si estamos en el destierro?
Dejadme que grite, sí:

¡Patria del chajá y del tero!
¡Taperas de ranchos humeantes!
¡Por defender nuestro fuero,
Nos hicimos caminantes!

¡Patria Oriental del Uruguay!
¡Tierra del charrúa y del mar!
Realistas y portugueses…
¡ay! Pronto nos verán regresar…

¡Con Artigas los orientales,
De la Patria hemos salido,
Desafiaremos los males,
Porque obraremos sin olvido!

¡Nuestro cielito oriental!
¡Limpio y luminoso!
¡Donde vuela el cardenal,
Arrogante y victorioso!

¡Cielito de las palomas,
Que acaricias los nidos
Con tus brisas y aromas
Despertando los sentidos!

¡Nuestro cielito dulce,
Que fecundas las flores,
No permitas que abuse
De la miel de tus amores!

¡Cielito sin igual!
Que alumbras la tierra del sol!
Líbranos de todo mal,
Purifícanos en crisol!

¡Cielito nuestro y grande!
Luz de nuestros ojos,
¡Haremos lo que Dios mande,
Perdonando los enojos!

¡Cielito inolvidable!
Volverá a enrojecer,
Nuestro ceibo notable:
¡Será la hora de volver!

¡LOS INGLESES EN MONTEVIDEO!

Volvieron los ingleses por capricho,
A las playas blancas del Plata,
Como perro a la cueva del bicho,
Que excava ansioso con las patas.

Salimos en busca de los mastines,
Traían tambores y gaiteros.
¡Parecían disfrazados de arlequines,
Con la cara roja y muy serios!

Cerca de la laguna del Buceo
Los encontramos preparados
Para marchar sobre Montevideo.
¡El Virrey salió disparando!

Los blandengues ofrecieron resistencia
Desde las Tres Cruces al Cordón,
Batallando con mucha constancia,
Artigas mereció especial mención.

Los invasores, lobos de mar,
Se arrastraron por la costa.
¿Como podríamos dominar
El vómito de esa escuadra loca?

¡Jamás olvidaremos la jornada
Del tres de Febrero del año siete!
¡Una brecha abrieron en la muralla,
Con cañones navales y sin ariete!

Cuando nuestras armas callaron,
Cruzamos la bahía hacia el Cerro.
A la Colonia no nos buscaron
Los que escucharon otro cencerro.

Aunque la Estrella del Sur leemos,
Y no discutimos sus opiniones,
Los ingleses siembran en terreno ajeno,
Al pisotear la ley de las naciones.

Como para ellos nuestro no, no es “no”,
Tampoco queremos saber que el sí es ‘1yes”.
¡Se hacen los sordos como el zorrino:
Seremos mudos para lo inglés!

Nuestra madre es y será España
Aunque, como hijos del país
Ella siempre nos regaña,
¡El que habla en español, sabrá ser feliz!

EL GRITO DE MAYO…

Desde el Cabildo abierto del ocho,
Que sacudió a Montevideo,
El corazón patriota, como corcho,
Flotó en constante regodeo…

¡Los vientos contrarios a España
Dieron lugar a nuestra Junta,
Y el presentimiento que a nadie engaña,
Nos dijo que no estaríamos juntas!

¿Por qué no podríamos vivir
Nuestra propia vida independiente,
Amando y respetando sin sufrir
Los agravios de cualquier insolente?

¿Acaso ofende el hijo a sus padres
Cuando establece su propio hogar?
¿No fue el Creador quien bendijo
El matrimonio en santo lugar?

Aunque amamos a la madre España
Y aunque siempre la hemos defendido,
Sentimos una voz en nuestras entrañas
Que habla como es debido:

“¡Pueblos todos del Nuevo Mundo!
¡Ha llegado la hora propicia,
Para alcanzar el gran triunfo,
Que traerá la paz y la justicia!”

Con esa voz de la conciencia,
Nuestras almas vibraron de contento,
Fue con sabiduría y prudencia,
Como organizamos el concierto…

De un extremo al otro del Plata,
Con el silencio de la levadura,
Llenamos el alma tan grata
De ideales que algunos creyeron locura.

Llegó finalmente el gran día:
El veinticinco de mayo del diez.
¡El grito vibró a porfía,
Sorprendiendo al español y al inglés!

En la Colonia del sacramento,
Artigas aguardó con paciencia,
Durante muchos días de tormento,
¡La hora de la Oriental Provincia!

Los gestos del héroe

Por sus frutos se conoce al guayabo…
Al puma y al yaguareté, por su instinto,
Y por sus plumas al papagayo:
Pero cada hombre, es distinto…
Hay entre hombre y hombre, diferencias
Más notables que el color de la piel.
Aunque Dios ha dado las conciencias,
Los hombres se hacen de miel o de hiel…

De los humanos que he conocido,
Admiro a Artigas como al mejor,
Porque en los años que he vivido,
Aprendí a seguirlo con fervor.

En ello no tengo el menor engaño,
Porque he sido como su sombra,
Desde que lo conocí hace años,
En tiempo que ya ni se nombra…

No puedo olvidar el día cuando lo vi.
Me habían reducido a esclavitud,
Y en la última desgracia viví,
Hasta que conocí a este hombre de virtud.

Mirándome con sus ojos celestes,
Con un gesto de gran humanidad,
“Pagaré -dijo- lo que me cuestes”
¡Y me dio absoluta libertad!

Cuando fue el blandengue restaurador
Mostró su voluntad por la rectitud,
Protegiendo a los paisanos con amor,
Y enseñando a los bandoleros la virtud.

Sus grandes cualidades son muchas.
Dotado de voluntad y paciencia,
Participó heroico en las luchas.
Los ingleses vieron su experiencia.

Fue en la batalla de Las Piedras,
Donde obtuvo la gran victoria.
Inmensa habría sido la tragedia,
Si Artigas sólo pensara en la gloria…

Mientras haya Oriente y Occidente,
Mientras los pájaros hagan nidos,
Se recordará su orden imponente:
“¡Clemencia para los vencidos!”

ASÍ LO CONOCÍ A ARTIGAS…

Cuando chico me dijeron:
Eres hijo de Lenzina.
A tu padre lo vendieron
¡Así que a la cocina!
¿Quién fue mi madre? -pregunté-
Murió cuando te trajeron.
Vino del África, sin fe.
Así me contestaron.

De mi infancia sólo recuerdo
Del carnaval las comparsas,
Con los tambores de cuero,
Y los morenos entusiastas.

¡Me decían qué era negro!
¡Nunca quise ser overo!
Me gusta ser verdadero:
Asco tengo del negrero.

Cuando joven siempre hice
De mandadero y aguatero.
No siempre hice lo que quise,
Hasta que fui guitarrero.

Cuando iba a la Aguada
Escuchaba a los marineros.
Y así me embarqué por nada,
En un navío de masteleros.

¡Cuánto sufrí en el mar!
Siempre me preguntaba:
¿Cómo podría retornar?
¡Escapé porque nadaba!

De las costas del Brasil
Pasé a las Misiones,
Vendido como marfil,
¡Qué miserias! ¡qué traiciones!

Llegó el bendito día
Cuando uno de ojos celestes,
Mirándome, decía:
¡Pagaré lo que me cuestes!

¡Con tal que me sigas
Te haré libre de verdad!
-Así me dijo Artigas-:
¡Amarás la libertad!