Poemas:
En Flandes se ha puesto el sol
(fragmento)
Capitán y español, no está avezado
a curarse de herida que ha dejado
intacto el corazón dentro del pecho.
Ello, ocurrió de suerte
que a los favores de un azar villano,
pudo llegar el hierro hasta esa mano,
que tuvo siempre en hierros a la muerte.
Y fue que apenas roto
por nuestro esfuerzo el muro,
salieron de la aldea en alboroto
sus gentes, escapándose a seguro.
Niños, mozos y ancianos,
en pelotón revuelto, altas las manos
como a esquivar la muerte, que les llega
envuelta en el fragor de la refriega,
a derramarse van por los caminos
y los campos vecinos…
Y va su frente y clama
que les tengan piedad en tanta ruina,
dando al aire sus tocas, una dama
que pone, ante la turba que la aclama,
la impavidez triunfal de una heroína.
Corriendo a hacer botín de su hermosura,
la rufa soldadesca se amotina,
y en vano ella procura,
en súplicas, en lágrimas deshecha,
acosada y rendida,
entregando su vida
triunfar de la deshonra que la acecha.
Va a sucumbir; pero en el mismo intante,
una mano de hierro abre a empeñones
el cerco jadente
de suizos y walones,
y el capitán ofrece a la hermosura
la hidalga proteccion de su bravura…
Domeñado y sujeto
queda el tercio a distancia; ella respira:
‘Pasad, señora que por mi os admira
y por mi os tiene España por su respeto’,
dice, y levanta el capitán ardido
la dura mano al fieltro retorcido.
Y en este punto, el hierro de un villano
parte su vena a la indefensa mano.
No se contrae su rostro de granito
ni la villana acción le arranca un grito;
inclina el porte, tiende a la cuitada
la mano ensangrentada
y vuelve a pronunciar: ‘Gracias señores;
que si sólo he querido
a la dama y su honor hacer honores,
ahora, con esta herida, habré podido
ofrecerle en mi mano rojas flores.’
Ceremoniosamente
pasó la dama, él inclinó la frente,
y en la diestra leal que le tendía
la sangre a borbotones florecía.
Salmo de amor
¡Dios te bendiga, amor, porque eres bella!
¡Dios te bendiga, amor, porque eres mía!
¡Dios te bendiga, amor, cuando te miro!
¡Dios te bendiga, amor, cuando me miras!
¡Dios te bendiga si me guardas fe;
si no me guardas fe, Dios te bendiga!
¡Hoy que me haces vivir, bendita seas;
cuando me hagas morir, seas bendita!
Bendiga Dios tus pasos hacia el bien,
tus pasos hacia el mal, Dios los bendiga!
¡Bendiciones a ti cuando me acoges;
bendiciones a ti cuando me esquivas!
!Bendígate la luz de la mañana
que al despertarte hiere tus pupilas;
bendígate la sombra de la noche,
que en su regazo te hallará dormida!
¡Abra los ojos para bendecirte,
antes de sucumbir, el que agoniza!
¡Si al herir te bendice el asesino,
que por su bendición Dios le bendiga!
¡Bendígate el humilde a quien socorras!
¡Bendígante, al nombrarte, tus amigas!
¡Bendígante los siervos de tu casa!
¡Los complacidos deudos te bendigan!
¡Te dé la tierra bendición en flores,
y el tiempo en copia de apacibles días,
y el mar se aquiete para bendecirte,
y el dolor se eche atrás y te bendiga!
¡Vuelva a tocar con el nevado lirio
Gabriel tu frente, y la declare ungida!
¡Dé el cielo a tu piedad don de milagro
y sanen los enfermos a tu vista!
¡Oh querida mujer!… ¡Hoy que me adoras,
todo de bendiciones es el día!
¡Yo te bendigo, y quiero que conmigo
Dios y el cielo y la tierra te bendigan!
Canción de Navidad
La Virgen María
penaba y sufría.
Jesús no quería
dejarse acostar
— ¿No quieres?
— No quiero.
Cantaba un jilguero
sabía a romero
y a luna el cantar.
La Virgen María
probó si podía
del son que venía
la gracia copiar.
María cantaba,
Jesús la escuchaba
José que aserraba,
dejó de aserrar.
La Virgen María
cantaba y reía,
Jesús se dormía
de oírla cantar.
Tan bien se ha dormido
que el día ha venido,
inútil ha sido
gritarle y llamar.
Y, entrando ya el día,
como él aún dormía,
para despertarle
¡la Virgen María
tuvo que llorar!
Melancolía
A ti, por quien moriría,
me gusta verte llorar.
En el dolor eres mía
en el placer te me vas.
Biografía:
Eduardo Marquina Angulo (Barcelona, 21 de enero de 1879 – Nueva York, 21 de noviembre de 1946) fue un periodista, poeta, novelista y dramaturgo español, que destacó como una figura central del drama histórico y la lírica modernista en la literatura española. Sobrino del poeta y dramaturgo Pedro Marquina y padre del cineasta Luis Marquina, Eduardo Marquina dejó una huella indeleble en el panorama literario de su época.
Nacido en una familia con profundas raíces literarias, Marquina fue el segundo de cinco hijos de Eduarda Angulo, de origen leonés, y Luis Marquina y Dutú, un aragonés afincado en Cataluña. Su educación comenzó en el colegio jesuita y continuó con estudios de derecho y filosofía en la universidad, aunque los abandonó tras la muerte de sus padres, sustituyendo a su padre en una empresa química.
Marquina se sumergió en el modernismo y el neorromanticismo, explorando el drama histórico con un estilo poético que evocaba tanto nostalgia patriótica como crítica social. Comenzó su carrera literaria en 1897 en la revista modernista “Luz“, donde publicó sus primeras traducciones de poesía simbolista francesa y estableció amistad con figuras como Luis de Zulueta. Frecuentaba la tertulia de Els Quatre Gats en Barcelona, donde conoció a Santiago Rusiñol, Ramón Casas y Pablo Picasso.
En 1903 se casó con Mercedes Pichot, con quien tuvo a su hijo Luis, futuro cineasta. Tres años después, se trasladó a Madrid, donde entabló amistad y correspondencia con intelectuales de la talla de Miguel de Unamuno, Clarín, Benito Pérez Galdós y Federico García Lorca. Fue en Madrid donde Marquina consolidó su fama con obras teatrales como “Las hijas del Cid” (1908), “En Flandes se ha puesto el sol” (1910) y “La alcaldesa de Pastrana” (1911).
Además de su prolífica carrera en el teatro, Marquina destacó como poeta con obras como “Odas” (1900) y “Églogas” (1902), y también incursionó en la novela, aunque con menos éxito. En 1930 fue elegido miembro de la Real Academia Española y, ese mismo año, fue nombrado presidente de la Sociedad de Autores, viajando a Polonia para el XI Congreso de Autores Dramáticos y Musicales, donde fue elegido presidente para el siguiente congreso.
Durante la Guerra Civil Española, Marquina se encontraba en alta mar de regreso de Argentina y decidió no desembarcar en Barcelona, prefiriendo exiliarse en Marsella y luego en Buenos Aires, donde se declaró a favor de los sublevados. Regresó a España tras la guerra y continuó su carrera literaria, participando en homenajes a figuras como José Antonio Primo de Rivera.
Al final de su vida, Marquina fue nombrado embajador extraordinario de España, viajando por varios países americanos. Falleció repentinamente de un infarto en Nueva York el 21 de noviembre de 1946, mientras trabajaba como diplomático. Sus restos fueron trasladados a España y descansan en el panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Justo en Madrid. En 1964 se publicaron póstumamente sus memorias, dejando un legado que sigue siendo estudiado y admirado en el ámbito literario.