Poesía de Estados Unidos
Poemas de Edna St. Vincent Millay
Edna St. Vincent Millay (Rockland, 22 de febrero de 1892-Austerlitz, 19 de octubre de 1950) fue una poeta, dramaturga y feminista estadounidense. Fue galardonada con el Premio Pulitzer de Poesía. Usaba el pseudónimo Nancy Boyd para su trabajo en prosa.
NUNCA HA DE ARRANCARSE LA FRUTA
Nunca, nunca jamás ha de arrancarse la fruta de las ramas
y amontonarla en toneles.
El que quiera comer del amor ha de comerlo en el sitio.
Aunque las ramas se doblen como juncos,
aunque la fruta madura manche la hierba o se arrugue en el árbol,
el que quiera comer del amor debe llevarse con él
solamente lo que le quepa en la panza,
nada en el delantal,
nada en los bolsillos.
Nunca, nunca jamás ha de cogerse la fruta de la rama
y almacenarla en toneles.
El invierno del amor es una bodega de arcones vacíos
en un huerto que mulle el deterioro
SONETO V
Si descubriera, de algún modo fortuito,
que has desaparecido para no volver jamás…
Si leyera en la contraportada de un diario, digamos,
sostenido por un vecino en el vagón del metro,
que en la intersección de esta avenida y esa calle
(de cosas así están repletos los periódicos)
un hombre apresurado, que resultaras ser tú,
hubiera muerto atropellado hoy a mediodía,
no rompería a llorar –no podría romper
a llorar, ni retorcerme las manos en un sitio así–,
no haría sino ver pasar las luces de la estación
con un interés más vivo reflejado en mi cara;
o levantaría la vista y leería con aún más interés
dónde guardar las pieles y cómo cuidarse el pelo.
EL CONCIERTO
No, voy a ir yo sola.
Volveré cuando acabe.
Sí, por supuesto que te quiero.
No, no se alargará.
¿Por qué no puedes acompañarme?
Eres un amante excesivo.
Te pondrías en medio
de mí y de la música.
Si voy yo sola,
vestida discreta y finamente,
mi cuerpo fallecerá en la silla,
y sobre la cabeza una llama,
una mente que es el doble que la mía,
distinguirá con gélida alegría
el sabio avance y retirada
de ejércitos sin patria
al asalto de una innominada puerta,
arriando terribles jabalinas
desde los chillones muros de una ciudad que canta
¡y en la que ninguna mujer espera!
¡Ejércitos libres de amor y de odio,
procesiones en fila de implacable sonido
que escalan la colina hacia el sol y lanzan
doradas picas a la tierra!
¡Al frente de las filas un corredor plateado
con un estandarte en el que están anotados
la leche y el acero de una herida sin sangre
sanada del todo por la espada!
Nada tenemos que ver ambos con la música.
No podemos hacer de ella un marco de filigrana
en medio del cual tú y yo,
tiernamente alegres por haber acudido,
nos sentemos sonrientes, cogidos de la mano.
Vamos, vamos, confórmate con esto.
Volveré contigo, te juro que lo haré;
y todavía podrás reconocerme.
Seré un poco más alta solamente
que al marcharme.
SONETO XLI
Yo, puesto que nací mujer y me acongojan
todos los deseos y caprichos de mi género,
me siento alentada por tu cercanía a hallar
hermosa a tu persona y a sentir cierto placer
al soportar el peso de tu cuerpo sobre mí;
así de sutilmente está el vapor de la vida diseñado
para clarificar el pulso y enturbiarnos la mente
y dejarme otra vez más deshecha y poseída.
No pienses, aún así, por esta traicioncilla
de mi robusta sangre a mi cerebro atónito,
que te vaya recordar con amor o sazonar
mi desdén con piedad. Déjame que sea franca:
no creo que este frenesí sea razón suficiente
para que tengamos que hablar si vuelvo a verte.