Poesía de Francia
Poemas de Edmond Haraucourt
Edmond Haraucourt, un polifacético artista del siglo XIX francés, destiló poesía y pasión en cada página de su vida. Desde su nacimiento en Bourmont en 1856 hasta su último suspiro en París en 1941, Haraucourt dejó una huella indeleble en el mundo de las letras como poeta, novelista, compositor, periodista, dramaturgo y conservador de museos.
Su primera incursión en la escena literaria, “La Légende des sexes, poèmes hystériques et profanes“, publicada en 1882 bajo el seudónimo de “Sire de Chambley“, fue un soplo de aire fresco vanguardista que prefiguraba las innovaciones poéticas de contemporáneos como Guillaume Apollinaire. Sin embargo, su creatividad no se limitaba a las palabras; también desempeñó roles destacados como conservador en el Musée d’ethnographie du Trocadéro y el Musée national du Moyen Âge.
Haraucourt, miembro del grupo literario Les Hydropathes y presidente de la Société des gens de lettres, demostró una sensibilidad social profunda tanto en su obra como en sus acciones. Su legado trascendió las páginas de sus libros, extendiéndose hasta la Île-de-Bréhat en Bretaña, donde él y su esposa legaron sus propiedades para promover la comprensión intercultural y la paz entre naciones.
Uno de sus poemas más icónicos, “Rondel de l’adieu“, captura la esencia misma de la partida y la pérdida, resonando en los corazones de aquellos que han sentido el peso del adiós. Este poema, junto con sus numerosas obras literarias que abarcan desde novelas hasta poemas y ensayos, establece a Haraucourt como una figura clave en la literatura francesa del siglo XIX y más allá.
Con títulos como “L’Âme nue“, “Les Naufragés” y “La Peur“, Haraucourt exploró los rincones más oscuros del alma humana, tejiendo historias de amor, tragedia y redención que continúan cautivando a los lectores hasta el día de hoy. Su legado literario, aunque a veces eclipsado por otras figuras de su tiempo, merece ser redescubierto y celebrado como una contribución invaluable al rico tapiz de la literatura universal.
El legado
Este poema es tuyo, mi Amada Inaccesible;
tu mirada, tu voz y tu sonrisa guarde;
cante aquí tu hermosura su victoria impasible.
El es casi tu obra, y tú lo sabes tarde,
-estos versos nacieron tan lejos de tu oído-
mas, es la flor -¡recógela!- de mi tardío alarde.
Cuando ya no me escuches, anciana y en olvido,
el te devolverá la abolida belleza
y el capitoso efluvio de tu rosal vencido.
No morirás: mi mente ya forjó tu firmeza;
y porque solo el verbo triunfa sobre las horas,
sobre mi pensamiento tu eternidad empieza.
Desfilarán los siglos -rachas devastadoras-
y colmarán de sombra los ámbitos del día,
y aún dará el ensueño sus diáfanas auroras.
Fuera del tiempo el verbo es sagrada armonía
que eterniza la carne si en alma la convierte
-dón que hice a tus ojos, ¡Inalcanzable Mía!
Yo encendí los fulgores de tu blancura inerte,
la noche en tus cabellos y el rumor de tu paso:
ya rescatada fuiste del poder de la muerte.
Partir es morir un poco
Partir es morir un poco,
es morir a lo que se ama.
Se deja un poco de uno mismo
en cada hora y en cada lugar
Es siempre la añoranza de un deseo,
El último verso de un poema.
Partir es morir un poco,
es morir a lo que se ama.
Y se parte, y es un juego
y hasta el adiós supremo,
es el alma que se siembra,
que se siembra en cada adiós.
Partir es morir un poco.
Rondel de l’Adieu
Partir, c’est mourir un peu,
C’est mourir à ce qu’on aime:
On laisse un peu de soi-même
En toute heure et dans tout lieu.
C’est toujours le deuil d’un vœu,
Le dernier vers d’un poème;
Partir, c’est mourir un peu,
C’est mourir à ce qu’on aime.
Et l’on part, et c’est un jeu,
Et jusqu’à l’adieu suprême
C’est son âme que l’on sème,
Que l’on sème en chaque adieu:
Partir, c’est mourir un peu.
RENUNCIACIÓN
Murió ya en mi la poesía
y a todo con melancolía
mi alma viste.
Los seres van, las cosas son…
Ya nada me causa emoción,
bella o triste.
Y yo examino, y oigo, y no veo;
mi voluntad, ni en un deseo
pone empeño.
La vida fue. Mi amor disperso
fuese, y se fue mi ansia de
esfuerzo y de ensueño.
Pensé y comprendí demasiado;
todas las simas he sondeado
de los seres.
La hora llegó de los dioses;
ya sé que todos mienten:
Dioses y mujeres.
¡Adiós los puertos y las naves!
¡Adiós al verso ardiente o suave
de mi labio!
Postrer refugio de mi edad
será esta triste majestad:
ser un sabio.
- Chester Kallman
- Luisa Castro
- Robert Creeley
- Claribel Alegría
- José Iglesias de la Casa
- Nadia Consolani
- María Urzúa
- Juan de Tassis y Acuña
- Jaime Gil de Biedma
- Alfredo Brandán Caraffa
- Macuilxochitzin
- Elmo Valencia
- Antonio Fernández Lera
- Concepción Arenal
- Basilio Sánchez
- Joaquín Gutiérrez Mangel
- Teresa de Jesús
- Paloma Palao
- Chely Lima
- Carlos Illescas