Poesía de Chile
Poemas de Edilberto Domarchi
Edilberto Domarchi (Linares, Chile, 24 de febrero de 1924 – Talcahuano, Chile, 9 de mayo de 2000) fue un escritor, poeta y profesor chileno, autor de libros de poemas muy destacados por la crítica literaria especializada, como Caballo Cojo Arrienda Fonógrafo (1972) y El Viejo Armonio (1977).
Los dos seres en el más dulce durazno
Yo era un hombre que compartía
las dulcísimas estrellas
con una mujer suave
Yo era un hombre devorador
de sus golfos de miel,
yo exploraba su país y sus rincones,
sus volcanes, lagunas
y el húmedo salar
de su amorosa boca perfumada
un y mil veces / las dulzuras de su timbal
azotaban mi carne con delirio.
Pero era tan increíble el universo
que su querida flauta se secó,
huyó lejos de aquella ardiente tempestad
y hoy día no queda ni el recuerdo
del oboe ni el eco de la galerna del amor.
Quienes vayan a conversar con la tarde
o con los ángeles testigos del pan y de la miel.
Le ofrecerán a Ud. frágiles caramelillos
pero jamás del aire que perfumó el duraznal.
Cuando una tarde oscura
Cuando una tarde oscura
mi padre esté mudo y sin aliento
veré caer el aire y el alerce
y yo me moriré con los ojos abiertos.
No verteré una lágrima
no exhalaré un suspiro,
sería un traidor a su memoria buena
¿ y si él se derpertara de improviso ?,
su largo silencio me dijera:
dejad el llanto, el pan, el agua
para otros que sufren en la tierra,
yo me voy, estoy sereno en mi alegría,
vete al lecho hijo mío
que yo he de sentir por tí
al viento con sus flautas moradas.
Cuando muera mi padre seré yo quien fallezca,
él se esfumará por sus caminos,
él se llevará el propio aliento mío,
¿ de que servirá mi paso vacilante
si mi sangre es triste lejanía ? ,
han de tembar las voces de mis hijos
en las arterias yertas de mi padre.
Toda sabiduría es círculo cerrado,
así el abismo, así la infinitud del mundo,
pero mañana estará presente la alegría.
Cuando muera mi padre
seré yo quien fallezca
más un jardín de rosa y yerbabuena
esparcirá aromas y canciones.
UNA ARMONIA PARA SORDOS Y MUDOS
Quiero vivir humilde y con ternuras
ser precario y modesto a toda hora,
besar al viento, beber un breve vino
que me llene de sol y de esperanzas
acariciar la generosa lluvia,
anhelo ser enfermero sumiso
provisto de algodones níveos
que mitiguen las penas del destierro
quiero dar una taza de café
a blancos, negros y amarillos
un sorbo de mistela a policías
y a hombres proscritos de la vida
un brandy y unos dátiles a Ezra y Nicomedes
un pan con miel a los perros de Huatulame
una armonía mágica a los sordos y mudos,
un sudario a las viudas del barrio,
una baldosa, unas velas y un anillo de ágata
para todas las novias seducidas,
una máscara azul para ingenios y quijotes
a quienes engañamos diariamente
y un sepulcro muy blanco y una cruz
al prójimo que sucumbió en el mar
sin conocer la causa.
El silencio no es oro
Cuando tiembla de impotencia reprimida
y no se rompe el cráneo
contra la muralla de cemento
para condenar al ladrón
con toga y zapatos,
cuando se harta y bebe como un puerco
cuando deja pudrirse
el trigo en el granero
cuando compra una torre y calla
al ver a los pillos fumando sangre
y se muere tranquilamente en su cama.
ANTE LA GRANDIOSA PRESENCIA DE LA MUERTE
Cuando muera, he de nacer a otra existencia
viviendo por los otros, sin protestas,
alegre, liviano, liberado
rogando siempre por los desamparados y seremos presencia indiscutible:
yo seré el pan, tú la rosa, el agua, el aire,
nuestra estela invisible se hará presente
en la novia que reza esperanzada
cuando acaricia los caballos de su padre enfermo,
estando aquí, sin vernos, sentado en leve flor,
hablando por semáforos o estambres
con la preocupación, tan sólo
de quien dejó olvidada por dos horas
la envoltura carnal en la estación
de los ferrocarriles más cercana.
El majadero de Mercurio
Aquel poeta era
el más grande de los majaderos,
dando un recital, decía a cada instante:
Estoy por terminar,
¿No los canso, verdad?
éste es el último poema
todos deseaban sinceramente
que un rayo lo partiese
o que el verdugo
le decapitase de inmediato.
ELLA VOLVIA CONVERTIDA EN NIEBLA
Después que fuimos a dejarte
a aquella casa de donde no se vuelve,
te dedicaste Carmen Luz a guardar
mis retratos en tus cabellos negros;
la mesa está puesta me decías
y se esculpía ardiente tu risa de cristal
como un viento de rostro en la ventana.
Desnudos cual pájaros sin tiempo
conversábamos hasta la llegada del alba,
tomaba tus anillos, tus besos y tu piel
y entre tus mimos alegres te alejabas
mientras yo preparaba las tostadas y el té.
A veces introducía mi cuerpo en el reloj mural
y me dormía esperándose en el péndulo viajero.
También de noche cantábamos endechas
cuando volvías por la ribera de la alcoba
convertida en niebla y era tu mano
fabuloso premio de uva rosada en el desierto.
El rondín escuchaba
el tintineo de las copas
y cada día al verme
me decía misterioso:
la joven señora aún descansa
en el fondo de la estancia.
Yo quiero que me entierren en Linares
Y no en la capital / donde imperan los ruidos y el “smog”,
en mi tierra, el cielo es más azul, el aire puro
aquí ronda el aliento protector de los propios parientes
que emigraron en la penumbra de los tiempos.
Y quiero que me recen una misa en el convento de lo Padres Salesianos,
allá donde nace la ciudad
y el sol por vez primera
se asoma por los huertos orientales
y tocará el mismo viejo armonio
de cuando yo era niño
la canción de los difuntos
con esas notas graves tan profundas
que no se han oído jamás en este mundo.
Un fraile negro
rezará en la ceremonia y cuatro amigos
de la infancia con media docena de parientes pobres
acudirán a misa
con el corazón profundamente dolorido.
Yo dormiré tranquilo
tras el cómodo ataúd,
mi boca esbozará una sonrisa
rogando a Dios, humildemente
por la alegría de mis hermanos vivos.
LLEVABA EL SOL EN EL PELO
En el jardín de Isla Bella
la flor más linda yo ví,
más flexible que mazorca
todo el verde yo bebí.
Era su rostro de nácar
sus pupilas de alelí,
su paso era de princesa
en mis sueños yo la ví.
Llevaba el sol en el pelo
bajo el cielo yo la ví,
el mar sus ojos celestes
en el trigal yo la ví.
Eres como flor y agua
no podré vivir sin tí,
yo besé en la dulce mano
la flor más linda que ví.
- Lenore Kandel
- Pierre Louÿs
- Antonio Campaña
- Leopoldo Alas Mínguez
- Jaime Siles
- El Cucalambé
- Tomás Segovia
- Loránd Gáspár
- Aldo Pellegrini
- Domingo Alfonso
- John Ashbery
- Osvaldo Svanascini
- María Rosal
- Enrique Bustamante y Ballivián
- Michael H. Miranda
- Fidel Sepúlveda Llanos
- Gabriela Escobar
- Alberto Ureta
- Gustavo Valcárcel
- José Agustín Goytisolo