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Edgardo Dobry

Edgardo Dobry

Edgardo Dobry

Poemas:

Una evocación

Cuándo empezó el incendio
del corazón, cuándo encendió
con el oxígeno
ya respirado el rastrojo
de los segundos nuevos.
Vienen el día y la noche
Como residuos del giro,
queda una esquirla de sol,
llama votiva de lo que aún
no tiene lugar, no puede,
y sueño ya no es cifra de la muerte.
La mañana brota de una papa
de cincuenta ojos insomnes.

El mago

Podía guardar la luz
como agua en una tina
pero no viajar adentro
-como el piano de Vallejo-
para abrazarte en la memoria.
Era un mago para todo
lo que acíbar no me ahorraba
en el regusto del aire:
despertaba, por ejemplo,
en Moscú con la cartera
templada de peruanos soles.
¿Era así una pesadilla?
Como estar enamorado de tu ausencia
cuando otra cosa de ti ya no quedaba.

La cuestión del chocolate

En la pastelería de la vuelta de mi casa
venden baldosas de Gaudí de chocolate blanco
y bolitas de chocolate veteado y caganers
del más negro chocolate y un Pikachu con ojos de confite
y el Raichu, que es su evolución,
con espiras como pelo de caramelo esmaltado.
De tallas bestiales pintan huevos
de cacao en las pascuales fechas
y al acercarse la Navidad turrones en forma de molino
con aspas de mazapán en merengue ribeteadas.
Ahora bien: este delicuescente escaparate
está precisamente en la parada de autobús de calle Balmes
donde mi Luca y yo asomamos glaucos labios
por entre unas graciosas espirales de bufanda
que sin pretensiones se parecen, bien miradas,
a las chimeneas de mosaico de esos edificios
que dan su gracia al epónimo Paseo.

A Luca se le quedan los ojos estofados
al tiempo que yo me contracago en el 17 que no llega
y me digo para mi coturno que si le compro chocolate
qué desastre de padre fuera y si no le compro
qué padre severo
encima de desastre y sin remedio.
Luca se enjuga con una manopla al 50% de acrílico
la humedad que devenida no se sabe
si de fosa o lagrimal, mientras pasa el 16
que no nos sirve pero siempre
pasa antes pues el 17, al ser el nuestro,
viene en mucho retrasado.
Después, haciendo humito del aliento,
Luca emite un murmullo acerca
de la evolución de los Pokemons
que repta bajo las orejeras de mi gorro de aviador.
Pokemons de fuego y de agua, de piedra y de planta,
y ataques de energía insoportable
e involuciones defensivas.
La mitad del Raichu, Pokemon de rayo,
me la como de un mordisco para buscar
el amargo consuelo en la idea
de que Luca no haya ingerido chocolate tanto.
Amarronados están los bordes de mi tarjeta de autobús
y pasa otra vez el 16…

Mandado

Tendría unos nueve años
la tarde en que mi madre
me dijo andá a la frutería
y traeme medio quilo
de esas peras que Agustín
robó en Tagaste en el año 370.
Fue mamá ella misma esa vez
la que dijo quedate con el vuelto.

Preguntas a Rilke en moto

para Nora y Jorge

Qué sabe usted de lo que no me pasa,
del “estoy cansado” a la mañana,
del “ahí va el chinchudo” que mascullan
mis desahogados vecinos del sobreático: ahí va
el del ceño fruncido como el último
durazno en el fuentón. Quise llorar
pero no encontré motivo, victimizarme
pero no había
pastel de culpa a repartir.
Y llegó el ocaso,
vino el Rilke y le dijo
al simplón ése del poeta joven:
“¡no escriba usted poemas de amor!”
Entonces agarro mis romas líneas venéreas
y las hiervo, las redoro, las devengo
una factura triangular como una aljaba,
una golosina para la autoridad del Rilke.
Son una mentira sin malicia, señor,
una pura compulsión mitómana.
Todo en pensando cuánta lástima me da
que el joven poeta apostrofado
no hubiere sido el transandino de los cien falsos
sonetos. Yo por mi parte soy el viudo
de una moto recién sacrificada:
el escape desprendiósele en un pozo
y una multa me pusieron por el ruido.
Y es que la pobre estaba ya tan vieja
y tanto merecía, por lo mucho que felices
fuimos juntos, una digna defunción,
un vender sus órganos aún sanos
bajo el acrílico sol de los desguaces.
Señor Rainer María que estás
en las Librerías del Centro:
¿puedo escribir los versos tristes
para mi pobre moto blanca, para mi moto
blanca? ¿Por esta única
vez licencia tú me dieras?
Muchos barrios visitamos juntos,
era mi María Kodama. Era mi Dama
de las Kamelias: tosía si la pateaba,
sabía
bizquear en las esquinas como la Dulce Irma,
hollar senderos como agraria Proserpina.
Señor Rainer María
usted qué sabe
de lo que no me pasa, del estar cansado,
del conversar con los taxistas en la amarga
noche catalana. Dispense por esta vez
mi declamar el poema del amor y muerte
y écheme un consejo, en todo caso:
¿debería pensarlo más bien como elegía?

Retentiva

Con lo bien que la habíamos pasado:
las cenizas en el vaso,
el porrón de cerveza que estaba
en la heladera desde abril,
sobre el mármol cinco cajas
de pizza en escalera, el verso
azul y la canción profana.
Ayer nomás y ahora una resaca
como otra especie de poesía:
esta jaqueca dulce, sin persona,
que podrá sobrevivirnos.

aspa tu hilo sobre el esternón.

Biografía:

Edgardo Dobry (Rosario, Argentina, 27 de abril de 1962) es un poeta, ensayista y traductor argentino; es profesor de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona, ciudad donde reside actualmente.

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