Poemas:
Hay un poema solo
Como cortezas vivas, los sintagmas
o magma o savia o plasma
o como linfa niña piel del agua
las partes amorosas se separan.
Igual que carne y uña violadas
como corteza viva, la palabra.
La muerte como verso;
no muerte como sueño.
Tu y yo recreando un nuevo ritmo:
la muerte como un hijo.
Lo supo bien el Cid –los ojos manan.
Ojos quieren tañer sus dos campanas
doblemente partidas.
La muerte como hijas.
Pero a la sangre nunca se le ordena;
no confunde su huella, habita en ella.
La sangre nunca olvida la razón,
la última versión
lúcida con que espesa
el sello de la espera.
En su imagen total
el duro verso, ya
en trance de semilla
su códice transmite a la otra orilla.
El duro esfuerzo recompone el vaso
siempre del mismo barro
edénico y sencillo.
La muerte es como niña o como niño.
El mundo se transforma
tras cada luna rota.
Hiato en el Poema,
la muerte es la promesa,
recurso separable, nacimiento
que ensancha el universo
la pausa inescapable que obediente
–sagrada es la medida de la muerte–
divide en apariencia;
elige, urge, anuncia otra evidencia,
transforma, capta, abre ritmo desconocido
libre ya del delito y del castigo
a la Palabra del principio vuelves
conjugándose aquí humildemente
el Verbo para ti se vuelve Canto
ah pero, Anita, el llanto,
el llanto es para todos.
Hay un poema solo.
***
No al chopo ni al laurel alabo aquí
ni al abeto ni al pino ni al álamo o al cedro
plantados en la palma rugosa de Castilla
o el fértil orilla de otro triunfo
de la mágica mano de mi amiga.
No canto aquí de Alfonsa-Alondra
en el distante Cuéllar sus pinares.
No invoco a Don Antonio
aunque poseo un poco su olmo centenario
en la colina de Soria pura.
Amor convoca aquí, común a nadie, un árbol
desconocido, latiendo estremecido. Un pensamiento
en la ribera que no lame el Duero vuela
porque yo conocí
otro río profeta que en mi infancia
cita de amor me hiciera con su nombre
de Río Portugués a mis diez años
para un amor veintidós años lejos.
Perdóname, amor mío, la hirviente hondura
de mi sangre playa que dispone inconsciente
de mi cifra primordial.
Perdóname tu bosque si le digo:
“Los árboles del mundo serían uno,
los árboles del mundo este,
este árbol guía para mi soledad.
Aún beben sus raíces a orillas de otro río;
es mío como mi isla y mi niñez reclaman
eje de amanecer en el Caribe.
Árbol pensado en Dios
que ordena los niveles:
raíz a copa, espacio en su lugar.
Lo que vivió ignorado
al alba de su magma misterioso
entre el caos bullente
alarga su verdad.
Es compañero fiel,
me lame su caricia
en cualquier latitud;
alentado por mí
viene conmigo,
duerme a mi lado,
vive de mi calor.
Abierta está su copa
con el dorado zuño
ámbar sobre la nieve,
para mojar mi lengua
en sabia savia
y calentar mi mano
en trópicos de almíbar.
Árbol perpetuo de mi isla buena,
como sus Aguas Buenas,
como su bierbabuena,
perpetua idea buena,
árbol reiterado.
Biografía:
Diana Ramírez de Arellano (Nueva York, Estados Unidos de América, 1919 – 1997), poeta, ensayista y profesora de literatura e idioma español.