Poesía de Chile
Poemas de David Rosenmann-Taub
David Rosenmann-Taub es uno de los poetas más originales y profundos de la literatura hispanoamericana. Nació en Santiago de Chile en 1927, en el seno de una familia judía de origen polaco. Desde muy joven mostró una gran sensibilidad artística y una vocación literaria que lo llevó a publicar su primer libro de poemas, Cortejo y Epinicio, en 1949, cuando tenía solo 22 años. Este libro fue elogiado por la crítica y le valió el Premio Municipal de Poesía de Santiago.
Su obra poética se caracteriza por una búsqueda constante de la esencia de las cosas, una indagación filosófica y metafísica que lo lleva a explorar temas como el tiempo, la muerte, el amor, el arte y la religión. Su lenguaje es rico y variado, capaz de crear imágenes sorprendentes y de combinar diferentes registros y tonos. Su poesía se nutre también de su amplia cultura, que abarca desde la tradición clásica grecolatina hasta la música, la pintura y el cine.
Además de poeta, Rosenmann-Taub es músico, compositor, dibujante y fotógrafo. Ha cultivado también otros géneros literarios como el ensayo, el cuento y el teatro. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha recibido numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Literatura de Chile en 1992 y el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en 2004.
Rosenmann-Taub ha vivido gran parte de su vida fuera de Chile, debido al exilio político que sufrió tras el golpe militar de 1973. Actualmente reside en Estados Unidos, donde continúa escribiendo y creando con una vitalidad y una lucidez admirables. Su obra es un testimonio de su compromiso con la poesía como forma de conocimiento y de expresión de la condición humana.
Abismo
La sombra de la muerte en el umbral se para.
Oh dandún, oh dandún, no le mires la cara.
Cerca, una madrugada te aguardaba con hambre
de tus miembros apenas palpados por el mundo,
y te daba el arrullo dulcísimo del sueño
desde dentro de un sueño borroso, inacabable.
Tienes los ojos fijos, detenidos: «Qué fijos
tiene dandún los ojos.» Y despiertas, dandún,
¡es cierto!, ¡sí!, ¡despiertas!, y tu vagido adoro.
Tu angustia calmarán los azulados ríos.
La sombra de la muerte desde el umbral avanza.
Oh dandún, oh dandún, tápate con las sábanas.
En las manos el cuesco del burburbur: ventana
de par en par, almendra que crepita, cuncuna,
ladrillos, pasos, ruedas: la silla gujgujguj,
la cucharita, el queque, el bomberún, el tata,
el tata, el tata: «tú pone leó, o pono
osito», burburbur, el cascabel voltea
su encintada cadena: brusco tin: un hoyuelo
con jarabe: dandún con mameluco y gozo.
La sombra de la muerte está junto a tu cama.
Sé bueno, mi dandún, mira mejor el alba.
Un corto pasadizo atraviesan tus días:
no hay hoscos centinelas para ti descubriendo
los rincones de magia, los muebles, la escalera:
en la baldosa bailan tus soldados en fila.
Se esconde en cada negro dominó con que juegas
un vaho amoratado, un tajo, una premura,
y tú juegas debajo de la mesa a ser gato.
Cerca, una madrugada lenta juega a ser piedra.
La sombra de la muerte hacia ti se ha inclinado
(se ha puesto azul la almohada):… semejan dos hermanos.
Has mirado a la muerte y ahora cierras los ojos,
mas detrás de tus párpados aun la sigues mirando,
y tus ojos cerrados, terriblemente abiertos,
miran, miran sin fin, clavados en lo ignoto
de esa cara sin cara que se ríe sin risa,
de esa cara, dandún, que se parece a ti,
que es como algo gemelo que de pronto posees:
dime, dandún, ¿la muerte acaso es hija mía?
Se ha acostado en tu cama la sombra de la muerte.
Hijo mío, dandún, ya no me perteneces.
No, no, eso si que no, dandún, lo enorme no,
lo enorme se te pega en los labios,
vas a entregar tus ojos a una niebla espantosa,
ya te envuelve, dandún, recházala, eso no,
quiéreme, algo, dandún, para ser mío,
quiéreme algo, dandún,
todavía un ratito, no te vayas, dandún;
ay Dios, y quién diría que en tu cuerpo pequeño
albergas una noche inmensa, tenebrosa,
sin estrellas, vacía, completa de infinito;
quién diría que con tus dulces ojos de color extraviado
abarcas un umbroso bosque voraz, dandún;
alma mía, hijo mío, dandún, oh vida, vive,
vibra, vibra, voltea, vive, vive, ¡desata!,
¡desátate!, ¡desátame!,
que la luna otra vez brille allá en tus pupilas,
que las guindas del sol te hagan reír,
que los pájaros crucen por tus ojos radiantes,
que la ola se agite otra vez en tus ojos,
que el día se abra en ti como suave capullo,
que contemples mi amor como el viento a la duna.
Hijo mío, mi sangre empozada en tus venas
grita por recorrerte, por sentirte gozoso
de lucha, de vertiente, de verdor, de sabor;
hijo mío, mi sangre encharcada en tus venas
me recorre las fibras del amor de tu carne:
sangre mía, revuélcate, rebélate, recórrelo
otra vez, otra vez;
no descanses, dandún, abandona ese sueño,
ven a mis brazos, hijo, lleno de luz, de vida,
con la plena fragancia del racimo maduro;
sangre mía, caliéntalo, dale otra vez calor,
dale otra vez vocales tímidas a su boca.
No me dejes, dandún,
dile a tu sangre que fluya, que fluya, que fluya,
dile a tus ojos que se abran, hijo,
¡hijo!,
dile a tus dedos que me cojan.
Oh dandún, ¡si eres mío!, conmigo siempre, abrázame;
¿qué va a ser de tus juegos y de mi sangre, hijo?
Abre los ojos, dandún, por Dios, dandún, abre los ojos.
Ah maldita sombra, Dios maldito, maldito,
dile a dandún que abra los ojos:
¡para qué va a dormir tanto tiempo!
Sí, dandún, eres mío, sólo mío,
no te vayas, hijo, dime que todo esto es un juego de la noche,
que vas a abrir los ojos.
Madrugada, dame la muerte.
***
Hijo mío de sombra, largamente reposa.
La soledad te cubre con sus velados tules.
El cielo se ha poblado de amoratadas nubes.
Tropieza la mañana con la noche en la alcoba.
La turbia madrugada te ha aguardado con hambre
de tus miembros apenas palpados por el mundo,
y te ha dado el arrullo dulcísimo del sueño
desde dentro de un sueño borroso, inacabable.
Desde el umbral el sol, tendido como un perro,
mira la quieta colcha, desciende hasta tu pecho
quieto, avanza a tu rostro pálidamente quieto
y en tus ojos cerrados pone un ciego reflejo,
en tus ojos cerrados, terriblemente abiertos.
Ataraxia
De rodillas el Árbol.
Caigo sobre mis ojos: me acompaño:
sólo tengo caminos.
La luz clama: «¡Estoy ciega!»
Cunde frescos sentidos
el ansia, polvorienta, disoluta.
Los pies del cielo con mis pies tropiezan.
Vetusto claroscuro:
caminos y caminos y ninguna
huella. Jamás el mundo.
El día
Hablé. Nosotros lo comprenderíamos.
¿Iba la noche a retener tu entrega?
Por la ventana el mar que no separa.
Seremos uno interminablemente.
Ahora estás conmigo. Qué seguro,
qué distinto es el ser: en su coraje
me alcanzas. ¡Para siempre! Los poderes,
indolentes, ajenos, conocidos.
Hablé. Nosotros lo comprenderíamos.
¿Iba la noche a retener tu entrega?
Por la red el erial que nos separa.
Desnudos, absolutos, luminosos.
Esa boca aquí, cerca, nuestra, mía,
nuestra, tuya: si tuya, mía, mía:
lo feraz: arrecife de transcursos:
que yo, por ti, soy yo, todas tus veces.
Hablé. Nosotros lo comprenderíamos.
¿Iba la noche a retener tu entrega?
Por lo ayer el fanal que nos separa.
En torbellino, frágiles, amándonos.
Ahora estoy contigo. Realidad,
ahora puedes afrontar el mar:
en la eficacia, el mar, con resistencia,
se levanta hacia el sol. Tú estás conmigo.
Ventana. Red. Lo ayer. ¿Qué nos separa?
Seremos uno, interminablemente
desnudos, absolutos, luminosos,
en torbellino, frágiles, amándonos.
El raudal
Yo canto como el sol,
y el sol no canta.
Yo sueño como Dios,
y Dios no sueña.
Yo, cual la tierra, muero,
y la tierra no muere, ¡pero canta!
En el náufrago día
En el náufrago día de mi nave más bella
me encaramé sobre su mastelero
para mirar el mar.
No había mar: no había ni su huella:
no había ni el vacío dese día postrero.
Sólo había mirar.
Miré el mirar del navegar que espero.
Himno
Mi cuello: el viento.
Mi pecho: el mar.
Los eriales: mi acento.
La luz: mi barragán.
Estas palabras: mi contento.
La cordillera: mi aguardar.
Un nicho alienta como aliento
cuando me da por recordar.
Aquel rumor anhela: crece.
Aquel guijarro: de mi ceño.
Pinares o mi espalda.
A ras de amor, todo se me parece.
Con algazara,
libre,
me recibe
la oquedad en su falda.
XVII
La rosa hacia la rosa: los ardores
ondulan y sucumben.
Como lo mío antes de mí, Jesusa
en otro corazón.
¿No buscará descanso?
En una página de arena y miedo
lee su nombre. Fardos los dominios.
Habrá murallas, pero no muy altas.
La víspera
—¿Vinieron ellos?
—Sí.
—¿También Él?
—Sí, también.
—¿Cenaron ellos?
—Sí.
—¿Y Él,
dime,
y Él
cenó,
dime,
cenó?
—No sé,
no sé.
***
Yo sí lo sé, y, también, la cena, que se heló.
Que no enturbie tus veredas
el barro de mis pisadas,
Echaurren, derrocadero,
Echaurren, calle escarlata.
Entre las uñas del sol,
a lo verde nunca alcanza,
crepitante, lacerado,
tu arcedal, como mi alma,
Echaurren, calle difunta,
Echaurren, calle sonámbula.
Con los iris en las manos
en vano te ofrendo gajos
lacres de hidromiel de esperma
y ácidos azucarados.
Desde la entraña del hijo:
«Padre, ¿por qué andas descalzo?»
Desde la ausencia del padre:
«Hijo, es tarde, apura el paso.»
Y te clama mi tortura
y me persigues clamando.
Echaurren, donde nací,
no te conocen las ramas:
a lo verde nunca alcanza
el barro de mis pisadas,
a lo verde nunca alcanza
el barro de mis pisadas.
Pagano
I
Mas otras voces hablan a otras voces.
Mas otros ríos bañan a otros hombres.
Y yo estoy lejos, sumamente lejos.
Ulula el huracán entre los montes.
Grita el torrente con revueltos bronces.
Y yo en lo lejos permanezco ajeno.
Páramo de otros nombres, otros nombres.
Otra febril majada, otro deshoje.
Sobre mi lejanía el aguacero
vierte sus cuencas como viejos
odres.
Allá en los corredores
de la lejana casa mía se oye
la panoja de trínos de otro entonces,
y entre los cobertores
de mi huesa, rumores de otros dioses.
II
Para mí todo el año es otoño:
¿Cuándo, dioses, empieza el invierno?
¿Es otrora la nueva jornada?
Al raer, desvelado, las eras,
he gustado los mismos sabores
que aprendí en las escuelas del sueño.
Para mí todo el día es crepúsculo:
¿Cuando, dioses, empieza la noche?
III
Penetré entre los dioses: ese no era mi sitio.
En el arduo retiro, desde los miradores
alocados de espacio, tranquilos de blancura,
derroté mis efigies. Los límites sin límites
pestañearon, sufrieron, se pararon. Los ví
como muros erguidos sobre mis torreones.
Alumbramiento
Oh henchido vientre, vientre luminoso,
la hora del mundo estalla;
abre las alas: suma claridad
rodea la granada.
Asoma, rayo de materna luna:
conoce el aire, mueve las entrañas;
manantial esperado, entrega el ronco
bramido: ciega lanza.
Oh bendita placenta nacarada.
Oh tempestuosa calma asiendo calma.
Oh hijo, desarraiga,
asoma, despiadado y escarlata.
Mármol, mármol que mana.
Piernas sangrientas: oh bullente escala.
Sube, hijo mío, hasta
que subida no haya.
Aviva, aviva, rasga
la telaraña, rasga;
hijo mío, raudal,
vendaval, trepa, asalta.
El cielo anhela contemplarte:
contempla el cielo cara a cara:
eres el día abriéndose en torrentes:
¡espuma!, ¡roca!, ¡jarcia!
Junta la herida con la herida,
junta la noche con el alba.
Hijo tendido hacia lo alto:
junta el pañal con la mortaja.
Oh jarcia, oh roca: arriba;
más arriba, campana;
más arriba, más arriba,
vendaval, trepa, asalta.
Quiero que encuentres a mi padre
como en encuentro de montañas:
el cielo anhela contemplarte:
contempla el cielo cara a cara.
Amado cuerpo de cansancio,
dolor amado, siembra amada,
funde en tus brazos a los que se han ido,
junta la noche con el alba.
Junta la herida con la herida,
junta mi carne con tu alma,
junta la herida con la herida,
contempla el cielo cara a cara.
Aviva, aviva, rasga
la telaraña, rasga;
hijo mío, raudal,
vendaval, trepa, asalta.
Oh henchido vientre, vientre luminoso,
la hora del mundo estalla;
asoma, rayo de materna luna:
conoce el aire, mueve las entrañas.
Abre las alas: suma claridad
rodea la granada.
Manantial esperado, entrega el ronco
bramido: ciega lanza.
Oh bendita placenta nacarada.
Oh tempestuosa calma asiendo calma.
Mármol, mármol que mana.
Piernas sangrientas: oh bullente escala.
Oh hijo, desarraiga,
asoma, despiadado y escarlata.
Sube, hijo mío, hasta
que subida no haya.
Manantial esperado, sube, sube,
abre las alas, sube, abre las alas,
asoma, rayo de materna luna:
conoce el aire, mueve las entrañas.
Oh henchido vientre, vientre luminoso,
la hora del mundo estalla;
abre las alas: suma claridad
rodea la granada.
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