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David Huerta

Poeta mexicano David Huerta

Poeta mexicano David Huerta

Poemas:

Plegaria

Señor, salva este momento.
Nada tiene de prodigo o milagro
como no sea una sospecha
de inmortalidad, un aliento
de salvación. Se parece
a tantos otros momentos…
Pero está aquí entre nosotros
y crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones

y sabe a mar, a manos amadas,
huele a una calle de París
donde fuimos felices. Sálvalo
en la memoria o rescátalo
para la luz que declina
sobre esta página,
aunque apenas la toque.

El peso de una chispa

Entro en una gasa letárgica
hecha de fantasma y Purgatorio.
Está detrás de una velocidad de párpado
la fractura de una Afirmación.
Pero yo nada puedo ya afirmar
en esta ensordecedora negociación
de bien, mal, política, moralidad.
Entro y salgo de vestiduras tensas,
la Afirmación me enardece:
debo escoger, tomar partido,
pronunciar una sentencia
y mantener los ojos abiertos.
Entro luego en ámbito
de arenas evangélicas,
veo sombras de manos y huelo
el vibrante viático de mi Hermano.
Salgo a los dédalos del mundo.
No renunciaré a este entrar y salir.
No escucharé las Órdenes. Tendré,
entre los fantasmas y los purgatorios,
sobre el calor de las manos que proyectan
esta sombra de un collar blanco,
la dávida necesaria. Sostendré,
al entrar y salir, el peso de una chispa
que sale de una gota o un río de sangre
-todo lo que me une a esto
y a lo otro, diminutivamente
a mi hermano, al mundo.

Olvidar

Aquí están los nervios
que envuelven, como un papel fragante,
las melodías obtusas
del rencor.
Y aquí la risa
como un pájaro ebrio…

Escuchar. Olvidar. Dos neblinas.
La espuma del sufrimiento
cala en el encaje náufrago
de mi silbido matinal.

Aquí están los sonidos
olvidadizos, las crepitaciones
que amarillean.
Una vez más,
todo será escuchar
u olvidar.

Olvidaré estos doblados
enigmas, estos relojes
rectilíneos de esperas, este cuerpo
ajeno
en la llama de sándalo.

Nocturno

Milímetros de ti convergen ahogándose, bajo la noche, la fantasía de toda
la transparencia empozada en el cuarto.

Tu mirada oscila con un cerrado esplendor,
y en tu saliva surgen pedazos de nombres, alas de quemaduras: la noche
resuena en tu paladar
con paso lentísimo de larva y roce tibio,

de animales numerosos extraviados en el reino de tus ropas, mezcladas
de cualquier modo en la silla sombría,

bajo techos muertos y lúcidos, recogido tú en los dones del sueño sobre
tu cabeza hipnotizada de silencio.

Algunos deseos

Que vuelvas a ver la enorme catedral
y la erizada Capilla
y sientas el paso distante, los rumores
de los Cruzados y de San Luis.

Que vuelvas a la calle Monsieru le Prince
para asomarte a los escaparates
y, luego, en la calle Vavin,
a los inventos de los herboristas
y su lento prodigio -la invisibilidad de los olores.

Que vuelvas a recoer el brillo
de una escritura anhelada
en las tardes coyoacanenses.

Que abraces los árboles
y bebas el agua dulce
junto al amargo mar resplandeciente.

Que te inclines una vez más y siempre
sobe mi rostro
y que yo abra los ojos para verte.

Escena de costumbres

La región que buscabas en el azul del sábado es una reliquia
desprendida del corazón húmedo del aire: una zona de poca
fortuna
Para la riqueza de tus manos —rectas y dolorosas, metidas en el azar
de un brusco acercamiento
o penetradas por el disturbio de una desnudez que nadie sospecharía.

Ahora tu escena es una composición de velocidades e imaginaciones
nuevas:
acccidentes de cacería, oscuros trapos, paredes repletas para tu ojo
sin costumbre.

Tu cuerpo es un vino que atravesaba la confusión de cuerdas y
relojería sin manchar el mantel,
una medicina en la atmósfera de cabellos del sábado, una pálida risa
que se desvaneció detrás de ti.

Escucha cómo se propaga la escasa conversación de los otros,
tensa en las bocas cuidadas para la muerte, ilesa y reflejante
como una gastada maquinaria sobre la carne del mundo,
tocada una y otra vez por la salud y el orgullo, invadida
por un enorme paisaje conmovedor.

La noche del cuerpo

En la noche del cuerpo se preparan
los alimentos de Dios,
la cena carmesí de los esclavos, el místico bocado
de los turbios amantes-
sudor, lágrimas, mierda-

el humus lento, el óvalo marchito,
el resto náufrago del visionario,
el regalo sedente
que se posa en la tierra-

un vapor de Demonios
rodea los Testimonios.

En la noche del cuerpo
se preparan de nuevo
para sus explosiones
diurnas, para el momento
en que habrán de salir
entre el humo feroz de su estallido.

Biografía:

David Huerta (Ciudad de México, 1949) es un poeta, editor, ensayista y traductor mexicano. Hijo del reconocido poeta mexicano Efraín Huerta, David Huerta se vio envuelto desde su infancia en el ambiente literario del país. Estudió Filosofía y Letras Inglesas y Españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Allí conoció a Rubén Bonifaz Nuño y a Jesús Arellano quienes en 1972 le publicaron su primer libro de poemas El jardín de la luz. Huerta pertenece a la generación del movimiento estudiantil-popular de 1968. Fue uno de tantos brigadistas que salieron a las calles para defender el pliego petitorio de seis puntos que el movimiento enarbolaba como su principal bandera de exigencias democratizadoras.

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