Poemas:
Caballo de atar
El viento puede enloquecer a una mujer
a un hombre
caballo de atar rompe los cercos
salta la empalizada
doblega el cerebro más fuerte
como un campo de gavillas de trigo.
Ahora soy mi padre recostado junto a la ventana
que me pregunta con sus ojos muertos
“¿Estás aquí o en La Habana?”
Ahora soy mi padre
su navaja de afeitar
la herida que corre
el hilillo de sangre
y el tajo que quisiera más profundo.
¿Estoy aquí o en La Habana?
Lo que antes fue literatura
es un río que me desborda
una tierra me segrega me expulsa
el dolor recorre mis piernas sus posesiones.
Soy mi padre.
La hija del difunto.
La extranjera.
La otra.
Ninguna.
A Marina Tsvietaieva
El frío
de un terrón de azúcar
en la lengua de una taza de té
de un pan que salta
en rebanadas sangrientas.
El oficio de lavaplatos,
las genuflexiones
y las manos que todavía
se sumergen
con cierta cordura.
Los rojos
los blancos
los cabezas rapadas
y los cosacos
podrán echar mi puerta a patadas
o aparezca un cuerda
con que atar un baúl y colgarme
sin que me estremezca un centímetro.
Astillas
A mi madre
Mueres de día. Sobrevives de noche.
Paisaje de guerra
de posguerra
paisaje después de la batalla.
Piedra sobre piedra donde sólo se escuchan, en la
(noche a los gatos,
a las parejas de amantes que no tienen dónde meterse,
chillando.
Basuras, hierbas ralas, trapos, condones
aristas de latas con sangre.
Cuando salgo a la calle
como otro artista anónimo del hambre
más de algú cuerpo ha roto la fingida simetría
con un salto mortal.
Yo me sentaba en tus rodillas.
No me daba vergüenza, Sulamita
tu cabello de oro de ceniza.
Extranjeros ridículos colgando
sobre árboles inexistentes.
Hace frío.
Las cortezas sangrantes del otoño aprietan como una mortaja.
Si me siento a la mesa
el vacío es demasiado inmenso para poder rasparlo
con una uña.
Calvert Casey
Cuando vio La Habana en Roma
la miseria de La Habana en Roma
no pudo seguir lactando
de las tetas de la madre de Remo.
Luego reconoció a Roma en La
Habana del paleolítico inferior.
San Petersburgo
París
La Habana
Roma,
las alucinaciones son reales.
Se suicidó en tierra de nadie.
Césped inglés
Los segadores
tienen una rara vocación por la simetría
y recortan las palabras sicomoro,
serbal, abeto, roble.
Guardan las proporciones
como guardan sus partes pudendas.
Y ejercen sin condescendencia
el orden universal
porque el hombre
-como el pasto-
también debe ser cortado.
Cielo boca abajo
No,
el cielo no se tiende
como un paciente
anestesiado
sobre la mesa
El paciente
en su camilla
anestesiado de sí mismo
no mira al cielo
espera
el corte
el bisturí
que haga saltar al potro de su infancia
y las canciones natales que volverán
con las agujas hipodérmicas.
En la casa del miedo
En el hueco
de la mano
como un pájaro
el miedo hace
su pequeño nido.
Biografía:
Damaris Calderón (La Habana, Cuba, 1967). Poeta, narradora y ensayista. Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana. Magíster por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), Santiago de Chile. Ha publicado más de catorce libros en varios países entre los que se cuentan Cuba, Chile y México. Entre ellos: Sílabas. Ecce Homo; El remoto país imposible; Duro de roer; Los amores del mal; Parloteo de Sombra y Las pulsaciones de la derrota. Ha participado en festivales de poesía internacionales en Holanda, Francia, Uruguay, Argentina, Perú, México, entre otros países. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al holandés, al francés, al alemán, al noruego y al servo-croata. En 1999 obtuvo el premio de poesía del diario El Mercurio, Santiago de Chile. También ha obtenido dos oportunidades la beca de Creación del Fondo del libro y la lectura, en Santiago de Chile. En 2011 recibió la beca Simon Guggenheim en el género de poesía.