Poesía de Uruguay
Poemas de Cristina Rodríguez Cabral
Cristina Rodríguez Cabral, nacida en Montevideo en 1959, es una de las voces más destacadas de la literatura afrouruguaya y una figura esencial en la lucha por los derechos de los afrodescendientes. Su obra, tejida entre la poesía, la prosa y el ensayo, despliega un universo donde la resistencia a la marginación y la reafirmación de la identidad cultural son ejes centrales. Desde su temprana juventud, esta poeta y activista ha utilizado las palabras como un arma para enfrentar las injusticias sociales y dar voz a las memorias ancestrales de África y América Latina.
Con formación en sociología y enfermería, Rodríguez Cabral trazó un camino académico que la llevó a obtener un doctorado en Filosofía en la Universidad de Misuri. Aunque actualmente reside en Estados Unidos, donde trabaja como investigadora y profesora, su vínculo con Uruguay y sus raíces africanas siguen siendo el motor de su creación literaria. Su militancia comenzó en el semanario cultural de Mundo Afro, un espacio donde publicó sus primeros textos y que consolidó su compromiso con los derechos de su comunidad.
El reconocimiento internacional llegó en 1986, cuando su prosa Bahía, mágica Bahía fue galardonada con el prestigioso Premio Casa de las Américas. Desde entonces, su obra ha explorado la memoria, la identidad y la resistencia, evolucionando desde una poesía íntima y personal hacia una escritura marcada por la denuncia social. Libros como Pedirán más o Memoria y resistencia son testigos de esta transición y han cimentado su lugar en el panorama literario de América Latina.
Cristina Rodríguez Cabral es mucho más que una escritora; es una constructora de puentes entre generaciones y culturas. Su palabra es herencia, resistencia y horizonte. En sus versos resuena la cadencia de una África que vive en el corazón de América y en su voz, la fuerza de una mujer que nunca ha dejado de luchar por la dignidad y la justicia.
Candombe de resistencia
Latina,
hispana,
sudamericana
con sangre africana latiendo en mis venas,
soy, ante todo,
un ser humano;
una mujer negra.
Mi abuela fue lavandera
y mi abuelo historiador.
Mi abuelo hablaba del racismo
y del deber de cada Negro
de mostrar, siempre de sí mismo,
lo mejor,
de dignificar su procedencia ancestral
de enorgullecerse de su acervo cultural.
Los vecinos del barrio, familiares
y amigos,
decían que el abuelo estaba loco
por leer tantos libros.
La abuela de mi abuelo
de niña fue esclava;
dijo que su hijo
sería la última generación esclava
en la familia,
y en el Uruguay.
Luego…
le regaló su primer libro
sembró la primera flor.
La tatarabuela flameaba en su sangre
la bandera libertaria;
ella dijo que sus hijos
serían libertados,
principalmente,
de la ignorancia.
Y así…
el jardín resurgió.
El abuelo mamó
su noción de libertad,
así como
heredó su pobreza
y el compromiso
genealógico
de ser cada día mejor.
Mi bisabuela no se equivocó
al decir que seríamos libres,
sobre todo de la ignorancia;
el abuelo tampoco se equivocó
al pensar que aceptaríamos
nuestra africanidad uruguaya
y la dignificaríamos.
Mi madre no heredó
esa loca pasión por los libros,
así como tampoco vaciló
en curvar su espalda
lavando pisos
para poder pagarme
la mejor educación posible.
Ella se dijo a sí misma
“fertilizaré la tierra
para que crezca la flor”.
Y así se convirtió
en una gran dama
de manos callosas
y mirada tierna.
De ahí he surgido yo,
navegando libros,
mares,
y penas;
otro eslabón
que se suma a la cadena.
Queriendo cumplir
la promesa de la bisabuela,
y guardando la sabiduría del abuelo
en mi pecho
y en mi conciencia.
Hija de Ogún,
águila
mujer
guerrera.
Mi hija es también otra guerrera,
bebe a diario del bagaje cultural
ancestral
y genealógico
de intentar ser cada día mejor.
Tal vez, tan solo
a contar esta historia
he llegado yo al mundo,
en este tiempo
y derribando fronteras;
desde el lado sur del continente
donde las sombras se extienden
pretendiendo invisibilizar
nuestra presencia.
Soy una negra uruguaya,
parida en la América Mestiza
con sangre Africana templando
el tambor de mis venas.
Latina, Hispana, Sudamericana
qué más da.
Soy ante todo
un ser Humano,
una Mujer Negra.
Memoria y resistencia
A las de siempre,
las pioneras
las infatigables hijas de la Noche,
Mujeres Negras
que ennoblecen la historia.
Y para aquellos hombres
que también lo hacen. Axé.
Hombre Negro
si tan solo buscas
una mujer que caliente
tu comida y tu cama,
sigue ocultando tus bellos ojos
tras la venda blanca.
La de la lucha y los sueños
es quien te habla.
Ese es mi reino.
Soy resistencia y memoria.
Construí el camino del amo
así como el de la libertad.
Morí en la Casa Grande
igual que en la Senzala.
Dejé el ingenio y descalza
me hice cimarrona.
Sola fui comunidad, casa
y gobierno
porque escasas veces
estuviste allí.
Hombre Negro sin memoria,
codo a codo
espalda contra espalda,
sigues sin estar allí.
Negro,
nuestro ausente de siempre,
generación tras generación,
yo te parí,
como a tu padre
y a tus hermanos.
Yo curvé la espalda
sujetándote durante la cosecha;
sangro, lucho, resisto
y desconoces mi voz.
Ausente en tus memorias,
y hallada culpable
vivo
prisionera del tiempo
y del estereotipo.
Fueron mis senos
quienes te alimentaron,
y al hijo del amo también.
Fui sangre mezclada en el barro
con látigo, humillaciones
y el estupro después.
Desde allí desplegué
al viento mis alas;
madre,
negra,
cimarrona,
Iemanjá,
Oxum,
e Iansá a la vez.
A veces la leyenda me recuerda
pero nunca la historia,
aunque tú la escribas,
Hombre negro
qué le hicieron a tu memoria
que desconoces mi sereno andar
bravío
por la tierra.
Hombre que buscas en mí
el retrato de una estrella de Hollywood
o de tu rubia compañera de oficina,
olvídalo.
Yo soy la reina guerrera
que te hizo libre bajo las estrellas.
La que de niño te enseñó
a amar la tierra
y a usar el fusil.
Yo,
memoria perdida
que atraviesa tus ventanas.
Yo,
piel azabache y manos raídas.
Yo,
Negra;
Yo,
Mestiza
corazón tibio y desnudos pies.
Yo,
traje raído y pelo salvaje,
Yo con mis labios gruesos
te proclamé rey.
Yo,
compañera de lucha y de sueños
a quien tu ausencia y la vida
le enseñaron
le exigieron
mucho más que a
calentar
tu pan
y tu almohada.
Le enseñaron a cantarle
a nuestro Dioses,
a preparar los niños del mañana
para que sus vidas de hombres
y mujeres liberados
testifiquen
fielmente
la total nobleza
de nuestras batallas.
Yo:
Madre,
negra,
cimarrona,
Iemanjá,
Oxum,
e Iansá a la vez.
Acapulco II (El mercado)
Cinco semanas entre el olor a frutas,
entre un aroma de flores y montañas;
cinco semanas entre música viva
y pequeños pasos tras los turistas,
entre máscaras, cerámicas, telares,
y collares entretejidos por voces náhuatl.
Cinco semanas de contacto con la vida bulliciosa
con la flagelante sonrisa de América Latina.
¿Y la Revolución?
Los indios tienen hambre;
¿y la revolución?
Los campesinos sin sus tierras,
¿y la revolución?
Los gringos no hacen cola
ni pagan entrada en la discoteca.
Pa’ que sirvió tanta sangre güey,
tanto discurso,
tantas promesas.
Mango, sandía, guayabas
olores dulces que circulan sueltos,
más tortillas, más frijoles…
—No te rajes cabrón—
Para los indios y los negros,
la revolución siempre queda para mañana.
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