Poetas

Poesía de Honduras

Poemas de Clementina Suárez

Clementina Suárez (Juticalpa, Olancho, 1902 – Tegucigalpa, 1991), fue una poeta hondureña reconocida nacional e internacionalmente,​ considerada la “matriarca de la poesía hondureña”,​ promotora de la cultura y el arte de Honduras y Centroamérica.

Combate

Yo soy un poeta,
un ejército de poetas.
Y hoy quiero escribir un poema,
un poema silbatos
un poema fusiles.
Para pegarlos en las puertas,
en las celdas de las prisiones
en los muros de las escuelas.

Hoy quiero construir y destruir,
levantar en andamios la esperanza.
Despertar al niño,
arcángel de las espadas,
ser relámpago, trueno,
con estatura de héroe
para talar, arrasar,
las podridas raíces de mi pueblo.

Melancolía

Madre o hermana mía taciturna y huraña
que has hecho luminosa tu pobre soledad,
que suavizaste el quejido y acallaste la saña
y ofreces a los tristes tu sombra de piedad.

Quiero que me lleves en tu barca sombría
por los mares ignotos donde todo es inerte,
donde reina la noche y muere la alegría,
a los vastos dominios donde impera la muerte.

Abre tus brazos! Oh gran melancolía!
y deja que mi vida se envuelva en tus saudades,
así tu gran tristeza del brazo con la mía
puede ser que den vida a nuevas claridades.

Deja que recueste mi cabeza cansada
sobre tu regazo de paz y santidad,
que me olvide de todo, que me absorba la nada,
que se esfume mi vida en tu gran soledad.

Deja que me abrace a tus sombras tranquilas,
que me pierda en tu seno y explore tus arcanos,
que me sacien de silencio mis hambrientas pupilas
y de suavidades mis temblorosas manos.

Enséñame la senda melancólica hermana
que va hacia los silencios y las renunciaciones
que nos lleva a esa tierra misteriosa y lejana
donde hallan paz y sosiego los tristes corazones.

El hombre y su esperanza
Ahora me miro por dentro
y estoy tan lejana,
brotándome en lo escondido
sin raíces, ni lágrimas, ni grito
—Intacta en mí misma—
en las manos mías
en el mundo de ternura
creado por mi forma

Me he visto nacer, crecer, sin ruido,
sin ramas que duelan como brazos,
sutil, callada, sin palabra para herir,
ni vientre que rebase de peces.

Como rosa de sueño se fue formando mi mundo
Ángeles de amor me fueron siempre fieles,
en la amapola, en la alegría y en la sangre.

Cada caracol supo darme un rumbo
y una hora para llegar.
Y siempre pude estar exacta.
A la cita del agua, de la ceniza y la desesperanza …

Frágil, pero vital, fue siempre mi árbol
al hombre y al pájaro le fui siempre constante
Amé como deben amar los geranios,
los niños y los ciegos.

Pero en cualquier medida
estuve siempre fuera de proporciones,
porque mi impecable y recién inaugurado mundo
tritura rostros viejos
modas y resabios inútiles.

Mi caricia es combate
urgencia de vida,
profecía de cielo estricto
que sostienen los pasos.

Creadora de lo eterno,
dentro de mí, fuera de mí,
para encontrar mi universo.
Aprendí, llegué, entré,
con adquirida plena conciencia
de que el poeta que va solo
no es más que un muerto, un desterrado,
un arcángel arrodillado que oculta su rostro,
una mano que deja caer su estrella
y que se niega a sí mismo, a los suyos,
su adquirido o supuesto linaje.

De esta ciega y absurda muerte o vida,
ha nacido mi mundo,
mi poema y mi nombre.
Por eso hablo del hombre sin descanso,
del hombre y su esperanza.

Amor salvaje

Amor salvaje.

¡Qué bien estás,
desgarrándome toda!

Amor salvaje.

¡Qué bien estás,
amenazando mi vida!

Amor salvaje.

Qué bien estás,
contenido en lo inexplicable.

Una obra muerta

Yo no bajaré a la tumba convertida en harapo,
ni un sólo diente de mi boca se ha caído.
Las carnes en mi cuerpo tienen su forma intacta
y ágil en su tallo se yergue la cabeza.

yo iré a la muerte pero con el labio fresco,
con voz firme y clara responderé a la llamada.
Yo sé que están contados los minutos de la vida
y que jamás el destino su sentencia retrasa.

Sobresalto no tengo por entrar a la sombra,
nadie quiero que venga por mi muerte a llorar,
la espuma de mi sangre como aceite se acaba
y para ése instante a todos sólo pido silencio.

No quiero que ya muerta peinen mi cabello
ni que las manos juntas pongan en mi pecho,
quiero que me dejen así como me quede
y así en la tierra abierta me vayan a dejar.

No quiero que me vistan, ni que me ultrajen muerta,
estando con migo los que nunca estuvieron.
Compañeros sinceros, lo que siempre tuve,
sólo esos que se encarguen de irme a enterrar.

Tampoco quiero seña, ni que una cruz me pongan,
no quiero para mí nada que los pobres no tengan.
Pues aún después de muerta, mi puño estará cerrado
y en el viento mi nombre será como bandera.

El regalo

Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.

Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle

brazo de mar de olas inasibles –

la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.

La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,

el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.

La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.

La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.

El abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.

La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.

La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.

Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.

O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.

La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.

Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.

La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.

La pasión con que desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable

como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.

El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.

Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.

Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,

aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.

La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles

para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.

La entraña donde te sumerges como buscando estrellas enterradas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.

La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;

o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.

El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,

en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado

el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.

El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.

Como si a ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;

O dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.

En que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.

Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.

La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.

La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.

Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.

El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.

El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.

El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.

La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él, duerme, sueño del amor.

Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.

El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.

La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.

El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.

Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.

La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.

El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.

El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.

Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.

La aguja imantada
con su impensable polen y sus rojas brasas.

Mi gris existencia
con su primera mortaja

Mi muerte
con su pequeña eternidad.

Lamentos en el espacio

Afuera ruge el viento. Tu cabeza está
en mis piernas.
la noche se entretiene en ronda de fantasmas.
Aguas desbarrancadas cortan narcisos y nieblas,
para adornar la tumba de tanto pájaro muerto.

Tú peinas y despeinas mi cabello
mientras el mar arrastra sangre y lodo.

La sombra parece que esculpiera cadáveres.
¿Quién llora y se desespera en el aire?
Amor. Tú estás dormido,
-sin darte prisa por salir de la noche-
mientras yo atajo lamentos
de madres y de niños.

El grito

Enfilada y firme
espero la hora
que desamarre todos los obstáculos
y me aviente a los mares de la lucha
con la alegre capacidad
del que desafiando la muerte
vence a la vida!
Yo era
una desesperada mariposa
aprisionada en las paredes
de las horas inútiles.
Pero el nuevo grito
llegó por fin a mis oídos
y yo le he abierto los brazos
como a un horizonte de luz
que me señalara
el único puerto de esperanza!
¡Alegría! De los gritos apiñados.
¡Alegría! Del dolor que florece.
¡Alegría! De mis brazos tendidos
al nuevo grito del mundo.

En busca de rumores

Queda, suave, evanescente
me alejaré una noche, como una
sonámbula que se siente
atraída por la cara de la luna.
Nadie oirá mis pasos, sutilmente
iré buscando mi fortuna
en la faja de luz o en el relente
que va dejando tras de sí la luna.
Seré sombra entre las sombras confundida,
interrogaré entre esas sombras a la vida
y quizá pueda con mis interrogaciones
para la sangre que corre de mi herida
poblar de rumores mi alma entristecida
y llenar mi existencia de nuevas ilusiones.
En su caballo de palo
Y nadie comprende
que los ojos se cierran apretando una pena,
que una ola negra ennubla el corazón.
Que sumiso –en esta encrucijada—
el cuerpo camina a tientas…
Que en este ponerse y quitarse los zapatos,
que inútil la hora
qué penoso el minuto.
un niño con su dedo me señala la sombra
y viajo con él en su caballo de palo,
como si quisiera huir, huir…
No se mide la miseria,
no se silencia el hambre.
El hombre que se va y regresa a su cielo
fijo
a donde sin remedio está crucificado.
Querría sacudir el polvo de su frente
cansada,
Fascinada, desparramar estrellas, caricias.
Quisiera ignorar que no hay justicia.
Ignorar que yo misma ando en el vacío,
como si estuviera parada en un puente
atado sólo de un extremo.
Que la camisa que cubre mi cuerpo ya me
queda holgada.
Y ando riendo, llorando,
abrochando una súplica
de puerta en puerta
para que me dejen pasar lista
con los que tienen trabajo,
y pueden alegremente
celebrar su cumpleaños
o simplemente desayunar.

Creciendo la hierva

I

Pudo ser.
pero estaba la espina,
eterna enemiga de la rosa.
Y sola, sin orillas,
la perdida corola de mi sueño.

Y fue.
En aquel pliegue triste
de mi sangre
donde, pálida quedó la sonrisa
que se hizo hielo
sobre su pecho ausente.

Obediente la rosa a su destino,
tuvo que ir mostrando
el candor de su rostro.

Te quemará el amor los huesos.
Niña del Aire!
Paloma del amanecer!
Ya que sólo en la sangre despierta
estará el germen creador defendido.

No caerá por eso
la estrella de tu mano.
Ligaduras humanas no detienen
tu rostro, ya salvado en mil edades.

Esbelta, en tu talle de ángel,
un río es la sangre de tus venas.
Agua que trae y que lleva
la quebrada raíz de la sombra.

Tus dedos nunca sabrán
rescatar el ademán que va perdido.
¿Qué semilla no encontró surco en tu mano,
ni inmaculado nido
en el hueco de tu rodilla?

Ningún camino aparta al cielo de su cielo.
Todo te alza a la altura de tu llaga.
Conmigo. Contigo. Sola.
Atada va la sangre
a raíces que no entiende.

II

Ya ves cómo
mi pecho ilumina
una verdad tremenda.
Los ángeles que pasean por mi sangre
son ángeles rebeldes.

Y me humilla tu rostro atado
y tu corazón cerrado
por un mandato de siervos.

Cuando yo oí me dijeron:
Pequeña: No le niegues al amor tu cara.
Sólo así tu flor tendrá polen
y flotará libre,
goteando muchedumbres,
tu cara creciendo con la hierba.

Distintos son los rumbos de la carne
y sólo el viento salvará
a tu pie, que en la ceniza
quedó extraviado. . .

Criatura de mi amor!
Sólo cuando el fuego
te lleve hasta mi grito,
recuperarás intacta
la espiga que dentro
de tu piel madura.

Fuera necesario morirme y no quererte.
Golpearme la espalda
y atar mi lengua
para no decirte
que están llorando en ti los brotes
y detenidos los arroyos,
porque le niegas al surco
lo que es del surco.

III

Me oyes!
¿Me estás oyendo lo que te digo yo?
La que quisiera detener el canto
y dejar que la muerte decorara
hasta mi desnudo vientre.

Antes de mirarte de tan lejos,
desde donde
hay un planeta que se quiebra
entre mis dedos.

Y no pude decirte más.
Me dolían todas mis marcas.
Y sin saberlo, empecé a despedirme,
a despegarme
de los resabios de mis pies,
por tus mismas palabras.
De repente, algo fue distinto.
Ni tú te llamaste tú
ni yo me llamaba yo.

El barro crecido
nos unía y separaba
en mil anillos
de diferente edad.

Hubiera querido amarrarme a ti
y no preguntarte nada.
Dejar inconclusa
la vid que conmigo crece.
Pero había, entre nosotros dos,
una espada arisca,
que no me lo permitió!

La palabra iba suelta
en el aire,
indestructible
dentro de mi llanto.

Es tan fácil herirme,
que un pequeño ruido
de cristal lo logra.
Basta que tu inmóvil
faz se mueva.
Y no me sientas subir,
estremecerme
con los ojos cerrados.

Reemplazar quisiera esta sangre
por otra sangre que te tocara las raíces,
y te dejara desnudo mi ramo de huesos
limpios
de todo lo que no fuera
una inocente corteza
que acatara tu latido.

IV

Despacio,
que está madurándose
la criatura de espuma
que se queja en mi entraña.

Copo a copo
voy cubriendo
de alta atmósfera
lo que vivirá,
aún detrás de la muerte.

La urgencia de mi paso
es un puro símbolo
—nada es mío—
una flecha me curva
dentro de tu amor.

¿No sientes deshojarse
pétalos dentro de mis sienes?
¿No sientes que mis manos
te adelantan la rosa,
el aroma y el tacto?

Y que mi sueño
es una arteria abierta
que calcina al gusano.
Y que precisas otro nombre
para encontrarte
con la sonrisa
de tu primer niñez.

Era eso lo que me faltaba decirte,
antes que tu amor
la boca me consuma.

Hablarte
de este doble vivir
en la noche y la trasnoche
de una sollozante bruma.

Nunca esperes que te traiga
una espina en la mano.
Para venir y para buscarte,
ya había dejado
todos los abrojos.

Flota en la luz de mi relámpago!
No olvides
que el paso frágil
de un milagro rápido huye.
Y que la vida que te pido,
no es tu vida,
sino que la copiosa,
inagotable.
La inmortal vida.

Buscando
voy dentro de tu fondo
al árbol que te viste
y te abraza y te estrecha.
y tal vez hasta te separa
de tu mejor forma.