Poesía de Chile
Poemas de Clemente Riedemann
Clemente Riedemann es un poeta chileno que nació en Valdivia en 1953. Su obra se caracteriza por explorar la cultura y la historia del sur de Chile, especialmente la influencia de los pueblos originarios como los mapuches.
Riedemann creció en Valdivia y estudió Castellano y Filosofía en la Universidad Austral de Chile. Sin embargo, su carrera académica se vio interrumpida por el golpe de Estado de 1973, que derrocó al gobierno socialista de Salvador Allende. Riedemann era militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y fue detenido por la dictadura militar de Augusto Pinochet. Tras recuperar su libertad al año siguiente, continuó sus estudios de Antropología en la misma universidad y luego se tituló de profesor de Historia y Geografía en la Universidad de la Frontera, en Temuco.
Su primer libro de poesía fue Karra Maw’n, publicado en 1984. Este poemario es considerado una obra clave de la antropología poética o poesía etnocultural, que busca reivindicar la diversidad cultural y étnica del sur de Chile, cuestionando la visión oficial y centralista de la historia nacional. Karra Maw’n es el primero de una trilogía que Riedemann dedicó a estudiar las áreas culturales de América, siguiendo con Santiago de Chile (1995), que retrata la realidad urbana y marginal de la capital, y Wekufe in NY (1995), que aborda el choque cultural entre el mundo indígena y el estadounidense.
Riedemann ha publicado otros libros de poesía, como Primer arqueo (1989), Rito de pasaje (2000), La canción del bravo (2004) y El libro del padre (2010). Su poesía se caracteriza por su lenguaje rico y sugerente, que combina elementos culturales, históricos, políticos y personales. Su obra ha sido reconocida con varios premios, entre ellos el Premio Pablo Neruda (1990), el Premio Municipal de Poesía de Santiago (2002) y el Premio Casa de las Américas (2006).
Además de poeta, Riedemann es ensayista, dramaturgo, crítico y músico. Ha colaborado con el grupo Schwenke & Nilo en la creación de canciones populares inspiradas en el folclore del sur. Ha escrito obras de teatro como La noche del general (1988) y La última cena (1992). Ha publicado ensayos sobre temas culturales, como El sur también existe: cultura e identidad regional (1997) y La memoria del sur: patrimonio cultural e identidad regional (2001). Ha participado en numerosas antologías y obras colectivas, tanto nacionales como internacionales.
Clemente Riedemann es uno de los poetas más importantes y originales de la literatura chilena contemporánea. Su obra nos invita a reflexionar sobre la diversidad y la complejidad de nuestra realidad cultural, desde una perspectiva crítica y creativa.
REWIND
Siendo apenas un chicuelo
fui instruido en la vulgaridad de las reformas
en el desprecio por la revolución.
En el Kindergarten había tipos que se burlaban de mí
porque no tenía cartuchera de cuero
sino un canastillo de plástico rojo
para transportar mi sanguche de muss con nata fresca.
Uno de esos forajidos es ahora alcalde de la ciudad.
O.K. muchachos vengan a bailar.
Sufrí crisis asmáticas hasta la edad de seis.
Diez años más tarde me pescó una tebecé.
Trastornos psicosomáticos al llegar la primavera.
En diciembre debuté en la cama de una chica.
A los veinte me pusieron corriente en los cocos.
O.K. muchachos vengan a bailar.
Contemplemos reunidos los hermosos amaneceres
que en televisión han preparado para nosotros.
Si cada mañana me levanto es porque estoy cierto
que la vida me adeuda los días más felices.
Y si acaso no fuese de ese modo mi destino
me levantaría lo mismo de todas maneras.
ZULEMA EN GRIS
La ventana
de mi pieza en Valparaiso
no daba al mar; nunca ví las caracolas
caer de rodillas en la playa
expulsadas por el mar, ni produje
sombra con mi mano para ver al tope
las banderas de los barcos que traían automóviles.
Chocaban con mi ojo otras ventanas
que enrojecían al anochecer y que
como flores mustias, por las mañanas se abrían
mostrándome los pechos de unas señoritas
que arrojaban orines sobre los gatos matinales
de Valparaíso.
Esos pechos eran para mí
como toda la paciencia del mundo
acumulada en los volcanes, un beso
que la vida a diario me traía, más
azules que el oceano, más intensas
que todas las batallas de la guerra
y yo amaba esos botones a partir de
las 10 A.M.
Porque esa era toda la sal que yo tenía,
el agua inmensa que aún ahora necesito.
ME LA PUSIERON FOME POR DELANTE
Me la pusieron fome y dura sobre el pupitre
con cruces ahogada bajo una capa de barniz amarillento.
En la mesa había un orificio hacia el noreste
por donde huía, enflautada, la paciencia
llevándose a rastra a aquellas reinas
de cabello seco y boca dolorida, ensoledada.
Me la entraron en pesadillas
dirigiendo corros de huérfanas
en las afueras de las cámaras de gases.
Con sentimiento de culpa me la escribieron
y nos la premiaron de puro avergonzados.
¡Ay Lucila, por qué te engabrielaste!
¿Por qué, en Chile, son tan pocos
los qué se quieren como los nacen?
Me la impusieron profesora y no poeta, ovalada
en estampitas, con su Pentateuco y sus tacones
hundiéndose de a poco en lodos meridionales.
¡Cuán áspera y fea me la leyeron!
Nunca pudo viajar conmigo su equipaje.
Capitán de ríos turbios, buceador de oscuros
lagos, vagabundo en Mehuín o Carelmapu
nunca vi su rostro en la espuma de los mares,
ni sus sonetos en la arena de la tarde.
Me la ensonetaron de obituario y no la soltaron
potranca golondrina bajo la lluvia de alas rumorosas.
LA CASA DE ZULEMA
Nunca pude entrar en la casa de Zulema.
Tenía miedo de encontrarme allí
en mitad de un fatal merequetengue
con los huesudos talones de mi padre
o de salir al patio para orinar
codo a codo con el fiscal de la Corte.
Una mañana vi parado en el umbral
a mi profesor-jefe.
Lentas nubes plomas interferían
el libre acceso a aquella puerta.
Cierta vez, echando mano de todos mis ahorros,
con viriles zancadas me dirigí a casa de Zulema:
Golpeé,
con las cañuelas tiritando.
Tras la puerta, espada en ristre
Gabriel Arcángel
-“Entra. Te esperábamos.”
LOS CABROS CANTARON QUÉ PENA SIENTE EL ALMA
Y DESPUÉS NO SE ESCUCHARON MÁS CANTOS
Qué pena siente el alma cantaban los amigos
mientras dábamos vueltas por el patio
recordando los días del pasado.
A veces podíamos mirar sus cabezas rapadas
subir bajar detrás de los barrotes
sus manos tratando de comunicarnos un mensaje.
Otros días no se oía no se veía nada.
Las ventanas eran como televisores apagados
mientras dábamos vueltas por el patio.
Un lunes nos dejaron ver “Sábados Gigantes”:
Don Francisco sentaba a unos tipos en la silla
eléctrica. En nuestro grupo se oían sollozos
cuando el hombre gordo se reía.
Una tarde –me acuerdo- cuando las nubes se
pusieron rojas, los cabros cantaron “Qué pena
siente el alma” y después ya no se escucharon mas cantos.
EL HOMBRE DE LEIPZIG
El padre del padre de mi padre
traía todo el mar en sus mejillas.
No trajo papeles ni osamentas.
Le quitaron su historia en las aduanas
y venía de lejos.
Al llegar, sólo la niebla,
pañal de maíz para envolver
los viejos barcos de madera:
la “Steinward”, el “Hermann”,
el bergantín “Susanne” y el “Alfred”.
Todos buscando el paraíso.
Para todos, desengaño y selva.
(El daguerrotipo muestra a unas
familias apiñadas y sin saber
a qué atenerse. Allí dormitan en el
suelo el hacedor de calamorros
y la mujer del peluquero.
También, un niño con paperas)
¡Oh viejos barcos de madera!
¡Oh germánicos famélicos!
Les prometieron la tierra
pero la tierra tenía dueños falsos.
Falsas estacas de papel
y no auténticos rewes milenarios.
El padre del padre de mi padre
hubo de hablar en otra lengua,
gotear, de nuevo, el semen
de la aurora. A fundar cosas
es que vino el hombre de tan lejos.
Corral, después de un siglo
pronuncio tu nombre en la mañana.
Estoy de pie sobre una lancha
arrojando trozos de carne podrida
a las gaviotas.
Por aquí entró en América
el perseguido, uno que no fue
rico ni famoso, sino bello. Porque
bello es todo cuanto sigue siendo,
a pesar de la muerte, el deterioro
y el olvido.
El hombre de Leipzig, el carpintero,
me trajo a tierra en el lápiz de su oreja,
de donde he bajado
para organizar el mundo
con palabras.
EL POETA HABLA DE SÍ MISMO
Si yo apareciera
detrás de la puerta
y me saludara
sentiría miedo
de enfrentar
mis propios ojos
con los ojos del que entra
y no reconocerle.
Comprendería
lo que ven
aquellos a los cuales
no amo
cuando los miro
con los ojos
del que aparece
detrás de la puerta
sin sonreír.
MARATHON
Yo soy el atleta consumado,
mi porvenir es brillante.
Los cronistas dicen que llegaré lejos,
mas –yo lo sé- no he de arribar
a meta alguna.
Vengo de la estación de policía,
de regreso al cementerio general.
Yo soy el corredor descalzo.
La ruta sembrada de cadáveres famosos.
Tras de mí, los vivos, atletas iracundos,
Desean procurarse –a mis costillas-
la victoria. Ellos quieren verme tropezar,
caer, escupir sangre; arrojan vidrio molido
sobre el asfalto, tachuelas,
ratas comedoras de uñas.
¡Rumas de periódicos y libros!
Pero no pueden matarme.
Pero no pueden matarme.
Porque no pueden matarme dos veces…
TE MIRAN EL CULO DESDE ARRIBA
Cuídate, Rodríguez,
que te pueden insertar micrófonos
del tamaño de una lenteja en las murallas,
en tu máquina de escribir, teléfonos,
citófonos, en tus propios slips,
camarada.
(Dispositivos colocados en máquinas de escribir
eléctricas transmiten las señales emitidas
por las teclas a un equipo decodificador
ubicado fuera de tu casa ((como quien dice
“in-put & out-put” al servicio de las fuerzas
del mal)) ¿Cachai?)
En serio, Rodríguez,
sin ánimo de bromear, los mensajes
de tu minicomputador pueden ser leídos
por unos ojitos como de mina copuchenta ocultos
en su interior o por sistemas de intercepción
estacionados a + de 1 kilómetro del lugar,
los que recogen sus ondas radiales sin hacerse
el menor problema (es que se trata de
equipos buena onda, loco).
Te pueden emitir rayos láser
focalizándolo en las ventanas
para leerte las palabras a partir de las
vibraciones que tu voz ocasiona en los cristales.
Micro-ondas dirigidas a las paredes pueden
capturar reverberaciones de casi todo lo que está
sucediendo adentro, para que una computadora
(no la tuya) las analice.
Ojo con las fotocopiadoras: cámaras
–que miran como la Anouk Aimée en “La Cortina
Carmesí- instaladas dentro de ellas
pueden fotografiarte documentos que ingresan
suave silenciosamente a esas máquinas
maravillosas…
También, Rodríguez
–me duele decírtelo- satélites espías
te televisan el culo mientras fornicas,
efectúan acercamientos con sus zooms
para hacerte arte rupturista de retaguardia
con tus lunares, tus espinillas
y cicatrices desde el espacio.
AL TOQUE DE GONG
Ésta es una transmisión desde
SANTIAGO ES CHILE.
Todos conectados –los hispanos- a sus
weltanschaaung de pordioseros.
Al toque de gong, sírvanse encadenar.
OK?
(amén)
Happy togheter y sin hacer perro muerto.
Inmersos todos en el potpurri eterno
de los dioses pornógrafos y las misses
universales.
Encadenados a sus sueños estándar, a sus
opiniones estándar, sobre horizontes
estándar, pugnan –los spanish- por un
trato preferencial en las colas de acceso
a la modernidad,
OK?
(amén)
LA ESPECULACIÓN DE LO PRETÉRITO
Seguid viniendo a Santiago es Chile
la capital de moda en SUDA América.
Traed vuestros bártulos a cuestas.
Instalaos en las periferias del sur.
Que el párroco belga del lugar
bautice a los nuevos retoños.
Venid y resarcíos en los vertederos venenosos.
Inhalad a pleno pulmón el gas
que salvará la fruta para Miami i os
matará como moscas. Aniquilad
las pulgas del tigre tuerto, sordo i mudo
que ingresa al zoológico de Wall Street.
Venid, venid a los cómodos hipermercados
a empujar como podáis el carro de la vida.
Abandonad vuestras ciudadelas aguachentas
donde la conquista de SUDA América
aún no se ha consumado.
Traed, para el viaje, una gallina muerta.
Un guatero para preparar el té. Venid
a fenecer entre el gentío anónimo
que trepa los escaños sin mover los pies.
Mejorad vuestra calidad de vida.
Sed del montón que se consume en los
centros comerciales sin saciar jamás
sus ansias de felicidad.
Continuad viniendo al gran Santiago:
Os aguardan con las fosas abiertas.
- Theodore Roethke
- Luis Luchi
- Philip Levine
- Julio Cortázar
- Esperanza Zambrano
- Amelia Denis de Icaza
- Richard Brautigan
- Conde de Lautréamont
- Pedro Nolasco Préndez Murúa
- José María Arguedas
- Mario Benedetti
- Cristina Peri Rossi
- Eusebio Lillo
- Adelardo López de Ayala
- Ana María Moix
- Anahí Lazzaroni
- Rafael Alcides Pérez
- Gonzalo Rojas
- Vladimir Herrera
- José de Espronceda