Poemas:
FERIA DE FRUTAS
Sentido Frutal
este color, estos matices, estos
alborozos de luz en la bandeja pronta;
estas frutas danzando
en mis ojos y en mi boca.
Conocimiento del sentido frutal
arraigado en mi alma rumorosa…
penden de mis caricias los racimos
de las uvas utópicas.
Nervios dorados de la vida,
cuerdas aladas, fértiles, gozosas
de las frutas danzando
en la feria cordial y honda.
Alegría en lo alto de la feria,
en lo más alto de la feria toda:
las estrellas, las estrellas
en el pulso invisible de la sombra.
Luz en la luz, más luz,
en esta soledad mía, tan lógica
en esta soledad en que no hay nada
de nadie, sí de mí… Y esta congoja
de la luz en la punta de mis dedos
que humedecen al tacto de las frutas redondas.
Oh, mis frutas, las frutas
mías, en mi canción. Mis locas
frutas, este sentido de los colores
de su carne en la carne de mis prosas.
Piña
Así, con tu epidermis trascendental,
y tus crestas de esmeralda,
y los pezones de tu superficie,
juegan mis manos enguantadas
al ajedrez del gozo en tu tablero
donde se me desnudan, sin sentirlo, las damas.
Mamey
Llameante es su carne maciza
-raza roja en las manos del héroe-.
Su pulpa casi revolucionaria
eclosiona en la boca del poeta.
En el crucero fértil de todos los caminos
donde se dan la mano las ideas
-la Poesía y la Revolución-.
El Venado
Amanece en la tierra y amanece
en mí y en esta noche de mi alma.
(Después de tantos siglos estoy solo
y nada me acompaña sino el viento.)
Amanece en la tierra…
la vida es como un júbilo redondo
que hiende carnes con gozosos clavos.
Esto está bien arriba, pero abajo,
en este debajo de la sed que llueve
menuda y pertinaz, trágicamente,
el indio su fuego alimenta
y bebe su maíz en anchas jícaras,
y vive y muere y muere y se levanta.
Y yo estoy escuchándome en el viento
que me regala su amistad de piedra
grande en la que el venado se hace inmenso
de soledad con sol y con estrellas,
de soledad de hombre que aparece de pronto
deportistas de sangre en la selva.
Te amo en tres palabras
Te amo en la plenitud de mi tristeza,
en la boca esperada y en espera,
en las manos que tiemblan y se rompen
de eternidad en el contacto,
y en los huesos del alma de Dios estremecido.
Terriblemente, irremediablemente
te amo hasta quemarme y consumirme,
hasta caer en gotas y relámpagos,
hasta decir: “Dios mío, todavía
me queda un corazón y un dulce aliento
para vivir en ti dándote muerte”.
Te amo en esta hora
de tu boca diciéndome: “no quiero”,
y tus ojos: “el tiempo es de nosotros”,
y tus manos: “qué bien, eres ya mío”.
Te amo con dolor y hambre del mundo
y con estas palabras de mi júbilo.
He dicho ya cómo te amo, ¡oh mía!
pero no he dicho nada todavía.
Te amo en el invierno de mi otoño
y en las seis estaciones de mi sangre.
Te amo en maya de mi tierra
pero con la gramática paloma
-nervios del corazón en el espíritu-
y grácil madurez de la amapola.
Te amo yo, te amo yo… Te amo
en el avión correo trasatlántico,
en las máscaras indias y los peces sombríos,
en el verde remoto de las jades
y en el azul de la obsidiana mística.
Te amo con mi vida en una fuga
de venados que danzan y cristales,
y con jugo de fruta en vasos bíblicos
de melón y con su sangre de la tierra.
Te amo con un verde y con un rojo
que se quiebran en ti por los perfectos;
con el verde Fray Luis que le nacía
del alma y en el campo lo ponía;
y con el otro verde García Lorca
que lo decía verde y lo quería.
Con un rojo tan rojo envejecido
de verse rojo hasta la nieve Góngora,
que amanece la noche en las alondras.
Te amo en estos pájaros sin alas
que dicen rosas los que entienden olas,
o pájaros con alas que no vuelan
o alas nada más que no se mueven,
y si movidas por el aire, quedan
volando aprisa en la ilusión del tallo,
tallo motor en el florero, y cantan
todos los pulmones de las hojas.
Qué bien estoy cuando te amo en estas
frutas amigas de tu gozo lento;
guanábanas fáciles al gusto
muy señoras cuando están de fiesta.
Pero tú no conoces la guanábana
sino por fotográfica dialéctica,
con un trópico casi conmovido
por árboles extraños y paisajes con prisa.
Dicen que los paisajes son estados
del alma, pero un árbol tiene siempre
su alma gravitando en el paisaje,
y así, las almas, árbol y paisaje
se entrelazan y gritan con mi sangre
-esta manera de gritar tan mía-
que yo te amo en un estado de almas
que viven con su muerte mi amor desesperado…
Oh, pero yo te amo, yo te amo
en su sorbo de música surtida
de guanábana cósmica, quemada
por la nieve de sed de los poemas.
No la conoces, pero yo te digo:
¿para qué, si en un diálogo de fresas
entran a compartirlo las granadas,
y en una fresca atmósfera de jícamas
llueven –solaz pletórico- las uvas?
Te amo en la montaña y en el bosque…
árboles retorcidos por el canto
de las aves, y erguidos en el tiempo,
y relojes del tiempo… Yo he soñado
árboles que caminan en la noche
de mi amor hacia ti –sonámbulas raíces-,
llorando con un llanto seco y acompasado.
árboles como dioses, como niños,
como niños y pájaros y árboles,
como hombres que rezan implorando
paz al viento que pasa huracanado.
Pero hay árboles, árboles y hombres…
hombres tan primitivos que olvidaron
fácilmente el sombrero por ganarle
espacio a la cabeza y a la lluvia.
Oh, pero ellos no saben, no lo saben,
que los árboles mismos inventaron
su sombrero muy alto, y yo lo digo,
lo digo por mi amor derramado en los mares.
Te amo en la montaña y en el bosque
-decía- y sí te amo por tus hombros,
y por mi hambre de hombre destruido
por un amor flexible, y deshojado
or dentro, como un árbol,
-un flamboyán-… Las hojas las recojo
y el alma luce con su carga, estrellas.
Te amo por tu voz y por tu nombre,
y tú lo sabes por mi nombre. Amo
tu voz de lluvia fina, de esmeralda,
tu voz diciendo de tus ojos
palabras de cristal y cristalinas,
tu voz, suave presencia de tus ojos
en forma que se oyen, aunque digan
tus ojos sus palabras sin sonido,
a veces, si es la hora del silencio,
de mi cordial silencio muchas veces
tan sonoro de ti si estoy contigo.
Te amo por tu voz de madreselva,
de trigo y de cantárida, te amo
por tu voz en mi voz y por las voces
eternas del espasmo, cuando sufres.
Te amo en tres palabras: YO TE AMO,
y te amo también porque lo sabes,
oh mía, oculta en mis sedientos dardos
por decir que te amo, que te amo.
Te amo por tu boca que se besa
a sí misma al hablar, y por tus ojos
resbalando en mi lengua hasta gustarlos,
y cayendo en mis manos confundidos
con la sensual tristeza de mi tacto.
Te amo cuando pisas la hierba y no lo sabe
a hierba pero el cielo se estremece,
y cuando dices: “Bien, esto es muy lindo
y su frescura se me sube al rostro”.
Te amo por tus pies y por tus brazos,
dulces raíces como dulces flechas;
raíces, unos, si caminan, y otros
y otros en actitud de orar gime tu cuerpo.
Raíces de tus pies, sobre la tierra,
en el agua y la tierra, sobre el sueño;
raíces de tus brazos
aéreas sosteniendo tu belleza.
Te amo en una isla abandonada
por el hombre, una isla de papel,
con pedazos de nube en el silencio,
en la que sólo pájaros alientan
con un estar de fiesta por nosotros.
Te amo en una casa destruida
en el mar; las gaviotas en el cielo
subrayan mis lecturas preferidas:
Nietzche y Pascal y los poetas místicos.
Y te amo y te amo y no es posible
romper el grito de mi amor… te amo
por tu cuerpo, raíz felinamente
ondulante. Te amo por tu cuerpo,
raíz de carne y hueso, raíz grande;
por la raíz del cuerpo de mi alma,
y por el alma de tu cuerpo. Grito
en voz baja mi amor por alcanzarte
y flechar en tu espíritu la flecha
de la esperanza conmovida en gritos.
Y te amo en la paz y por los nervios,
estos nervios, la guerra del espíritu,
y este espíritu mío de los nervios.
Sí, te amo en el cuerpo y por el alma;
de ahí que yo te ame con el largo
deseo de un amor crucificado,
con muy honda y atlántica zozobra
clavada con puñales y con clavos
apuñalada por la vieja sombra.
Esta ni vieja sombra de los días
parados en el ángulo del sueño,
donde se han dado cita tus pestañas,
las aguas gemebundas de tus ojos
y el río inexpresado de mi fiebre…
Te amo, yo te amo, y no es posible
decir ya más si sabes que te amo.
Libélulas (fragmento)
II
Hipnotizados por una
lasitud en la alameda,
miramos que era la luna
un grave incendio de seda.
Y sintiendo inoportuna
tristeza que desenreda
bajo la noche moruna,
lloraste, lloraste queda.
Tus ojos tuvieron luego
un surgimiento florido
con radiaciones de fuego.
Latieron los corazones,
y en cada intenso latido
florecían sensaciones.
Biografía:
Clemente López Trujillo fue un destacado poeta, escritor, periodista, bibliotecario y académico mexicano, nacido en Mérida, Yucatán, el 2 de enero de 1905 y fallecido en la misma ciudad el 9 de julio de 1981. Su obra poética se inscribe en el modernismo y el estridentismo, dos movimientos literarios que marcaron la cultura mexicana del siglo XX.
López Trujillo inició su carrera literaria desde muy joven, al formar parte de un grupo de poetas yucatecos llamados los Parquesianos o la Esfinge, que se reunían en el parque Hidalgo de Mérida para compartir sus versos y sus ideas. Entre sus compañeros de generación se encontraban Luis Rosado Vega, Horacio E. Villamil, Ricardo Mimenza Castillo, Ermilo Solís, Ricardo López Méndez y otros.
En 1920, viajó a la Ciudad de México para estudiar biblioteconomía y entró en contacto con el estridentismo, un movimiento vanguardista que buscaba romper con las formas tradicionales de la poesía y expresar el dinamismo y el ruido de la modernidad. Al regresar a Mérida, publicó su primer libro de poemas, Feria de frutas y otros poemas (1932), donde se aprecia la influencia estridentista en su lenguaje coloquial, humorístico y musical.
López Trujillo se dedicó también al periodismo, la docencia y la gestión cultural. Fue director del Diario del Sureste, director de la Hemeroteca del Estado de Yucatán y organizador de la Orquesta Sinfónica de Yucatán. Además, fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y recibió la Medalla Eligio Ancona en 1971 por su trayectoria literaria.
Entre sus obras más destacadas se encuentran El venado (1940), un poema épico que narra la historia del pueblo maya; Te amo en tres palabras (1940), una colección de sonetos amorosos; Leyendas mayas (1945), una recopilación de relatos sobre la mitología y la cultura maya; y Poesía (1932-1978) (1978), una antología que reúne su producción poética a lo largo de casi cinco décadas.
Clemente López Trujillo es considerado uno de los poetas más importantes de Yucatán y de México, por su originalidad, su sensibilidad y su compromiso con su tierra natal. Su obra refleja el espíritu de una época marcada por los cambios sociales, políticos y culturales que vivió el país tras la Revolución mexicana.