Poesía de Argentina
Poemas de Claudio Martínez Paiva
Claudio Martínez Paiva, también conocido como Claudio Martínez Payva, fue una figura destacada en la rica tradición literaria y teatral de Argentina. Nacido el 9 de octubre de 1887 en Gualeguaychú, Entre Ríos, este prolífico escritor, dramaturgo, guionista de cine y periodista dejó una huella imborrable en el panorama cultural argentino del siglo XX.
Desde temprana edad, Martínez Paiva demostró su genio literario y artístico. A los asombrosos 24 años, estrenó su primera obra teatral, “El idiota,” marcando el inicio de una carrera teatral excepcional. Fue uno de los pioneros en el género de la comedia en Argentina, y su legado en el teatro argentino perdura como una referencia en la dramaturgia nacional.
Uno de sus trabajos más icónicos, “Lluvia en los cardos,” recibió una amplia aceptación, destacando su habilidad para capturar la esencia de la vida en la pampa y la cultura gauchesca del Río de la Plata. A lo largo de su carrera, escribió más de 50 obras de teatro, muchas de las cuales fueron interpretadas por destacados actores argentinos como Enrique Muiño, Elías Alippi, Lola Membrives y Pepita Serrador.
Martínez Paiva también incursionó en el cine, contribuyendo como guionista y director en películas que reflejaban su amor por la cultura y el folclore argentino. “Ya tiene comisario el pueblo” y “Joven, viuda y estanciera” son solo dos ejemplos de su influencia en la pantalla grande. Su destreza como guionista y director enriqueció aún más la herencia cultural argentina.
Además de su éxito en el teatro y el cine, Claudio Martínez Paiva se destacó como articulista en periódicos como La Nación y otros medios tanto en Argentina como en el extranjero. Su aguda visión crítica y su perspicacia literaria se hicieron eco en sus escritos, consolidando su estatus como una figura respetada en el mundo de las letras.
Martínez Paiva también desempeñó un papel importante en la dirección artística de los Estudios Río de la Plata, el Teatro Nacional Cervantes y la Sociedad Argentina de Autores, contribuyendo a moldear y promover la cultura argentina en diversas facetas.
El legado de Claudio Martínez Paiva trasciende su tiempo. Su contribución a la poesía gauchesca y su influencia en el teatro y el cine argentinos son testimonios de su dedicación y pasión por el arte. A su muerte el 24 de marzo de 1970, dejó un vacío imposible de llenar, pero su obra perdura como un recordatorio de la riqueza cultural de Argentina y su inquebrantable compromiso con la narrativa y el arte. Su nombre, inmortalizado en una calle de Gualeguaychú, es un tributo merecido a su legado duradero.
Que me perdone la ciencia
Estoy solito en mi rancho,
me he quedado solo en casa.
Ladran los perros afuera
como si vieran fantasmas,
y alumbran mis pensamientos
candiles de luces malas.
Alones de pájaros negros
me ponen luto en las mangas,
y es tan grande el sufrimiento
que voy llevando en el alma
que no lo explican las cosas,
ni lo dicen las palabras.
Ocho años tenía apenas
el gurisito de mi alma
y despertó una mañana
con los ojos encendidos
y el cuerpito echando llamas.
–Me muero mama– decía…
–Me muero tata– gritaba.
–Siento una sed de martirio,
tengo un fuego que me abraza.–
Besé al cachorro en la frente
y a la madre en la mirada,
y volé en mi caballo al pueblo
siete leguas de distancia,
siete puñales de punta
clavados en mi garganta,
y el grito de mi hijo adentro…
“Agua mama, agua tata”.
Le expliqué al doctor el caso.
Se acomodó en su butaca.
Me miró de arriba abajo
y me dijo: –Leoncio, ¡lo siento mucho!
Pero el camino que va a tu rancho es malo
y me va a estropear el auto.
Ahí comprendí yo, entonces
que la ciencia, no es tan ciencia
cuando no tiene conciencia.
¡Porque en esos mismos caminos
donde muchos médicos no andan,
cruza a galopes la muerte
y va y viene la desgracia!
Me ordenó que le comprara
al pasar por la botica
un frasco de limonada
y que trajese al enfermo
cuando la fiebre pasara.
Yo regresé a mi rancho
como regresaría todo padre
en iguales circunstancias:
El corazón en los labios
y la tristeza en el alma.
El médico no venía… el médico no venía
no porque fuera mala la senda que va a mi rancho
sino porque no tenía con qué pagarle a la ciencia
siete leguas, ¡siete leguas de distancia!
La fiebre, duró poquito,
se le cortó una mañana
entre un canto de zorzales
y el suave clarear del alba.
La madre abrazada al hijo,
mi hijo, la frente helada.
Y yo sin voz ni presencia
parado junto a la cama.
Poco después de enterrarlo
se empezó a turbar mi Juana,
Se la pasaba llorando
con las manos sobre el pecho
lo mismo que si acunara
a un niño recién dormido.
Y así se me fue la pobre,
así la tierra la guarda,
con los brazos sobre el pecho
acunando mi desgracia.
Estoy solito en mi rancho,
me he quedado solo en casa.
Ladran los perros afuera
como si vieran fantasmas.
Y alumbran mis pensamientos
candiles de luces malas.
Y afilo a la media noche
mi cuchillo, cabo de plata
la única plata del pobre
que no le sirve pa nada.
Y medito mi venganza.
Por eso le grito al mundo:
Que me perdone la ciencia,
no me culpen si mañana,
me dicen que soy bandido.
o un mal hombre sin entrañas.
Nací can y me hacen puma.
fui cordero y me ponen garras.
¡Dios! ¡Dios Todopoderoso!
Haz que despunte el alba
y arráncame de mi pecho
este grito, este grito que me mata:
—“Agua mama, agua… agua tata.”
Por la cría
¡Oiga!
Si, a usté lo he llamado
porque supe que usté iba irse mijo.
Yo corrijo su rumbo, y es natural
si tiene gusto a sangre en la boca
lo comprendo.
Al hombre más curtido se le hace
ñudo entre el facón los dedos,
cuando le llevan la mujer querida
y lo dejan vacío por dentro.
¿Pero a qué continuar?
a qué continuar si yo le escucho
galopar su pensamiento
y al tiempo que le pido que se quede
uste muenta a caballo y hasta luego
¡vallase! vallase pa onde quiera
que yo me quedo a vigilar mis nietos.
está bien que ellos mañana o pasado
puedan sentir el amparo de su abuelo
pero no es lo menos.
no es lo mismo malcrearse en mis resongos
de que saquen en enseñanza de su ejemplo.
además, si los deja
aunque usté no quiera
siempre serán unos pobrecitos que andan
pegados al chiripa de un viejo.
pero ¿a qué continuar?
a qué continuar si yo le escucho
galopar su pensamiento
y al tiempo que le pido que se quede
uste muenta a caballo y hasta luego
¡vallase! vallase pa onde quiera
vallase a saciar en sangre sus deseos.
Pero oiga mijo,
como el viaje es algo largo
es necesario que cavemos sobre la sepultura de su madre.
Hay que cambiarle pa otro lado los hueso a la pobre finada.
Se le están viniendo encima los caminos
y cuantito descuidemos, le echan la cruz abajo
de tanto golpear contra ella los troperos.
Allí tiene una pala
¡sacúdale duro y parejo!
que yo ya estoy viejo y dichoco
pa estas faenas.
y pensar…
y pensar mijo que llevo treinta años,
treinta años costado de esta osamenta
que ha sido mi martirio y mi consuelo
¿cómo dice? ¿qué está muy dura la tierra?
¿qué parece que nunca fuera removida?
¡¿y no le estoy diciendo que son como treinta años
que hice esta zanja pa enterrar mi sueño?!
¡hunda! hunda la pala por ahi
por donde asome ese pedazo de cuero
¡tuerza, levante!
no se me ahogue en miedo.
que un hombre tan solo se marea a la hora
que se está muriendo.
está asustado porque ha visto que ha sacado
un cajón que no es de muerto.
déjeme abrir la tapa, que al abrirla
van a volar treinta años de misterio…
allí tiene: la bata florecida que perfumó mi vida,
el pañuelo, la cinta azul del velo, los zapatos puntiados,
las medias blancas que le compré en el pueblo
¡y aquel!…. aquel… aquel montón de hilachas
carcomidas por el tiempo,
la poyera punzó que usó pa su casamiento.
¡este… este mijo,
es el cadáver que he velado treinta años!
treinta años en silencio
pa que ninguno nunca
pudiera marcarlo con el dedo
ni refrescarle con el barro la vergüenza
que tuvo Fredencia de nacimiento.
Su madre… aunque le duela
su madre… igual que ahora su mujer se fue con otro
y al primer momento decidí lo que usté
de ir a cobrarme la deuda
cuchillo a cuchillo
¿pero para qué? ¿para qué?
si allá en el rancho
abandonado quedaba mi pobre hijo durmiendo,
un inocente,
un inocente que al final de cuentas iba pagar
pagar lo que yo había hecho.
me mordí desesperado las manos
envainé mi cuchillo, y enterré silencioso estos despojos
y me dispuse a continuar viviendo
sonriendo por fuera
pero con la muerte… con la muerte adentro
pa que usté
pa que usté mijo
se creara limpio en hombre
trabajador… y honrado de pensamiento.
ahora, ya me puedo morir tranquilo
queda usté con el secreto pa que diga algún día
si ha servido di algo, tanto sufrimiento.
Saque esa cruz
¡¿qué saque esa cruz le ordeno?! (grita)
empareje el terreno ¡y vallase!!!
vallase pa onde quiera
que yo me quedo a vigilar mis nietos
¿cómo? (risa con llanto)
Huye pa su rancho
se ha echado sobre los ojos el sombrero
¡va llorando!
¡¡no importa mijo!! (sube la voz)
no importa que padezca
yo lo hice por usté
y usté sufra por ello.
gracias tata Dios, gracias señor
por fin comprendo,
por fin comprendo por qué me hiriste
en la mitá del pecho.
las penas que sufrí
resultan chicas y las comparo con el bien que han hecho
te ensañaste con un pobre gaucho
para que tú y todo este mal
fuese la dicha de un abuelo.
Verdades amargas
Yo no quiero mirar lo que he mirado a través del cristal de la experiencia,
el mundo es un mercado donde se compran honores, voluntades y conciencias.
Amigos es mentira, no hay amigos; la verdadera amistad es ilusión,
ella cambia, se aleja y reaparece con los giros que da la situación.
Amigos complacientes sólo tienen los que disfrutan de ventura y calma;
pero aquellos que abate el infortunio, sólo llevan tristezas en el alma.
Si estamos bien nos tratan con cariño, nos buscan, nos invitan, nos adulan;
más si acaso caemos, francamente sólo por el cumplimiento nos saludan.
En este laberinto de la vida, donde tanto domina la maldad,
todo tiene su precio estipulado: amores, parentesco y amistad.
El que nada atesora, nada vale, en toda reunión pasa por necio;
y por nobles que sus hechos sean, sólo alcanzan la burla y el desprecio.
Lo que brilla no más tiene cabida, aunque brille por oro lo que es cobre;
lo que no perdonamos en la vida es el atroz delito de ser pobre.
La estupidez, el vicio, y hasta el crimen pueden tener su precio señalado,
las llagas del defecto no se miran si las cubre un diamante bien cortado.
La sociedad que adora su desdoro, persigue con su saña al criminal,
más si el puñal del asesino es de oro, enmudece y el juez besa el puñal.
Testamento Gaucho
Bueno mijo, según la ley,
ya somos casi, casi iguales.
Ya le ha entregado el juez el documento
que lo acredita como hombre.
De hoy en más, lo que haga,
lo que piense y lo que sienta,
tendrá que sustentarlo con su nombre,
su brazo, su plata y su conciencia.
Todita esa es la fortuna
con que a la lucha de la vida le entra
y usted sabe bien el empeño que hemos puesto
pa que al llegar a mozo las tuviera.
Mientras nos vamos acercando a casa,
onde estará su mamá, como clueca;
¿loca de ganas de abrazar al hombre
con que el cielo al final la recompensa?
le voy decir mijo las última palabras
que le guardó pa esta hora mi experiencia.
si le estorban: las oye y las olvida.
en cambio mijo si le sirven, las oye y las recuerda
pa que en esta forma
le ayude a encontrar el rumbo de este viaje largo,
bien largo que le espera.
Ser hombre, no se creerse más varón que cualesquiera,
ni de andar de reja en reja, en una dejando fama de borracho,
y en otra de manchar honras ajenas.
Las de la cantina, son pa por si acaso,
las que hay en la ventana, pa querencias;
son las que pone Dios
pa que resguarde su propio nombre en la custodia de ellas.
Ser guapo, no es andar golpiando gente
ni tampoco deshaciendo fiestas,
guapo mijo ¡es el domador!
que ve la muerte sobre al animal que muenta;
más valiente es toavía quien junto al arado, abre una velga
o se queman los fríos del invierno
o se abraza el sol de media siesta.
Cuando le toque ofertar algún servicio
que llegue su mano antes que su oferta.
La palabra y la firma no se niegan,
así le cueste soportar la vida
en lo más desgraciado de la pobreza.
Ser honrado mijo es el mérito más grande,
como no serlo: la mayor vergüenza.
Cuando le toque votar atienda bien,
cuando le toque votar, tenga presente
que en ese papelito que usted deja
deja lo más sagrado que tiene un hombre,
porque ahí deja usted su honor, su libertad y su conciencia;
y no vaya pensar que yo lo he creado a usté pa flojo,
no mijo… y escuche bien, escuche bien esta sentencia
que fue la condición de sus abuelos:
Aquel, aquel que no sabe ofender, no admite ni acepta ofensas,
nadie muere un día antes según la ley de Dios,
ni tampoco hay sangres de gallina en nuestras venas.
Pa defender la vida es el cuchillo,
pa castigar agravios la zotera,
y si un día, un extraño de su tierra
le perdiese el respeto a su bandera
¡ay si dinchalovarón! nunca más hombre,
nunca más firme el brazo ni la conciencia.
Americano, americano por raza o por orgullo,
americano a las buenas o a las malas
¡caiga el que caiga!
así llamen a su padre pa levantar el mismo su osamenta.
que el que mata, que el que mata o perece por su patria
ha cumplido las leyes de su tierra.
- Juan Pablo Forner
- Ángel Campos Pámpano
- Pilar Pallarés
- Manuel Benítez Carrasco
- Jamila Medina Ríos
- Ruth Toledano
- Suheir Hammad
- Jean Cocteau
- Laura Cesarco Eglin
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- Antenor Samaniego
- Maria Beneyto
- Dolores Castro Varela
- Orlando González Esteva
- Julia Otxoa
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- Pablo Neruda
- Fernando Charry Lara