Poesía de Francia
Poemas de Claude Esteban
Claude Esteban (París, 26 de julio de 1935 – París, 10 de abril de 2006) fue un poeta y ensayista francés. Nacido en París de padre español y de madre francesa, dividido entre dos idiomas, Claude Esteban fue el autor de una obra poética destacada en los últimos decenios del siglo XX y a principios de este siglo. Escribió también numerosos ensayos sobre poesía y lenguaje y fue el traductor al francés de algunos grandes poetas de lengua española, como Jorge Guillén, Octavio Paz, Borges, García Lorca, César Vallejo, Quevedo y Góngora. Publicó muchos ensayos sobre arte, artistas modernos (Ubac, Vieira da Silva, Castro, Palazuelo, Morandi, Chagall, Braque, Chillida, Giacometti…), pero también sobre pintores antiguos (Goya, Velázquez, Rembrandt, Claude Lorrain, Caravaggio…). En 1973, fue el fundador de la revista de poesía y arte Argile, publicada por Maeght (24 números, hasta 1981).
1
De la mano del ángel tomé el libro y
lo ignoré,
y lo comí sin saber
leerlo,
y hubo primero sobre mi lengua
como un sabor a miel
y toda palabra por fin dulce, después,
cuando lo devor
hasta la última frase, mi corazón
se llenó de amargura
y el ángel cesó
de reír,
para siempre
2
Quería vivir como
las hormigas, en la tierra y comer
la tierra opaca y sin
futuro, y quería
vivir también como un ángel que va
por encima de todo el peso
del día, sin prisa, sin deseo,
y yo era el ángel
y las hormigas, absurdo
y luminoso y negro.
3
No tuvimos tiempo, creímos
que un minuto podía
bastar, una mano
sobre un brazo, nunca imaginamos
que todo había terminado
en alguna parte, escrito quizá
en un libro que nunca habríamos de leer,
sobre todo si hablaba
de una mujer, de un hombre, de un jardín
4
Me aseguran que la luz
es algo
minúsculo y que muere,
que el cielo
no tiene substancia y que hay
que descender, protege
la tierra y yo no escucho,
me conformo con mirar lo que se eleva
en la luz, un jardín, ese rostro
por encima de los árboles.
5
El árbol. El cielo. El
viento.
No he dicho
nada.
Me vuelvo hacia la noche. Veo
la tierra.
La tierra
que creí tocar.
Intacta
lejos de mis dedos.
Exacta,
entera.
Traducciones Ernesto Kavi
Elegía, atardecer in pace
Elegía
Que se termine con la fiebre,
no.
Con su figura.
El pan sobre la mesa,
el día con sabor
de día.
La mano abierta
Hace falta esperar. Lo creo
y no lo creo.
Me asomo a la ventana y
veo el puerto.
Lo veo
y no lo veo más.
¿Qué importa
el tiempo?
¿Qué importa que me quede
un año inmóvil?
La sombra no responde. Y tú
estás sola,
más sola que la muerte
que va subiendo
–que ya me espera aquí,
en los espejos.
Atardecer
Torres que no acabaron
de crecer
y que se pudren.
Polvo
en las sienes, polvo
de luz en la saliva.
Cristos de plástico y libros
pornográficos.
Todo está bien. Se
vende. Todo
es vida.
Dentro de mí,
gusanos y ceniza.
Aeropuerto
Aquí no duele
nada. Ni las gafas ni las pestañas.
El mundo, nada
más, el mundo. Mayor que
tú, menor.
El mundo solo
y dos corbatas viejas
por el suelo. ¿Quién
las recogerá?
Un hombre pasa con su maleta
sin cerrar. Un hombre
cae.
¿Quién lo recogerá? Dios,
como dicen otros,
para ir más tranquilos
a ver si quedan por las calles
los tranvías
y las chispas eléctricas del placer.
Un reloj japonés
dice la hora con segundos
rojos.
21:05. ¿Y después?
Las cosas cómo son, cómo
serán. Iguales.
Dos corbatas sin nombre, dos
estrellas
caídas por el suelo. Y esa voz
que repite para todos:
Señores pasajeros.
No hay dolor.
Mañana
El día que no fue
sigue volviendo.
Y sale por las calles
y se pasea
entre chalecos nuevos y botellas,
mirando escaparates,
dorando estatuas.
El día que no fue
no se defiende. No
necesita ver, lo sabe
todo.
Quien va a vivir y quien
ya tiene escrito
el sello de la muerte en la solapa.
El día que no fue
no me conoce
y tropieza conmigo en las aceras.
Voz de uno
Nadie me dice -y queda
claro así:
te espero en la esquina.
Nadie me dice: es
martes, ¿lo recuerdas?
Nadie me dice: ¿por qué
llegaste tarde?
Nadie me dice
nada. Y queda claro así.
La noche es mía.
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