Poetas

Poesía de Alemania

Poemas de Claire Goll

Claire Goll (Núremberg, Alemania, 29 de octubre de 1890-París, Francia, 30 de mayo de 1977), nombre de nacimiento Klara Liliane Aischmann, fue una periodista y escritora germanofrancesa, representante del mundo europeo de vanguardias. En 1921 se casó con el poeta Yvan Goll, pseudónimo de Isaac Lang.

La familia de Claire era de origen judío, su madre murió en el campo de concentración de Auschwitz. En 1911 se casó con el editor Heinrich Studer (1889 – 1961) y vivió con él en Leipzig, donde nació su única hija Dorothea Elisabeth, en mayo de 1912. En el año 1916 emigró a Suiza en protesta a la I Guerra Mundial (1914 – 1918). En este país estudió en la Universidad de Ginebra y trabajó como periodista dentro del movimiento pacifista, en contra de la Gran Guerra. En 1917 se divorcia de Heinrich Studer y conoce al poeta Yvan Goll, el que será su pareja hasta su muerte en 1950. A finales de 1918 tuvo una aventura con el poeta austriaco Rainer Maria Rilke, con el que mantendrá una relación epistolar hasta su muerte en 1926. En 1919 se traslada a París Con Yvan Goll, con el que se casará en 1921. La pareja, ambos de origen judío, se exiliaron en New York, en 1939, al inicio de la II Guerra Mundial, pero regresarán a Europa en 1947. Tras la muerte de su marido en 1950 se dedicó a poner en valor su obra, lo que le llevó a acusar a Paul Celan de plagiar los poemas de Yvan.​ En sus últimos años alcanzó cierta notoriedad mediática al confesar que había alcanzado su primer orgasmo a los setenta y seis años, con un joven de veinte, aunque la veracidad de dicha historia ha sido puesta en cuestión.

Tú-yo

Somos floridos como sueños
de la misma luz,
del mismo crepúsculo.
Estamos hechos
de la ceniza de la estrella.
Ya antes de nuestro nacimiento
nuestro ser era uno
y después de la muerte
nos volveremos a ver.

A través del tiempo,
a través del espacio,
me precipito
hacia ti
dios-adolescente,
me hundo nuevamente
-infinitamente-
en el origen primordial.

Yo he nacido en tu corazón

Yo he nacido en tu corazón.
Un domingo -con veinte años-
tú me enseñaste a hacer equilibrio
sobre nubes;
tú trajiste a mis ojos
las lágrimas de la bienaventuranza;
tú me ordenaste abrir las puertas
al ángel con las alas manchadas
y al asesino de la medianoche
para pedir perdón.

Tú me enseñaste el éxtasis
delante del guijarro -cargado con duración-,
delante de la maleza del muladar;
tú ensayaste conmigo la canción a dos voces:
el aria del amor a prueba de fuego
y que resiste a todo incendio…
pero la muerte la ha chamuscado
y yo me derrumbo bajo el peso
de la aflicción de plomo.

Sí; tú que me trajiste al mundo,
¡ayúdame a emigrar al cielo!

Nuestro relieve sepulcral

Cada medianoche, guardo en el corazón
tu rizo color azul-cuervo.
Todavía cargado
con corriente de alta tensión,
me hiere su descarga eléctrica

Yo practiqué -con pichones de ave-
el silbido de zorzal con el que me llamabas.
Y cuando ellos estuvieron en edad de volar,
me llamaste -a través de ellos-
desde todos los jardines.

En la película que filmo de ti,
la sombra de Orfeo se desliza sobre la pantalla.
De la desintegración de esta sombra
me alimento con algo de celuloide.

Cualquiera creería que estoy viva porque me muevo
pero hace mucho que estoy petrificada en el bronce
unida contigo en el relieve de Chagall
sobre nuestra cama doble de piedra.

Nunca más

Nunca más una rosa será una rosa,
en lugar de ella, tiernos pétalos de flores revolotean:
marchitos párpados de muertos.

El sol está sepultado contigo,
La luna -ahogada en el estanque de lágrimas-
no saldrá más mientras yo viva.

Nunca más un mirlo será un mirlo,
los suaves pasos de los difuntos
apagan para siempre su canción.

La extraviada sonrisa de las estrellas
-en peregrinaje desde hace tres siglos-
eleva mi dolor hacia la noche.

Nunca más seré la amiga del viento.
Yo lo maldigo
a causa de su olor a podrido.

Insomnio

En la noche, cuando los mirlos cantan dulcemente,
pienso en tu “Oda al mirlo”.

Cuando me sumerjo en el espejo,
encuentro tu incurable aflicción.

Mi ventana ha enfermado de catarata
desde que tu noche ha pintado los cristales.

De las torres caen siempre veintitrés repiques:
la hora de tu partida definitiva.

En vano bebo el amargo hachís…
ninguna droga cura el insomnio del alma.

Alrededor de las cinco, el fantasma abandona su puesto
en el interior de los inquietos muros.

Se estremece tu arma de acero -la pluma azul-
y me atraviesa lentamente el corazón.

Ay, el mirlo cautivo -Rue de Verneuil-
denuncia ya a la aurora.

La cotidiana muerte empieza de nuevo.

Párpados de piedra

¡Ay!, Ya suena el arpa de David
delante de tu toldo de oxígeno.

En incontables meteoros
se quiebra tu corona de estrellas.

Todos los desiertos te rodean
para hacer de ti su cantor.

Un camello de niebla se arrodilla
dispuesto a llevarte a la nada.

Ya la luna llena de tu pupila
se vuelve débil medialuna.

Ciegas sin tus ojos
las rosas no me reconocerán.

¿Quién me protegerá de mí misma,
de las leyes del día y de la noche

cuando el muerto trepe a mi balcón
y la serpiente esté al acecho en la menta?

¡Oh!, ¡Déjame esta última mirada de apóstol!
¡No!, ¡No dejes estos ojos de piedra entre nosotros!

Mi último árbol

Viuda del sol
y viuda del viento,
viuda de la noche
y de la mañana amarga,
viuda del firmamento
y del jardín prematuro:
¡Qué otra cosa soy
que una sombra mutilada!

Odio la servidumbre del viento
y la viudez del crepúsculo,
odio la canción para despertar
del ave madrugadora.
Y de los bosques de Francia
suplico a un único árbol
que se convierta en mi féretro.