Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Circe Maia

Circe Maia, nacida en Montevideo en 1932, es una de las voces poéticas más sobresalientes de Uruguay. Desde temprana edad, la poesía fue su refugio y su forma de expresión más íntima. Su padre publicó su primer libro, “Plumitas”, cuando apenas tenía 12 años, y con el tiempo, Maia fue consolidando su lugar en la literatura, destacándose por su lenguaje directo y su capacidad para transformar lo cotidiano en algo universal. La muerte prematura de su madre marcó profundamente su obra temprana, y esa huella de dolor y reflexión acompaña gran parte de su poesía.

Maia no solo fue poeta, sino también profesora de filosofía y traductora, una labor que mantuvo a lo largo de su vida. Su compromiso con el pensamiento y la enseñanza enriquece su obra poética, que se nutre de la experiencia diaria y la observación aguda de los pequeños detalles de la vida. A pesar de las dificultades que enfrentó durante la dictadura militar en Uruguay, incluyendo la detención de su esposo y la pérdida de su empleo como docente, Circe encontró formas de continuar su labor literaria, aunque hubo un periodo de silencio poético tras la trágica muerte de su hijo en 1983.

Con el regreso de la democracia, Maia retomó su producción con libros como “Superficies” (1990), donde reafirma su estilo: un lenguaje transparente que, como ella misma señala, busca descubrir y no cubrir la esencia de la existencia. Sus poemas han sido musicalizados por importantes músicos uruguayos, lo que subraya la relevancia de su voz en la cultura popular del país.

Circe Maia ha sido galardonada en múltiples ocasiones, destacando el Gran Premio Nacional a la Labor Intelectual y el Premio Internacional García Lorca. Su poesía, traducida a varios idiomas, sigue conmoviendo por su sencillez, su hondura y su capacidad de diálogo con el lector. En su obra se percibe un eco constante de la experiencia humana, donde lo trivial se eleva a lo trascendental, y lo individual se convierte en colectivo. Maia ha transformado el arte de la palabra en una herramienta de conocimiento, una ventana al alma humana que perdurará en las generaciones futuras.

ABRIL

Este día tan lleno de niñez,
las cápsulas verdes de los eucaliptos
en el suelo, entre hojas.

El buen aroma frío y viejo trae
de la mano, consigo,
los paseos al sol y por un parque
en un abril de viento.

Por mirar la vereda así y oír el ruido
de las hojas, arriba;
por recoger las cápsulas y aspirar hasta el alma
su antiguo olor, se puede,

-a veces, sí, se puede –
abrir puertas cerradas hacía días remotos;
las mañanas del sol y un aire limpio, fino,
los bancos de madera por el borde del parque,
las veredas desiertas,
un viento decidido contra la cara, frío,
y en la mano, tibieza de la mano materna.

DONDE HABÍA BARRANCAS

Otra vez se levanta de la memoria el golpe
del remo contra el agua. Brilla el arroyo y tiemblan
las hojas en la sombra.
Miran ojos risueños, pelo mojado. Arriba
azul y sol y azul… Mira los troncos negros
y rotos, oye el agua.

Tibia madera siento todavía en la mano
y a cada golpe sordo que da ahora mi sangre
se vuelve a hundir el remo en verde frío y algas.

Un tallo firme y verde venía enero alzando.
Y venían del viento, del amor, y venían
de la vida,
alas rojas y en vuelo, los días del verano. Rema, remero,
y no escuches el golpe
negro, del remo.
El golpe corta trozos cortos de tiempo,
trozos iguales, casi relojería
y se piensa que adonde se van cayendo
un golpe y otro golpe junto al vuelo del día.

Mira que se ennegrecen las blancas horas
y de querer pararlas ya casi duelen,
Caen al alma fríos y de ceniza
los golpes que en el agua dieron los remos.
Y atrás se ve la cara tersa del río
el rostro del verano, azul y liso.

EL MEDIO TRANSPARENTE

Lo mejor sería no pensar demasiado
en ellas, las palabras. Ellas vienen
así o de otro modo y no es tan importante.

Vidrios, ventanas son y habría que limpiarlas
con cuidado, por eso. No pintarlas
-¿qué verías detrás?- y no adornarlas.

Por mirar el adorno en la ventana
no miraste hacia afuera.
El más breve vistazo
hubiera sido al menos suficiente
para mirar la luz del otro lado.

Si, esa luz de afuera
sobre un rostro que pasa.

LOGOS

De todo se ha aprendido la medida.
Un poquito y no más. No demasiado.
No nada. Lo medido,
lo suficiente.

El necesario y breve placer, la necesaria
Justa alegría. No la devorante
alegría de ser, sino la tenue
alegría de estar así o de otra
manera: lo «agradable.»
El necesario
Justo dolor. La justa indignación
– no demasiada –
y una tristeza desteñida – chirle –
para que se humedezca
– sin empapar, cuidado –
la trama de los días.

PRISIONERO

La ciudad te ha de seguir
KAVAFIS

Así que no hay manera de librarse.
Bastará darse vuelta para verla.
Allá viene, siguiéndote
Moviéndose – en apariencia lentamente –
y en realidad muy rápido.

Y si huyes, por un momento sientes
Muy lejano el ruido de las calles
Discusiones, motores y ruidos y bocinas
Son un sordo rumor.
Y de tan lejos
Apenas brillan ahora las ventanas más altas
Tal vez un campanario.

Pero cuando por fin llegas a otro
lugar, a otra ciudad desconocida
tu ciudad te ha alcanzado bruscamente :
ya no es cuestión de darse vuelta. Adentro
muy adentro de ella te paseas
y a la otra le ruegas que te espere
que no se vaya lejos.

La otra no se mueve, pero se decolora
Pierde tibieza, sus sonidos bajan
Los olores apenas se perciben

Y el viejo aroma de la que te envuelve
no te suelta.

MANOS

Los gestos milenarios que repito
desde el tender la mesa a hacer dormirse
los niños, me descubren
de pronto, su otra cara.
Es mi mano y no es sólo la mía.
Vieja mano, viejísima, viniendo
desde siglos, se mueve
por detrás de una fría, gris mirada.
Visto y pensado, el mundo
contemplado, extendido
delante de los ojos
y los ojos buscando ver los hilos
de la espesa maraña.
…Y sin embargo, manos
que nada ven, las ciegas
manos, mucho más hallan,
y sin buscar encuentran
una viva sustancia:
en palabras no entra
en los ojos no cabe.
Manos sólo la palpan.

NO HABRÁ

Construyendo los días uno a uno
bien puede ocurrir que nos falte una hora
– tal vez sólo una hora –
o más o muchas más, pero raro es que sobren.

Siempre faltan, nos faltan.
Quisiéramos robarlas a la noche
pero estamos cansados
nos pesan ya los párpados.

Nos dormimos así y la final imagen
– antes de zambullirnos en el sueño –
es para un día nuevo, de anchas horas
como llano estirado, como viento.

Lastimosa mentira.

No habrá días-burbujas imprevistos
sorprendentes, abiertos.

El zumo de este día transcurrido
se filtra por el borde de la madrugada
y ya la está royendo.

ESTA MUJER

A esta mujer la despierta un llanto:
se levanta medio dormida.
Prepara una leche en silencio
cortado por pequeños ruidos de cocina.

Mirá como envuelve su tiempo y en él está viva.
Sus horas
fuertemente tramadas
están hechas de fibras resistentes
como cosas reales: pan, avena,
ropa lavada, lana tejida.

Cada hora germina otras horas y todas son peldaños
que ella sube y resuenan.
Sale y entra y se mueve
y su hacer la ilumina.

POR DETRÁS DE MI VOZ

Por detrás de mi voz
-escucha, escucha-
otra voz canta.
Viene de atrás, de lejos;
viene de sepultadas
bocas y canta.
Dicen que no están muertos
-escúchalos, escucha-
mientras se alza la voz
que los recuerda y canta.
Dicen que ahora viven
en tu mirada
(sostenlos con tus ojos,
con tus palabras,
sostenlos con tu vida,
que no se pierdan
que no se caigan)