Poesía de Francia
Poemas de Charles Péguy
Charles Péguy, también conocido por sus seudónimos Pierre Deloire y Pierre Baudouin (Orleans, Loiret; 7 de enero de 1873 – Villeroy, Sena y Marne; 5 de septiembre de 1914), fue un filósofo, poeta y ensayista francés, considerado uno de los principales escritores católicos modernos.
De origen modesto, perdió a su padre pocos meses después de su nacimiento; su madre se ganaba la vida arreglando sillas de paja. Acudió a la escuela en su Orleans natal, donde el director se fijó en sus posibilidades y le consiguió una beca para seguir sus estudios de secundaria, primero en la misma Orleans y después en París.
En 1894, llegó a París para continuar sus estudios. Recibió las enseñanzas de Romain Rolland y de Henri Bergson, que lo marcaron notablemente. Sus convicciones socialistas, que ya traía de las reuniones de obreros impresores, se afianzaron en esta época. Junto con otros amigos, fundó la librería Bellais, cerca de La Sorbona. En el año 1900, después de la casi quiebra del local, dejó a sus asociados Lucien Herr y Léon Blum y fundó Les Cahiers de la quinzaine, en el Nº 8 de la calle de la Sorbona, revista destinada a publicar sus propias obras y a descubrir nuevos escritores. Romain Rolland, Julien Benda y André Suarès lo apoyaron.
Desde 1906, inició un proceso de conversión al catolicismo, acompañado por Jacques Maritain, el hijo de su mejor amiga. A partir de entonces combinó su obra en prosa, a menudo política y polémica, con obras místicas y líricas. Todo esto, unido a su intransigencia y carácter apasionado, hizo que fuera visto como sospechoso por la Iglesia y por los socialistas. Su esposa, partidaria de las ideas libertarias de la comuna de París, se negó a casarse por la Iglesia y a bautizar a sus hijos, y por ello Péguy decía de sí mismo que era un “cristiano sin Iglesia”.
Como teniente en la reserva, fue movilizado durante la I Guerra Mundial y murió en combate al comienzo de la batalla del Marne, el 5 de septiembre de 1914 en Villeroy, cerca de Meaux. Unos años después de la muerte de Péguy, su esposa y sus hijos se bautizaron.
La muerte no es nada
La muerte no es nada.
Simplemente pasé a la habitación de al lado.
Yo soy yo, ustedes son ustedes.
Lo que fui para ustedes lo seguiré siendo siempre.
Llámenme con el nombre con que siempre me llamaron.
Háblenme como lo hicieron siempre, no cambien el tono de voz.
No se pongan solemnes ni tristes.
Sigan riéndose de lo que juntos nos reíamos.
Recen, sonrían, recuérdenme…
Que mi nombre sea pronunciado en casa como lo fue siempre,
sin ningún énfasis, ni asombro de sombra.
La vida significa todo lo que siempre fue.
El hilo se cortó.
¿Por qué estar ausente de sus pensamientos?
¿Sólo porque no me ven?
No estoy lejos… estoy sólo al otro lado del camino.
Verán, todo está bien.
El pórtico del misterio de la segunda virtud
Lo que me admira, dice Dios,
es la esperanza.
Y no me retracto.
Esa pequeña esperanza que parece
de nada.
Esa niñita esperanza.
Inmortal.
Porque mis tres virtudes,
dice Dios.
Las tres virtudes, criaturas mías.
Niñas hijas mías.
Son también
como mis otras criaturas.
De la raza de los hombres.
La Caridad es una Madre.
Una madre ardiente, toda corazón.
O una hermana mayor
que es como una madre.
La Esperanza
es una niñita de nada.
Que vino al mundo el día de Navidad del año pasado.
Que juega todavía
con el bueno de Enero.
Con sus pequeños pinos
de madera de Alemania cubiertos
de escarcha pintada.
Y con su buey y su asno
de madera de Alemania. Pintados.
Y con su pesebre lleno de paja
que los animales no comen.
Porque son de madera.
Pero esa niñita
atravesará los mundos.
Esa niñita de nada.
Sola, llevando a las otras,
atravesará los mundos concluidos.
Una llama traspasará
las tinieblas eternas.
La pequeña esperanza
Yo soy, dice Dios, Maestro de las Tres Virtudes.
La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente.
Pero la esperanza es una niña muy pequeña.
Yo soy, dice Dios, el Maestro de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se levanta todas las mañanas.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que se estira por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se extiende por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es un soldado, es un capitán que defiende una fortaleza.
Una ciudad del rey,
En las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
La Caridad es un médico, una hermanita de los pobres,
Que cuida a los enfermos, que cuida a los heridos,
A los pobres del rey,
En las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
Pero mi pequeña esperanza es
la que saluda al pobre y al huérfano.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo de Francia.
La Caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo.
Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que vela por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que vela por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se acuesta todas las noches
y se levanta todas las mañanas
y duerme realmente tranquila.
Yo soy, dice Dios, el Señor de esa Virtud.
Mi pequeña esperanza
es la que se duerme todas las noches,
en su cama de niña, después de rezar sus oraciones,
y la que todas las mañanas se despierta
y se levanta y reza sus oraciones con una mirada nueva.
Yo soy, dice Dios, Señor de las Tres Virtudes.
La Fe es un gran árbol, un roble arraigado en el corazón de Francia.
Y bajo las alas de ese árbol, la Caridad,
mi hija la Caridad ampara todos los infortunios del mundo.
Y mi pequeña esperanza no es nada más
que esa pequeña promesa de brote
que se anuncia justo al principio de abril.
Dichosos los que han muerto…
Dichosos los que han muerto por la tierra carnal,
con tal que ello haya sido en una justa guerra.
Dichosos los que han muerto por su trozo de tierra,
dichosos los que han muerto de una muerte triunfal.
Dichoso los que han muerto en batallas campales,
tendidos en la tierra, de cara contra el cielo.
Dichosos los que han muerto en un excelso anhelo
entre toda la pompa de grandes funerales.
Dichosos los que han muerto por ciudades carnales,
pues ellas son el cuerpo de la ciudad de Dios.
Dichosos los que han muerto por su hogar
y por los pobres honores de las causas paternales,
pues ellas son la imagen y son el primer lazo,
y ensayo y cuerpo de la divina mansión.
Dichosos los que han muerto en ese estrecho abrazo,
ese abrazo de honor y humana confesión,
pues esta confesión de honor es la inicial
y el ensayo primero de eterna confesión.
Dichosos los que han muerto en esta destrucción,
cumpliendo de ese modo su voto terrenal,
pues este voto de la tierra es la inicial
y el ensayo primero de una fidelidad.
Dichosos los que han muerto en forma tan triunfal
y con anta obediencia y con tanta humildad.
Dichosos los que han muerto, pues fueron reintegrados
a la primera arcilla y a la primera tierra.
Dichosos los que han muerto en una justa guerra,
dichosas las espigas y los trigos segados.
Genoveva
Genoveva, hija mía, era una sencilla pastora.
Jesús era también un sencillo pastor.
Pero qué pastor hija mía.
Pastor de qué rebaño, Pastor de qué ovejas.
En qué país del mundo.
Pastor de cien ovejas que permanecieron en el redil, pastor de la oveja perdida, pastor de la oveja que vuelve.
Y que por ayudarla a volver, ya que sus patas no podían llevarla,
sus patas extenuadas,
la toma dulcemente y la lleva él mismo sobre sus hombros,
sobre sus dos hombros,
dulcemente plegada como una media corona, en torno de la nuca,
la cabeza de la oveja dulcemente apoyada así sobre su hombro derecho.
Que es el buen lado.
Sobre el hombro derecho de Jesús,
Que es el lado de los buenos,
y el cuerpo enrollado en torno del cuello y en torno de la nuca.
En torno del cuello como una media corona,
como una bufanda de lana que da calor.
Así la oveja misma da calor a su propio pastor,
la oveja de lana.
Las dos patas delanteras bien y debidamente agarradas con la mano derecha,
que es el buen lado,
agarradas y apretadas,
dulce pero firmemente,
como se agarra un niño cuando se juega a llevarlo a horcajadas
sobre los dos hombros,
la pierna derecha con la mano derecha, la pierna izquierda con la mano izquierda.
Así el Salvador, así el buen pastor
lleva a horcajadas esa oveja que se había perdido, que iba a perderse
para que las piedras del camino no golpeen más sus pies golpeados.
Porque habrá más alegría en el cielo por este pecador que vuelve
que por cien justos que no hayan partido.
Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble
Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble
y que brote de una fuente inagotable
desde que comenzó a brotar por primera vez
como un río de sangre del costado abierto de mi Hijo.
¿Cuál no será preciso que sea mi gracia y la fuerza de
mi gracia para que esta pequeña esperanza, vacilante
ante el soplo del pecado, temblorosa ante
los vientos, agonizante al menor soplo,
siga estando viva, se mantenga tan fiel, tan en pie,
tan invencible y pura e inmortal e imposible de apagar
como la pequeña llama del santuario
que arde eternamente en la lámpara fiel?
De esta manera
una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los
mundos, una llama vacilante ha atravesado el espesor
de los tiempos,
una llama imposible de dominar, imposible de apagar
al soplo de la muerte,
la esperanza.
Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza,
y no salgo de mi asombro.
Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada,
esta pequeña niña esperanza,
inmortal.
Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas,
mis hijas, mis niñas,
son como mis otras criaturas de la raza de los hombres:
la Fe es una esposa fiel,
la Caridad es una madre, una madre ardiente, toda corazón,
o quizá es una hermana mayor que es como una madre.
Y la Esperanza es una niñita de nada
que vino al mundo la Navidad del año pasado
y que juega todavía con Enero, el buenazo,
con sus arbolitos de madera de nacimiento, cubiertos
de una escarcha pintada,
y con su buey y con su mula de madera pintada,
y con su cuna de paja que los animales no comen
porque son de madera.
Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que
atravesará los mundos llenos de
obstáculos.
Como la estrella condujo a los tres Reyes Magos
desde los confines del Oriente, hacia la cuna de mi
Hijo,
así una llama temblorosa, la esperanza,
ella sola, guiará a las virtudes y a los mundos,
una llama romperá las eternas tinieblas.
Por el camino empinado, arenoso y estrecho,
arrastrada y colgada de los brazos de sus dos
hermanas mayores,
que la llevan de la mano,
va la pequeña esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación
de dejarse arrastrar
como un niño que no tuviera fuerza para caminar.
Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras
dos,
y la que las arrastra,
y la que hace andar al mundo entero
y la que le arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos
y las dos mayores no avanzan sino gracias a la
pequeña.
El Ciego
I
Siete ciudades se jactan de haber producido a Homero
pero él no nació en ninguna de las siete alternativas
Esmirna le ha alimentado desde la fina profundidad de los bosques
Quíos le ha arrullado desde los brazos de su madre
Colofón no manejó sino una gloria efímera
Salamina con él hizo naufragar al rey de reyes
Rodas le ha empapado con el respeto por las leyes
Argos le ha frotado con la sangre de las quimeras
Nosotros le otorgamos de este modo a la séptima, Atenas,
la única donde estamos seguros que nunca lo vieron
los nacimientos de antes siempre son inciertos
[estos]son los hijos de las antiguas fuentes, solitarias,
que el Padre ha dado
Padre, he aquí a tus hijos, todos son tus grandes capitanes
y el desfile único, [que]fue visto sólo una vez
El juego del gana pierde
Yo he jugado con frecuencia con el hombre, dice
Dios.
!Pero qué juego! Tiemblo sólo de recordarlo.
He jugado muchas veces con el hombre,
pero, !por Dios!, que era sólo para salvarle
y he temblado de no poder salvarle, de no lograr salvarle
y Yo mismo me preguntaba con miedo si sería capaz
de salvarle.
Y fijaos si sé Yo lo insidiosa que es mi gracia y cómo
sabe revolverse y jugar (es hasta más astuta que
una mujer),
pues todo lo que ella hace jugando con el hombre es
dar vueltas y más vueltas
para salvar al hombre e impedirle pecar.
Juego por eso con él,
pero es el hombre el que quiere perder como un tonto
y soy Yo el que quiere que gane,
y algunas veces lo consigo:
que me gane.
Así que jugamos al que gana pierde,
por lo menos él.
Porque Yo, por mi parte, si pierdo pierdo,
pero él cuando pierde gana.
Es, como veis, un juego muy singular al que jugamos,
porque Yo soy a la vez su compañero y su adversario
de juego
y él quiere ganar contra mí, es decir perder,
y Yo, que juego contra él, lo que quiero es hacerle
ganar.
Tapisserie de Notre Dame (fragmento)
Cuando hubo que sentarse en la cruz de dos caminos.
Y elegir entre el pesar y el remordimiento…
Usted sola sabe, dueña del secreto,
Que uno de los dos caminos corría más abajo
Usted conoce el que eligieron nuestros pasos…
«Y no por virtud, ya que no poseemos mucha,
Y no por deber, ya que no nos gusta…
«Y para colocarnos mejor en el eje de nuestra angustia,
Y por esa sorda necesidad de ser más desgraciado.
Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña,
me extraña hasta a Mí mismo,
esto sí que es algo verdaderamente extraño.
Que estos pobres hijos vean cómo marchan hoy las cosas
y que crean que mañana irá todo mejor,
esto sí que es asombroso y es, con mucho,
la mayor maravilla de nuestra gracia.
Yo Mismo estoy asombrado de ello.
Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble
y que brote de una fuente inagotable
desde que comenzó a brotar por primera vez
como un río de sangre del costado abierto de mi Hijo.
¿Cuál no será preciso que sea mi gracia y la fuerza de mi gracia
para que esta pequeña esperanza,
vacilante ante el soplo del pecado,
temblorosa ante los vientos,
agonizante al menor soplo,
siga estando viva, se mantenga tan fiel, tan en pie,
tan invencible y pura e inmortal e imposible de apagar
como la pequeña llama del santuario
que arde eternamente en la lámpara fiel?
De esta manera,
una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos,
una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos,
una llama imposible de dominar, imposible de apagar al soplo
de la muerte,la esperanza.
Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza,
y no salgo de mi asombro.
Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada,
esta pequeña niña esperanza,
inmortal.
Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas,
mis hijas, mis niñas,
son como mis otras criaturas de la raza de los hombres:
la Fe es una esposa fiel,
la Caridad es una madre, una madre ardiente, toda corazón,
o quizá es una hermana mayor que es como una madre.
Y la Esperanza es una niñita de nada
que vino al mundo la Navidad del año pasado
y que juega todavía con Enero, el buenazo,
con sus arbolitos de madera de nacimiento,
cubiertos de escarcha pintada,
y con su buey y su mula de madera pintada,
y con su cuna de paja que los animales no comen porque son de madera.
Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que
atravesará los mundos, esta niñita de nada,
ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes,
ella es la que atravesará los mundos llenos de obstáculos.
Como la estrella condujo a los tres Reyes Magos desde
los confines del Oriente, hacia la cuna de mi Hijo,
así una llama temblorosa, la esperanza,
ella sola, guiará a las virtudes y a los mundos,
una llama romperá las eternas tinieblas.
Por el camino empinado, arenoso y estrecho,
arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores,
que la llevan de la mano,
va la pequeña esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación
de dejarse arrastrar
como un niño que no tuviera fuerza para caminar.
Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos,
y la que las arrastra,
y la que hace andar al mundo entero
y la que le arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos
y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña”.
El Padre Nuestro
Yo soy su Padre, dice Dios, el del «Padre nuestro que
estás en los cielos».
Mi Hijo ya se lo ha dicho a los hombres, que yo soy
su Padre.
Soy también su juez (y esto también se lo ha dicho mi Hijo)
pero sobre todo soy su Padre.
El que es padre es padre ante todo
y el que una vez ha sido padre ya no puede ser nunca
más que padre.
De modo que los hombres son los hermanos de mi
Hijo, son mis hijos y yo soy su Padre.
Y mi Hijo les ha enseñado la oración del «Padre nuestro»:
«Cuando oréis, rezaréis así: Padre nuestro».
Bien sabía mi Hijo Jesús lo que hacía al enseñarles a
rezar así,
bien sabía lo que hacía Él, que les amó tanto
que vivió con ellos, como uno de ellos,
que andaba como ellos y hablaba como ellos
y sufría como ellos y murió como ellos
y se trajo al cielo un cierto sabor a hombre, un cierto
sabor a tierra.
Bien sabía lo que hacía mi Hijo Jesús, lo que hacía cuando puso entre los hombres y Yo esas tres o
cuatro palabras del «Padre nuestro».
como una barrera que mi cólera y mi justicia no franquearán jamás.
Dichoso el que se duerme en su cama
bajo la protección de esas tres o cuatro palabras
que van por delante de toda la oración como las manos
del que reza van por delante de su rostro
y que me vencen a Mí, el Invencible,
que avanzan como una gran proa que abriese camino
a un pobre navío
y que rompen el oleaje de mi cólera.
Luego, cuando la proa ha pasado ya pasa todo el
navío y toda una flota entera, tranquilamente.
Y ahora así es como veo yo a los hombres, dice Dios,
después de ese invento de mi Hijo, el «Padre nuestro».
Y así es como tendré que juzgarlos yo ahora.
¿Pero cómo querrán que les juzgue yo ahora después
de eso?
«Padre nuestro que estás en los cielos».
!Bien sabía mi Hijo Jesús lo que había que hacer para
atar los brazos de mi justicia y desatar los de mi
misericordia!
Así que ya no tengo más remedio que juzgar a los
hombres como juzga un padre a sus hijos,
y… ya se sabe como juzgan los padres:
ya hay un ejemplo bien conocido de cómo juzgó un
padre al hijo pródigo que se marchó de casa y
luego volvió:
el padre era el que más lloraba.
Fijaos lo que ha ido a contarles mi Hijo a los hombres.
En realidad les ha revelado el secreto mismo de Dios,
el secreto mismo del juicio.
Libertad
DIOS HABLA:
Cuando amas a alguien, lo amas como es.
Solo yo soy perfecto.
Probablemente sea por
eso que sé lo que es la perfección
y que exijo menos perfección a esa pobre gente.
Sé lo difícil que es.
Y con qué frecuencia, cuando están luchando en sus pruebas,
¿Con qué frecuencia deseo y estoy tentado a poner mi mano debajo de sus estómagos
para sostenerlos con mi gran mano?
Como un padre enseñando a su hijo a nadar
en el Corriente del río
y que se divide entre dos formas de pensar.
Porque, por un lado, si lo sostiene todo el tiempo y si lo sostiene demasiado,
El niño dependerá de esto y nunca aprenderá a nadar.
Pero si no lo sostiene justo en el momento adecuado,
ese niño seguramente tragará más agua de la que es saludable para él.
De la misma manera, cuando les enseño a nadar en medio de sus pruebas,
yo también me dividen dos formas de pensar.
Porque si siempre los sostengo en alto, si los sostengo con demasiada frecuencia,
nunca aprenderán a nadar por sí mismos.
Pero si no los sostengo en el momento adecuado,
quizás esos pobres niños traguen más agua de la que es saludable para ellos.
Ésa es la dificultad, y es grande.
Y tal es la duplicidad misma, las dos caras del problema.
Por un lado, deben trabajar por sí mismos en su salvación. Esa es la regla.
No permite ninguna excepción. De lo contrario, no sería interesante. No serían hombres.
Ahora quiero que sean varoniles, que sean hombres y que se ganen por sí mismos
sus espuelas de caballería.
Por otra parte, no deben tragar más agua de la que les
conviene, habiendo buceado en la ingratitud del pecado.
Tal es el misterio de la libertad del hombre, dice Dios,
y el misterio de mi gobierno hacia él y hacia su libertad.
Si lo sostengo demasiado, ya no está libre.
Y si no lo sostengo lo suficiente, estoy poniendo en peligro su salvación.
Dos bienes en un sentido casi igualmente valiosos.
Porque la salvación tiene un precio infinito.
Pero, ¿qué tipo de salvación sería una salvación que no fuera gratuita?
¿Cómo lo llamarías?
Queremos que la salvación la adquiera
Él mismo, Él mismo, el hombre. Para ser adquirido por él mismo.
Venir, en cierto sentido, de sí mismo. Tal es el secreto,
tal es el misterio de la libertad del hombre.
Ese es el precio que fijamos a la libertad del hombre.
Porque yo mismo soy libre, dice Dios, y he creado al hombre a mi imagen y semejanza.
Tal es el misterio, tal el secreto, tal el precio
de toda libertad.
Esa libertad de esa criatura es el reflejo más hermoso en este mundo
de la libertad del Creador. Por eso estamos tan apegados a él,
y ponle un precio adecuado.
Una salvación que no fue gratuita, que no lo fue, que no vino de un hombre libre, de ninguna manera podría ser atractiva para nosotros. ¿A qué ascendería?
¿Qué significaría?
¿Qué interés podría ofrecer tal salvación?
Una bienaventuranza de esclavos, una salvación de esclavos, una bienaventuranza de esclavos, ¿cómo esperas que me interese por ese tipo de cosas? ¿A uno le importa ser amado por los esclavos?
Si solo fuera cuestión de probar mi poder, mi poder no necesita de esos esclavos, mi poder es bastante conocido, es suficientemente conocido que soy el Todopoderoso.
Mi poder es bastante manifiesto en toda la materia y en todos los eventos.
Mi poder se manifiesta bastante en las arenas del mar y en las estrellas del cielo.
No se cuestiona, se sabe, se manifiesta suficientemente en la creación inanimada.
Es bastante manifiesto en el gobierno,
en el mismo caso de que sea el hombre.
Pero en mi creación que está dotada de vida, dice Dios, quería algo más.
Infinitamente mejor. Infinitamente más. Porque yo quería esa libertad.
Creé esa misma libertad. Hay varios grados en mi trono.
Una vez que has sabido lo que es ser amado libremente, la sumisión ya no tiene sabor.
Todas las postraciones del mundo
no valen la hermosa actitud recta de un hombre libre mientras se arrodilla. Toda la sumisión, todo el abatimiento en el mundo
no son iguales en valor al punto elevado,
la hermosa recta que se eleva de una sola invocación
de un amor que es libre.
La pasión de Nuestra Señora
Durante los últimos tres días había estado deambulando y siguiendo.
Ella siguió a la gente.
Ella siguió los eventos.
Parecía estar siguiendo un funeral.
Pero era el funeral de un hombre vivo.
Ella lo siguió como una seguidora.
Como un sirviente.
Como un llorón en un funeral romano.
Como si hubiera sido su única ocupación.
Llorar.
Eso es lo que le había hecho a su madre.
Desde el día en que había comenzado su misión.
La veías por todas partes.
Con la gente y un poco apartada de la gente.
Debajo de los pórticos, debajo de las arcadas, en lugares con corrientes de aire.
En los templos, en los palacios.
En las calles.
En los patios y en los patios traseros.
Y ella también había subido al Calvario.
Ella también había subido al Calvario.
Una colina muy empinada.
Y ni siquiera sintió que caminaba.
Ni siquiera sintió que sus pies la llevaran.
Ella también había subido por su Calvario.
Ella también había subido y subido
en la confusión general, rezagada un poco …
Lloró y lloró bajo un gran velo de lino.
Un gran velo azul…
Un poco descolorido.
Lloró como nunca se le concederá llorar a una mujer.
Como nunca se le pedirá a
una mujer que llore en esta tierra.
Nunca en ningún momento.
Lo que era muy extraño era que todos la respetaban.
La gente respeta mucho a los padres de los condenados.
Incluso dijeron: Pobre mujer.
Y al mismo tiempo golpearon a su hijo.
Porque el hombre es así.
El mundo es así.
Los hombres son lo que son y nunca podrás cambiarlos.
Ella no sabía que, al contrario, había venido a cambiar de hombre.
Que había venido a cambiar el mundo.
Ella lo siguió y lloró.
Todo el mundo la respetaba.
Todo el mundo la compadeció.
Dijeron: Pobre mujer.
Porque quizás no eran realmente malos.
No eran malos de corazón.
Cumplieron las Escrituras.
Honraron, respetaron y admiraron su dolor.
No la hicieron irse, la empujaron un poco hacia atrás con atenciones especiales
Porque ella era la madre de los condenados.
Pensaron: es la familia de los condenados.
Incluso lo dijeron en voz baja.
Lo decían entre ellos
con secreta admiración.
Ella lo siguió y lloró, y no comprendió muy bien.
Pero entendió bastante bien que el gobierno estaba en contra de su hijo.
Y eso es un muy mal negocio.
Ella entendió que todos los gobiernos estaban juntos en contra de su hijo.
El gobierno de los judíos y el gobierno de los romanos.
El gobierno de los jueces y el gobierno de los sacerdotes.
El gobierno de los soldados y el gobierno de los párrocos.
Nunca podría salir de allí.
Ciertamente no.-
Lo extraño fue que se acumularon todas las burlas sobre él.
No en ella en absoluto.
Sólo había respeto por ella.
Por su dolor.
No la insultaron.
De lo contrario.
La gente incluso se abstuvo de mirarla demasiado.
Tanto más para respetarla.
Entonces ella también había subido.
Se fue con todos los demás.
Hasta la cima de la colina.
Sin siquiera ser consciente de ello.
Sus piernas la habían llevado y ni siquiera lo sabía.
Ella también había hecho el Vía Crucis.
Las catorce estaciones del Vía Crucis.
¿Había catorce estaciones?
¿Realmente había catorce estaciones? –
No lo sabía con certeza.
Ella no podía recordar.
Sin embargo, no se había perdido uno.
Ella estaba segura de eso.
Pero siempre puedes cometer un error.
En momentos como ese, tu cabeza da vueltas.
Todos estaban en su contra.
Todos querían que muriera.
Es extraño.
Personas que no suelen estar juntas.
El gobierno y el pueblo.
Fue una mala suerte.
Cuando tienes a alguien a tu favor y a alguien en tu contra, a veces puedes salirte.
Puedes salir de él.
Pero no lo haría.
Ciertamente no lo haría.
Cuando tienes a todos en tu contra.
Pero, ¿qué les había hecho a todos?
Te diré.
Había salvado al mundo.
- Vicente Muleiro
- Malek Haddad
- Kay Ryan
- Edna St. Vincent Millay
- Genaro Ortega Gutiérrez
- Gustavo Adolfo Bécquer
- Concha García
- Jorge Arbeleche
- Eduardo Gómez
- Jorge Eduardo Eielson
- Juan Gregorio Regino
- Ramón López Velarde
- Alberto Ureta
- Carlos Eduardo Turón
- Luis Ignacio Helguera
- Joan Brossa
- Jorge Fernández Granados
- Pedro Salinas
- Eliza Roxcy Snow
- Marie Dauguet