Poesía de Francia
Poemas de Charles Hubert Millevoye
Charles Hubert Millevoye fue un poeta francés que vivió entre 1782 y 1816. Su obra se caracteriza por ser una transición entre el siglo XVIII y el siglo XIX, con elementos clásicos y románticos. Fue reconocido varias veces por la Academia francesa por sus elegías, que expresaban una melancolía por la naturaleza y la vida.
Millevoye nació en Abbeville, una ciudad del norte de Francia, donde recibió su primera educación de su tío y de un profesor del colegio local. Su padre murió cuando él tenía trece años, y su familia lo envió a París para completar sus estudios. Allí empezó a estudiar leyes y luego se dedicó a la venta de libros, pero finalmente abandonó ambas ocupaciones para dedicarse a la escritura.
A los dieciocho años publicó su primer libro de versos, Poésies (1800), que contenía poemas como Plaisirs du poëte y Passage du Saint-Bernard. Su segundo libro, publicado en 1811, es considerado la expresión más completa de su talento. En él se encuentran poemas como l’Amour maternel, la Demeure abandonnée, le Bois détruit, la Promesse, le Souvenir, le Poète mourant y la Chute des feuilles. Este último es uno de los más famosos y representa el tema de la caída de las hojas como símbolo de la muerte y el paso del tiempo.
Millevoye se casó con Margaret Flora Delattre en 1813 y tuvo un solo hijo, Charles Alfred, que fue magistrado y político. Millevoye murió en París en 1816, a los 33 años, a causa de una tuberculosis. Sus obras completas se publicaron diez años después, en 1826.
Además de sus poemas originales, Millevoye también realizó traducciones de la Ilíada, las Bucólicas de Virgilio y algunos diálogos de Luciano de Samósata. Su poesía fue admirada por autores como Sainte-Beuve, que lo llamó “una pálida y dulce estrella” entre Delille y Lamartine, y por músicos como Bizet, que musicalizó uno de sus poemas en Vieille Chanson.
La caída de las hojas
Con despojos de la selva
Cubrió otoño la campiña;
Perdió el bosque su misterio,
Ruiseñores ya no trinan.
Y un mancebo moribundo,
Lento el pie, vagar se mira
Recorriendo la floresta
Otro tiempo tan querida.
“¡Adiós, dice, bosque amado!
En tu duelo mi ruina
Voy leyendo, y cada hoja
Al caer, mi fin avisa.
“Tal me anuncia de Epidauro
Triste oráculo: Tu vista
Otra vez, y vez postrera,
Gozará la pompa umbría
“De los árboles. La noche
Pavorosa se aproxima;
Más que otoño macilento,
A la tumba el cuerpo inclinas;
“Y la hierba de los campos,
Y la vid de la colina,
Verán, antes que se agosten,
Tu temprana edad marchita.—
“¡Yo me muero! Helado soplo
He sentido. Mi florida
Primavera asoma y huye,
Y el invierno llega aprisa.
“Breves flores me adornaron,
Arbolillo fui de un día,
Y entre lánguidos verdores
Ningún fruto dio mi vida.
“¡Vuela, pues, a tu destino,
Hoja efímera; y no aflija
Las miradas de una madre
La mansión que me reciba!”
Dice, y vase, y para siempre;
Que sus hados ya adivina
La postrera débil hoja
De las ramas desprendida.
Sepultáronle a la sombra,
A la sombra de una encina:
Solitaria está su tumba,
Madre amante la visita;
E interrumpe con sus pasos
El pastor, si allá los guía,
El silencio de aquel valle
Donde el túmulo domina.
(Traducción de Miguel Antonio Caro incluida en el libro Traducciones poéticas, 1889)
EL MANZANILLO
“¡Cuán dulce será en tu boca
“Zarina, el beso de amor!”
Así a la bella cubana
Habla el cacique feroz.
“¡Oh Nelusko!” Ella responde,
Trémula ya de pavor,
“Tu prepotencia respeto,
“Mas mi cariño es de Azor.”
En el pecho del cacique
Despierta la indignación,
Y furibundo la dice:
“Yo te amo, y soy tu señor.
“Aquesta noche en la playa
“Me aguardarás”; y partió.
Zarina, desesperada
En tan cruda situación,
Debajo del manzanillo
La triste suerte esperó.
“Ven ¡oh Nelusko!” cantaba
Con desfallecida voz,
“Pues cierras el duro pecho
“Al grito de mi dolor
“De las cumbres se desata
“El huracán bramador,
“Y el mar y agitada selva
“Le saludan con horror.
“¡Ay! pronto las palmas tiernas
“Destrozará su furor,
“Cual tú desgarras impío
“Mi pecho y el de mi Azor.
“Ver; satisface inhumano
“Tu tiránica pasión,
“Mas será helada y sombría
“Esta noche de tu amor.
“Y tú, de un tirano fiero
“Víctima triste, cual yo,
“Objeto de mi cariño,
“En otro mundo mejor
“Te espero, do nadie diga:
“Yo te amo y soy tu señor.”
Sus párpados lagrimosos
Iba cerrando veloz
La muerte, cuando a sus plantas
Llega rápido su Azor.
Afanoso la buscaba:
Apenas reconoció
El funesto árbol, se llena
De sorpresa y de terror.
De la mortífera sombra
En sus brazos la sacó:
“¿Qué ibas a hacer infeliz?”
“-Sacrificarme a tu amor.”
Él con ardientes caricias
Serena su corazón;
Entonces llega Nelusko
Y fiero le dice Azor:
“Tengo arco, flecha, macana,
“Robusto brazo y valor,
“Y el que a Zarina pretenda,
“Espere la destrucción.”
El atónito cacique
Le oye con mudo furor,
Y cede, al ver del amante
La firme resolución.
Así el torrente que inunda
Los campos asolador,
En la base de ancha peña
Quiebra el ímpetu feroz.
Traducción: José María Heredia
LE MANCENILLIER
“Qu’il serait doux le baiser de ta bouche,
O Zarina!… Je t’aime, et je suis rois.”
Ainsi parlait le chef au coeur farouche
A Zarina qui pâlissait d’effroi.
“-Fier Nelusko! Zarina te révère;
Mais Zéphaldi lui seul et tout pour moi.”
Jetant sur elle un regard de colère,
Il répeta: “Je t’aime et je suis rois.”
Puis affectant un visage tranquille:
“O Zarina! ce soir je t’attendrai
Dans le bocage, au couchant de notre île.”
Et Zarina répondit: “J’y serai”.
Il s’éloigna. L’insulaire tremblante
Alla s’asseoir sous le mancenillier,
Et commença, d’une voix faible et
Ce chant lugubre, et qui fut le dernier:
“Viens, Nélusko! La feuille balancée
“Frémit au loin sous les vents en courroux.
“Ta nuit d’amour sera triste et glacée,
“Et mon sommeil sera paisible et doux.
“O charme pur! ô voluptés nouvelles!
“Esprits de l’air, est-ce toi que j’entends?
“Viens-tu déjà m’importer sur tes ailes
“Vers les bosquets de l’éternel printemps?
“Je l’ai gardé le baiser dans ma bouche,
“Mon jeune ami! viens te rejoindre à moi
“Dans ce séjour où le maître farouche
“Ne dira plus: Je t’aime, et je suis rois.”
Elle disait. Déjà sur sa paupière
Le long sommeil descendait lentement;
Lorsqu’à grands pas, traversant la bruyère,
Soudain parut Zéphaldi, son amant.
Il la cherchait. O terreur! sous l’ombrage
A peine il vit sa belle Zarina,
Qu’il reconnut le funeste veuillage
Et que d’horreur tout son coeur frissonna
Il la saisit sous l’arbre solitaire,
Et dans ses bras l’emportant plein d’effroi:
“O Zarina! Parle, qu’allais-tu faire?
-Me dérober aux poursuites d’un roi.
Le lendemain la pierre accoutumée
Avait reçu le serment nuptial
Et l’humble toit de la hutte enfumée
Faissait envie au pavillon royal.
A leur passage en tumulte on s’élance:
Et Zéphaldi répétait en chemin:
“J’ai la zagaie et la flèche et la lance,
Et tout rival périra de ma main.”
Le roi présent dévore la menace;
Son âme altière est contrainte ã fléchir:
Tel un torrent frémit, écume et passe
Au pied d’un mont qu’il ne saurait franchir.
- Alexandre Soumet
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