Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de César Conto

César Conto Ferrer, figura destacada en la historia política y literaria de Colombia, nació el 18 de enero de 1836 en Quibdó, Chocó. Miembro de una respetada familia caleña, su trayectoria abarcó múltiples facetas, dejando un legado perdurable en la nación sudamericana.

En sus años formativos, Conto estudió en el Colegio Santa Librada de Cali y obtuvo su título de abogado en la Universidad del Rosario. Desde temprana edad, se alineó con el Partido Liberal, particularmente con el ala radical liderada por Manuel Murillo Toro, lo que marcaría el inicio de su compromiso político.

La Guerra Civil de 1860 vio a Conto en la primera línea de batalla, y su ascenso político fue vertiginoso. Ocupó cargos como fiscal del Tribunal de Occidente en Cali, presidente de la Cámara de Diputados del Cauca, secretario de Hacienda y Gobierno del mismo estado, y Representante al Congreso Nacional entre 1864 y 1869. Su destacada labor lo llevó a presidir la Asamblea Estatal en 1869 y asumir la superintendencia del camino de Buenaventura en 1870.

Sin embargo, el punto cumbre de su carrera política llegó en 1876, cuando se convirtió en presidente del Estado de Cauca. Esta alianza política fue forzada, destinada a contrarrestar la amenaza conservadora liderada por Carlos Albán. Durante su mandato, Conto desencadenó una intensa persecución política contra los conservadores, avivando conflictos internos dentro del Partido Liberal debido a la radicalidad de sus acciones.

Su gobierno se caracterizó por prácticas corruptas y abusos de poder, lo que lo llevó a huir del país tras enfrentarse a un alzamiento conservador en 1877. Tras su exilio, sirvió como cónsul en Londres y representante del gobierno colombiano en París durante las controversias relacionadas con la Compañía del Canal de Panamá en 1884.

Además de su vida política, Conto brilló como poeta, traductor y repentista. Bajo su mandato como presidente, nombró a su primo Jorge Isaacs como Superintendente de Instrucción Pública, evidenciando su interés por el fomento de la educación.

César Conto Ferrer es una figura inolvidable en la historia colombiana, cuyas contribuciones tanto en el ámbito político como literario siguen siendo objeto de estudio y admiración en la actualidad. Su vida y legado ilustran la rica intersección entre la política y la cultura en el tejido de la sociedad colombiana del siglo XIX.

Los mejores ojos

Ojos azules hay bellos,
hay ojos pardos que hechizan
y ojos negros que electrizan
con sus vívidos destellos.
Pero, fijándose en ellos,
se encuentra que, en conclusión,
los mejores ojos son,
por más que todos se alaben,
los que expresar mejor saben
lo que siente el corazón.

El poeta

Vedlo extender sus alas poderosas
Y hasta las nubes remontar el vuelo
Vedlo vagar con incansable anhelo
Por regiones de eterna claridad
Vedlo fijando su mirada ardiente,
Que un rayo de los cielos ilumina,
Sobre la muda tierra que se inclina
Ante el brillo de tanta majestad
Sobre la tierra, que al oír su acento
Atónita se postra ante su planta,
Y al genio un trono espléndido levanta
Y le ofrenda coronas de laurel:
Es el hijo del genio, es el poeta
Que desde el cielo inspiración recibe,
Que en la región del idealismo vive
Y á quien el mundo sirve de escabel.
Es el poeta, cuya voz sublime
Repite el eco por la inmensa esfera,
Cuya mirada ardiente reverbera,
En círculos de fuego, rayos mil
Es el poeta, que cautiva el alma
Y de placer y admiración la llena,
Cuando su acento celestial resuena
Al compás de su lira de marfil.
Salva del tiempo el insondable abismar
Arrebatado en su orgulloso vuelo
De inspirado profeta, y rasga el velo
Del incierto y oscuro porvenir:
Torna la vista hacia el pasado y canta,
Y la magia secreta de su acento
Da á lo que fué calor y movimiento
De entre escombros haciéndolo surgir.
Eterniza el recuerdo de los hombres
Que asombraron al mundo con sus hechos,
Y hace brotar en los heroicos pechos
Sentimientos de gloria y gratitud
Anatemas fulmina sobre aquellos
Que oprobio fueron y terror del mundo,
Con el acento aterrador, profundo
Con que dama indignada la virtud.
En éxtasis sublime su alma absorta
Contempla embebecida la belleza,
En su tipo supremo, en su pureza,
Circundada de vivo resplandor;
Y en sus cuadros magníficos refleja
De la belleza el vívido destello,
Cuadros do imprime su indeleble sello
El inspirado numen creador.
Canta el amor, el sentimiento excelso
Que del hombre el espíritu sublima
Y con su fuego inextinguible anima
Los seres de la inmensa creación:
Amor! la luz que el universo inflama,
Vital aliento que el espacio llena,
Lazo divino que ata y encadena
El sér al sér en inmortal unión
Que la belleza y el amor ligados
Por misterioso lazo de armonía
Las fuentes son de luz y poesía
Que inspiración al pensamiento dan;
Inspiración de lo alto que revela
Imágenes sublimes á la mente,
Y cuyo influjo el corazón ardiente
Hace latir con delicioso afán.
Modula entonces su armonioso canto
El bardo al són de la vibrante lira,
Y el entusiasmo de su mente inspira
Al que escucha su acento seductor
Y dulcemente conmoviendo el alma
Con la magia de ignoto magnetismo,
A la vaga región del idealismo
La hace elevarse con creciente ardor.
Ora su voz atronadora junta
A la imponente voz de la cascada
Que, por mano invisible arrebatada,
Al abismo despéñase veloz
Ora al manso arroyuelo que serpea
En la llanura con murmullo blando,
Y en la verde ribera va besando,
El aromoso cáliz de la flor;
Ora rival del astro de los astros,
Su mirada sobre él fija tranquila,
Sin que ofusquen siquiera su pupila
Los rayos del inmenso luminar;
Ora sentado en la desnuda roca
A la ribera del mugiente oceáno,
Hace escuchar su acento soberano
Dominando el bramido de la mar.
Cuando en oscura noche de tormenta
Silban los rayos y retumba el trueno,
Canta el poeta, de entusiasmo lleno,
Al són de la furiosa tempestad;
Y alza su voz al Sér omnipotente
Que desata y refrena la tormenta
Desde el augusto trono do se sienta,
Circundado de gloria y majestad.
Busca el hombre en el mundo la ventura
Para saciar su corazón sediento;
Mas si prueba el placer por un momento,
Siglos padece de dolor también
Y al ver desvanecida la esperanza
Que le hizo amar su efímera existencia,
Tal vez alzando el grito en su demencia
Maldice al Dios dispensador del bien.
Pero escuchad! El arpa del poeta
Resuena ya con mística dulzura
Y del dolor templando la amargura
A el alma vuelve su perdida fe;
Y la vista nublada y abatida
Una mirada á lo futuro lanza,
Y el radiante fanal de la esperanza
Iluminando el horizonte ve.
Del pecho entristecido y agostado
Por el soplo letal del sufrimiento
Brota de nuevo un dulce sentimiento
De calma y de consuelo manantial:
Así al herir Moisés la dura roca
Del árido desierto con su vara,
Hizo brotar el agua fresca y clara
En abundante y límpido raudal.
¡Bien hayas tú, poeta afortunado,
Revelador sublime de lo grande,
Tú, cuyo ardiente espíritu se expande
Y esparce por doquier vivo fulgor!
¡Bien hayas tú, que al pecho dolorido
Que gime herido de mortal quebranto
Consuelo das con el celeste encanto
De tu divino acento arrullador!
Vate feliz, ¡ cuán dulces son tus cantos,
Cuán grato el eco de tu blanda lira,
Ora suspire tierna, cual suspira
La casta virgen, trémula de amor
Ora conmueva el vagaroso viento
Con robustas y sordas vibraciones,
Cual bramido de recios aquilones
Que levantan las olas con furor!
Canta! El numen que inspira tus cantares
Un destello es de luz del alto cielo:
Levanta audaz tu majestuoso vuelo
En alas de tu genio colosal;
Y cuéntanos tus sueños, tus visiones
En el mundo ignorado donde moras
Al són de aquellas notas seductoras
Que arrancas de tu cítara inmortal.
Tú, á quien el cielo concedió propicio
El instinto feliz de la armonía,
La fecunda y ardiente fantasía
Y una alma llena de entusiasmo y fe,
Canta, vate inmortal, esparce en torno
La luz divina que tu mente inflama:
Tuya es la gloria; que la eterna fama
Trenza guirnaldas para ornar tu sien.
Inmarcesibles lauros que no agosta
El mortífero soplo del olvido,
Como un lampo de gloria suspendido
Sobre tu noble frente, brillarán;
Y el eco de la fama renovando
De siglo en siglo tu perenne gloria,
Hará que no se extinga tu memoria
Con las edades que al pasado van.

Soneto de la separación

De repente la risa se hizo llanto,
silencioso y blanco como la bruma;
de las bocas unidas se hizo espuma,
y de las manos dadas se hizo espanto.
De repente la calma se hizo viento
que de los ojos apagó la última llama,
y de la pasión se hizo el presentimiento
y del momento inmóvil se hiso el drama.

De repente, no más que de repente,
se volvió triste lo que fuera amante,
y solitario lo que fuera contento.

El amigo próximo se hizo distante,
la vida se volvió una aventura errante.
De repente, no más que de repente.

Suspensión

Fuera de mí, en el espacio, errante,
la música doliente de un vals;
en mí, profundamente en mi ser,
la música doliente de tu cuerpo;
y en todo, viviendo el instante de todas las cosas,
la música de la noche iluminada.
El ritmo de tu cuerpo en mi cuerpo…
El giro suave del vals lejano, indeciso…
Mis ojos bebiendo tus ojos, tu rostro.
Y el deseo de llorar que viene de todas las cosas.