Poesía de España
Poemas de Carolina Coronado
Victoria Carolina Coronado y Romero de Tejada (Almendralejo, 12 de diciembre de 1820-Lisboa, 15 de enero de 1911) fue una escritora española, autodidacta y con una gran sensibilidad, considerada la equivalente extremeña de otras autoras románticas coetáneas como Rosalía de Castro y literata de tal notoriedad que la llegarían a comparar con Bécquer, además de una virtuosa del piano y del arpa. Publicó en 1843 un tomo de Poesías, reeditado en 1852, que prologó Hartzenbusch. Escribió también novelas y obras teatrales con predominio de temas históricos y compromiso social.
Mérida
¡Cómo en tierra postrada
sin fuerzas yace, quebrantada llora
y sola y olvidada
en su tristeza ahora,
la que opulenta fue, grande y señora!
¡Cómo yace abatida
Emérita infeliz, ya su cabeza
en polvo confundida,
perdida su belleza,
perdido el esplendor y la grandeza!
La que fue celebrada
en los cantos sin fin de sus guerreros,
sólo escucha humillada
de búhos agoreros
los clamorosos ecos lastimeros.
¡Ay Dios, que en torno de ella
los tristes ojos con dolor vagaron,
y sólo amarga huella
de los siglos hallaron,
que su brillo y beldad en pos llevaron!
Allí el pasado brío
restos de gloria en soledad revelan,
que en ademán sombrío
entre el escombro velan
sombras livianas, que a su pie revuelan.
Y el arco majestoso
de Trajano, en los siglos venerado,
allí, inmoble coloso,
el cuerpo descarnado
y la atezada faz levanta airado.
Mas ¡ay! que ni las huellas
de los soberbios templos se salvaron,
ni ceniza de aquellas
torres que se ostentaron,
y a la matrona bella coronaron.
Allá bajo la puente,
de otra edad más feliz reliquia anciana,
camina lentamente
por la vereda llana
el perezoso y lánguido Guadiana.
«¡Emérita!» murmura
el onda gemidora lamentando
su triste desventura,
y el polvo recalando,
y los cimientos lúgubres bañando.
Anciano compañero,
testigo fue de sus pasadas glorias,
arrulló lisonjero
sus triunfos y victorias,
y ora lamenta el fin de sus historias.
A su orilla callada
venid vosotros, que pulsáis divinos
la cítara sagrada,
y los campos vecinos
llenad de vuestros cantos peregrinos.
De Emérita olvidada
cantad, poetas, con sentido acento
la suerte desdichada,
y el fúnebre lamento
hiera las aguas y lastime el viento.
A la mujer más fea de España
Venid, señora, a escuchar
la unánime votación
que España acaba de dar:
venid; que os va a coronar
FEA por aclamación.
Monstruos mil se presentaron;
mas con voz solemne y clara
los tribunales fallaron,
que otra cara no encontraron
semejante a vuestra cara.
Cual vuestra cara no hay dos:
hay de feas copia extraña,
muchas feas ¡vive Dios!
pero sin disputa vos
sois la más fea de España.
Os dieron la primacía:
señora, ¡cuánto me alegro!
mas, ¡cielos! ¿quién la osadía
de mostrar, cual vos, tendría
ojo azul en campo negro?
¿Quién, no siendo, cual vos, loca
mostrara a la humanidad
boca igual a vuestra boca,
aunque tuviese muy poca
vergonzosa vanidad?
La fealdad tiene pudor;
y yo en el caso presente
(os lo digo sin rencor)
por modestia, por rubor
me escondiera de la gente.
¡Ay! ¡cuánto hacéis padecer,
mostrando vuestra cabeza
al que procura creer
en la belleza del ser,
en su bondad y pureza!
Sois una horrible creación;
porque aun hay cosa más rara
en esa organización:
que tenéis el corazón
mucho peor que la cara.
Todos vuestros pensamientos
son torpes y maldicientes:
aborrecéis los talentos,
las virtudes eminentes
y los nobles sentimientos.
No hay honra libre e vos,
aunque bendita se acoja
al manto del mismo Dios;
porque en medio de los dos
vuestra calumnia se arroja.
¡Ay! ¿por qué si de la huesa,
mala anciana, a un paso estás,
no dejas la humana presa?
¿por qué en la fama ilesa
te irritas y ensañas más?
Déjame con mi poesía
pasar la vida inocente,
si no quieres que algún día
tu horrorosa biografía
a las criaturas presente.
Aunque no sé si te diga
que es mi más gloriosa hazaña
el que me odie y persiga
como mortal enemiga,
la mujer más fea de España.
Aniversario
Bendita sea la amorosa luna
que derramó en tu cuna
antes que el sol, sus lánguidos fulgores,
y te suspiró, alma pura,
la suave ternura
de sus nocturnos, célicos amores.
¡Bendito el astro cándido y luciente
que prestó dulcemente
su brillo melancólico y hermoso
a tu amante mirada!
¡Yo adoro arrodillada
de tu existencia al astro venturoso!
¿Es por eso el encanto indefinible
que de amor indecible
llena mi corazón? ¿Eres tan bello,
tan dulce, tan amante
porque el primer instante
de tu vida alumbró con su destello?
¿Es al influjo de la luna triste
al que, tal vez, debiste
esa sombra que vela tu semblante,
y a medias oscurece
la luz que resplandece
en tu mirar de fuego centellante?
¡Ay! no lo sé; pero en mi frente siento
palpitante ardimiento
al contemplar tu faz tierna y sombría,
donde al par se difunden,
se mezclan y confunden
pasión, dolor, placer, melancolía.
¡Oh! Si mi voz al firmamento sube,
Dios hará que la nube
que tus divinos ojos entristece
agobie el alma mía,
y a ti dé la alegría
que tu adorado corazón merece.
¡Oh! quiera el cielo que al volver la luna
feliz como ninguna,
¡ángel querido! tu existencia vea;
y aunque yo desdichada
gima y desconsolada
al verla exclamaré: «¡Bendita sea!»
En el álbum de una señora muy simpática
Tiene a veces el alma un sentimiento
que sabe comprender, mas no explicar,
no es amor, no es pasión y es este afecto
más que interés y menos que amistad;
Es vaga inclinación que nos inspira
entre otros mil determinado ser,
es dulce, indefinible simpatía
que nace y muere sin razón, tal vez.
Es lo que siento yo por vos señora,
más que interés y menos que amistad
falta para amistad vuestro cariño,
sobra para interés que os quiero ya.
La clavellina
Entre el musgo de mi huerto
germina una hermosa planta
coronada de flor tanta
que su tronco no se ve;
muestra el capullo entreabierto
ya su primer florecilla
y la octava maravilla
son cáliz, hojas y pie.
Venid, hermosas doncellas,
vosotras que amáis las flores,
si los vivos resplandores
no os deslumbran de esa flor;
venid a mirar cuán bellas
brillan sus hojas carmines,
en la suavidad jazmines,
ambares en el olor.
La flor del verde granado,
la roja nocturna estrella
son mas pálidas que ellas
en matiz y en claridad;
porque el estío abrasado
de fuego su cerco pinta;
fuego es su cáliz, su tinta,
su espíritu y su beldad.
¡Mirad, mirad, si parece
que el tallo que la sustenta
con sangre pura alimenta
ese rojizo botón!
¡Si cuando el viento la mece
y su ardiente seno agita,
parece que le palpita
en el centro un corazón!
Escuchad -si acaso ciertas
fueran las transmigraciones
que antiguos sabios varones
creyeron en cada ser;
esa beldad de las huertas
con sus hojas palpitantes,
¿no juzgáis que debió antes
ser una amante mujer?
¡Del griego pueblo locuras
son las que nos han contado!;
tal vez el ser de un malvado
se trasmita a un alacrán;
pero las ánimas puras
de las amantes mujeres
no transmigran a otros seres,
que rectas al cielo van.
Hija de un átomo seco
de una planta mortecina,
siempre, siempre clavellina
ha sido esta flor carmín;
cayó aquel grano entre el hueco
de una china y dos terrones;
llovieron los nubarrones
y germinó en el jardín.
Pero mirad ¡oh cuán bella!
¡Si cuando el viento la agita
parece que le palpita
en el centro un corazón!
¿Y quién sabe, quién si ella
tiene también sentimiento?
¿Quién sabe, quién, si es el viento
el galán de su pasión?
No turbemos sus amores;
dejémosla libremente
ante el dulcísimo ambiente
sus rojas galas lucir;
dejémosla que las llores
tienen también sentimiento,
pero no tienen acento
y padecen sin gemir.
Reluciente clavellina,
gargantilla del estío,
no ornaré el cabello mío
con tu aromoso coral,
si a vanidad femenina
consagrada tu belleza
ha de ajarte mi cabeza
la frescura matinal.
Vive libre, libre crece
sobre el tallo que alimenta
la vena que te sustenta
ese precioso botón,
en cuyo centro se mece
un corazón que no veo;
pero que de cierto creo
que ha de ser un corazón.
Y las brisas te festejen,
y mimen las mariposas
las mejillas temblorosas
de tu rostro de carmín;
y las hormigas se alejen
de tus contornos suaves,
y te saluden las aves
El mundo desgraciado
Hay escrito un cantar muy doloroso
en una historia triste que poseo,
para cuando el alegre balbuceo
deje, Emilio, tu labio bullicioso;
para cuando del álamo frondoso
que tan lejano de tu frente veo
toque a las ramas la graciosa mano
que ahora no alcanza al peralillo enano.
Vago, amoroso, indefinible canto
que yo no pronuncié, que nadie ha oído
por tu risa infantil interrumpido,
borrado a medias por mi ardiente llanto;
memorias para ti de tierno encanto
encierra ese cantar, que lleva unido
al sueño de tu infancia venturosa
el de mi larga juventud penosa.
Hoy mis pinceles para ti son vanos;
tú no conoces tu retrato ahora;
allí está tu cabeza seductora
en el grupo no más de dos hermanos;
cuadro es sencillo, obra de mis manos,
niño que ríe junto a mujer que llora,
aire que vaga junto a flor marchita,
y la destroza más cuando la agita.
Mas, no pienses historia peregrina
relatada escuchar en mis cantares;
todos del alma mía los azares
en la tristeza están que la domina:
si no es desventurada, lo imagina,
y es lo mismo que todos los pesares
del mundo tenga, que los sueñe todos,
si se sufre igualmente de ambos modos.
Y lo mismo que lloro, Emilio, llora
la multitud sin conocer tampoco
el grande, oculto, inapagable foco
de la llama del mal devoradora;
¿será que aún niño nuestro siglo ahora
pugna impaciente, como tú hace poco,
por romper las estrechas ligaduras
de sus largas envueltas vestiduras?
¿Será que de sí propio avergonzado
a comprender empieza su ignorancia?
¿Que entre las tiernas formas de su infancia
siente latir un corazón formado?
¡Ay! eso es; su espíritu exaltado
le hace correr larguísima distancia,
pero, a su cuerpo débil y rendido
fáltale fuerza y quédase dormido.
Cesan las guerras, y en la paz se aclaman
libres los pueblos, sabios venturosos;
¿por qué los corazones silenciosos
tantas secretas lágrimas derraman?
Unos al cielo sin consuelo claman,
ahogan otros sus gritos dolorosos;
¿es que a ninguno la común ventura
toca, a que todos gimen por locura?…
A los niños, Emilio, a ti te toca;
ven a mofarte de mis cantos vanos;
en tus brazos dulcísimos hermanos
ven a estrecharme con tu risa loca,
y séllame los labios con tu boca
y escóndeme los ojos con tus manos,
¡y el bullicio infantil de tu contento
el eco aturda de mi triste acento!
Último canto
Emilio, mi canto cesa;
falta a mi numen aliento.
Cuando aspira todo el viento
que circula en su fanal,
el insecto que aprisionas
en su cóncavo perece
si aire nuevo no aparece
bajo el cerrado cristal.
Celebré de mis campiñas
las flores que allí brotaron
y las aves que pasaron
y los arroyos que hallé,
mas de arroyos, flores y aves
fatigado el pensamiento
en mi prisión sin aliento
como el insecto quedé.
¿Y qué mucho cuando un hora
basta al pájaro de vuelo
para cruzar todo el cielo
que mi horizonte cubrió?;
¿qué mucho que necesite
ver otra tierra más bella
si no ha visto sino aquella
que de cuna le sirvió?
Agoté como la abeja
de estos campos los primores
y he menester nuevas flores
donde perfumes libar,
o, cual la abeja en su celda,
en mi mente la poesía
ni una gota de ambrosía
a la colmena ha de dar.
No anhela tierra el que ha visto
lo más bello que atesora,
ni la desea el que ignora
si hay otra tierra que ver:
mas de entrambos yo no tengo
la ignorancia ni la ciencia,
y del mundo la existencia
comprendo sin conocer.
Sé que entre cien maravillas
el más caudaloso río
gota leve de rocío
es en el seno del mar:
y que en nave, cual montaña,
que mi horizonte domina
logra la gente marina
por esa región cruzar.
Mas ¡por Dios! que fue conmigo
tan escasa la fortuna
que el pato de la laguna
vi por sola embarcación:
¿qué me importa el Océano
y cuantos ámbitos cierra?
¡Sólo para mí en la tierra
hay diez millas de creación!
Mar, ciudades, campos bellos
velados ¡ay! a mis ojos;
sólo escucho para enojos
vuestros nombres resonar.
Ni de Dios ni de los hombres
las magníficas hechuras
son para el ciego que a oscuras
la existencia ha de pasar.
Tal ansiedad me consume,
tal condición me quebranta,
roca inmóvil es mi planta,
águila rauda mi ser…
¡Muere el águila a la roca
por ambas alas sujeta;
mi espíritu de poeta
a mis plantas de mujer!
Pues tras de nuevos perfumes
no puede volar mi mente
ni respirar otro ambiente
que el de este cielo natal;
no labra ya más panales
la abeja a quien falta prado,
perece el insecto ahogado
sin más aire en su fanal.
- Emiliano González
- Carmen Berenguer
- José Eustasio Rivera
- Tracy K. Smith
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- Manuel Sosa
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