Poesía de Chile
Poemas de Carlos Mondaca
Carlos Mondaca fue un profesor y poeta chileno nacido en Vicuña en 1881 y fallecido en 1928. Estudió en el seminario de La Serena y luego en la Universidad de Chile, donde se licenció en castellano. Ejerció la docencia en el liceo Valentín Letelier y en el Instituto Pedagógico, llegando a ser pro-rector de la Universidad de Chile y rector del Instituto Nacional.
Su obra poética se caracteriza por su tono místico y clásico, con influencias de Horacio, Virgilio y los románticos franceses. Su poesía expresa el dolor que le producía el mundo y su tensión entre la vida y la muerte. Su verso es puro y cristalino, con un lenguaje que intenta atenuar su angustia mediante la fe. Su obra se inscribe en una tradición mística que lo distingue del ambiente lírico chileno.
Entre sus libros se destacan Cansancio (1910), El libro de las horas (1917) y La voz atormentada (1924). En ellos, refleja su melancolía ante la degradación de los valores espirituales por el surgimiento de la ciudad. También muestra su meditación poética ante el umbral de la muerte, que le otorga un carácter estoico a su escueta obra.
Fue miembro de la Academia Chilena de la Lengua desde 1919 y fue propuesto al Premio Nacional de Literatura en 1927. Falleció ejerciendo como rector del Instituto Nacional, el 26 de noviembre de 1928, luego de padecer una larga enfermedad.
Cansancio
Quien pudiera dormirse, como se duerme un niño;
sonreírle al ensueño del goce y el dolor,
y soñar con amigos y soñar el cariño,
y hundirse, poco a poco, en un sueño mayor.
Y cruzar por la vida sonambulescamente,
los ojos muy abiertos sobre un mundo interior,
con los labios sellados, mudos eternamente,
atento sólo al ritmo del propio corazón…
Y pasar por la vida sin dejar una huella…
Ser el pobre arroyuelo que se evapora al sol…
Y perderse una noche, como muere una estrella
que ardió millares de años, y que nadie la vio.
El sapo
Cantan, enamorados de una estrella,
los sapos del estanque.-Y cuando todo
duerme, y el alma del azul destella,
rezan sus letanías desde el lodo.
Hay un celeste resplandor muy vago;
hay una claridad meditabunda;
y se adormece el cielo como un lago
de aguas maravillosas y profundas.
Duermen en la mirada de los astros
los álamos que asombran la laguna,
y cae en una lluvia de alabastros
la nieve luminosa de la luna.
Una senda se alarga, florecida
por la luna, en la paz de la campiña,
inquietante como una despedida,
y quieta como el alma de una niña.
Lejos, como una sombra del ocaso,
se pierde en un temblor la cordillera;
tiene una suavidad como de raso,
que en un llover de pétalos cayera.
En la pálida sombra de la estancia,
esto vieron mis ojos fatigados,
y hasta sentí bañadas de fragancia
las ansias de mi espíritu angustiado.
Esta paz de la noche campesina,
esta vida infinita, me la evoca
la canción de los sapos, cristalina,
con su música humilde, sabia y loca.
Feos, tristes hinchados, asquerosos,
han dejado sus algas putrefactas;
y los envuelven en fulgor rabioso
las estrellas purísimas e intactas.
Despreciados del hombre, lapidados
por las cándidas manos infantiles,
en su oscuro dolor desesperado,
han huido del sol como reptiles…
Pero del sabio al pupila inquieta
en su entraña sangrienta hurga la Vida,
y hasta su oscuridad llega el poeta
a iluminar el alma conmovida….
Amor
Yo quiero hacerte un don:
pondré en mi corazón tu corazón.
Quiero fundir tu vida con mi vida;
que haya en tus venas sangre de mis venas;
y agobie tus espaldas abatidas
la grave pesadumbre de mis penas.
Yo pondré mi conciencia en tu conciencia:
y por mis ojos mirarás la tierra;
y del bien y del mal tendrás la ciencia;
y vivirás contigo siempre en la guerra:
Será una guerra sin cuartel, eterna.
Se hará tu corazón como una fuente
inagotable y honda: y serás tierna,
y serás cruel, amable e indiferente.
Irás entre la gente, solitaria,
dantesca y sin amor, pero contigo
Y como una visión crepuscularia,
sólo en tu corazón tendrás abrigo.
Pero verás el resplandor terrible
de Dios, y el esplendor de la belleza,
y arderás en la hoguera inconsumible
Esto será tu orgullo y tu tristeza.
¿Soportarás la majestad del don?
Pon en mi corazón tu corazón.
El asno
Bajo el doloroso pesar de su carga,
triste y pensativo, por la senda larga.
Mudo y resignado, bajo la amenaza
del amo implacable, por la senda pasa.
Siembra de amarguras, su ruta de abrojos.
Dolor de dolores, la luz de sus ojos.
Visión de agonías, el sol que lo abrasa…
Y el asno a lo largo del camino pasa.
La senda infinita se alarga, se pierde,
polvorienta, eterna, por el campo verde…
Rumor de la fuente que en la hierba brota.
Y el asno a lo largo del camino trota…
Tiembla en una estrella la noche vecina.
El asno jadea… Camina! Camina!
¡Morir de cansancio ! …La fusta lo azota.
Y el asno a lo largo del camino trota.
Los potros, al campo; la vaca al pesebre,
y el asno a la cuerda…Lo abrasa la fiebre
del sol y las sendas. Y mientras recuerda
que están todos hartos, él muerde su cuerda.
Perdido en sus sueños el asno medita,
que él solo ha tenido la gloria infinita
de que consagrara sus lomos un día,
cruzando el desierto, la Virgen María.
Que aún tienen sus ojos temblones de palmas,
de la apoteosis del Rey de las almas;
y enciende aún su aliento la sagrada fiebre
de la noche-aurora que ardió en el pesebre.
Que el lago de su alma solo a la mentira
azotó en inmensas tempestades de ira;
y trono su lengua como una trompeta
sobre los pavores del Falso Profeta.
Que humilde y callado lo vieron los astros
seguir del Quijote los ínclitos rastros,
y que nadie puede borrar de su historia
la página augusta que besa la gloria.
-Señor don Quijote, tú solo tuviste
piedad del humilde y amor para el triste:
y en Sancho encendiste la santa locura,
y al asno le diste tu heroica amargura!…
Señor Jesucristo, tu amor infinito
consagró al mendigo y abrazó al maldito,
y en tu ruta santa, sembrada de enconos,
hiciste del asno tu espléndido trono.
Porque la mirada de Dios te ha bañado,
el dolor te ha puesto su sello sagrado;
y porque has sufrido con tanta nobleza,
te yergues magnífico de gloria y tristeza.
Y junto a tí pasan los hombres sin verte,
con sus pobres ojos que vela la muerte…,
con sus pobres ojos, que desde su abismo,
no han podido nunca mirarse a sí mismos….
Que humilde y callado lo vieron los astros
seguir del Quijote los ínclitos rastros,
y que nadie puede borrar de su historia
la página augusta que besa la gloria.
-Señor don Quijote, tú solo tuviste
piedad del humilde y amor para el triste:
y en Sancho encendiste la santa locura,
y al asno le diste tu heroica amargura!…
Señor Jesucristo, tu amor infinito
consagró al mendigo y abrazó al maldito,
y en tu ruta santa, sembrada de enconos,
hiciste del asno tu espléndido trono.
Porque la mirada de Dios te ha bañado,
el dolor te ha puesto su sello sagrado;
y porque has sufrido con tanta nobleza,
te yergues magnífico de gloria y tristeza.
Y junto a tí pasan los hombres sin verte,
con sus pobres ojos que vela la muerte…,
con sus pobres ojos, que desde su abismo,
no han podido nunca mirarse a sí mismos…
¡Solo como un alma!…Prosigue la senda…
Que triunfen los necios; Que nadie te entienda…
Tranquilo y heroico camina, jadea:;
la cumbre está lejos, y arriba la idea!…
Tú solo, tú solo tendrás la montaña
por solio, cuando hayas cumplido la hazaña…
Brotarán en lirios de sangre tus huellas;
y habrá en cada huella temblores de estrella!…
El reloj
Corazón del tiempo. Víctima que cuenta
sus penas, y que tiene la voz de una gota;
monótona y fría, monótona y lenta:
vida que fluyera de una arteria rota…
Corazón- misterio. Como el alma nuestra.
Como nuestra vida. Corazón-misterio…
Pupila insondable, pálida y siniestra.
Claro de luna sobre un cementerio..
Corazón-misterio. Golpea, resuena
sordamente, como la caja postrera
con la mano trémula, como la cadena
de un desesperado que se enloqueciera…
Latido, sollozo, queja de la hora.
Rabia de la ola que se yergue y muere.
Lamento de un río que la mar devora.
Puñal implacable que en el alma hiere.
Pájaro fatídico de rígidas alas.
Fantasma de brazos grotescos e inertes.
Sombría sibila que muda señala
todos los caminos que van ala muerte…
Juventud
La vi pasar por el camino,
como una blanca aparición.
Iba al encuentro del destino:
y se llevó mi corazón…
Era una virgen adorable;
resplandecía como el sol;
era terrible y era afable:
y se abrazó a mi corazón.
Tuvo sonrisas en la fronda,
y con el agua se alegró.
Y me miró, callada y honda,
e iluminó mi corazón.
Por la ciudad ensangrentada,
ensangrentándose pasó.
Ví su alba clámide manchada:
y la lavó mi corazón.
La oí llorar entre la sombra,
sobre las zarzas del dolor:
y sobre el fango, como alfombra,
eché a sus pies mi corazón.
Desde el abismo, como un cirio
de amor y muerte, Venus vio
regar el ara martirio
la sangre de mi corazón.
Cruzó por todos los caminos
-lodo y azul; tiniebla y sol.-
Iba al encuentro del destino:
y se llevó mi corazón.
Y en un crepúsculo otoñal,
como un ensueño, se perdió…
¡no la verá, ya nunca más,
mi corazón!…
El suburbio
Huerto sin fin de infectas flores,
ruta sangrienta que no acaba,
lecho de todos los dolores;
amor no besa, sino clava
en este lecho de dolores.
Y las mujeres, ¡pobres hembras,
que, estérilmente fecundadas,
del dolor llevan la gran siembra
en las entrañas destrozadas!
La noche trágica de su alma
no vio el temblor de estrella alguna.
Viven pudriéndose en su calma
como se pudre una laguna!
Sus carnes flacas arrebuja
la sordidez de los harapos;
un viento ronco las empuja
y las sacude como un trapo.
La espalda curva se doblega,
como una rama desgajada;
y el vientre flácido se pliega
como una negra tierra arada.
Brazos torcidos de sarmientos;
mano esquelética y crispada;
muslos llagados y sangrientos;
plantas heridas e infamadas.
Seno que cuelga de laceria…
podrida fuente de que vierte
todo el horror de la miseria
con las angustias de la muerte…
Los flacos niños que devora
el dolor, desde el primer paso,
y en las sonrisas de la aurora
tuvieron ya dolor de ocaso.
Los que nacieron fatigados,
y con el peso de cien vidas,
van arrastrándose cansados
y desangrando en cien heridas.
Pasan los hombres, duros, torvos,
sin otra luz sobre sus ojos,
que la salta de sus corvos
súbitamente en lampo rojo…
Sin otra luz en su cabeza,
ni otro calor en sus arterias,
que el resplandor de la tristeza,
y que la fiebre de miseria.
Lívida grey amedrentada
que, agonizando sin descanso,
va como un río sin remanso;
va como un río hasta la nada,
agonizando sin descanso.
los pies hundiéndose en el lodo,
nimbada en sombras la cabeza,
van escribiendo el rojo éxodo,
y van viviendo su tristeza,
enamorados de su lodo.
Bajo sus frentes, sin un astro
se replegó la noche entera:
sobre sus vidas rodó el austro,
como en talada sementera,
y las llevó sin dejar rastro,
como la paja de una era.
cae la noche como tumba;
pasa un desfile de esqueletos;
y hay sollozo que retumba
y que maldice como un reto.
Y hay un chocar atroz de dientes;
crujir de huesos, pavoroso;
largos clamores estridentes
y ansias de afónico sollozo.
Combate a muerte entre la sombra;
guerra que nunca tregua da;
toda la vida que se escombra;
toda una raza que se va…
¡Oh Señor nuestro Jesucristo,
que iluminaste hasta el abismo,
tu corazón no los ha visto
ni redimido tu bautismo!
¡Su corazón es un abismo!
¡Tu corazón. oh Jesucristo!
Tu corazón que los recoja;
tu corazón que los redima;
y que descienda hasta su sima,
¡Dios de terror y de perdón!
como una enorme aurora roja,
tu corazón. ¡Tu corazón!
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- Eduardo Romano
- Amalia Bautista
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